Les vengo a contar una historia, donde un mesías del rock es capaz de cautivar a miles de sienes, corroborando cómo la inquietud y la evolución artística de su interior es tan colosal que muta continuamente para proseguir agrandando su leyenda. Con ustedes, el eterno Bunbury oficiando su liturgia en Madrid.
El “Huracán Ambulante Tour” aterrizaba en el Movistar Arena y lo hacia con el cartel de sold out colgado hace meses. El artista maño ha vuelto a reunir a sus compañeros infatigables, a los artesanos, a la banda con la que dio algunos de sus primeros pasos en su recorrido solista hace casi tres décadas, y se presentaba en sociedad con su disco ‘Cuentas pendientes’ bajo el brazo, estrenado hace algunos meses.
Imponentes cortinas en tono rojo fuerte que recrean una mezcla de circo y teatro veneciano forman un gigantesco telón. Los bajos de las plataformas donde se ubican los sets de los instrumentos también están adornados con telas en el mismo color. Todo preparado. El rugido del respetable es ensordecedor. La temperatura va en aumento. Se acelera el pulso. La atmósfera es envolvente. Todos toman posiciones y el Huracán Ambulante inicia el show con “Otto e Mezzo”, el clásico de Nino Rota, incluido en la película “8½” de Federico Fellini, y la función comienza bajo la batuta y la chistera, en este caso sombrero estilo cowboy, de Enrique Bunbury.
No es ningún secreto que el aragonés siempre se ha rodeado de ilustres y talentosos músicos en su etapa solista, pero el sonido que ofrece desde la primera nota de “El club de los imposibles” continuando con “De mayor” y coronando con “El extranjero” es digno de destacar. Pulcritud, contundencia y sobriedad. “¡Buenas noches! Bienvenidos. El Huracán Ambulante, presente en Madrid”, dice el prolífico compositor, y el recinto se viene abajo.
Cual pacientes necesitados del veneno sabio de sonidos que ofrece el frontman en sus conciertos, sus seguidores se dejan guiar e inyectar por un recorrido que repasa discos como ‘Pequeño’, ‘El viaje a ninguna parte’, ‘Flamingos’, ‘Greta Garbo’ y el mencionado ‘Cuentas pendientes’. Durante las dos horas del directo, el maestro de ceremonias ofrece una muestra de su amplia paleta artística que incluye ritmos de evidente influencia latinoamericana, pasajes jazzísticos y el rock and roll más visceral. Su voz suena impecable. Por momentos, además de realizar sus características poses, en las que detiene el tiempo y el espacio, estira uno o dos brazos al aire según la ocasión y canta a capela fragmentos alejando su gola del micrófono. Demuestra el torrente y caudal de sus pulmones y su vigencia absoluta.
El vendaval generado por los miles de aplausos al unísono se entremezcla con la lluvia de “Enrique, Enrique” que canta la platea. El artista agradece constantemente por el cariño, toma su guitarra tocándola en algunas canciones y se ha desprendido a estas alturas del directo de su chaqueta y de sus características gafas oscuras. La banda que lo acompaña incluye sección de vientos, de percusión, violín, teclados y el trio por antonomasia que forman el bajo, la guitarra eléctrica y la batería. Hay sitio para que cada instrumento se luzca y tenga su momento de protagonismo. El film es coral.
Las trabajadas visuales juegan una función envolvente que encaja perfectamente con el show. El pie de su micrófono está formado por un enrejado metálico oscuro y en mayúsculas lo preside la letra B. Desde allí interpreta “El extranjero”, “Big Bang” (definida por el mismo como la semilla de todo), “Que tengas suertecita”, “Las chingadas ganas de llorar” y “Alaska” entre otras. Esta última, iniciada correctamente al tercer intento.
Avisa que los tiempos son convulsos y, acto seguido, le imprime unas texturas diferentes a las conocidas por el gran público a la versión que ejecuta de “Apuesta por el rock and roll”. Con “Enganchado a ti” y “Lady blue” concluye la primera parte del concierto.
Unos minutos para que todos se refresquen y corroboren que no están soñado. Es verdad. Está pasando. Bunbury está ofreciendo uno de los mejores conciertos de su carrera en Madrid, y un poco más de 17.000 afortunados son testigos en primera persona y forman parte de esta película musicalizada que esta dirigida por el otrora líder de Héroes del Silencio.
Al finalizar el pequeño receso, camina de regreso a la posición central del escenario el protagonista de la noche. De pie frente al micrófono, hace una pausa, unos instantes de silencio, el artista lanza un envite gestual y el público ruge atronadoramente. La conexión emocional que crea en su función es digna de estudio. Por algo, la religión que preside la integran millones de personas en todo el orbe.
La recta final, sentando cátedra de lo que es un show de matrícula de honor de principio a fin, incluye “Parecemos tontos” y, de nueva cosecha, “Serpiente”, la cual fue muy bien acogida. Pero necesitan los presentes más y más. Desean los miles de corazones más veneno bunburyano recorriendo sus arterias, sus venas, sus espinas dorsales. El clásico de José Alfredo Jiménez “El jinete” seguido de “El aragonés errante” y el himno “…Y al final”, son las responsables de ponerle un cierre de altura a lo vivido.
Abrazado en paralelo a todos los músicos que integran el Huracán Ambulante, recibe una larga, merecida y ensordecedora ovación. Lo ha vuelto a hacer. Lo ha vuelto a llevar a cabo. Y van…
El venido a este universo como Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy dejó una estela con su sello característico. Escribió otra página más de su historia de amor y devoción incondicional con el público madrileño, rubricando porque es uno de los artistas más importantes en la lengua de Cervantes. Bunbury. Mito en vida.
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