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Crónica de Bunbury en Barcelona: Un chamán eléctrico

Dejando atrás su retiro de los escenarios, y con un par de lanzamientos más en las alforjas, el aragonés regresó triunfalmente a Barcelona. No volvió como un eco apagado de lo que fue, sino como una fuerza renovada, con la voz limpia de sombras y un espíritu que atravesó la tormenta para volver más fuerte. Recuperado de las dolencias e inseguridades que lo apartaron de su público, Bunbury pisó de nuevo un escenario catalán.

El Palau Sant Jordi, esa catedral de la música, lo recibió con un abrazo colectivo, un rugido contenido que llevaba siete años esperando. El aire estaba cargado de electricidad. Los fans, con camisetas que evocan épocas pasadas, familias enteras y un público que lo sigue como a un profeta del rock, se reunieron para este rito de regreso. Entre la multitud se divisaban compañeros y amigos: Morti, su aliado en Bushido, observaba desde las alturas, mientras Carlos Ann y Shuarma se confundían entre la gente.

El concierto fue un viaje en el tiempo, un puente entre memorias y presente. Una voz en off pidió usar el móvil lo “estrictamente necesario”, recordando su cruzada contra las pantallas. Después, la penumbra se quebró con la entrada de la legendaria banda El Huracán Ambulante: Jordi Mena a la guitarra, Del Morán en el bajo, Copi Corellano en teclados, Ramón Gacías a la batería, Ana Belén Estaje con su violín y Luis Miguel Romero en la percusión. No hubo invitados, pero no hicieron falta. La velada arrancó con “Otto e mezzo” de Nino Rota, un guiño cinematográfico que anticipaba que lo que vendría no sería un simple concierto, sino una experiencia sensorial.

Bunbury irrumpe, con gafas oscuras y un traje rojo granate bordado con estrellas y cruces, cuatro rosas en la espalda, camisa negra y actitud de chamán eléctrico. Su voz se elevó en “El club de los imposibles” y, aunque al inicio el sonido lo cubrió, pronto la magia encontró su equilibrio. El repertorio recorrió casi toda su carrera en solitario, dejando apenas un guiño a Héroes. “De mayor” abrió con trompeta melancólica; “El extranjero” convirtió la sala en un grito contra las fronteras; “Desmejorado”, de Bushido, lo mostró sin gafas, dejando ver la verdad de sus ojos y la fortaleza de su voz. “Te puedes a todo acostumbrar” fue coreada como un himno íntimo pese a su más reciente factura.

La vulnerabilidad se hizo carne en “Sólo si me perdonas”: de rodillas, sin chaqueta, suplicó palmas y obtuvo un coro de almas. “Infinito” mantuvo la exaltación, y “Para llegar hasta aquí” transformó el Palau en un bar teatral. “Big-Bang” recordó el origen de El Huracán y “El rescate” lo mostró con guitarra en mano, dueño absoluto de la escena. En “Que tengas suertecita” presentó a Jordi Mena, mientras “Las chingadas ganas de llorar” explotó con neones en pantalla y con Ana Belén Estaje aportando coros de fuego. “Alaska” cerró esa sección con la imagen proyectada de lobos en la penumbra.

Hubo sorpresas: tras un alegato contra el establishment, rugió “Apuesta por el rock ’n’ roll”, el viejo himno de Más Birras, que fue la única referencia a Héroes del Silencio, desatando la euforia del Sant Jordi convertido en templo. Después, con la intro de Copi y los riffs afilados de Jordi Mena, sonó “Sí”, versión de Umpah-Pah, homenaje al genio Adrià Puntí, recibida como comunión.

El tramo final encendió la nostalgia con “Sácame de aquí”, coreado como un rezo, “Enganchado a ti” y la imprescindible “Lady Blue”, precedida por la cuenta “1, 2, 3, 4...” en un claro guiño a Bowie.

En los bises, “Parecemos tontos” y “Serpiente” allanaron el terreno para “El jinete” de José Alfredo Jiménez, canto de raíz mexicana que Bunbury abrazó con devoción. El clímax llegó con “Canto (el mismo dolor)”, desgarrador, con la banda convertida en extensión de su alma, sumando melancolía y poder.

El cierre fue con “...Y al final”. Las luces descendieron, la figura de Bunbury se detuvo en silencio, absorbiendo la energía de su gente. No hubo palabras, porque no eran necesarias. El concierto se selló como un ritual sagrado, una sinfonía compartida de euforia, desgarro y electricidad pura.

No fue un adiós, sino una promesa: la confirmación de que la leyenda sigue viva, latiendo y reinventándose con la misma fuerza que en su origen, dejando a todos a la espera del próximo capítulo.

Redacción

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