Crónicas

AC/DC en Madrid (segundo concierto): Dioses del rock

«Un miércoles, con un lleno casi absoluto en el coliseo madrileño, miles de almas se iban a entregar plenamente para latir por penúltima vez (deseo compartido creo que por todos) por obra, gracia y riff de AC/DC»

16 julio 2025

Estadio Metropolitano, Madrid

Texto: Mauro Nicolás Gamboa. Fotos: Iñigo Malvido

El clásico oso madrileño que se encuentra en las inmediaciones del estadio colchonero cogió el madroño, con sus garras rompió sus ramas, se hizo los cuernos del grupo australiano, los pintó de rojo con su sangre y sin camiseta y con su tatuaje de AC/DC ingresó al Metropolitano dispuesto a rugir bajo la electricidad, el fuego y los riffs del poderoso quinteto insular. Eso lo vi.

También observé, al ingresar muy temprano al feudo rojiblanco, cómo las cámaras de filmación están resguardadas con un forro gris que ejerce de protector solar ante el intenso abrazo del sol de julio en Madrid. Se prueban los instrumentos, las luces, un hilo de hard rock suena, y el lento ingreso de una marea enfundada con camisetas de mil conciertos, cuernos por doquier y cientos de fans caracterizados como colegiales van creando clima de concierto histórico. Si, histórico, de leyenda y del que se hablará por siempre en la biblia del rock and roll.

Un miércoles, con un lleno casi absoluto en el coliseo del Atlético de Madrid, miles y miles de almas se iban a entregar plenamente para latir por penúltima vez (deseo compartido creo que por todos, y ya solicitado en mi carta a los Reyes Magos) por obra, gracia y riff del grupo aussie en nuestro país.

Anteriormente al show titánico del grupo protagonista de la velada en la capital, con 15 minutos de antelación a lo anunciado oficialmente, como aperitivo rockero de gran nivel, The Pretty Reckless inicia su contundente y efectivo set. Con una duración de casi 55 minutos, calentaron motores de forma muy efectiva y fueron calibrando válvulas. Al igual que en los shows del año pasado, esta continuación europea del Power Up Tour 2025 cuenta con la gran apertura de los comandados por Taylor Momsen.

Pasajes hipnóticos de guitarra, tambores solventes y un aura especial que dispone la frontwoman hacen que la sed de rock se vaya calmando y ayudan a combatir el beso prolongado del sol en la capital. Gran número de seguidores dijeron presente para disfrutar del combo estadounidense. Lograron una interesante conexión con el respetable y se pudo apreciar cómo “Make Me Wanna Die”, “Heaven Knows” y “Take Me Down” fueron momentos álgidos en su directo. Esta vez, no hubo murciélago malvado como en Sevilla. Valiosos aplausos obtuvieron al concluir.

Nunca he sido una persona de prejuicios en cuanto a la música. Donde haya un riff, soy feliz. La edad no determina nada, los estadios de balompié son ideados para ello y la adrenalina sube a pleno en los shows multitudinarios. Entendiendo esto, siempre reconozco que el público es soberano y tiene paladar y opinión critica propia. Aquí describo lo que mi ser vivió durante casi dos horas y media de absoluta descarga inmortal. Eso sí, mi corazón no pudo resistirse y salió de mi interior para hacer pogo a mi lado.

AC/DC es ese evangelio del rock que has leído cientos de veces, conoces a los protagonistas, el desenlace, cuál es la trama y quién te dará de probar la manzana. Una vez más, no pude resistirme y la mordí para impregnarme del más dulce de los venenos y su voltaje. Ese que te lleva al Olimpo de los sonidos.

“PWR/UP TOUR” se lee en las colosales pantallas. A la hora señalada, el público ruge y, dos minutos después, se ve a los miembros de la banda ingresar en carritos de golf por uno de los laterales del stage, y nuevamente ruge el respetable. Esta vez, como si no hubiera un mañana. Golas calientes, sorbo de cerveza, cuernos encendidos, intro disparada con visuales que inician con un coche a toda velocidad por la autopista creativa de AC/DC, llega hasta el Estadio Metropolitano y prender la llama eterna con “If You Want Blood (You've Got It)”. El feudo rojiblanco bota al unísono y al ritmo del bombo de la banda.

“Madrid, hola; es bueno verlos de nuevo”, dice Brian Johnson con su clásica camisa sin mangas y su inseparable boina. En esta gira, se encuentran en la sala de máquinas que funciona a la perfección Matt Laug en batería, Chris Chaney en bajo, el sobrinísimo Stevie Young en guitarra rítmica y un tal Angus Young al mando de las seis cuerdas. ¿Os suena?

Sin más dilación, suena “Back in Black”, con la cual casi se viene abajo el estadio, y veo al oso madrileño hacer pogo en la pista. Siguen ”Demon Fire”, una de las más redondas de su último trabajo de estudio hasta la fecha, y “Shoot Down in Flames”, con la cual un Angus indomable y certero muta otra vez en dios de la guitarra y su uniforme escolar apenas puede contener la electricidad y los movimientos de su esqueleto. Seguramente estuvo en la expedición de Ponce de León y se bautizó en la fuente de la eterna juventud.

Durante todo el concierto, los descansos son un poco más prolongados entre canción y canción, lo que da el tiempo justo para que el respetable se arranque continuamente al grito de “oé, oé oé”. “Thunderstruck” tuvo alguna nota que no iba en el riff de entrada, pero qué Dios no se equivoca. En “Have a Drink on Me” Brian le tarareaba a Angus cómo debía hacer un riff a la guitarra y este le hace caso y llega la llamada del averno, “Hell Bells”, que suena como señal divina o infernal y acudíamos a su encuentro una vez más.

Tracciona y tracciona el combo sin contemplaciones. Golpes efectivos, contundentes y al mentón. Momento de imprimir una marcha más, si es que eso era posible. En “Highway to Hell” (disparos de fuego incluidos), “Shoot to Thrill” y “Sin City” (durante la cual se quita la corbata Angus y hace un solo con la misma usándola de púa textil) sientan cátedra y hacen que la ceremonia se encuentre en un momento álgido, al rojo vivo y latiendo como los miles de cuernitos.

Me gusta jugar con la genética imaginaria. ¿Se imaginan un guitarrista con el ADN de Chuck Berry y Angus Young? Este último, no cesa ni un instante de recorrer el escenario haciendo el paso inmortalizado por el legendario musico estadounidense. Va de costa a costa y lo mismo hace Brian.

Con respecto al set del sábado hubo una modificación y en esta segunda fecha incluyeron “Givin the Dog a Bone” en lugar de “Dog Eat Dog”. Pasando el ecuador del concierto, el fuego de Prometeo seguía ardiendo. Los dioses del rock en la platea más alta aplauden la entrega y los fans están en éxtasis absoluto y rendidos ante esta bestia eterna denominada AC/DC. “Riff Raff”, “You Shook Me All Night Long” y “Whole Lotta Rosie” son el preámbulo perfecto para la ceremonia particular de Angus.

Se abren literalmente las pantallas laterales del stage, se proyectan decenas de amplificadores Marshall por las mismas y llega “Let There Be Rock”, durante la cual, el guitarrista nos guía hasta el estado humano más pleno conocido. Se sube a la plataforma circular ubicada en el final de la pasarela central y se eleva sobre ella moviendo a una velocidad sideral sus manos bajo una lluvia de confetis

Pero este hombre de energía incombustible no se detiene. Continúa quemando escalas, por momentos con una sola mano, sobre la torre gigante de amplificadores que se encuentran al fondo del escenario entre atronadoras ovaciones y vítores que tratan de seguir su estela. Merece la pena morir después de haber vivido para verlo. Contarlo ya lo hacen las escrituras sagradas del rock. Amén.

Un pequeño y merecido receso para el combo australiano y para los fans que se estaban entregando plenamente. Veo al oso capitalino tomar un “mini” de cerveza y preparado para los disparos finales. Regresa la aplanadora con altísimo voltaje para los bises y muerden yugular, corazón, alma, cerebro y espina dorsal de un solo bocado con “T.N.T.”. Es para enmarcar cómo se mueven los miles de brazos al unísono mientras cantan el coro demostrando el poderío de sus golas después de más de dos horas de show.

Cañones fuera, preparados, apunten y fuego. Hasta 15 disparos contabilicé durante los compases finales de “For Those About to Rock (We Salute You)”. El saludo de Brian a todo el público, el último recorrido (de esta noche) por el colosal escenario de Angus Young con su guitarra y concluían apoteósicamente un show histórico.

Disparan fuegos artificiales y los carritos de golf se llevan a los protagonistas ante una atronadora ovación. Al finalizar, me fui a tomar una jarra muy fría con el oso para corroborar que estaba vivo. Este cuento de riffs con cuernos colorados no ha terminado.

Redacción
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