Ziryab

El arte de vivir

Autoeditado (2022)

Por: Alfredo Villaescusa

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Cada vez son más los casos de bandas que comienzan tributando a un artista en concreto y al final acaban con un proyecto diferente con canciones propias que a menudo nada tienen que ver con la idea inicial. Homenajear a otros está bien, claro que sí, pero la sensación de contribuir con nuevo material a la historia de la música seguramente se encuentra a otro nivel, sobre todo si hablamos de una propuesta que tampoco se estila demasiado.

Es el caso de estos malagueños, que tras un primer concierto en las fiestas del municipio Arroyo de la Miel, y viendo la excepcional acogida de su homenaje a Triana, decidieron dar forma a una nueva aventura que ha cristalizado en Ziryab y en este notable debut que funde rock andaluz, metal y algunos destellos progresivos contemporáneos.

Tal vez las primeras referencias que a uno le vengan a la cabeza sean las de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o Medina Azahara, aunque lo cierto es que gozan ya de la suficiente personalidad como para afirmar que no copian a ninguno de los anteriores. De los primeros prescinden del poso psicodélico o arrabalero que vimos en “Las leyes de la frontera”, mientras que de los segundos diría que poseen un matiz mucho más contundente, pese a compartir algunos puntos en común. Hinquemos al diente a un plato tan exótico.

Este colosal trabajo se abre con la pieza homónima “El arte de vivir”, cuyas notas del comienzo te podrían recordar incluso a Dream Theater o a un grupo de metal progresivo de hoy en día. Sus casi siete minutos de duración certifican que nos hallamos ante cocina a la que se ha dedicado tiempo y que se espera un esfuerzo similar por parte del oyente. Ya hay otros grupos para canturrear en la ducha.

“Elixir” nos engatusa con sorprendentes cambios de ritmo y uno a veces no sabe si hay más de progresivo o de rock andaluz, pues ambos ingredientes se encuentran sazonados en su justa medida. En “Canción de abril”, por el contrario, dan más rienda suelta a la vena moruna y flamenca y el resultado es espectacular, con pasajes sencillamente fabulosos.

“Frenesí” aporta una de las cumbres del redondo, con un comienzo sosegado acompañado de palmas y un estribillo magnífico donde se nota más que nunca el inmortal legado de Jesús de la Rosa. Si a estas alturas no te han convencido, mejor compruébate el pulso, o pega una escucha a “El duende del cajón”, todo un alarde de poderío compositivo que no dejará indiferente. Y “Savia” reincide en su faceta más reposada, con la guitarra flamenca comandando un descenso que va adquiriendo cada vez más matices con una letra que asemeja un poema.

“Evanescencia” es otra pieza soberbia que revela la solidez de una receta que debería ser ganadora en cualquier mundo justo y que se erige por meritos propios entre lo mejor de este álbum. “Mundo de cristal” mantiene el nivel y nos confirma que aquí no hay temas de relleno ni nada que se le aproxime, una percepción reforzada por el broche final de “Ánima” en la que echan el resto con intervalos flamencos y pasajes instrumentales para terminar de caerse de la silla, si es que uno ha aguantado semejante derroche de emoción sentado.

Habrá los que ahora dirán que el rock andaluz está muerto o más pasado que el chotis, pero lanzamientos de la envergadura del de estos malagueños nos dan a entender que a la fusión del flamenco con el rock en su sentido más amplio todavía le queda recorrido, pues en este género no está todo inventado ni mucho menos. Obra maestra de categoría. Ganas de verles en directo.

Alfredo Villaescusa
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