Mägo de Oz

Alicia en el Metalverso

Warner Music (2024)

Por: Juan Destroyer

8.5

Han pasado unas semanas desde la edición de ‘Alicia en el Metalverso’, que ya ha sido detenidamente paladeado por los seguidores de Mägo de Oz tras la excitación voraz de los primeros días. Por otro lado, han entrado en fase de remisión los ladridos de sus haters, así que es un buen momento para abordar la crítica del disco libre de vehemencias e injerencias externas.

La apertura con “Alicia en el Metalverso” es un generoso muestrario de todo lo que puede dar de sí la actual formación del grupo. El tenebroso riff inicial, muy sabbathico, le hará cagar cadenas a quien alguna vez haya dudado de que, dentro de su heterogeneidad, el principal foco de Mägo de Oz sigue siendo el heavy metal; de hecho, estamos ante el disco más heavy de la banda madrileña. En sus doce minutos caben de todo: una inquietante parte de piano en la mejor tradición de los álbumes conceptuales de Savatage, partes de folk con un Moha prominente al violín que son 100% Mägo, una rapidísima arrancada en el que colabora Diva Satánica (Bloodhunter) con guturales, una larga parte instrumental en el que se turnan el protagonismo los guitarristas Jorge Salán y Víctor de Andrés con el teclista Chesco para ofrecer momentos de enorme virtuosismo… También Rafa Blas tira de varios registros, desde los agudos con garra a partes en las que canta con una delicadeza casi musitada, rubricando el tema con un grito de los que erizan la piel.

El coro operístico con el que se inicia “El sombrerero loco” parece presagiar una pieza muy ceremoniosa, pero pronto la canción se abre a tonalidades mayores para, con un ritmo vivo, cabalgar hacia uno de esos estribillos marca de la casa que tanto gustan a sus seguidores. Bellas armonías las de los guitarristas por un lado y las de Moha y el flautista Josema por el otro.

Jorge y Víctor se baten en duelo guitarrero en plan K.K. Downing y Glenn Tipton antes de que estalle, con la claqueta a toda máquina, “El Metalverso”, ese canto de reafirmación compuesto por Txus di Fellatio junto a Manuel Seoane dirigido hacia quienes les critican refugiados tras una pantalla. Si hubo un momento en tu vida en que Helloween y Mägo de Oz fueron dos de tus bandas favoritas, vas a disfrutarla y mucho.

También se adscribe al power folk “Seremos huracán”, por momentos muy ochentera, pero con una producción, la de los estudios Cube, que la hace sonar más contemporánea; por cierto que la letra la escribieron a pachas Txus y Carlos Escobedo (Sôber). Muy ocurrente la forma de doblarse Rafa en la mayor parte de sus líneas vocales. Es uno de esos temas que puedes visualizar lo bien que resultará en directo antes de haberlo vivido, culminando en ese coro a capella que seguro que emocionará cantar a sus incondicionales al unísono con el grupo.

“Como un susurro”, una composición que parte de ideas preliminares de Víctor, es el primer momento relajado del disco, aunque con peros, porque si bien el eje central es el piano de Chesco, hay irrupciones de fuerza metalera ya en los primeros minutos, cobrando intensidad progresivamente hasta desembocar, tras un escalofriante chillido de Rafa, en la parte final de la canción, donde les sale la vena neoclásica. Blas viene a demostrar, para quien no lo supiera, que es uno de mejores cantantes de España.

Isra Ramos (Amadeüs y ex de Avalanch y Alquimia) es el creador primigenio de “Luna de sangre”, un tema que terminó coescribiendo con di Fellatio. Es muy épico, por ahí se dice que recuerda a Avalanch, pero a mí me suena aún más a WarCry, hagan el ejercicio mental de imaginársela cantada por Víctor García. En cualquier caso, estamos ante uno de los mejores cortes del trabajo, en el que se reparten las voces Isra y Rafa.

“Somos los hijos de rock” nace con vocación de himno y es la canción que más se distancia de la solemnidad del resto del trabajo. A mí es la que menos me enciende escuchada en disco, aunque en los conciertos –si es que deciden tocarla- será preciado objeto de comunión con el público y ganará enteros.

La balada con todas las letras es “Por si un día te pierdes”, una bonita pieza con especial presencia del flautista Josema Pizarro en la que Txus le dedica unos sentidos versos a su hija Leia para cuando él ya no esté.

Y para el final, lo mejor del todo a mi juicio: “La voz de los valientes”. La cantante Xana Lavey introduce una composición elaborada, en la que prima el power metal y que tiene uno de esos memorables estribillos que de repente te vas a encontrar silbando como si te llevara acompañando años. Termina por meterme de lleno en esta historia de chica transgénero, por desgracia tema de moda, y quien acuse al grupo de oportunista, olvida u omite que esta banda lanzó “El que quiera entender que entienda” en tiempos en que pocos heterosexuales se atrevían a defender el amor libre por miedo no sé muy bien a qué.

Abracen el renacimiento de una de las bandas de heavy metal –con aditivos y variables pero en esencia heavy metal, joda a quien joda- más importantes de la historia tanto en España como en la mayor parte de los países hermanos de Latinoamérica. Y si no gustan del pastel mágico que tanto hizo crecer a Mägo, no prueben bocado, pero tampoco vayan por ahí animando a beber de la poción que empequeñece nuestra escena, puesto que no demuestran más que su complejo de inferioridad. 500 millones de hispanohablantes en el mundo y en los últimos tiempos la música que más exportamos es la que todos ustedes saben y que a la mayoría de los que me están leyendo avergüenza.

Aún quedan bastiones como Mägo de Oz que nos dan esperanzas de perpetuidad con sus estupendos registros de ventas, ¡no se apuñalen a sí mismos!

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