Dirty Three
Love Changes Everything
Bella Union (2024)
Por: Alfredo Villaescusa
8
Este trío australiano es otro de esos casos en los que un proyecto principal acaba siendo secundario por diversas coyunturas profesionales. Formados en Melbourne allá por comienzos de los noventa, aquí nos encontramos a reputados músicos hoy en día como el compositor y colaborador de Nick Cave, Warren Ellis a la viola, el guitarrista Mike Turner y el batería Jim White. Con la voluntad inequívoca de trascender géneros, mantuvieron cierta actividad hasta el inicio del nuevo milenio, cuando sus respectivos compromisos con otras bandas les obligaron a espaciar giras y lanzamientos.
El álbum que nos ocupa es, en concreto, el primero en doce años, que se dice pronto, lo cual debería acogerse como todo un acontecimiento en el universo musical al margen del postureo. Otro motivo para ponerse en bucle a los Dirty Three es que su rollo instrumental podría considerarse precursor del post rock de Godspeed You! Black Emperor, Mogwai y tantos otros. Antaño no abundaban las mezclas de este calibre de rock instrumental, jazz o música clásica, entre otras cosas.
Valga a modo de advertencia decir que no se trata del típico conjunto de canciones para tararear en la ducha, sino de intrincadas composiciones en las que lo mismo unas notas de piano se convierten en protagonistas absolutas que la viola de Ellis se desboca hasta devenir en una suerte de chirridos inclasificables. Y todos los temas se distinguen únicamente por el número que les acompaña hasta alcanzar un total de seis.
De esta manera, el primer corte funciona a modo de introducción a la materia, con sonidos que cada vez se vuelven más perceptibles y la viola junto con la guitarra distorsionada transformadas en punta de lanza de la propuesta de los marsupiales. Sin apenas darnos cuenta, pasamos a una segunda pieza más enfocada hacia el piano, de ambiente melancólico, y con una atmósfera muy similar a la de los grupos de post rock contemporáneos.
La tercera parte reincide en las melodías reposadas para abstraerse del mundo cotidiano, mientras que la cuarta canción podrías imaginártela sonando en cualquier sesuda película de cine de autor. Diríamos que el colofón creativo Ellis y compañía lo alcanzan con hipnóticas repeticiones a lo Swans en una quinta pieza que también podría recordar a Thee Silver Mt. Zion Memorial Orchestra, sobre todo por el uso de una viola incontrolable, pero también por esos subidones de intensidad que en ocasiones bordean el ruido.
Echan el resto con los más de diez minutos del corte final, un auténtico viaje sensorial con la viola y el piano repartiéndose la atención de manera equitativa, al tiempo que la batería reclama su inevitable cuota de protagonismo. Al igual que sucede en otros temas anteriores, brilla la capacidad para crear paisajes sonoros sin unos contornos delimitados claros, de una forma similar a la que los impresionistas entendían el arte.
Y de modo idéntico a estos últimos, que preferían centrarse más en los efectos de la luz sobre los cuerpos que en los objetos en sí mismos, cualquiera pensaría que el objetivo de este proyecto consiste en la pura experimentación e improvisación al margen de canciones o esquemas preestablecidos. Los convencionalistas, por tanto, deberían huir de este disco como de la peste, bienvenidos sean todos los demás a los que no les importa asumir riesgos. Merece la pena empaparse del talento de esta gente.
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