RULO Y LA CONTRABANDA: LOS INGREDIENTES DEL ÉXITO

Kafe Antzokia, Bilbao

Siempre ha sido uno de esos misterios de la vida, un arcano indescifrable sujeto a voluntades casi divinas. ¿Por qué algunos tipos acaparan el favor del respetable mientras otros pasan sin pena ni gloria, a pesar incluso de atesorar mayor calidad en gran parte de los casos? Difícil respuesta para un problema cuya resolución se pierde en turbias nebulosas y que quizás pertenece más al terreno de la metafísica o a ese concepto abstracto de la naturaleza que tenían los poetas románticos.

Pero por mucho que parezca que existe una total carencia de leyes que lo justifiquen, a veces se pueden enunciar ciertas pautas para ayudar a entender este intrincado fenómeno. Es el caso de Rulo, que desde que dejó atrás a sus paisanos de La Fuga ha crecido por su cuenta como compositor y letrista. Precisamente, un servidor opina que el grueso de su atractivo reside en unos textos cercanos, pegadizos y que han evolucionado desde las borracheras de juventud hasta los típicos devenires vitales con los que uno inevitablemente se va tropezando al hacerse mayor.

Algo que se hizo patente en el público que agotó el papel esa noche en el Antzoki bilbaíno. Ya no se componía únicamente por púberes en la flor de la vida, sino que su espectro se ha ampliado hasta abarcar una horquilla que va desde los 18 hasta los treinta y tantos. Y por supuesto, había chicas, muchas, ya se sabe que la pose del macarra enrollado o simpático goza de un incontestable tirón entre las féminas.

Con el personal emocionado casi al límite de invadir el escenario, Rulo y la Contrabanda no podrían haber escogido nada más apropiado para iniciar la descarga que “A Punto de Colapsar”. Y es que el ambiente en el recinto era tal, peña desbocada ante la cual era toda una odisea abrirse paso, hacía tiempo que no veíamos la sala en semejante estado de olla a presión.

Los temazos se encadenaron los unos con los otros y ya con “No Sé” o “El Prota” se escuchaban las gargantas al unísono desde la primera a la última estrofa, pocas veces hemos contemplado un fervor tan desmedido. Y claro, si ante una situación tan a pedir de boca uno no se crece, apaga y vámonos. Por lo tanto, tampoco desentonaba ese micro móvil que le daba aires de estrella y que servía para implementar su aura de protagonismo en los momentos en que le daba por desembarazarse de la guitarra.

Sabe tocar la fibra sensible de su gente y por eso no duda en afirmar “soy un romántico de mierda” para presentar “Buscando el Mar”. Y profundizando en el exhibicionismo sentimental, soltó antes de “Como Venecia sin Agua”: “que se jodan las canciones tristes y que nadie se sienta como yo me sentí hace tres años”. Unos detalles que sin duda contribuyen a engrandar esa leyenda del macarra con corazoncito.

La primera revisión a su antigua banda llegó con “Majareta”, acogida con un delirio absoluto. Desde luego tiene que impresionar que la muchedumbre entone a pleno pulmón cada pieza del repertorio igual que si les fuera la vida en ello. Para quedarse anonadado.

Pero el de Reinosa cuenta con varias facetas, como bien confesó al admitir que en las conversaciones de bar entre colegas suele utilizar un lenguaje más basto. Y sin embargo, luego puede componer cosas tipo “Divididos”, que por su uso de la palabra escrita para provocar emociones lo acercan al maestro Sabina, otro que controla lo suyo en el noble arte de transformar canciones en pequeños poemas.

En cuanto a las piezas escogidas, era imposible reprochar nada, tonadillas de levantar el espíritu del calibre de “Como a veces lo hice yo”, sin ningún tipo de descanso y con los momentos moñas reducidos a la mínima expresión, salvo quizás en la inevitable “Por Verte Sonreír” o en “Mi Pequeña Cicatriz”, donde aparece ese lema escrito en las camisetas del merchandising que haría estremecerse a cualquiera chavalilla: “es menos peligroso estar lejos que cerca de ti”.

Un momento que rompió la tónica habitual del recital trepidante fue “Fauna Rara”, que pilló a los diferentes miembros ataviados con sombreros de pirata, gorras de pato y otros abalorios a cada cual más ridículo para denunciar la falta de criterio musical de las radiofórmulas. Volvió la cordura con las reivindicaciones de la vida en carretera “El Mejor Veneno” y “Heridas del Rock N’ Roll”, que sirvieron además para poner de relieve la figura del músico en un país donde el gobierno ahoga la cultura y solo apuesta por la caspa de toros y pandereta, la marca España.

Previamente a los bises, la delicada “La Flor” nos devolvió a esa faceta íntima cercana a los cantautores en la que se mueve tan a gusto el vocalista, que acabó lanzando rosas igual que en un mitin del PSOE, aunque por supuesto con mayor credibilidad que estos últimos. El obligado retorno siguió esa tradición de escoger los temas más adecuados para levantar al personal y así fue, acusando recibo de La Fuga con “P’ Aquí P’ Allá” y “Buscando en la Basura” antes de “La Cabecita Loca”, otra fundamental en su trayectoria.

Se la jugó un poco más al encomendarse a la poética “Al Infinito” para cerrar, pero no le salió mal tan arriesgada apuesta porque los fieles la recitaron con el entusiasmo de un auténtico clásico, quién lo iba a decir. Y uno no pudo evitar acordarse de nuevo por su empleo de la repetición del “Contigo” del genio de Úbeda y esa misma capacidad para despedirse sin pudor de un auditorio con una pieza relajada y la emoción a rebosar. Esos son los verdaderos ingredientes del éxito para facturar un recital de bandera.

Texto y foto: Alfredo Villaescusa

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