DROPKICK MURPHYS: FLEMA CÉLTICA A CIEN REVOLUCIONES
3 mayo, 2011 4:56 pm Deja tus comentariosSALA ROCK STAR (BARAKALDO)
La música con raíces es un género que vuelve cada cierto tiempo. Se trata de algo atemporal al margen de las modas que atrapa a diferentes generaciones pero con el mismo grado de entusiasmo por los ancestros y las melodías tradicionales. Algunos lo considerarán una especie de verbenilla, otros pondrán el acento en el reivindicativo homenaje al respectivo terruño, lo que no se puede discutir es su contagioso espíritu festivo ideal para entonar con voz resacosa y cerveza en alto.
Desde que a los británicos de ascendencia irlandesa The Pogues les diera por interpretar composiciones folk a su manera, dotándolas del deje macarra y contenido político del punk, el legado se ha ido extendiendo a lo largo y ancho del planeta, con especial interés en esa vasta comunidad de inmigrantes llamada EE UU. De la histórica región de Nueva Inglaterra, en concreto de la capital Boston, vienen Dropkick Murphys, que cuentan ya con siete discos de estudio y cuyo nombre hace referencia a ese oscuro personaje con el que se amenazaba a los niños díscolos para que se vayan a la cama, nuestro ‘coco’, vamos.
Aunque en la península a priori parezcan unos perfectos desconocidos, craso error, pues en Barakaldo casi llenaron la sala y en La Riviera unos días antes tampoco debieron estar solos. No en vano en su país natal han abierto para Aerosmith, Bruce Springsteen e incluso lograron que el Boss bajara del Olimpo y colaborara en uno de los temas de su último plástico. Y ese hombre no se moja el culo por cualquiera.
En medio de un ambiente en el que se veían faldas escocesas por doquier, mucha chavalería y chicas con el flequillo cortado con precisión milimétrica, iniciaron la velada con una inaudita puntualidad DEVIL’S BRIGADE, proyecto paralelo del bajista de Rancid Matt Freeman en el que cambia las cuatro cuerdas por un enorme contrabajo y además canta. Lo suyo se trataba de frenético psychobilly deudor de The Cramps con aires al cowpunk de Supersuckers. Ráfagas casi bailables en las que llevar en volandas al acompañante o marcarse unos paseítos que ni John Travolta y Olivia Newton-John en ‘Grease’. Les acompañó el guitarra de los Murphys en la parte final y prepararon a la perfección el terreno para el posterior desparrame.
Porque si los DROPKICK MURPHYS ya demostraron el año pasado en el BBK Live su capacidad para movilizar a la peña a eso de las 2 de la mañana, esta vez con un recinto a tope y a una hora idónea lo tenían chupado. Únicamente debían sacar toda la flema céltica y dejar que la bebida y la música corrieran sin ningún tipo de cortapisa, el resto vendría por sí solo.
Con “Hang ‘Em High” y “The Fighting 69th” como carta de bienvenida transformaron aquel lugar en una gigantesca fiesta en la que no tardaron en formarse los primeros pogos y el personal comenzó a volar en brazos de la entregada multitud. Ante la previsión de que algo gordo se avecinaba, el personal de seguridad se redobló para la ocasión y recomendaron a los fotógrafos apartarse si un espontáneo se acercaba hasta el foso, gran método de supervivencia.
La puesta en escena de los bostonianos impacta desde el primer momento, pues son en el escenario ciento y la madre, incluyendo violinista, gaitero y un elenco de miembros con personalidad propia que dan fe de su amplitud de miras e influencias. Así, tenemos, por ejemplo, un guitarrista que por apariencia y actitud podría figurar en los Backyard Babies, un bajista con pintas de rockabilly o un cantante en la tradición de los combos más tralleros de hardcore. Un cóctel polifónico que engancha al primer sorbo igual que una buena pinta de cerveza.
Sin tregua, el cancionero avanzaba a cien revoluciones por minuto y a la media hora ya habían caído un número reseñable de cortes. No se admitían esa noche brasas ni charlas inútiles, llevado al extremo de que cuando amagaban con una intro de gaita o banjo antes de la tralla muchos asistentes gritaban: “¡Let’s Go Murphy!”. Muy espectacular resultó “The State Of Massachusetts”, la oda a la clase obrera “Worker’s Song” o la acelerada “Going Out In Style”, sin olvidar la vertiente tradicional con “The Irish Rover”, el clásico que ya popularizaran The Pogues junto a The Dubliners.
Otra pieza reseñable fue “The Dirty Glass”, donde se acercó la violinista para cantar y añadir un contrapunto delicioso a las voces de Al Barr y Ken Casey. Ellos se dejan la piel a las tablas pero piden algo a cambio: la total entrega del respetable, que tampoco parece tarea imposible con esos pedazo coros taberneros que se curran. Mandaron hacer circle- pit y menuda la que se montó al secundar la propuesta. La diversión estaba asegurada para los que quisieran entrar a trapo en el espectáculo.
Con la característica melodía de violín de “I’m Shipping Up To Boston”, tema basado en un poema de Woodie Guthrie y que hizo volver hasta a los más empedernidos fumadores, se despidieron de la concurrencia. No se podía terminar así el aquelarre céltico, por lo que no tardaron en volver con “Kiss Me, I’m Shitfaced·”, una canción emotiva dedicada a las chicas que invitaron a subir al escenario. Y con “TNT” de AC/DC se les unieron los tíos hasta conseguir que no quedara un espacio libre por las inmediaciones.
Los bostonianos, en suma, dieron hora y media de cera sin pausa ni disminuir el ritmo en ningún momento. La mítica comparación entre los bolos en salas o festivales para ellos se antoja absurda, pues la lían parda en ambos lugares y hasta en cualquier garito irlandés si les dejan. Un directo realmente apabullante capaz de descolocar al más reticente. ¡Las campanas de St. Mary siguen retumbando.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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