CRÓNICA DEL MUNDAKA FESTIVAL: TAN CAMBIANTE COMO EL TIEMPO
4 agosto, 2015 4:37 pm 1 ComentarioPenínsula de Santa Katalina, Mundaka (Bizkaia)
Dicen que existen algunos lugares del planeta en los que se pueden dar en un mismo día las cuatro estaciones del año. Primero sobrepasar con facilidad los treinta grados, de repente una lluvia torrencial, acto seguido se levanta un viento de los que se lleva todo por delante, y de colofón, una noche de frío invernal. Unas oscilaciones térmicas que acabarían con la paciencia del más pintado.
Y al igual que en ciertas obras de ficción las condiciones meteorológicas reflejan el estado mental del protagonista, el primer Mundaka Festival se antojaba a veces tan voluble como el tiempo de la jornada, pues se podía pasar de un plumazo del rock industrial al folk o incluso al swing, sin descuidar el indie rock, post punk, rock n’ roll clásico o ese surf rock que parecía lo más apropiado en el marco incomparable de la Reserva Natural de Urdaibai.
Era del todo encomiable la amplia paleta estilística manejada por los organizadores, con especial hincapié en la selección de grupos locales, donde se optó por lo más destacado del panorama autóctono, viejos conocidos para los que nos pateamos las salas vascas, como Belako, Travellin’ Brothers o Dead Bronco. Y en un plano de igualdad aparecían leyendas internacionales del calibre de Echo & The Bunnymen o The Sonics junto a insignes figuras patrias como Loquillo.
El recinto situado en una campa junto a una ermita cosecharía sin duda encendidos elogios de los amantes de los paisajes, con una atalaya privilegiada hacia el mar por un lado y un pueblo costero en lontananza que llegado a cierto tramo de la noche se convertía en fantasma y casi ni sombras se veían por ahí. Después de los agobios del BBK Live, se agradeció el aforo limitado a 4.000 personas, aunque ni de lejos se alcanzó el tope, la ausencia total de colas en el recinto, incluso los bocatas eran de una calidad reseñable y la cerveza superaba con creces el pis habitual de eventos similares, tal vez por aquello de que en realidad también era un festival gastronómico.
DE FÁBULA
Un ambiente un tanto desangelado nos recibió el jueves, a la par que advertimos la falta de señalización para alcanzar el recinto, por lo que tuvimos que guiarnos por la música como el flautista de Hamelín. Una vez allí, no nos impactó demasiado el pop-rock alegre de The Uski’s y acabamos hasta los mismísimos del rollo pseudohippie de Smile, que incitaban cada dos por tres a “recuperar el espíritu” y hasta mandaron hacer un “corro del amor” para ir corriendo a la papelera. De justicia es reconocer el esfuerzo del vocalista por despertar al apagado respetable, pero la suma de sandeces proferida nos hizo alejarnos lo más posible. Antes de trasladarse a la campa para un desenchufado entre la multitud dijeron “A pelamen es un lujamen” y un espectador sensato sentenció que “era lo más insustancial que había escuchado en años”. Algunos deberían estar mejor callados.
Menos mal que los norteamericanos Anti-Flag desterraron de un plumazo la morralla floreada con su punk rock reivindicativo e idóneo para un festival de semejantes características. Los pogos brotaron por doquier con “Fabled World”, que inicia su último largo ‘American Spring’, y la apabullante “Broken Bones”, a lo Social Distortion, antes de que su bajista llamara la atención sobre el hecho de que en EE UU la policía había matado a dos personas recientemente y mandó extender el dedo medio contra el racismo, la carta de presentación necesaria para “Fuck Police Brutality”.
Justin Sane y compañía le echaron tantas ganas al asunto que a su lado el resto de grupos anteriores de la jornada se antojaba una panda de inofensivos jubilados. El himno “1 Trillion Dollars” fue coreado a pleno pulmón por la desenfrenada chavalada y “This Is The End (For You My Friend)” tampoco disminuyó un ápice la atención. Pero el colofón llegó con su versión algo más acelerada del “Should I Stay Or Should I Go” de The Clash, con la que algunas chicas de apariencia pudiente tal vez se desmelenaron por primera vez en su vida.
“Brandenburg Gate” alcanzó la intensidad épica de un Springsteen o unos The Gaslight Anthem y con “Die For Your Government” dejaron el pabellón por las nubes, con la complicada papeleta para los siguientes de superar tal despliegue de energía. Directos y al grano, toda una lección de lo que debería ser un recital en semejantes circunstancias. De fábula.
La anterior vez que vimos a los guipuzcoanos Rural Zombies nos parecieron un soberano peñazo, pero desde entonces han oscurecido su propuesta desde una suerte de remedo de Crystal Fighters a un indie rock de ínfulas electrónicas más cercano a Editors o a los propios Belako. Su guapísima cantante ya no se esconde detrás del sintetizador, se la ve más suelta y segura, hasta se contonea y todo, al tiempo que sus compis suenan más compactos. Certificaron el giro musical con “Stones” y con una notable versión del “In For The Kill” de los nuevaoleros británicos La Roux, muy de su rollo. Muy decentes, se han superado.
Todavía no he conocido a nadie que después de ver a Belako en directo haya expresado la más mínima queja o disconformidad. Porque sigue siendo alucinante contemplar lo bien que se lo pasan ellos a las tablas y el entusiasmo que siempre demuestran, incluso cuando los astros no están de su parte, como pasó aquella noche con el defectuoso cable de bajo de Lore, que les llevó a parar durante unos instantes “Vandalism”.
Al margen del percance técnico, ofrecieron un recital al nivelazo que nos tienen acostumbrados, tienen ya mucha carretera y eso se les nota, ese fin de semana además hacían triplete con el Vértigo Estival y el Santander Music Festival, realmente resulta complicado encontrar un lugar de la península en el que no hayan estado recientemente.
Continúan estirando la vida del debut ‘Eurie’ con sus ya clásicos “Beautiful World y “Sea Of Confusion”, aparte de sus dos EPs editados el año pasado, pero llevan al éxtasis al numeroso público que les sigue con la espectacular versión del “Sinnerman” de Nina Simone, que ya han transformado en un tema casi suyo, y es igual lo mejor del bolo con Cris cantando de cine. Y el momento final a lo New Order de “Aarean Bez” se antoja también impagable, un limbo entre el post punk y el synth pop que se repite como un incesante mantra. Lo más grande que hay por estas tierras. Nunca defraudan.
PERDÓNAME LA VIDA
Con la lluvia acechando durante la jornada, nos vimos obligados a soportar la terrible humillación de cargar con paraguas, aunque por fortuna terminamos esquivando las tormentas y únicamente hubo que aguantar el viento cortante propio de la costa. Las cifras de asistencia seguían sin ser del todo boyantes, aunque gracias al tirón del Loco se acercaría mucha gente de pueblos circundantes. La gente del ‘botxo’ se ha vuelto demasiado comodona, acostumbrados ya a tener tantos bolos a escasos metros de distancia, lo de desplazarse ni siquiera se contempla, a no ser que sea un motivo muy de peso.
Fieles a esa filosofía de reunir a los autóctonos más destacados, el dúo Mobydick no era ni por asomo para abrir un festival, pero eso no quita para reconocer la destreza vocal de Eneko en su palo folk tipo el Springsteen de ‘Nebraska’. No era de extrañar que la peña aplaudiera a rabiar, algo que también sucedió la ocasión anterior que les vimos.
Una sorpresa resultó la inclusión en el cartel de los bermeanos Sinnerdolls, cuyo rock industrial con destellos góticos no nos sedujo demasiado en estudio, aunque en directo era otro cantar. Para empezar, su bajista es una diosa que se mueve con glamour, va bien maquillada y además lleva sombrero, ¿qué más quieres?
El poso gothrockero se vuelve más marcado en temas como “Un cuchillo en algodón de azúcar” o “El sindicato calavera”, con letras a lo Carniceros del Norte, de hecho, su cantante Txarly Usher colabora en su último disco en “Maltrato”. Si prescindieran de las programaciones mansonianas y se centraran en los riffs siniestros molarían mucho más. Su elemento cabaretero estuvo representado en el “Viva Las Vegas” de Elvis y sacaron el lado macarra deudor de The 69 Eyes en “El maharal de Praga”. Muy versátiles.
Los cambios de tercio se habían convertido en una seña de identidad del Mundaka Festival, por lo que ahora tocaba el rock alternativo onda Audioslave de Cactus, otro combo local de un nivel extraordinario. Con un vocalista que reproducía al milímetro los clichés noventeros, se les notaba compenetrados y muy decente les quedó el “Die, Die My Darling” de The Misfits, aunque sonara más a la versión de Metallica que a la original. Una revelación.
Unos habituales de la escena vasca son Dead Bronco, que han pasado en un tiempo récord de tocar en plazas a llenar garitos de pago con su personal country macarra aderezado de rockabilly y una actitud en directo cercana al punk. Hay que ver a su cantante guiri bebiendo cerveza como un cosaco y dando cabezazos al micro mientras entona con voz cazallera “Freight Train” o “Stupid Man”, a la vez que aquello se transforma en un inmenso rodeo en el que algunos bailan como pisando huevos. ¡Que corra el Bourbon!
Habrá quienes lo repudien hasta la náusea, a otros les parecerá un prepotente insoportable, pero la verdad es que Loquillo siempre ha sido un currante nato del rock, editando discos que forman ya parte de la historia de la música patria junto a Trogloditas, exquisiteces poéticas junto a Gabriel Sopeña, moviéndose en terrenos muy próximos a la canción de autor en ‘Balmoral’ o recientemente recuperando los orígenes junto a la banda rockabilly The Nu Niles.
De casi todo eso hubo aquella noche, aunque parecía existir un empeño del Loco de reclamar la complicidad de los suyos, buscando tupés entre la concurrencia mientras cantaba “Rock N’ Roll Actitud” o incluso señalando la camiseta de The Who de un servidor. Quería reivindicarse frente a aquellos que solo le conocen por sus cuatro éxitos de siempre. Porque el ex pívot es mucho más que eso, es un elocuente testimonio de otra época, de un tiempo en el que existían los señores y las señoras, y eso no contenía ningún matiz despectivo, uno de los pocos reductos de autenticidad que permanecen en pie a día de hoy.
Una coherencia de la que presume en “Línea Clara” o de haber conseguido cantar “Cruzando el Paraíso” junto a uno de sus ídolos Johnny Hallyday. La modestia nunca ha sido su fuerte, no en vano ya decía en “Veteranos”: “Qué difícil ser humilde cuando uno es tan grande”. Hay que admitir que pocos pueden mantener esa pose y elegancia en el escenario, creyéndose hasta las cachas su personaje y mirando a la muchedumbre casi como si les estuviera perdonando la vida. Un guardián de las esencias.
Acompañado por Igor Paskual y su boa de plumas, ha decidido incorporar también a su formación a Mario Cobo de The Nu Niles, algo que se nota cuando se arranca con la rockabilly “Tatuados”. Aparte de los clásicos tipo “El Rompeolas” o “Carne Para Linda” que suelen sonar en sus recitales, recuperó “Esto no es Hawai (Qué Wai)” quizás por aquello de estar al lado de la playa y rompió su tradicional mutismo para recordar la lejana época en que él y sus colegas se sentían surfers de espíritu. “No suelo hablar en los conciertos porque me parece un coñazo, pero esta es una ocasión especial”, explicó para subrayar el carácter intimista de la velada.
“Feo, fuerte y formal” estaba dedicada a John Wayne, aunque podría valer para cualquier tipo encantado de haberse conocido y en el estribillo de “El ritmo del garaje” recalcó “porque tú tienes una banda de rock n’ roll y un par de cojones” para despejar dudas sobre su militancia. Muy sentida le quedó el “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?” de Burning y terminó de tocar la fibra sensible con un apoteósico “Cadillac Solitario”, emocionante hasta la médula en el que sus desgarrados “nenaaaa” todavía resuenan en los oídos. Una figura tan entrañable como el león Cecil, debería ser una especie protegida, esa clase ya no se estila.
Y para finiquitar el viernes nada mejor que el cóctel de rhythm & blues, góspel o swing de Travellin’ Brothers, que vinieron acompañados de su par de coristas danzarinas y su Big Band exclusiva para eventos de alto copete, aparte de ese enorme vocalista deudor de Joe Cocker llamado Jon Careaga o ese maestro de la guitarra que es Aitor Cañibano. Con unos mimbres tan sólidos, hubiera sido imposible facturar un recital flojo o mediocre, su amplia experiencia en jolgorios internacionales los convierte en una apuesta segura para poner patas arriba cualquier recinto. De otra galaxia.
LA ESTELA DE MORRISON
Qué vaga es la gente. Una audiencia raquítica parecía presagiar que estaríamos allí cuatro amigos en la última jornada del festival, pese a que ya sabíamos que el grueso del personal solía apurar para llegar a los cabezas de cartel. Comodidad ante todo.
Por eso mismo, los locales Smoke Idols desgranaron su indie rock para unos pocos fieles, aunque se dejara escuchar su versión del “24 Hour Party People” de Happy Mondays. Y no mucho más interesantes se tornaron Peachy Joke, rockeros setenteros con destellos a lo The Black Keys a los que les faltaba actitud a raudales. Reprocharon su falta de motivación a problemas técnicos y no se les notó muy preocupados por remediar el asunto, así que su bolo fue prescindible totalmente, exceptuando un blues decente que se marcaron al final. Ni fu ni fa.
Muy anteriormente a los arrebatos de niñatos insolentes de los hermanos Gallagher de Oasis, había un tipo taciturno que respondía al nombre de Ian McCulloch que en su época de máxima popularidad arremetía con saña contra todos aquellos artistas que consideraba inferiores. La reputación de Echo & The Bunnymen como banda de culto añadía un pedigrí similar al que podrían disfrutar los también británicos The Fall de Mark E. Smith, auténticos profetas del underground a los que esas cosas de listas de ventas y demás les importan un comino.
Estas leyendas del post punk ya habían pasado por la península hace exactamente un año para presentar su entonces reciente ‘Meteorites’ y la liturgia fue similar. Envueltos en niebla, el chamán McCulloch tenía preparados un par de copazos para entrar en trance, fumaba cigarros y de vez en cuando se quedaba mirando con aire chulesco a la concurrencia. Recurrió de entrada a “Rescue” y “Villiers Terrace”, ambos clásicos de su laureado debut de 1980.
Apoyado sobre el micro cual Cristo crucificado, demostró que la estela de Jim Morrison sigue muy presente en su persona, aparte de en los movimientos pausados, en el fragmento que intercaló de “Roadhouse Blues” o su conocida versión de “People Are Strange” que aparecía en la BSO de la película ‘Jóvenes Ocultos’. El poso psicodélico estuvo asimismo presente con “Over The Wall”, con batería marcial y los punteos sugerentes de Will Sergeant abriéndose paso, o en “All My Colours”, cuyo aire tribal recordaba a Southern Death Cult.
Al igual que en las veces precedentes, lo que más llamaba la atención era el prodigioso estado vocal de la garganta de Ian McCulloch, alcanzando tonos elevados sin apenas despeinarse. Un aspecto en el que sobresalía cuando se acercaban a sus odiados U2 en “Never Stop” o en “Bring On The Dancing Horses”, una de sus piezas más conocidas por el gran público.
Pero el instante que la mayoría esperaba llegó cuando el voceras reparó en la luna llena que brillaba a un lado del escenario y anunció “The Killing Moon”, “uno de los temas mejor compuestos de la historia”. Viva la humildad. Y se despidieron de este somero repaso a su trayectoria con “The Cutter” y su leve deje oriental.
Esperábamos “Crocodiles” o algún otro corte puramente post punk, pero hubo que conformarse con el único bis de “Lips Like Sugar”, que la tornaron psicodélica y alargaron como si fuera de The Doors. Un ritual que todavía conserva el encanto de antaño.
Turno para otras figuras míticas, pero de los sesenta, los garajeros The Sonics, que este 2015 han roto un paréntesis discográfico de cuarenta años con ‘This Is The Sonics’, casi nada. Sencillos y efectivos se mostraron los vejetes con temas que no necesitan presentación a poco que uno conozca la historia de la música, caso de “Cinderella” o el “Have Love, Will Travel” de Richard Berry. Alternaron con cortes del disco mentado anteriormente como “Sugaree” o “Be A Woman”, que no desentonan en absoluto con el legado sesentero y que hasta podrían confundirse si no se presta suficiente atención.
Su repertorio incluyó asimismo unas cuantas piedras angulares de la historia del rock del calibre del “Money (That’s What I Want)” de Barrett Strong popularizado por The Beatles o el “Louie Louie” del ya mencionado Richard Berry. No hay más que echar un vistazo a los primeros discos de Lennon y McCartney para darse cuenta de que lo de tirar de cancionero ajeno era una práctica bastante habitual en la época, aunque a un servidor no le parece apropiada viniendo de unos señores mayores con una trayectoria lo suficientemente prolífica para no tener que recurrir a estas argucias de aplauso fácil. Una o dos versiones, vale, pero tres o cuatro ya se antoja algo excesivo. Y ya si suenan unas cinco o seis, no digo nada, puesto que también saquearon el “The Hard Way” de The Kinks, entre otros expolios. Y el bis llegó con “I Don’t Need No Doctor”, otro homenaje, cómo no, en que ya han incurrido un amplio etcétera, desde Ray Charles a W.A.S.P., ahí es nada. Fue un tanto verbenilla de pueblo, pero estuvo entretenido por lo menos.
Dejando de lado el pop-rock bailable de We Are Standard, dimos por finalizada la primera edición del Mundaka Festival, una propuesta tan cambiante como el tiempo. Las cuatro estaciones desfilaron ante nuestros ojos como si se tratara de un caleidoscopio en el que con cada movimiento las figuras adoptaran inéditas formas. Un nuevo amanecer cada pocos minutos.
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
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1 comentario
CUESTIONANDO EL ASPECTO SOCIO-POLÍTICO-FILOSÓFICO-CULTURAL-ECONÓMICO-MEDIOAMBIENTAL de Mundaka Festival y este tipo de eventos
Voy a decir antes a vuestro favor que me ha gustado la crónica, el aire, el modo de escritura, la independencia que quiero vislumbrar,… Además, muy importante, he llegado hasta a reírme leyendo. Zorionak Alfredo Villaescusa!
Según la crónica y otras voces que he escuchado, parece que hubo unas cuantas actuaciones grandes, sí. Y algunas otras, pues eso…
Ampliando un poco el contexto, me pregunto…
Para poder calibrar mejor el hipotético éxito de un festival, además de lo puramente musical y paisajístico, quisiera saber para hacerme una idea más real de la calidad/”precio”,…
¿Cuál ha sido el presupuesto del festival?
¿Qué asistencia se esperaba y qué asistencia hubo? ¿Procedencias? ¿Edades? ¿% de gente invitada/trabajando en el propio festival/pagando? ¿Día por día y bono completo?
¿Qué financiación pública tiene, sumando lo que se haya podido pagar “en negro”,…)?
¿Qué modelo de sociedad promueve?
¿A qué vienen los detalles excluyentes del tipo “zona VIP”? ¿Quién es VIP y quién no? ¿Qué mérito hay que tener (o qué tipo de favor devolver en el futuro) para ser VIP? ¿Qué ventajas aporta?
¿Cuál ha sido el impacto en el pueblo, “pros” y “cons”?
¿Estamos de acuerdo en privatizar entornos privilegiados con apoyo institucional presupuestario y todo tipo de servicios públicos (policía, trenes,…) para que quienes vayan a pagarse 65-75 € puedan gozar de ellos, y una empresa privada, saque partido, repartiendo parte de ello entre gente del lugar seleccionada con los criterios privados de dicha empresa?
Ha sido la primera vez que esto ocurre en Santa Katalina, entorno natural pequeñito hermosísimo y queridísimo, y además, hasta las vísperas al menos, careciendo de los permisos requeridos (http://zaindezagunurdaibai.blogspot.com.es/2015/07/el-mundaka-festival-sin-las.html)
Dicho esto, ¿qué os parece este tweet del Diputado General de Bizkaia y ex-alcalde de Mundaka dirigiéndose a las caras visibles de Emankor Sarea, empresa promotora?
https://twitter.com/urementeria/status/608211518484791296 (enlace al Tweet mencionado)
Viene a decirles, "Aupa @*** y***, va a ser de locura!!"
¿Crees que a una empresa o asociación cualquiera, se le daría luz verde y se le pondría la “alfombra roja”, como parece que ha sido?
¿Ha habido transparencia y participación comunitaria en el proceso?
¿Crees que será fácil que nos digan cuánto hemos puesto tod@s del bolsillo para que a la gente más pudiente, para más inri, le salga más barato el “festi”, y algunas personas se saquen pingües beneficios?
etc, etc, etc,…
Antes era “pan y circo”, dicen. ¿Es ahora, “pan, fútbol y “festis”?
¡Salud!