Crónica del Garage Sound Festival: Potencia en vatios y caballos
17 julio, 2017 8:55 pm 3 ComentariosAuditorio Miguel Ríos, Rivas Vaciamadrid (Madrid)
El mundo del motor y el hard rock, tantas veces unidos irremediablemente y tan felizmente coexistentes, se conjugaron en la primera edición de un festival ambicioso y con una infraestructura de altos vuelos que proponía una opción de ocio diferente en el corazón de la península, a escasos kilómetros de Madrid y con una selección musical comandada por dos bandas icónicas de un lado y otro del charco, los británicos The Darkness y los norteamericanos Extreme.
Lamentablemente, fue palmario el desequilibrio entre el amplio despliegue de medios técnicos y logísticos y el escaso público asistente. Tal vez por la prominencia de otros festivales con carteles aún más despampanantes, por la ola de calor que derretía la dermis y la epidermis de quien osase retar al astro rey o, simplemente, porque el público potencial no compartió el entusiasmo por el elenco de bandas elegido, lo cierto es que la afluencia fue tristemente muy inferior a la expectativas. Cabe cruzar los dedos y desear de corazón que el evento pueda reponerse y repetirse al año próximo con un éxito rotundo que haga justicia y contrapeso.
Fue el apartado musical, glorioso a todas luces, el que llenó los vacíos del auditorio colmándolo de un alto voltaje apasionante que dio su pistoletazo de salida de la mano de los madrileños Neon Delta a las 17:20. Con su último álbum, ‘Imparable’, por bandera, el quinteto sostuvo con firmeza la dignidad e hizo honor al mencionado título en unas condiciones particularmente adversas, pues la temperatura rebasaba los 40 grados centígrados y apenas había personas en el coso del público, donde un huevo se habría frito al sol en pocos minutos. Sin amilanarse, la banda descargó con garbo y profesionalidad canciones como “Todos somos uno”, la propia “Imparable” o “Balas y poemas”, demostrando que es un grupo cuyo rendimiento en vivo bien merece una escalada hacia un reconocimiento generalizado.
Tax the Heat fue la siguiente formación en liza y habida cuenta de la hostil climatología, bien podría haber tasado el calor como reza su nombre. Lo que sí hicieron fue ofrecer un show de vivaz y luminoso hard rock, mucho más potente que cualquiera de los elementos circundantes. La ejecución enardecida de “Devils Doughter”, “Animals”, “Fed to the Lions”, Lost Our Way” o “Highway Come” hizo que mereciese la pena, y de qué manera, entregarse en cuerpo y alma a su concierto.
El grueso y deslumbrante hard rock salpicado del folk americano de Shawn James & The Shapeshifters fue el siguiente en hacer de Rivas Vaciamadrid el núcleo de la mejor música en vivo en ese preciso instante. El vocalista y guitarrista nacido en Chichago vació su caudalosa y áspera voz con una potencia torrencial que desató el entusiasmo generalizado. Musicalmente exquisitos, tanto el protagonista como su banda ofrecieron un sensacional espectáculo cimentado en guitarras que tan pronto se contorneaban en la moderación como arremetían con virulenta fortaleza, coexistiendo con un violín impecable y un bajo utilizado en los pasajes más folkies del repertorio. “Through the Valley”, “The Thief and the Moon” o “Hellhound” nos situaron en espíritu en el corazón de la América más profunda y rockera, saliendo directamente y sin trabas desde el alma de los músicos sobre el tablado y llegando de igual manera a la nuestra. De sobresaliente.
Tras el preceptivo cambio de backline, durante el que se haca necesario refrigerarse y disfrutar, de paso, del la exposición de preciosos automóviles de época y de gran potencia abierta a todo el público, The Answer empuñó con brío el testigo para poner de relieve que sobre el escenario ostentan, si cabe, un punto más de energía que en su versión de estudio. La banda norirlandesa tuvo en la figura de su frotman y principal activo, Cormac Neeson, todo un huracán de intensidad, cantando de auténtico lujo y haciendo sentir su aguerrido hard rock con convicción desde que, tras un arranque de batería directa y con pegada, abrieron con la cadenciosa y profunda “Solas”, seguida por una más revolucionada “Under the Sky”. A partir de ahí, se sucedieron travesías de ida y vuelta por su discografía de la mano de “Demon Driven Man”, “Come Follow Me” o la bluesera “Memphis Water”, con muy buena química entre los músicos, hasta el punto en que Neeson se quitó el sombrero ante su guitarrista, el siempre firme Paul Mahon. El cantante se mantuvo sumergido en una burbuja de dedicación total y se mostró encantado de estar de vuelta en lo que él considera “su casa”, dado que pasaron largas temporadas en España grabando en la localidad madrileña de Moralzarzal, la cual demostró no ser nada sencilla de pronunciar para angloparlantes como él. La penetrante “Thief of Light”, arrancada a capela por el vocalista, al que se fueron añadiendo el resto de instrumentos, y la más vivaz y aguerrida “Spectacular” marcaron la recta final de un show muchos escalones por encima del mero aprobado.
Un vistoso espectáculo de Freestyle con tres motoristas coqueteando con el riesgo y desafiando la gravedad con saltos espectaculares que se repetirían en varias fases más del evento, desató la locura colectiva mientras todo quedaba listo en escena para resistir en pie la salida, como un torbellino, de The Darkness, encabezados por un exultante Justin Hawkins, genio y figura hasta la sepultura. Enfundado en un mono azul y con mejor aspecto que nunca – directamente proporcional a la buena salud de la que goza –, el genio de Chertsey concentró, como es habitual, buena parte del protagonismo con su contagiosa inquietud, magnético carisma y descomunal estado de forma vocal. “Black Shock” nos golpeó de lleno para activarnos de primeras. Ya a su conclusión, Hawkins empezó a bromear con la audiencia con la naturalidad de quien tiene una química absoluta con ella, haciendo alusión a los coches en cohesión con la temática del festival y preguntándonos quién está listo para una sangrienta oscuridad – su nombre, The Darkness, significa, precisamente eso –, rectificando en el acto una palabra malsonante “porque había niños”. Acometieron así la emocionante “Growing On Me”, la cual tuvieron que cortar y reiniciar enseguida por un problema técnico del guitarrista, el hermanísimo Dan Hawkins.
“All the Pretty Girls” precedió a otro momento cómico del frontman, que ni corto ni perezoso se puso a dar la mano a todos los fotógrafos, que tenían que abandonar el foso en ese momento, y regaló una púa a uno de ellos, a quien con sorna le conminó a presumir de ella y ante quien se presentó como quien lo hace en un bar cualquiera. La gente empezó a corear el nombre del cantante y él se arrancó con un tema improvisado basado en él mismo, al cual podríamos nombrar como “My Name Is Justin”, que el resto que miembros de la banda acompañó. La siguiente canción propiamente dicha en caer fue “Givin’ Up”, con los luminosos del escenario reproduciendo la palabra ‘fuck’ con las letras desordenadas, ‘fukc’, en el estribillo. Empeñado en ser nuestro mejor amigo, honor que muchos aceptaríamos gustosos, Justin siguió departiendo con el público y a un asistente le alargó el micrófono para que gritase algo al final del tema, todo mientras el bajista, el elegante y pintoresco Frankie Poullain, se hacía con una baqueta y un cencerro con el que inauguró la imprescindible “One Way Ticket”, generando el delirio colectivo.
“Every Inch of You”, extraída de su infravalorado tercer álbum, ‘Hot Cakes’, con el que regresaron en 2012 tras su separación, precedió a un prometedor tema nuevo que estará incluido en el próximo disco, previsto para octubre de este mismo año, y que Justin escribió inspirado en la experiencia de su visita a Alcatrazz. El irresistible medio tiempo “Love Is Only a Feeling” fue muy aplaudido antes de que dieran paso a otro tema nuevo que selló la ilusión de los más acérrimos por escuchar ya el próximo plástico, con el que parecen retomar su sonido más desenfadado, algo menos vigente en su anterior. Más tarde, “Barbarian”, emblema de su última placa hasta la fecha, ‘Last of Our Kind’, demostró por qué es el único tema que preservaron de aquel.
“Friday Night”, inaugurada a capela por Justin, nos devolvió a su primer compacto, el eterno y seguramente insuperable ‘Permission to Land’ (2003), que sigue y seguirá teniendo un enorme peso en el repertorio de los ingleses. Es de justicia con los fans, que así lo demandan. A él también pertenece la alocada “Get the Hannds Off My Woman”, tan exagerada como divertida y para la que el frontman, que terminó haciendo el pino en la batería y manteniéndose durante varios segundos mientras “aplaudía” con las piernas, contó una anécdota que le sucedió en su juventud cuando escuchaba el “Get the Funk Out” de Extreme y le tuvo que explicar a su padre que era “the funk” y no “the fuck”, lo cual cambia mucho el sentido de la frase. La afinidad por la banda norteamericana era recíproca, pues el propio Nuno Bettencourt, su guitarrista, estaba entre el público.
Un sugerente punteo nos condujo al himno por excelencia de The Darkness, el buque insignia por méritos propios, y es que “I Believe In a Thing Called Love” es magia hecha rock and roll. O glam rock, porque de extravagancia siempre han ido sobrados y es otro de los factores que hace de ellos una banda distinta a cualquier otra. El éxtasis prosiguió en máximos en la siempre concluyente “Love On the Rocks With no Ice”, en la que Justin salió a hombros de un colaborador para tocar entre el público. Pusieron así la guinda a un nuevo concierto emocionante como el que más que se hizo corto, sinónimo de que se vivió intensamente. El otoño volverán.
El fenomenal espectáculo de Freestyle y los saltos de vértigo volvieron antes de que God Save the Queen, la banda argentina de versiones de Queen que cuenta con el beneplácito explícito del propio Brian May, demostrase por qué son merecedores de tamaño honor. Aunque sean hispanohablantes, su particular Freddie Mercury, imitador hasta la saciedad de la estética y las vestimentas archiconocidas del fallecido ídolo, se dirigió en todo momento al público en inglés. Aun sin llegar a las cotas de su imitado, lo cierto es que el cantante se defiende de lo lindo y tiene un rango vocal envidiable que hizo las delicias del ya mermado público tanto cuando pululaba sobre el escenario sin dejar de imitar las poses de rigor como cuando se sentaba magistralmente al piano. El repertorio no arrojó sorpresas y se centró en clásicos imperecederos estupendamente interpretados como “Tie Your Mother Down”, “Another One Bites the Dust”, “Under Pressure”, “Somebody to Love”, “I Want to Break Free”, “Radio Gaga” o “Bohemian Rhapsody”, de la que se comieron el pasaje inicial. El final arribó luminoso y cautivador con “Don’t Stop Me Now”, “We Will Rock You” y “We Are the Champions”, dejándose en el tintero “The Show Must Go On”.
El último cartucho del día detonó con la garra y el poderío de los suecos Mustasch, que no se reservaron en absoluto al desprender su heavy metal bañado en hard rock. Su concierto arrancó con evidentes problemas de amplificación en la batería, los cuales se solventaron para regocijo de los pocos asistentes restantes sobre la pista del Miguel Ríos. Temas como “Black City”, “Deep in the Woods”, “Mine” o “I Hunt Alone” cayeron a plomo, como horas antes lo había hecho el sol, sobre nuestras cabezas. El entregado vocalista Ralf Gyllenhammar demostró ser un profesional como la copa de un pino y no cejó en su empeño de animar el cotarro echando mano incluso de su precario pero esforzado español. Particular mención merece el ágil solo de batería de Robban Bäck.
La jornada del sábado comenzó con una fiesta americana, barbacoa incluida, y la actuación de los madrileños Folsom Prision Band, quienes con contrabajo y violín coexistiendo con la electricidad, resistieron la asfixiante temperatura y amenizaron la hora de comer a base de calidad a los asistentes más valientes. Más tarde, a las 16:50, Los Brazos se ganarían a pulso la consideración de uno de los combos más brillantes en directo de todos cuantos desfilaron por el escenario. Con su increíblemente efectivo blues rock y con una simpatía natural indisimulada, el trío capitalino nos maravilló con temazos como “Fearless Woman”, la irresistible “Not My Kind”, en la que hicieron que el público corease su riff dividiéndolo en dos mitades; o “Juice”, primera que compusieron como banda, presentada por parte del bajista, Txemi, como la favorita del vocalista - ¡qué vocalista! – y guitarrista, William. Cerraron el telón con la rocanrolera “Say my Name”, dejándonos con ganas de más. Hay que verlos en sala sí o sí.
La siguiente banda en liza, única íntegramente femenina del festival, fue Barbe-Q-Barbies, que lejos del manido e injusto prototipo de barbies desprendieron energía y actitud con un hard rock conciso y muy bien edificado. Dos de las componentes, la cantante Niki y la bajista Minttu, se encontraban embarazadas, lo cual no fue óbice para que tocaran a todo volumen y con una vitalidad encomiable temas como “One More”, “Whole Lotta You”, “Twisted Little Sister”, “Spell”, “Let Me Out” o la definitiva “STFU” recibido como su tema estrella que es. Las finlandesas tienen más que claro de qué va un show de rock and roll y bien que lo demuestran, alimentando la esperanza de que llegue el día en que la igualdad real de género llegue también a la proporcionalidad de bandas masculinas y femeninas. O mejor, a que el concepto de banda “all-girl” quede obsoleto por completo.
A los más nostálgicos de los noventa les encantó revivir parte de la banda sonora de la época gracias a Terrorvision, combo inglés que a día de hoy, vive sin reparo de las glorias pretéritas. No es una observación peyorativa, puesto que no son ni mucho menos los únicos. La primera mitad de su concierto, con cortes como “Some People Say” o “American TV”, resultó, no obstante, plana y sin demasiado atractivo, con la voz de un híper revolucionado Tony Wright bastante inconsistente y tapada por los instrumentos de sus compañeros. Lejos de su mejor estado de forma, jugaron muy bien la baza de sus temas más aclamados para, con oficio y actitud montar una auténtica fiesta hacia la recta final de show, en la que muchos corearon “Pretend Best Friend”, “Perseverance” o “Middleman”. El frontman recordó tras esta última la primera vez que aterrizaron en Madrid como banda y mientras recogían las maletas en el aeropuerto sonaba de fondo su archiconocido “Oblivion”, momento en el que se sintieron “los reyes del mundo”. Por ello, dedicó la susodicha a Madrid para poner terminar en alto un show que, al fin y al cabo, tuvo unos oés del público como recompensa.
Mucha era la expectación generada por la actuación de Ugly Kid Joe, otros que no tienen reparo en vivir de las rentas generadas por un disco tan exitoso como fue su debut en 1992, ‘American Least Wanted’, si bien hay que aplaudirles que no abusaran de él en el repertorio, dando cabida también a cortes originales de sus otros compactos, a excepción de su más reciente ‘Uglier than They Used Ta Be’ y de ‘Motel California’, lanzado en 1996 poco antes de su ruptura. Reunidos en 2010 y tan alegres como en aquella época pretérita, de la que permanecen todos a excepción del batería Shannon Larkin, incorporado en 1994, los californianos no se han olvidado en absoluto de reproducir en vivo la chispa contagiosa de “Neighbour”, “Cats in the Craddle” (original de Harry Chapin), la muy heavy “Goddamn Devil”, “So Damn Cool”, “Panhandlin' Prince” o la contagiosa “Everything About You”, con la que echaron el cierre. Hubo tiempo también para recordar a Lemmy con la eterna “The Ace of Spades”. Whitfield Crane demostró estar sobrado de gasolina para recorrer kilómetros y kilómetros de escenario, y tanto su garganta como su disposición ante la audiencia hizo que esta fuera de cabeza a su bolsillo, rendida ante un concierto que superó las expectativas y se saldó con un éxito rotundo.
Se prolongó más de lo debido la prueba de sonido de Extreme mientras los saltadores sobre las motos de cross anonadaban a los presentes con sus espectaculares filigranas, pero finalmente los norteamericanos aparecieron en el escenario frente al público más numeroso de todo el evento, que se volcó desde el principio con “It (‘s a Monster)”, sucedida por "Li'l Jack Horny" y "Rest in Peace" en un arranque fulgurante, propio de la grandísima banda que es. Gary Cherlone atrapa desde el primer momento no solo con su voz, en un rango más que aceptable, sino con su infinito repertorio de gestos y posturas al más puro estilo rock star, que dota al show en su conjunto de un aura de grandeza y de un magnetismo inmensos. Ni que decir tiene que desde el minuto uno, el gran Nuno Bettencourt ya hacía de las suyas con imposibles digitaciones en su guitarra.
Muy tempranero cayó el hit que es “Get the Funk Out”, coreado hasta la saciedad por una audiencia entregada a un concierto sin contras, tan excitante como se preveía. Los violines disparados con los que se inauguró la más melódica “Rest in Peace” nos dieron unos segundos de tregua antes volver a erupcionar con su formidable estribillo. Fue el propio Nuno quien nos habló de tomarnos un respiró mientras soleaba para dar paso a la más acompasada “I Am Ever Gonna Change”, cuya creciente intensidad y despampanante virtuosismo guitarrista nos llevó al séptimo cielo. De él no íbamos a bajarnos, de ninguna manera, con “Kid Ego”, en la que Cherlone se dejó caer sobre el firme del escenario con una violencia que más bien lo hizo parecer un tropiezo. Menudo artista.
Jugaron con el público buscando la interacción antes, precisamente, de “Play With Me”, que dio paso al momento acústico de la velada. Antes de acometer una espectacular pieza en ese formato y en solitario – con una base disparada –, Nuno departió de lo lindo con la audiencia, preguntándonos en su lengua materna si hablábamos portugués y bromeando con el precio de las púas, 12 euros cada una según él. Dicharachero y afable, el portugués se acompañó del vocalista para acometer un tema nuevo según este último, y que resultó ser la esperadísima balada “More than Words”, excepcionalmente acogida y coreada.
La batería nos devolvió a la pegada eléctrica de “Cupid’s Dead”, con un gran juego de voces, sucedida por una instrumental antesala de “Take Us Alive”, tal vez su corte más empapado de folk americano. Un bombo y un platillo fueron dispuestos en la parte frontal del escenario para que el batería Kevin Figueiredo se alinease con el resto de la banda y juntos interpretasen la formidable “Hole Hearted”, pura pasión.
Abandonaron sus compañeros a Nuno quedándose este solo y preguntándose jocosamente por qué, oliendo su sobaco por si él era el culpable de la situación. Tras más bromas, sonó el zumbido de una mosca para inaugurar “Flight of the Wounded Bumblebee”, tema instrumental focalizado en un solo de guitarra absolutamente bestial.
Un guiño al “Kashmir” de Led Zeppelin por parte de Nuno quedó automáticamente cortado de raíz por el bajista Pat Badger, quien le mostró el setlist e hizo como si se enfadase mientras lo arrugaba. No tocaba versión, sino “Decadence Dance”, tras la que se retiraron, volviendo para los bises con “Warheads”. Fue entonces cuando Nuno reconoció que se estaban pasando de tiempo – lo cual repercutiría negativamente en las actuaciones posteriores – pero que querían terminar con un último tema que no fue otro que el “We Are the Champions” de Queen, perfectamente resuelto. Se acercaron Gary y Nuno a dar la mano al público al final del show, demostrando que en el caso de Extreme, estrellato y humildad van en el mismo paquete.
En el área donde antes saltaron los motoristas, fueron entregados los premios al coche y las motos más espectaculares para deleite visual de los asistentes, que en un número mucho menos ya se desplazaron de nuevo frente al escenario para dar la bienvenida a Thunder, que empezaron ya con un considerable retraso. Los ingleses pusieron la nota de elegancia y madurez enriqueciendo nuestros tímpanos con su hard rock melódico barnizado en excelsitud interpretativa. “Enemy Inside”, “Resurrection”, “Higher Ground”, el sentido blues que es “In Another Life”, “Backstreet Symphony”, “Low Life in High Places”, “The Thing I Want” o “Serpentine” sonaron de excepción, sólidas y brillantes, para disfrute máximo de aquellos que supieron ver que, en su caso, la veteranía es un grado. Con “I Love You More than Rock n’ Roll” pusieron el broche final de manera precipitada, habiendo tenido que recortar su repertorio por el retraso acumulado. Quizá por ello no saludaron al final.
Si Thunder es la elegancia, Nashville Pussy es la macarrería y la rudeza propias para terminar quemando los últimos gramos de pólvora como es debido. Botella de Jack Daniels en mano, Blaine Cartwright comandó un concierto sin rodeos, potente e incisivo, en el que el headbanging de la entregadísima guitarrista Ruyter Suis y de la también entusiasta bajista Bonnie Buitrago se propagó a la sección del público con más aguante. En otro concierto más corto de la cuenta por falta de tiempo, sonaron temas como “Everybody’s Fault but Mine”, “I am so High”, para la que el frontman nos invitó a hacer ruido hasta que acudiese la policía, o “Go Motherfucker Go”. El show terminó con el vocalista bebiendo de su sombrero y la guitarrista rompiendo con rabia las cuerdas de su guitarra, dando así por concluido un festival a cuyos responsables hay que agradecerles la valentía y que deseamos fervientemente que se repita el año que viene con una acogida infinitamente mayor. Hay mimbres.
Texto: Jason Cenador
Fotos: Paco García
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3 comentarios
Los Thunder se columpiaron y deberían haber tocado una hora sin importar los retrasos. En mi caso nos desplazamos desde ciudad real para ver las actuaciones del sábado y nos quedamos con la miel en la boca con la actuación de los Thunder. En cuanto al poco publico no se debe a otros festivales como mejores actuaciones sino a la fecha y el horario de las actuaciones. No se puede poner a los grupos a tocar a una hora a la cual se pueden freir los huecos en el asfalto. Eso es lo que ha echado para atrás la asistencia de mas publico. Por lo demás he decir que estuvo bastante bien y me gusto mucho que eso que ha sido mi primera vez en un festival