Crónica del Bilbao BBK Live 2016 (Arcade Fire, Pixies, Foals...)
13 julio, 2016 11:03 am Deja tus comentariosKobetamendi, Bilbao
Al conocer a alguien siempre hay que tantear previamente el terreno. No ser muy tajante en las afirmaciones y buscar las coincidencias en la medida de lo posible. La indefinición, o también llamada transversalidad en el mundo contemporáneo, es un arma infalible a la hora de presentarse de cara al público.
Yo no soy ni esto ni lo otro, sino una suma de todo ello. O en realidad nada, como aquellos que al preguntar por sus gustos musicales confiesan escuchar “de todo”. Una filosofía similar parece presidir los carteles de las últimas ediciones del BBK Live, enfocados sin disimulo hacia el espectro indie, aunque sin una posición clara al respecto y arañando de otros palos. En esta edición se apostó incluso por emergentes tipo los psicodélicos australianos Tame Impala o los británicos en boga Foals para encabezar la última jornada, un movimiento discutible y arriesgado que ya solo por su osadía consolida a la promotora a la vanguardia del sector frente a los que siguen apostando por las viejas glorias de ayer, hoy y siempre hasta el infinito.
De verdad y de mentira.
El transporte para llegar a Kobetamendi continúa manteniendo cierto poso soviético por su hacinamiento, de hecho, el bus que pillamos el primer día tenía una temperatura digna de un horno crematorio. Y la raquítica carpa de prensa en la que conseguir bebida fría es tan utópico como una dictadura del proletariado dista bastante de convertirse en una sede digna para albergar a periodistas internacionales. Ay, los tiempos en los que los medios tenían barra libre y hasta te daban bocatas, un auténtico lujo asiático en la época de los recortes.
Respecto a las infraestructuras, los escenarios ampliaron sus dimensiones, en especial el de la entrada, que antaño era un triste autobús casi de juguete, pero volvió a patinar el tema de los urinarios, insuficientes totalmente para acoger a casi 40.000 personas por día.
No fue tampoco una idea demasiado acertada situar algunos en plena zona de tránsito e inutilizarlos de facto al estar impracticables en cualquier momento. Al margen de las incomodidades propias de los eventos de grandes masas, he aquí lo que nos llamó la atención durante los tres días.
Fiebre por los sintetizadores.
Mucho prometía la jornada inaugural del jueves y no defraudó lo más mínimo, pese a las lloviznas intermitentes que de vez en cuando aguaban la fiesta. Acudimos prestos para catar a los emergentes y cada vez más grandes Rural Zombies, combo de Zestoa que se mueve en un indie rock cercano a Editors o Foals con guitarras preciosistas a lo The Chameleons que en estos momentos están en la cresta de la ola y son uno de los nombres más habituales en los festis veraniegos de la zona.
Hemos seguido de cerca su evolución desde que ejercieran de teloneros de Cycle hace ya unos añitos y por su potencial podrían convertirse en algo tan desmesurado y exportable como Belako, su solidez se refleja en piezas tan rotundas como “I Come In Peace” o “Jack” o en la seguridad que desprende en las distancias cortas su vocalista Julia, que ya no se queda escondida tras el teclado. Sobresalió la versión del “In For The Kill” de La Roux, muy apropiada para su rollo, en la que los guiris acangrejados que se acercaron hasta la carpa lo dieron todo como si los conocieran de siempre. Muy prometedores.
El space rock de los portugueses Them Flying Monkeys era muy de tripi, aunque tenía cierto interés. Pasamos por completo del pop comercialoide de Years & Years y de su histriónico vocalista con pinta de tenista que perdía aceite a borbotones para coger posiciones ante Chvrches, grupo de synth pop de inspiración ochentera en la onda de New Order o Depeche Mode, de los que ya han sido teloneros en su meteórica trayectoria.
Quizás muchos se pregunten a estas alturas qué hace este redactor deteniéndose en un conjunto de tales características, pues bien, puede que lo suyo sea pop con todas las letras, pero la competencia que exhibieron a las tablas bien merece reseñarse. Capitaneados por la angelical vocalista Lauren Mayberry, una muñequita guapa hasta romper la cámara y con una desbordante potencia vocal que sacude las entrañas, se consolidaron como lo mejor que ha salido en ese estilo en años o quizás décadas.
Piezas sintéticas que llegaban al alma como “Keep You On My Side”, con un impresionante interludio a dos voces, o “Empty Space”, con tonos oníricos en la estela de Kate Bush, bastaron para que el personal alucinara con su rave sentimental. Aparte de las vueltas de peonza que daba Lauren cual bailarina de una caja de música, la chica golpeaba percusión y hasta agitaba la cabellera como si aquello fuera algo realmente contundente. Y en realidad claro que lo era, puesto que son un chute directo al corazón, algo que ratificó el teclista, multiinstrumentista y productor Martin Doherty al asumir las tareas vocales con mucha dignidad en “High Enough To Carry Over”.
Coros cuidados hasta el extremo, canciones luminosas que invitan a desinhibirse y una arrolladora cantante que vale su peso en oro, ¿quién podría despreciar una propuesta así, tan sincera, tan auténtica en su rollo? Si eres de los que la música ochentera te provoca torrentes emocionales de imprevisibles consecuencias, ya estás tardando en escucharlos. Como dice nuestra amiga Rebeca, “pop del que no sobra”.
Los franchutes M83 eran otros locos de los sintetizadores, al igual que la mayoría del plantel de la jornada, aunque en sus inicios batían con notable acierto post rock, shoegaze y electrónica antes de que su llenapistas synth popero “Midnight City” se convirtiera en un imprescindible en las sesiones indie. Y aunque hay que armarse de paciencia para aguantar de principio a fin su reciente esfuerzo ‘Junk’, en las distancias cortas su propuesta ganó electricidad, caso de “Do It, Try It”, a la par que destilaban hipnotismo en la voz etérea del encapuchado Anthony González. No tardaron en montar un animado guateque ochentero con indiscutible aceptación popular, pese a que en estudio cueste entrar en su intrincado universo particular.
Pocas veces en la vida hemos visto tantas camisetas reunidas de Joy Division como aquel día y la justificación estaba en los pioneros del tecno pop y el rock electrónico New Order, el reverso luminoso de Ian Curtis y compañía. No en vano el recuerdo del mito fallecido estuvo presente desde el comienzo con “Ceremony”, el primer single que editaron los de Manchester allá por 1981 y que fue compuesto por el morrisoniano ídolo caído poco antes de suicidarse.
Antes ya habían apelado al hedonismo con “Singularity” y siguieron en la senda bailonga con “Academic”, ambas dignas representantes de su último disco ‘Music Complete’. Habían montado un tinglado decente con pantallas que lo mismo mostraban paisajes nocturnos urbanos que cartas de ajuste, pero el sonido no terminaba de despegar por completo y la actitud indolente del voceras Bernard Sumner tampoco invitaba a la confraternización con el respetable. Menos cercanía todavía inspiraba la gélida teclista Gillian Gilbert, que contaba incluso con copa de champán a su vera, quizás para ver si se animaba.
Pero uno no acude a este tipo de bolos a buscar empatía, para eso ya están las redes sociales y otros divertimentos contemporáneos, bastaban temazos como su aproximación al Italo Disco “Tutti Frutti” para que el personal se entregara a la fiesta. Muchos se desataron en el himno “Bizarre Love Triangle” en el que uno miraba a su alrededor y por la profusión de barbudos y motivos florales le parecía estar en cualquier acto del Orgullo Gay. Algún tontorrón hasta se intentaba restregar.
A pesar de que se le notó a Sumner un tanto mayor y con aire de curilla por su cruz en el pecho, enfilaron una senda alucinógena con “Plastic” y en su clásico “The Perfect Kiss” debieron haber remarcado mejor las líneas de bajo. Desconcertó asimismo el comienzo de la indispensable “True Faith”, con nuevos arreglos e imágenes del vídeo original en lontananza, como si fuera algo de un periodo muy pretérito. Y todo un manto de hermandad cósmica sobrevino con “Blue Monday”, piedra angular de la transición del post punk al synth pop y probablemente el tema de puestazo definitivo. Por algo dicen The Divine Comedy en “At The Indie Disco” que “ella hace latir mi corazón tanto como el inicio de Blue Monday”. Eso ya tiene que ser mucho.
Y dejaron para los bises ese “Love Will Tear Us Apart” de Joy Division, tan quemado en el ambiente gótico como secuestrado injustamente por las hordas gafapastiles. La efigie de Ian Curtis se mostraba por las pantallas y la peña rompía en aplausos para recordar a uno de los grandes profetas del rock. A pesar del volumen comedido, fue toda una experiencia disfrutar en directo de piezas que han cambiado la historia de la música. Misión cumplida.
Si de verdad alguien debería recoger el testigo de los dinosaurios del rock tipo U2 o Rolling Stones, esos deberían ser los canadienses Arcade Fire, cuyo rock ampuloso continúa siendo demasiado indie para los ortodoxos y demasiado mainstream para los gafapastas de pedigrí. Al margen de las filias y aversiones de cada cual, lo cierto es que es un grupo que en directo funciona, tal y como comprobamos la anterior vez en la que pisaron tierras vascas y se apostaron junto al Museo Guggenheim en un espectacular bolo que todavía recordamos.
Y si aquella noche no superaron su visita precedente, ahí andarían, por lo menos comenzaron de la misma trepidante manera con “Ready To Start”, que puso a más de 30.000 almas a vociferar el estribillo en una estampa sobrecogedora. Vestido de traje blanco impoluto, Win Butler ya no es aquel espigado muchacho que despertaba la admiración de figuras del calibre de David Bowie, ha crecido y le ha sentado la madurez musical estupendamente, según da fe ‘Reflektor’, su último largo hasta la fecha.
Evocaron la opulencia sonora de Queen en “The Suburbs” y en “Sprawl II (Mountains Beyond Mountains)” tomó el protagonismo su parienta multiinstrumentista Régine Chassagne con indumentaria plateada. Provocaron el trance sintético con ese in crescendo llamado “Reflektor”, donde Will se acercó a las primeras filas, y en “Afterlife” alcanzaron el éter con el carismático vocalista arrodillado, casi invocando a Bowie.
El poso genuinamente rockero lo reivindicaron con la stoniana “Normal Person”, en la que brillaron las percusiones reminiscentes del “Sympathy For The Devil” y las trompetas atronando al final. Brutal, aquello era una especie de E Street Band en la que había xilófonos, pianos, acordeones, mandolinas y otros instrumentos que no acertamos a distinguir. Un espectáculo como mandan los cánones en el que hubo hasta fraternidad hippie cuando Win djio que “todos somos del mismo partido” y algún guiri del público se lo tomó tanto al pie de la letra que empezó a dar la mano como si estuviera en plena eucaristía.
Pese a que renquearon un poco en la recta final y nos sobrara tanto el derroche tropical de “Here Comes The Night Time” como sus respectivos cabezudos, el repertorio incluyó las inevitables “Keep The Car Running” o “No Cars Go” y fue de una solidez impecable, versatilidad en estado puro, desde rock con agallas hasta dance punk, folk, world music o piezas blueseras evocadoras de garito humeante como “My Body Is A Cage”.
Y por supuesto la épica se desbordó en un emocionante “Wake Up”, en la que se hacía inevitable no acordarse de aquella colosal actuación del 2005 que compartieron junto a Bowie y que casi saltan las lágrimas al verla por You Tube. Seguro que siguen acordándose del Duque Blanco cada noche en la que se arrancan con esas estrofas y coros de hermandad total. Desde luego que hay vida en Marte.
I Love Freaks
Si en la primera jornada el nivel general anduvo por las nubes, no puede decirse lo mismo del viernes, bastantes decepciones nos llevamos en el plano internacional y únicamente Belako sobresalieron muy por encima de estrellitas más preocupadas en aparentar que en currarse un bolo en condiciones.
Algo de lo que siempre son capaces también Nudozurdo, uno de los mejores grupos del panorama alternativo nacional, con su peculiar maridaje entre post rock y post punk cargado de desesperación a mansalva. Sin demasiados aspavientos y con un nivel instrumental inconmensurable, abrieron en vena su tristeza infinita en “No siento el amor y tu amor es falso” o “Bucles Dorados”, a la par que su vocalista Leopoldo Mateos ejecutaba movimientos robóticos o daba vueltas con la guitarra cual borracho desorientado, en su habitual línea freak.
Los arpegios cristalinos de “Ha sido divertido” rememoraron a luminarias sagradas del calibre de The Smiths o The Cure y se revelaron como maestros absolutos de los in crescendos en “Dosis Modernas”. Toda una sesión de hipnosis que podría descolocar si no estás en su onda.
El brit pop de Ocean Colour Scene era tan sosegado que parecía que nadie estaba tocando allí, por lo que tras comprobar que seguían incitando al sopor con idéntica intensidad a su concurso en el Azkena del año pasado, regresamos prestos al escenario de la entrada donde Belako darían un repaso al resto del plantel de la jornada. Hay que tener las ideas bien claras para enfrentarse a una marabunta enfervorizada y tratar de calmar los ánimos con un tema nuevo.
Toda una osadía a la que recurrieron estos chavales de Munguía a los que colgar a estas alturas la categoría de emergentes sería casi un insulto, son una realidad consolidada por los cuatro costados y en cada bolo demuestran sus tremendas ganas de subir la escalera hasta el infinito. No les salió para nada mal la jugada evocando ese poso Joy Division que nos pone los pelos de punta y descargando furia post punk como perros rabiosos en “Eat Me!” o “Vandalism”. Una descarga de adrenalina así de primeras que hizo que hasta el guitarra Josu se soltara la melena literalmente y se quitara su moño hipster.
Relajaron un poco con “Track Sei”, con televisiones pequeñas en las que aparecía la portada de ‘Hamen’, y en “Key” evocaron a Blondie antes de retomar la garra con “Fire Alarm”. Alguien una vez dijo que lo mejor del grupo era el bajo taladrante, verdad y mentira, porque también mola la batería incesante de Lander, el gusto de Josu al tocar la guitarra fundiendo influencias desde Rage Against The Machine hasta Siouxsie & The Banshees o la clase que destila Cris a la voz, que volvió a brillar una vez más en el caramelito “Sinnerman” popularizado por Nina Simone.
Y no podrían prescindir de ese habitual momentazo New Order de sus shows en “Aarean Bez”, con la vocalista aporreando baquetas mientras la bajista Lore se encargaba del teclado. Sobra decir que congregaron a una multitud impresionante a la misma ahora en la que estaban en uno de los escenarios principales Love of Lesbian, lo que debería ser motivo suficiente para dejarse de aldeanismos y ofrecerles tocar en lugar preferente con todos los galones a la próxima ocasión.
En una crónica de un bolo suyo de Santander, si mal no recuerdo, un redactor decía que “se follaron a todo el festival, dando el mejor concierto”. Quizás sea exagerar, pero de lo que no cabe duda es que cada vez son más grandes y que aquella noche volvieron a empujar de lo lindo. Nos dejaron extasiados. Se lo curran muy bien.
Nos picaba bastante la curiosidad con Grimes, una suerte de Lady Gaga del underground que mezcla desde el pop electrónico al darkwave, industrial o música medieval y cita como influencias a Tool, Nine Inch Nails, Marilyn Manson, Mariah Carey y un amplió etcétera a cada cual más dispar. Sumemos a ello una peculiar estética en plan manga y ese puntillo freak que a un servidor le vuelve loco y tendríamos el cóctel perfecto.
Eso en apariencia, porque en las distancias cortas se reveló como un fraude en toda regla, con la mayoría de los sonidos pregrabados y hasta me atrevería a asegurar que la voz era un playback en un 80%. Una tomadura de pelo que únicamente se sostenía por el espectáculo con bailarinas y demás que montaba esta chica de voz infantil y hasta un tanto enervante. Para más inri, se fue la luz durante su actuación durante veinte minutos y tampoco pareció que le importase demasiado, lo que terminó de finiquitar la poca credibilidad que le quedaba. Adoramos a las freaks, por supuesto, pero con unos mínimos.
Y por fin llegaba el esperado turno de esos Pixies a los que les faltaba algo sin la insustituible presencia de Kim Deal. Pero Black Francis y compañía dieron un recital que podría haber sido memorable si hubieran puesto un volumen en condiciones. Porque la verdad es que cuesta acostumbrarse a un sonido de sala de espera en el que oyes más las tonterías del payaso de al lado que el concierto en sí mismo, tuvimos de hecho que acercarnos bastante para dejar atrás a esas subespecies que se sitúan de espaldas al escenario y se ponen a rajar como en la pescadería.
Al margen de esos molestos detalles, los norteamericanos ofrecieron un repertorio impecable ya desde el comienzo con “Bone Machine”, el “Head On” de Jesus & Mary Chain y una amplia representación de ‘Surfer Rosa’, su álbum más característico. En este sentido destacó la frenética “Isla de Encanta” y acto seguido “Broken Face”, aparte de “Brick Is Red” o “Tony’s Theme”. Por ahí caían temazos de semejante calibre, pero, como hemos dicho, al personal se la soplaba profundamente. Hay conversaciones que no pueden esperar.
La muchedumbre solo despertó en los impepinables hits como “Where Is My Mind?”, coreada en plan hermandad, o ese “Here Comes Your Man” con el que las chicas se volvieron locas. Los aguerridos preferían la tralla punkarra de “Vamos”, en la que el guitarrista Joey Santiago intentó crear sonidos pasándose el conector por la calva y hasta por la lengua. Una andaluza que andaba por detrás dijo que podría tener “radiaciones”. Ahí lo dejamos.
“Caribou” siguió insuflando épica a la cita antes de despedirse definitivamente con “Planet of Sound” dejando la sensación de otro deber cumplido para con la historia de la música. Lástima que aquello no atronara como hubiera sido preceptivo, sufrieron lo que ya desde el pasado Azkena se debería conocer como el ‘efecto Hellacopters’, una banda dándolo todo en escena y un sonido imperceptible incapaz de provocar el más mínimo asombro. Qué se le va a hacer.
Asalto a los cielos
Muchos tiempos muertos nos tocaría aguantar en la jornada a priori más floja del festival musicalmente hablando, sin un cabeza de cartel rotundo como las dos anteriores y en la que se intentó apostar por bandas punteras que están viviendo su momento, pero que dudo mucho si conseguirían reunir a tanta gente en una sala o pabellón.
Casi de casualidad nos encontramos a Soledad Vélez, una tipa lánguida y misteriosa a lo Annie B Sweet con sombra de ojos azul turquesa y una gabardina negra que suscitaba todo tipo de comentarios jocosos por el calorazo que pegaba a primera hora. Pero ella iba a su rollo, con una especie de dark wave oscuro como un tizón que atrajo a unas cuantas chicas guapas con gafas de sol y por su voz potente evocó a la eterna Siouxsie Sioux o a la multiinstrumentista Anna Calvi, si nos ponemos contemporáneos. Muy interesante.
Catamos un poco el punk hardcoreta de Bad Breeding, que cumplían a rajatabla los estereotipos del género, y desfilamos raudos hacia la carpa para degustar a la sensación del post punk patrio Juventud Juché, que nos engancharon por sus letras nihilistas, su descaro en escena y su afán experimentador. La peña no tardó en entrar en trance gracias a sus ritmos hipnóticos y probablemente en pequeños garitos deben ganar bastante. Prometedores.
No nos podemos olvidar que antes también vimos a la malota Courtney Barnett, una hembra desgarbada con verborrea a lo Dylan y actitud rockera a lo Chrissie Hynde que engatusó en un recinto en el que no proliferaban los guitarrazos salvajes de inspiración noventera. Y huyendo de los insufribles psicodélicos Tame Impala nos topamos con McEnroe, pertenecientes al pretencioso movimiento ‘Getxo Sound’, pero con una exquisitez muy por encima de otros compis suyos de escena. Pura desesperación en vena. Geniales.
Ya nos costó sacrificar Editors en aras de León Benavente, pero tuvimos tiempo de catar unos pocos temas con la espectacular voz de Tom Smith en estado de gracia retumbando en “No Harm” o en “Sugar”, que sonó casi industrial y bastante más potente que en estudio. Con una puesta en escena de megaestrellas totales a la altura de colosos tipo U2 lo más seguro es que facturaran un recital impecable.
Respecto al supergrupo de Abraham Boba, Luis Rodríguez, Eduardo Baos y César Verdú, no nos equivocamos en absoluto en nuestra decisión, pues legaron uno de los mejores recitales del festival. Están ya muy rodados y se les nota muy cómodos con el nuevo repertorio de ‘2’ que les permite mostrar su verdadera cara rockera. Boba ha ganado enteros como frontman, con un papel mucho más activo en el que no resulta inusual verle agitar la melena o aporrear el teclado con una saña inédita.
Su furia del 15-M, de indignados musicales, encuentra su eco en “California” o “Gloria”, que se recitan a grito pelado como si se trataran de auténticas consignas. Lo único que nos sobró fue el medio rap de “Habitación 615”, aunque no tardaron en compensar con “Aún no ha salido el sol” o con un “Ser brigada” en el que la emocionada peña hasta coreó los riffs. Apoteósico el final con Luis y Eduardo arrodillados rasgando guitarras, ¿quién dijo que eran indies?
“El cielo no se toma por consenso, sino por asalto”, dijo Pablo Iglesias en la 1ª Asamblea Ciudadana de Podemos en 2014 y al igual que el partido morado se ha visto obligado a virar hacia posiciones más pragmáticas, lo mismo les ha sucedido a León Benavente. Ya no salen a defender canciones, sino a sudar la camiseta, a dejarse la piel en cada escenario. Y que así sigan.
Por mucho que estuvieran ahora en la cresta de la ola, no se nos antojaban Foals unos cabezas de cartel con la suficiente entidad para justificar tal decisión, aunque lo cierto es que tampoco se curraron un mal bolo con reminiscencias de The Black Keys y ese puntillo indie bailongo que siempre triunfa entre las masas. Su vocalista se lanzó al público y probablemente quedaría satisfecho ante una multitud tan efusiva.
Y para finalizar nuestro periplo Triángulo de Amor Bizarro no gozaron del mejor de los sonidos, pero conectaron con el respetable con la hipnótica “Desmadre Estigio” y la trallera “Gallo negro se levanta”, que pudo haberse tornado más ensordecedora. La bajista Isa insufló su habitual clase en “Estrellas místicas” y su himno “De la monarquía a la cleptocracia”, sepultada en la maraña shoegaze mientras llovían katxis. Otros de los que pensamos que ganan en recintos cerrados, aunque su orgía de ruido sirvió de sobra para desperezarnos a las dos de la mañana.
Pues hasta aquí dio de sí esta edición del BBK Live, con grupos de verdad y otros de mentira, gente auténtica y postureo de cartón piedra, medios serios y blogs o revistas de moda que escriben sobre música con una desorientación absoluta. Debe ser el sino de los tiempos, los festivales como parques de atracciones para toda la familia. ¿Quién me acredita para el desfile de Victoria’s Secret?
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
- Crónica de Sum 41 + Neck Deep en Barcelona: Una despedida a su manera - 21 noviembre 2024
- Crónica de Chino Banzai + Shalom + Davil Fantasies en Madrid: Trío de ases - 21 noviembre 2024
- La razón por la que Nirvana nunca tocaba bises: "A Kurt Cobain no le iba" - 21 noviembre 2024