Crónica del Amphi Festival 2017: Eucaristía gótica
28 julio, 2017 1:39 pm Deja tus comentariosColonia, Alemania
Salir al extranjero da un poco de perspectiva. Uno se da cuenta de cosas. Por ejemplo, de la manía que tenemos de hablar a grito pelado en los transportes públicos. O de esa repugnante costumbre de ir a los conciertos a cotorrear, a quedar con los amigos, a ligar, emborracharse o cualquier otro aspecto que no tenga nada que ver con la música. Es una cuestión de cultura. O de falta de respeto al prójimo, algo de lo que somos expertos en este país cainita en el que lo verdaderamente sorprendente es que solo haya habido una guerra civil.
Pese a notables excepciones que mejoran año tras año, la organización de festivales tampoco es lo nuestro. No tenemos reparo en adaptar secarrales para eventos multitudinarios, un poquito de hierba artificial y listo para el ganado. No hablemos ya de lo de los baños limpios, una utopía comparable a la implantación del comunismo, y hasta hace pocos años, eso de contar con una nutrida oferta gastronómica parecía un eco de un futuro muy lejano que solo se alcanzaba a vislumbrar cuando uno abandonaba la piel del toro.
Situado en la efervescente urbe de Colonia, casi en pleno centro de Alemania, el Amphi es un festival para señores en el que no hay que pegarse paseos dignos de una maratón. Todo se encuentra concentrado en Tanzbrunnen, una zona de congresos construida en 1928, con los dos escenarios principales, uno en un teatro interior, a pocos metros entre sí. El bajo nivel de las aguas del Rin obligó a trasladar el barco que acogía un tercer espacio para actuaciones, pero no hubo problema alguno gracias a un impecable servicio de lanzadera que conectaba ambos lugares en tiempo récord.
Cuando otros sitios como Wacken o Mera Luna ya se han tornado impracticables por su excesiva masificación, las más de 12.000 personas de esta edición se antojaron una cifra bastante asequible y esperar colas era lo más raro del mundo. Ahí se dieron cita las principales tribus góticas: siniestros, marciales, cybergoths, steampunks o los siempre inquietantes seguidores de Sopor Aeternus, con sus cadenas y la cara pintada de blanco que a más de uno harían pegar un bote si se los encontraran en plena noche. Todo ello en un ambiente de tolerancia absoluta a años luz de esos compartimentos estancos habituales en los que los heavys no se mezclan con los punks y así cada cual se queda tranquilamente en su reino de taifa. El personal de seguridad velaba por la concordia prohibiendo la entrada con símbolos “anticonstitucionales”. ¿Alguien se imagina una normativa similar en España con la memoria de un dictador bien viva y coleando?
Post punk sin naftalina
En el país teutón, aparte de que amanece a eso de las 5 de la madrugada y no disponen de persianas, tienen la sana costumbre de comenzar los recitales a las 11 de la mañana, hecho que convulsiona a cualquier criatura peninsular hasta límites insoportables. Siempre hay que contar con un aliciente potente para despertarse a una hora intempestiva y en esa ocasión el incentivo lo proporcionaron los locales Holygram, una muy prometedora banda onda los primeros The Cure o Echo & The Bunnymen con un debut sensacional que demuestra la posibilidad de realizar post punk con un toque contemporáneo sin que aquello suene a rancio ni a la noche de los tiempos. Nos conquistó de inmediato su rollo con niebla a borbotones, atmósferas recargadas y ese sonidazo impresionante escorado hacia el indie rock más tenebroso que sobresalió en piezas que deberían convertirse en clásicos absolutos como “Daria” o “Still There”. Pelos de punta con ese bajo retumbante, tonos vocales que recordaban indefectiblemente a Ian McCulloch o esa distorsión que los enlazaba con el shoegaze chirriante de A Place To Bury Strangers. Grupazo. A comienzos de noviembre andarán por nuestro país. La decencia aconseja no perdérselos.
Sin alejarse demasiado de la ortodoxia post punk, aunque más orientados al dream pop y al rock alternativo, se movían los también autóctonos Box And The Twins, con su cantante descalza que emulaba en el aspecto vocal a Siouxsie Sioux y parecía en determinados momentos alcanzar cierto éxtasis. Se mostraron terrenales empero al sufrir un fallo de sonido tras “This Place Called Nowhere” y convertir en lema vital su frase de “We are here to make mistakes” (ndr: Estamos aquí para cometer fallos). Otros para tener en cuenta en el futuro.
Ahí sin moverse, en el mismo barco, Aeon Sable ejecutaron una misa esotérica con su gothic rock con agallas, tonos casi guturales a lo Fields Of The Nephilim y ese preceptivo misticismo insuflado por su peculiar vocalista Nino, que nos volvió loco con esos movimientos de manos escuela Tilo Wolff. Iniciaron el ritual con la homónima “Hypaerion” y transitaron con holgura en un terreno en ocasiones muy cercano al gothic metal, algo que salía a relucir en las poses de rock star de su guitarrista. Se despojaron de solemnidad al añadir que les gustaba tocar “White Snow” en pleno verano y legaron salmos para orar con “Elysion”, con esos riffs contundentes que en las distancias cortas se aprecian más todavía. Su inevitable “Dancefloor Satelite” pilló a su carismático frontman con gafas de colores y sombrero hipster a la par que daban vueltas luces de colores dignas de discoteca. ¿Quién dijo que los góticos debían ser aburridos? Han dejado ya la etiqueta de banda revelación para convertirse en una referencia fundamental del rollo. Inmensos.
Uno ya puede ver a los germanos Lord Of The Lost en formato eléctrico, con orquesta y hasta con flauta travesera que la conclusión siempre es la misma. Son un grupo de puro postureo enfocado eminentemente hacia público poco exigentes en el plano musical, pues se limitan a copiar a HIM en “Dry The Rain” y sobrepasan la vergüenza ajena con el rollito pseudolatino que por allí les hace tanta gracia de “La Bomba”, en la que incluso intercalaron una parte de teclado reminiscente de “Paquito el Chocolatero”. Les faltó la cabra. Menos mal que en ese mismo escenario principal no tardaron en arreglar el desaguisado Diary Of Dreams, un grupo serio de verdad y garantía absoluta de un directo en condiciones. A su líder Adrian Hates no le hace falta pintarse la cara como un mamarracho ni quitarse la camiseta para conseguir que féminas y machos coman de su mano. Lo consigue a base de una clase desbordante a las tablas y de unos enérgicos tonos vocales que insuflan a su darkwave con ecos industriales de una potencia inaudita.
Son frecuentes las visitas de estos germanos a la península, hasta el punto de que Adrian saludó a la colega Rebeca al ver su abanico rojo español y por muchas veces que uno haya escuchado “The Wedding”, “The Curse” o “Kindrom” no han perdido ni un ápice de fuerza en las distancias cortas. Nos fastidió tener que sacrificar el interesante post rock de Esben & The Witch, pero vaya conciertazo se cascaron con un público volcado hasta el delirio total. De lo mejor del Amphi.
El rito de la confirmación
Nada renueva tanto la fe como la constatación de que los principios por los que uno se identificó con un movimiento en particular continúan vigentes ritual tras ritual. Eso es lo que sucede con Fields Of The Nephilim, cuya mera presencia en cualquier festival supone ya de entrada un acto completo de rebeldía antisistema, una procesión de ángeles caídos que renunciaron a los lujos celestiales para reinar en los infiernos. Y así se abrieron las puertas.
Al contrario que la última vez que les vimos en el Azkena, una nutrida porción de fieles comulgaba con el culto, con propagadores de la palabra tan eficientes como ese McCoy alemán que no dudó en caminar sobre los fieles a la manera de un Moisés contemporáneo simplemente para demostrar su devoción al líder espiritual. La puesta en escena fue además a años luz de la de Vitoria, con su característica niebla envolvente y constantes flasheados que subrayaban su naturaleza post-apocalíptica.
Sin dirigirse a la parroquia en ningún momento, salmos del calibre de “Last Exit For The Lost” calaban el alma de los creyentes antes de invocar a la luna en “Moonchild. Otra de las novedades de su eucaristía germánica fue la inclusión de las dos primeras partes de “At The Gates Of Silent Memory” tras “For Her Light” y legar así uno de los intervalos más estremecedores que se recuerdan. La calma previa a la tempestad.
El oficio subió en intensidad con “Zoon III (Wake World)” y las guitarras de la metalera “Prophecy” rasgaron el ensimismamiento colectivo, pero el turno de orar llegó de nuevo con la monumental “Psychonaut Lib 111”. El sumo sacerdote McCoy hizo gala de su habitual pose hierática en el micro cual Cristo agonizante, aunque en esta ocasión hasta se atrevió a quitarse sus futuristas gafas y mirar hacia el infinito sin asomo de expresión alguna, igual que a un cura tampoco se le exigiría la más mínima empatía. De hecho, había una chica con un peluche en primera fila y el segurata de turno lo miraba y movía la cabeza como pensando: “No sé yo si le gustará…”.
Ante tanto brasas inmisericorde que habla más de lo que canta, se acoge como una bendición un recital en el que no se pronuncia ni una sola palabra entre canción y canción y sobran los bises y demás estériles clichés. El que quiera calor humano, que busque a los Osos Amorosos. Los creyentes nos quedaremos con su final “Mourning Sun”, que alargaron ligeramente, como apuntó Harmonika, otro gran acólito que ha llegado a seguirles a lo largo y ancho del viejo continente, y ni de lejos sació la sed de espíritu, al tiempo que echamos en falta las enseñanzas de “Love Under Will” o “Preacher Man”. El culto al caos mágico sigue más presente que nunca en la memoria.
Vacas sagradas del darkwave
Con una trayectoria que se remonta a principios de los ochenta, los holandeses Clan Of Xymox son considerados unos de los pioneros del género darkwave, una evolución del post punk primigenio que incorporaba sintetizadores y elementos de synth pop o new wave. En el caso de la banda liderada por Ronny Moorings ficharon además en sus inicios por el legendario sello independiente 4AD, escudería de otras luminarias tan influyentes como Bauhaus o Cocteau Twins, y desde entonces se han labrado una prolífica carrera que casi abarca una veintena de trabajos en estudio.
Lo más reciente que han sacado es ‘Days Of Black’, por lo que en su bolo marítimo que cerraba la primera jornada del Amphi dieron cuenta de las novedades con “Loneliness”, sin descuidar clásicos indispensables como “Louise”, “Jasmine & Rose” o “Emily”. Pese a que en un comienzo anduvieron mosqueados con ciertos problemas de sonido, no tardaron en solventarlos y hacer valer su condición de leyendas del rollo con un repertorio muy dinámico que sirvió para que el abarrotado barco se transformara en una especie de pista de baile gótica para que cada cual ensayara sus movimientos predilectos.
Son unos auténticos funambulistas entre la electrónica y el gothic rock, sin escorarse demasiado hacia ninguno de los extremos, como bien constató su piedra angular “A Day”, fundamental en cualquier sesión con fuste. Se nos pasó volando su bolo, por lo que en octubre no dudaremos en repetir en su gira española. Una hora y poco no da margen suficiente para paladear.
Regreso al cementerio
Que no te pille lluvia en un festival alemán es uno de esos hechos extraordinarios que sucede cada año bisiesto, aunque en el Amphi eso tampoco importa demasiado porque dos de los escenarios son cubiertos y en el tercero hay una especie de plataformas que protegen gran parte del emplazamiento en caso de agua. Hubo dos o tres tormentas veraniegas y apenas sentimos los efectos, salvo la necesidad de permanecer unos minutos más en algún lugar para guarecerse. En otro festi igual estaríamos calados hasta los huesos, pues la previsión meteorológica suele brillar por su ausencia.
Desafiando el sopor matutino que nos azotaba a los peninsulares, acudimos prestos al barco para catar a We Are Temporary, interesante combo de synth pop con estética witch house de cruces invertidas o ladeadas, colorines y demás. Y no defraudaron lo más mínimo, pues “Who’s Going To Love Me Now” agradaría a cualquier fan de Depeche Mode o Hurts por su atmósfera ochentera, del mismo modo que “You Can Now Let Go”, aunque ahí ya se acerquen más a la efervescencia de los franceses M83. Pero donde sobresalieron sin duda fue en su versión darkwave del “Gods & Monsters” de la diva Lana del Rey, con tanto glamour como la original y con el cantante bordándola con sus tonos reminiscentes de A-ha o Real Life. Nostalgia de lujo.
Si algún género echamos en falta en el cartel de esta edición fue el siniestrismo o el horror punk, que únicamente andaban representados por los émulos de The Misfits, The Other, con su impactante puesta en escena con vidrieras que simulaban una mansión antigua y sus pintas de espectros que iban desde lo decimonónico hasta un payaso ensangrentado en la línea del Pennywise de Stephen King. A pesar de ciertos problemas de sonido, lograron facturar un recital muy decente con himnos de estribillos para dejarse la garganta como “Back To Cemetery” o “Transylvania”.
Con mayor amplitud de miras que Jerry Only y compañía, aminoraron la velocidad con “Puppet On A String” y ahí se desprendió el aroma Danzig, antes de pillar zapatilla de nuevo con “Hier Kommt Die Dunkelheit”, que parece que tampoco suscitó demasiado entusiasmo en un respetable con una quietud cadavérica. Las palabras de Rod Usher de regresar al cementerio cobraban más sentido que nunca, pues nadie movía un párpado, no hablemos ya de montar pogos, algo que sería lo más normal del mundo con su horror punk acelerado. En España la cerveza habría volado desde la primera canción, que alguien los traiga, por favor.
Sin moverse del escenario del teatro, hubo otra misa para seguidores de la rama ortodoxa del gothic rock con Merciful Nuns, aunque en su reciente trabajo ‘A-U-M IX’ se acercan incluso al rock alternativo a lo The Jesus & Mary Chain en “Eternal Decay”. Para los que no los conozcan, mencionar que su líder Artaud Seth es un tipo de esos con un mundo interior tan fascinante como el de Carl McCoy de Fields Of The Nephilim. Cuentan además con una trayectoria prolífica que les lleva a editar álbumes casi cada año y tratar en ellos temas tan dispares como la masonería, la orden esotérica de los Rosacruces o los campos olvidados de la cultura megalítica. Y ocultismo a granel, por supuesto.
Con una puesta en escena cuidada y niebla para exportar, según manda el antiguo rito aceptado, desgranaron enseñanzas fundamentales como “Exosphere” y recrearon el ambiente de logia o culto clandestino con fieles desatados que se subían encima de sus semejantes para enarbolar estandartes de extrañas figuras geométricas. Otro momento para reafirmar la fe. A la espera de que algún dios nos conceda el don de la ubicuidad, apenas tuvimos tiempo en Combichrist para tirarles fotos y comprobar que su matraca electro-industrial sigue sonando apabullante en las distancias cortas, por mucho que hayan americanizado su sonido. El voceras Andy LaPlegua puso a botar al personal sin apenas esfuerzo, a la par que su show tampoco desmerecía nada en lo visual. Pero ya les hemos visto unas cuantas veces, así que sabemos de sobra lo que hay, por lo que nuestras preferencias estaban en otro lado.
El infierno está donde está el corazón
Junto con Spiritual Front, Ordo Rosarius Equilibrio es una de las bandas más representativas del neofolk actual, no se suelen prodigar demasiado por la península y dicen las malas lenguas que su líder Tomas Pettersson es un poco derechista, algo que tampoco debería sorprender dada la recurrente temática bélica de sus canciones, aunque en sus redes sociales hacia lo único que muestran una evidente indignación es con los atentados yihadistas. En ese ambiente de incertidumbre total encaja como un guante su tono post-apocalíptico en “A World Not So Beautiful (A Song 4 The Emperor)” o el nihilismo desaforado en “Hell Is Where The Heart Is” que afirma sin ambages que “ningún amor te salvará” y “ninguna cruz te dará respuestas”. Con tambores marciales y antorchas iluminando la escena, invocaron a la guerra con “A Man Without War Is A Man Without Peace” antes de mostrar su faceta más sensual y fetichista en “Vision Libertine” y “Three Is An Orgy, Four Is Forever”, que puso pelos de punta con su sonido de campanas y aire libidinoso. Música para momentos íntimos. O para invadir Polonia. Que cada cual elija sus preferencias.
Y ya para cerrar nuestra incursión en el Amphi, ahí teníamos a Eisbrecher, capaces de aglutinar de un plumazo a todas las tribus del gótico con su estilo clavado al de Rammstein hasta el punto de que uno podría imaginarse la mayoría de sus piezas cantadas por Till Lindemann, tal es su asombroso parecido. Ya les habíamos visto el año pasado en el festival Mera Luna, por lo que conocíamos su enorme potencial en directo, que sin tirar de una parafernalia descomunal como la de sus compatriotas industriales, pueden provocar entre el respetable un grado de devoción muy similar.
Así sucedió cuando apareció su vocalista con su purazo y lanzando billetes en “Verrückt” y demostrando de paso su condición de showman absoluto. Quizás le pierda algo la lengua, pues hablaba demasiado y nuestros conocimientos de alemán nos impedían captar todo lo que decía, la peña se reía como si fuera el más gracioso del mundo, eso sí. El tipo grandullón era divertido, no cabía duda, lo mismo agitaba la calva que se arrancaba con cánticos tiroleses y hasta sacó un piolet mientras iban ataviados de soldados rusos en pleno invierno.
El género del metal industrial nunca ha sido un derroche de originalidad tras la irrupción de Rammstein, pero estos paisanos suyos sobresalen muy por encima de otras ponzoñas tipo Stahlmann que no pasan del estatus de copia barata. Aquí por lo menos tenemos cierta personalidad, en especial de mano de su voceras, y uno casi se quedaba asustado al ver a los germanos poseídos cantando sus temas y moviendo la cabeza como bestias pardas, cualquiera los aguantaba. Me faltaron pepinazos como “Keine Liebe” o “Vergissmeinnight”, pero es que con recitales tan cortos no se puede.
La única pega que le encontraríamos a esta espectacular eucaristía gótica sería precisamente esa, la escasa duración de los bolos de los cabezas de cartel, que no pasan de la hora y cuarto, para cuando te querías meter en situación, ya acababa. Pero esto no es sino una gota minúscula en la inmensidad oceánica de una buena y eficiente organización como pocas veces hemos visto. Había incluso una zona para que te dieran masajes. Que cada cual añada lo que faltaría.
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
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