Crónica de Wovenhand: Por la señal de la cruz
10 mayo, 2017 9:37 am Deja tus comentariosSala Santana 27, Bilbao.
Pocos pueden presumir de haber acudido a catequesis hasta bien entrada la adolescencia. Lo habitual era desertar una vez obtenido el suculento botín de la Primera Comunión y decir adiós muy buenas al camino del Señor, que se sacrifique otro. Pero por aquel entonces éramos un chaval muy inocente y lo cierto es que tampoco nos desagradaba del todo eso de acudir semanalmente a escuchar historietas que, gusten o no, influenciaron a la mayoría de la literatura occidental quizás hasta la irrupción del psicoanálisis. ¿Qué sería de Shakespeare, por ejemplo, desprovisto de las metáforas y alusiones religiosas que pueblan sus famosos soliloquios?
La obra del reverendo David Eugene Edwards de Wovenhand también sería imposible de entender ignorando su condición de ferviente creyente en las enseñanzas del Antiguo Testamento, obra que califica como “la palabra viva”. Es evidente que esos veranos enteros pasados junto a sus abuelos durante su infancia contribuyeron a cimentar la fascinación por las palabras e imágenes utilizadas en los sermones. Un sentimiento puro desbocado que en realidad no está tan alejado de otras pulsiones más primarias como el amor o el sexo, como cuando Calisto contemplaba absorto a Melibea mientras decía: “En esto veo la grandeza de Dios”.
Asistir a determinados conciertos es algo muy similar a una eucaristía, con su liturgia, sus salmos particulares y una multitud de fieles expectantes por escuchar la verdad revelada. Pero el culto al mesías de Denver no puede decirse que sea mayoritario, por lo que la misa no tuvo lugar en el altar principal de Santana 27, sino en una reducida capilla en la que se palpó calor humano y devoción a raudales. Había por ahí una notable cofradía hipster y estaba también Nando, bajista de Los Carniceros del Norte, un “Conchavelasquiano”, según se definió en una ocasión David del grupo Sonic Trash, y hasta dejaron entrar a una subespecie de las gordas, una criatura del Averno que profería amenazas a los fotógrafos que perturbaban su sagrado campo de visión. Vade retro.
Por motivos laborales no alcanzamos a llegar para la temprana oración del gran James Room & Weird Antiqua, cantautor folk de regusto americano que pegaba como un guante en la velada espiritual y que a buen seguro no defraudaría en las distancias cortas. Todavía se nos sobrecoge el alma al recordar el soberbio homenaje que hizo a la Coz Cantante Tom Waits hace ya un tiempo en el bilbaíno Teatro Campos. De cátedra.
Tras unos cánticos indígenas, el sacerdote David Eugene Edwards subió al estrado con sus monaguillos de Wovenhand con su pose fantasmagórica habitual, su sombrero de pluma, una cazadora vaquera como la que aparece en la portada de su último disco ‘Star Treatment’ y unos pantalones vaqueros extrañamente claros. Si se pudiera contabilizar de alguna manera la presencia al subirse a un escenario, este misterioso tipo ocuparía los puestos más altos de la lista sin lugar a dudas, pues impone lo suyo y uno ya sabe que esa noche va a contemplar algo especial y único.
Con su voz profética dirigida hacia el infinito y su característico micro a la antigua usanza, el considerado por la crítica “nuevo Nick Cave” ofició recluido en un rincón sin moverse demasiado, a no ser por esos breves pasitos que daba de vez en cuando y más bien parecían producto de un profundo trance que un movimiento en sí mismo. Miraron en un primer momento a la vida pasada de su anterior álbum ‘Refractory Obdurate’ con “Hiss” antes de actualizar el corpus con “Crystal Palace” y “Hired Hand”, pertenecientes a su reciente evangelio ‘Star Treatment’.
La redención y la necesidad de extirpar demonios es una de las señas de identidad en las letras de Wovenhand, por lo que el líder de la congregación simulaba repetidamente bendecir a la concurrencia, al tiempo que sus acompañantes procuraban no sobresalir demasiado, a excepción de su guitarrista que apoyaba bastante a los coros y contribuía de esta manera a reforzar el mensaje. La atención estaba focalizada en un solo elemento, ya podría estar rodeado de perros verdes que los fieles mirarían en una idéntica dirección.
Y es que aquello era un show total, los que hayan visto a este señor ya saben que suele poner los ojos en blanco o simular ahorcarse, en esta ocasión estuvo más comedido, aunque eso no le impidió sacar lustre al micrófono cual lámpara de Aladino o morderse la mano como si tratara de expulsar el veneno de una mordedura de serpiente. Menos mal que en la sala no olía en esos momentos a incienso porque el colocón hubiera sido espectacular.
En este tipo de recitales cabe el country espectral, rock gótico o post punk, no en vano Joy Division es una de las mayores influencias reconocidas por Edwards, e incluso el folk tradicional de los nativos americanos. “Corsicana Clip”, por ejemplo, englobaba de un plumazo casi todo ello con su poso psicodélico y esa voz que parece perderse en la lejanía y actúa a modo de mantra hipnótico. Una estampa que sobrecogía profundamente si a uno le daba por mirar a los altavoces envueltos en banderas estadounidenses o telas de motivos tribales.
“The Refractory” parece ya incorporada por los siglos de los siglos al repertorio y “Sinking Hands” fue uno de los momentos más destacados de éxtasis ceremonial, con ese vaivén capaz de trasladarte a otra dimensión. Un cuelgue prolongado que interrumpieron de nuevo con sonidos de danzas indígenas que anunciaban, no la lluvia, sino la llegada de unos bises alejados de cualquier atisbo de comercialidad y que bien hubieran podido servir para invocar a Manitú.
A “Five By Five” y “Low Twelve” le siguió “King O King”, que representa como pocas la combustión hasta abrazarse entre antiguas creencias indígenas y el culto cristiano, el imposible maridaje entre conquistadores y conquistados. Una devoción a años luz de la de retrasadas acomodadas como Tamara Falcó, que confesó sin ningún rubor que el Espíritu Santo le hacía de personal shopper. Edwards no necesita ayuda para tan ingrata tarea. El Espíritu Santo come de su mano. O como decía Ray Loriga en ‘Héroes’, “Dios me la chupa”. Hemos renovado la fe, hermanos. Por la señal de la cruz.
Texto y foto: Alfredo Villaescusa
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