Crónica de The Wild Feathers: Brisa mañanera
18 mayo, 2016 10:00 pm Deja tus comentariosSala Galileo Galilei, Madrid.
12 de la mañana. Sí, de la mañana. Momento atípico para un concierto, ¿verdad? Y más para el de un grupo que, pese a su juventud, ha pasado de los atardeceres sureños de su rock alternativo con toques de country, a la oscuridad psicodélica y densa de su último 'Lonely Is A Lifetime'. Con un sol de justicia nos sumergimos en la histórica Galileo Galilei, eso sí, dispuesta más como un Café Central que como una sala de conciertos que va a afrontar un bolo de rock.
La pista del recinto estaba ocupada por mesas entre cruzadas a modo tetris en las que se agolpaban personas de mediana edad, parejas sexagenarias un tanto despistadas, y muchos niños con sus padres, sin duda, la mejor noticia (y foto, tal como me señaló un compañero despistado con la LOPD) del día.
The Wild Feathers aparecieron puntuales sobre el escenario con su atípica composición de dos guitarristas y un bajista que ejercen como cantantes ; una guitarra solista, un teclado (que se escuchó bajo durante todo el show) y un batería que se dejó la piel en cada momento. Con las promesas de armonías vocales propias de los Crosby, Still & Nash, y de los ramalazos sureños más propios de su debut, la historia comenzó con "Overnight", posiblemente el tema menos representativo de su carrera pero cuyo crescendo juguetón te invita a meterte en el juego; acto seguido, rompieron con el ramalazo sureño de "Backwoods Company", y los medios tiempos de "If You Don't Love Me" y "Don't Ask Me To Change", agradables... pero no incisivos. Y es que la falta de esa mala leche del folk rock propia de Neil Young (con 70 años y repartiendo golpes sonoros a diestro y siniestro) fue lo que le faltó al grupo para despuntar y hacer memorable la noche el día.
Tampoco podemos culpar demasiado a The Wild Feathers, porque el ambiente no acompañaba. El público, más entregado a las galletitas que al espectáculo, no tuvo el ademán de levantarse hasta que fue insistido por los vocalistas en varias ocasiones en el tramo de los bises (cuando corearon una magnífica "With A Little Help of My Friends" con el espíritu de Cocker manifestado en la voz de Joel King). Entre tanto, una chica en primera fila bailaba con los ojos cerrados todos y cada uno de los temas, para asombro y admiración del resto de los presentes.
Pero no adelantemos acontecimientos. El setlist siguió con "Happy Again", la cual resultó todo un himno en el que el bajo del propio King nos abrumó por su rotundidad y elegancia; siguió "Sleepers", cuyos detalles shoegaze preciosistas integrados en la versión de estudio quedaron ocultos ante el temprano fallo de la guitarra acústica (que no volvió al escenario hasta el final del concierto); y "Goodbye Song", la "Comfortably Numb" de estos jóvenes de Nashville, que tuvo momentos brillantes pese a la ausencia del steel guitar y de un final con mayor rotundidad.
"Hard Times" y "Got It Wrong" nos llevaron en volandas a la brillante "Lonely Is A Lifetime", con una formación soltándose por momentos pese a la pasividad de la sala. Quién sabe lo que pudieran haber demostrado en una noche cualquiera con el público coreando temas como este. Los ramalazos del rock más clásico con un sonido entre Tom Petty, y los medios tiempos de Tweedy, llegaron con "American" y una "Left My Woman" (ambas de su primer plástico) que se vio engrandecida emocionalmente por una joven que se subió al escenario a hacerse un doblete con guitarra y voz.
Tras el cierre con "The Ceiling", la sorpresa vino con la previamente mencionada versión de la versión de aquella melodía de The Beatles. Un bis de estos que no estaban en la lista; una rara avis de esas que se echan de menos y que aportan un poco más de credibilidad al rock (en esta linea, el Fuck Trump de Taylor Burns también sumó puntos).
Salimos de la sala con el destello de la luz, desubicados por la acostumbrada programación nocturna que tenemos en la capital. Acabamos de asistir a un concierto de una banda que, si juega sus cartas con acierto y se encuentra en el contexto ideal, puede convertirse en una de esas de las que un día poder decir: "Yo les vi en la Galileo a las 12 de la mañana". Quizá, si este bolo se hubiese dado de noche con el sudor y los saltos propios de un espectáculo de estas características, podríamos haber gritado un "yo les he visto en la Galileo y no te lo deberías haber perdido". La sensación final, pese a los beneficios y a la alternativa cultural que propone este ciclo matinal impulsado por el diario El País, quedó clara: estas plumas salvajes podrían haber volado más libres en la brisa nocturna.
Texto: Sergio Julián
Fotos: Patricia Subirá