Crónica de Reincidentes + Yeska: El silencio ensordecedor
12 abril, 2016 12:13 pm Deja tus comentariosKafe Antzokia, Bilbao
Al margen del inconformismo estéril y de la queja sin fundamento siempre existirán motivos para alzar la voz. Esa necesidad irrefrenable de tocar los mismísimos al personal y denunciar situaciones inadmisibles en cualquier democracia que se precie de serlo.
Tras unos cuantos meses sin gobierno, el suelo no se ha abierto bajo nuestros pies, tampoco se ha roto España ni nos han invadido los musulmanes, y quizás esta suerte de limbo político en el fondo se torne tan entretenido como un circo romano en el que el vulgo disfruta como un enano mientras los gladiadores se despedazan entre ellos.
Los sevillanos Reincidentes nunca han permanecido ajenos a nada de todo eso, puesto que ya desde los inicios de su trayectoria tuvieron que lidiar con la incomprensión y el ostracismo cultural que parecían endémicos en aquella tierra del sur saqueada durante décadas por la cloaca socialista.
Menos mal que el circuito de gaztetxes, salas y demás del País Vasco durante finales de los ochenta garantizó la supervivencia del propio grupo y selló una deuda moral y un abrazo fraternal con el norte que jamás se extinguiría.
De aquello han pasado ya varias generaciones, pero el tirón sigue intacto por estos lares, según se pudo comprobar en una sala prácticamente abarrotada con pocos huecos libres. Hubo que aguantar empero a esos molestos especímenes empeñados en cotorrear en los conciertos como en la pescadería, aparte de los consabidos pesados con afán documentalista empeñados en inmortalizar con su móvil cada instante. No acudir a este tipo de saraos a menudo es lo que tiene.
Una lástima que los manchegos Yeska sufrieran en un comienzo la frialdad congénita del respetable, pese a que estuviera muy decente su rock urbano de amplias miras, con guiños incluso a los castizos Gabinete Caligari o al rockabilly. Poseen buenas composiciones y le ponen ganas al asunto en directo, por lo que es cuestión de tiempo que acaben llamando la atención a nada que insistan en sus principios.
Supieron sobreponerse al desinterés general de la peña rescatando el “Corazón de Tango” de Doctor Deseo en clave más rockera, el himno adecuado para romper el hielo por estas latitudes. Y el entusiasmo ya se desbordó cuando salió Isabel de su banda hermana Insolenzia a cantar “Los Chicos del Barrio”, que por algo colabora en cuatro temas de su último disco ‘Versos Zurdos’ y legó una estampa impagable por su despampanante actitud a las tablas y nivelazo a la voz. Lo mejor del concierto.
Reinventarse es una de las cualidades básicas en un combo cuando alcanza varias décadas de existencia y eso lo han sabido hacer Reincidentes desde el mismo repertorio al apostar en esta gira por comenzar con “Jartos d’aguantar”, antaño una de sus piezas favoritas para cerrar sus shows, al igual que “Cucaracha Blanca”.
Una vez que los asistentes calentaron las gargantas, aquello cogió el impulso necesario para convertirse en un fiestón en toda regla, temas para anhelar un mundo ideal como “La ciudad de los sueños” y otros para derramar vitriolo puro, caso de “Al asalto”, donde cobra más relevancia que nunca esa estrofa que dice “y colgar a los políticos comprados por el cuello”. He aquí el antídoto definitivo contra la corrupción.
Con semejante carta de presentación, era obligado que el entusiasmo llegara a cotas estratosféricas, no necesitaban alardes de ningún tipo, casi les jalearían igual sin abrir la boca. Y es que a diferencia de otros bolos en los que Fernando está de lo más comunicativo, sus intervenciones fueron contadas, optaron por la ortodoxia ramoniana, himno tras himno, sin remansos de paz para recuperarse.
Reservaron además hueco entre tanta piedra angular para composiciones nuevas de ‘Awkan’ tipo la incisiva “Váyanse a la mierda”, que dedicaron “a todos los que han firmado ese pacto de la vergüenza contra los refugiados”, o “La cuneta del olvido”, no sin antes aseverar que “un país sin memoria es un país sin futuro”. Algo que debería repetirse hasta hartarse en un lugar donde todavía existen diferentes jerarquías de víctimas y dobles raseros por doquier.
Miraron hacia los orígenes en la frenética “No somos nada” y sorprendieron con una versión en un inglés mejorable del “Absolute Beginners” del recientemente fallecido David Bowie, “alguien que nos sigue poniendo los pelos de punta”, según confesó Fernando. Una pena que la mayoría de los fieles apenas la reconocieran y se desmelenaran más con la oda al euskera de “Gure Hizkuntza”.
No podría faltar tampoco en el festín “¡Sahara Adelante!” o la emblemática “Aprendiendo a luchar”, antes del novedoso carpe diem “Que me quiten lo bailao”. Y Madina aprovechó asimismo “La rabia” para soltar alguna pulla sobre la actualidad política al afirmar que “están esperando que gobierne Ciudadanos”, uno de los mayores fraudes de la historia de la democracia y auténtica puerta de entrada al sistema de grupúsculos fascistas y retrógrados.
En este contexto encajaba como un guante “Nazis nunca más”, durante la cual se estropeó el micro de Fernando y este tuvo que acercarse a compartir espacio con Barea, que lo miró incrédulo antes de que se fundieran en un piquito estilo al de Pablo Iglesias y Xavier Doménech en el Congreso. El poder del amor.
Llevaban ya cerca de dos horas, pero todavía quedaban cartuchos en la recámara como “Latinoamérica”, con un mar de puños en alto, o “La Republicana”, donde no se vio ninguna bandera tricolor por ahí, algo tan insólito por estos lares como un perro verde o un cerdo volando. De hecho, su presencia aún levanta suspicacias y un partido tan “moderno” como el PNV se ha negado recientemente a que ondee en Mondragón esa enseña en recuerdo a los defensores de la II República.
Y en el parón antes de los bises arreciaron los gritos en recuerdo a Iñigo Cabacas, aquel chaval que murió por un disparo fortuito de la Ertzaintza sin que se depuraran responsabilidades por ello, a lo que Fernando respondió que “Iñigo era uno más entre las miles de mujeres que han muerto asesinadas en el Estado”. El broche perfecto para “¡Ay! Dolores”, que contó con varias féminas a los coros.
Los pogos en plan hermandad brotaron en “Rip-rap” y finiquitaron con las imprescindibles “Grana y oro” y “Vicio”, con la intervención espontánea de una fan de La Patagonia que no pudo evitar subirse al escenario a abrazar a su ídolo. Soberbio, un conciertazo como mandan los cánones que demuestra que el grito de guerra mapuche “Awkan” cobra plena vigencia en la actualidad. Nunca el silencio fue tan ensordecedor.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
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