Crónica de Mayhem + Dragged Into Sunlight: …Y el mal se hizo carne
5 abril, 2017 11:09 am Deja tus comentariosElectric Ballroom Camden, Londres.
Velada de black metal en el Electric Ballroom del turístico barrio de Camden. Los visitantes de la capital británica miraban sorprendidos a una cola de asistentes a la “misa” que se agolpaban ocupando casi por completo el largo de la calle desde la hora previa a la apertura de puertas. La velada prometía mucho y es que Mayhem venía a reproducir su obra magna ‘De mysteriis dom Satanas’, un clásico que ya ha cumplido más de veinte años.
Los noruegos no venían solos. Dragged Into Sunlight saldría antes al escenario para calentar motores. Los de Liverpool prepararon un set bastante sencillo pero impactante. En la parte frontal de la tarima, donde normalmente se suelen colocar los cantantes, había dispuesto un candelabro que sujetaba seis velas. Detrás, sobre los amplificadores, colocaron dos calaveras de cabras que también sujetaban un par de velas cada una.
Además de focos de luz tenues, esta iba a ser prácticamente toda la iluminación con la que contaría la banda durante su concierto. Si a esto le sumamos que la agrupación, a excepción del batería, tocó de espaldas al público durante la mayor parte de su actuación. Se podría decir que, a excepción de la decoración, no ofrecieron ningún atractivo visual a la audiencia. Musicalmente hablando, el combo basó su concierto principalmente en su primer álbum ’Hatred for Mankind’. Comenzaron el concierto tocando la brutal “To Hieron”. Continuaron sin mediar palabra con dos temas de su último disco, “Ominiscienza” y “Absolver”, para volver más tarde a tocar más temas del su primer álbum: “Buried With Leeches” y “Volcanic Birth”. Terminaron con la más doomera: “Lashed to the Grinder and Stoned to Death”. Así, sin más, acabó un concierto en el que la ecualización de sonido no fue la mejor, ya que apenas se podía distinguir algo aparte de la batería.
Con mejor sonido saltó Mayhem al escenario. Los noruegos emitieron un mensaje por megafonía con el que pidieron a la audiencia que no usaran flash cuando hicieran fotos, ya que rompería la ambientación que intentaban crear. Mientras tanto, el escenario se llenaba de humo y la audiencia se agitaba ante la inminencia del comienzo de la descarga. Un foco azul terminó de crear la atmósfera lúgubre buscada y, de entre la niebla, surgió la formación encapuchada en túnicas de monje. Como no podía ser de otra manera, comenzó a sonar “Funeral Fog”. Sin tiempo para tomar aire continuaron con su clasicazo “Freezing moon”. Su inicial medio tiempo dio cancha a la audiencia a asimilar todo lo que estaba ocurriendo y a que se despejara la tupida niebla creada para el primer tema. Al disiparse, desveló un escenario más bien desnudo y simple y un enorme tubo situado debajo de la batería, desde donde saldría más humo a lo largo de su actuación. El orden de los temas no sería una sorpresa para nadie, pues reprodujeron tal cual el álbum al que se rendía tributo.
Así pues, siguieron “Cursed In Eternity”, “Life Eternal” y “From The Dark Past”. La banda no se dirigió al público en ningún momento y este apenas reaccionaba a lo que sucedía encima del escenario, a excepción de tímidos vítores al final de cada tema. La sala estaba llena hasta la bandera, pero se podía apreciar más curiosidad que devoción por parte del público. Para los dos últimos temas, prepararon un altar en medio del escenario en el que se encontraba un libro, una calavera y dos velas. El escenario se volvió a llenar de humo por última vez y sonó “Buried by Time and Dust”. El maestro de ceremonias Attila Csihar, como en la mayoría de sus conciertos con Mayhem, se volvió a disfrazar. Esta vez se vistió de cura, portando en su mano una especie de péndulo pequeño con cintas en su extremo inferior que utilizaba a modo de botafumeiro; como bendiciendo (o maldiciendo, quién sabe) a la audiencia. Así comenzó el tema que da nombre al álbum, “De mysteriis dom Sathanas”. Entonces sí se pudo ver una reacción favorable en el público, que simplemente enloqueció al acabar el tema, cuando se apagaron los focos quedando solo las velas como iluminación. Attila las apagó con sus manos desnudas, desapareciendo del escenario entre la niebla y la oscuridad.
Disipada de nuevo se terminó la liturgia y la audiencia fue arrojada a la noche londinense, que no ofrecía más sombras que las que acababa de contemplar en el escenario.
Texto: Miguel Ángel Galindo Abradelo
Fotos: Jesus Figueirido
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