Crónica de León Benavente + Cavaliere: Un mismo batallón
24 enero, 2017 2:35 pm Deja tus comentariosKafe Antzokia, Bilbao.
A veces hace falta un bidón de gasolina, prender fuego y que arda todo como si no hubiera un mañana. No existe mejor purificador en el mundo, estaba muy en lo cierto el Coronel Kilgore de ‘Apocalypse Now’. Sobran los motivos para entregarse al caos y a la destrucción y dejar que las llamas se extiendan entre los cimientos corruptos, acaben reducidos a cenizas y entonces ya podamos construir un porvenir en condiciones, si es que de verdad es posible. Nunca el eterno lema punk de “No hay futuro” ha tenido tanta vigencia como en la actualidad.
Un país incapaz de saldar deudas con su pasado fascista, los sinvergüenzas campan a sus anchas en las instituciones y la cultura más que un derecho parece un lujo de privilegiados. Ante este panorama desolador había que canalizar el descontento de alguna manera, unir a rockeros, alternativos, indies, heavies o punks en una sola voz que retumbe y provoque idéntico estupor al de cierto banquero bien amarrado en su torre de marfil que tras unas elecciones europeas solo acertó a decir: “¿Quién es ese de la coleta?”.
Y al igual que las nuevas fuerzas políticas pescan en muchos caladeros electorales, León Benavente han sabido romper viejas dicotomías y situar el punto de atención en otro lugar diferente al margen de la procedencia estilística o geográfica de cada cual. Quizás esa sea la clave para llegar a agotar entradas en el Kafe Antzokia con varias semanas de antelación y conseguir congregar a un respetable tan ejemplar que adoptaríamos a todos sin dudarlo. Aquello no era solo gente, eran compañeros, eran camaradas.
Valga a modo de anécdota decir que Álvaro Segovia, el muy competente líder de Cavaliere, estudió con nosotros en el instituto, pero no sospechábamos ni por asomo que lo que le tirara de verdad fuera el rock desértico con agallas en la línea de Kyuss o John García, aunque no renunciara tampoco a picotear en otros palos. Un power trío a la vieja usanza de esos que se bastan y se sobran para meterse al personal en un par de minutos por su extraordinaria solvencia sobre las tablas y con temas que destilan un inequívoco estilo propio, algo muy complicado de conseguir hoy en día. Todo un grupazo, para seguirles la pista desde ya.
Hay algo muy satisfactorio en seguir la evolución de una banda desde sus comienzos, cuando únicamente se pueden valer del currículum de sus respectivos miembros en solitario o de que algún artista conocidillo les apadrine. Todavía recordamos la primera vez que León Benavente vinieron a Bilbao al reducido pero entrañable Crazy Horse de Deusto, muy previamente a que se convirtieran en un clásico de los festivales veraniegos y empezaran a abarrotar las salas de la península.
Y lo cierto es que en cuanto a actitud no han cambiado nada, sus conciertos continúan siendo igual de demoledores y sus letras tan necesarias para los tiempos salvajes que vivimos. Desde el comienzo entonan himnos de bidón de gasolina con “Tipo D” o “California” y nos dan los poderes para “prender fuego a todo lo que queme”, mientras que el vocalista Abraham Boba se desmelena por completo y parece poseído por algún espíritu de lo más incendiario.
Pese a que el personal anduvo en un comienzo más contenido, la muchedumbre, perdón, los camaradas, no tardaron en despertar gracias a soflamas tan rotundas como “Revolución” o ese “Todos contra todos” que ya tocaban en su debut por el norte. Una pena en este sentido que hayan dejado de lado el “Europa Ha Muerto” de Ilegales que les pegaba tanto en su rollo, ya se sabe que Jorge Martínez es otro gran aficionado a la dinamita y a la voladura descontrolada por los aires.
Tienen solo un par de álbumes, pero disponen de una ristra de temazos cócteles molotov capaces de derribar cualquier fortificación por muy fuerte que sea, así sucede con la introspectiva “Estado de Desolación” o “Gloria”, que ya se ha transformado en una de las piezas claves de su directo y despertó un entusiasmo impresionante en la afición. Abraham Boba aprovechó el viento a favor y no dudó en bajar las escaleras para sentir el sudor de los militantes. Le ofrecieron incluso una gorra, que por supuesto rechazó, tenía clase. Los caballeros de verdad no llevan esas ignominiosas prendas.
Y si en repetidas ocasiones hablaron de echar abajo el sistema, ahora era el turno de dirigir la mirada hacia el interior y abrazar el nihilismo desaforado que propone “La palabra”, con toda esa retahíla de tópicos sentimentales que a buen seguro la mayoría habrá sufrido al llegar a cierta edad. No nos convenció en el BBK Live el medio rap “Habitación 615”, pero aquí en sala le encontramos otro rollo mucho más dramático y guitarrero que no apreciamos en Kobetamendi, aparte de la reseñable labor de César a la batería, uno de los principales responsables de su sonido contundente en directo.
Se nos pasó el bolo de un plumazo para cuando regresaron para los bises y alguno gritó “¡Una de Extremoduro!”, pero optaron por arrancarse con “Década” y su poso Joy Division con unas luces fantasmagóricas que según nos apuntó Titi, veterano conocido concertil, “parecían de The Cure”. Se quedaron con la congregación al parar la canción abruptamente y hacer amago de irse antes de arremeter con saña con la inapelable frase de “O se irá todo a la mierda”.
Recordaron la emoción que se siente al escuchar a The Smiths en “Aún no ha salido el sol” y para el épico final en “Ser Brigada” contaron con la ayuda de Álvaro Segovia de Cavaliere a la guitarra que hizo el molinillo a lo Pete Townshend mientras el voceras Boba se sumergía entre la multitud para pegar botes y desfasar como uno más. La barrera entre artistas y público finiquitada de un plumazo. Ahora todos eran iguales. Esto sí que era una brigada de verdad. Mucho más que eso. Era un mismo batallón.
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
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