Hay varios rasgos de la magia inherentes a la buena música. Se antoja mágico lograr que muchos sientan como propio un mensaje o un sentimiento transmitido a través de una canción creada por otros. Se forma una suerte de hechizo inexplicable, una conexión más allá de lo racional, una emoción compartida que, en el caso de un concierto de Impostores, alcanza cotas de intensidad inusitadas. Diez años llevan en la brecha los madrileños, y la efeméride bien valía una celebración a la altura como la que aconteció en la céntrica Sala El Sol.
Se esperaba un concierto diferente, más largo de lo habitual, y, de hecho, la noche era toda para el septeto capitaneado por Gustavo Guzmán. Ante una nutrida concurrencia, la banda se encaramó con puntualidad británica al escenario mientras sonaba una voz en off extraída de la serie Cortar por la línea de puntos que exponía la aceptación del “hecho de que nunca jugaremos en el equipo de la gente ordenada y tranquila”, para que la agitación se adueñase del lugar de la mano de “Los chicos no están bien”, punta de lanza de su último disco, 'Fase REM'. Su apoteósica melodía de violín, todavía algo descompensado en una ecualización que acabaría regulándose, y su estribillo irrebatible abrieron de par en par las compuertas de la adrenalina.
Con visible satisfacción y contagiándonos de su alegría, Gus comentó lo guay que era ver tan llena la sala después de haber sufrido a cuenta de una venta de entradas que se animó de lo lindo en los días previos al show, antes de preservar intacta la atracción con “Westworld” y “Empezar de cero”.
Fue entonces momento de reivindicar un aguerrido tema de nuevo cuño, “Como Bunbury”, originalmente grabada junto a Maggle Rocks, y de echar la vista atrás y rescatar un tema de las primeras andanzas de la banda, “Londres”, junto a la vocalista Rocío Prudencio, que permaneció en escena en “Defiéndete”, introducida por Gus recordando el escalofriante número de mujeres asesinadas víctimas de la violencia machista y equiparando a quienes la niegan con quienes niegan el genocidio de Gaza, que, por cierto, suelen coincidir en buena proporción.
El frontman, a veces con guitarra acústica y otras veces a pleno pulmón, se mostró en todo momento muy cercano y afectuoso con una audiencia a la que regaló discos y con la que cultivó esa camaradería que proyecta una química que siempre han cuidado de lo lindo en vivo, y nos invitó más tarde a dar un paseo por “L.A”, cuyo derroche de energía fue el pretexto perfecto para que el violinista Sergio Trujillo y el guitarrista Juanfran Gómez se bajasen a tocar entre el público.
Con la emoción emergiendo a borbotones deslumbró “Por una canción”, abstrayente y fastuosamente melódica con el violín y el cristalino teclado de David Nieto. Fue la antesala de “Antes quemado que apagado”, dedicada a todos los que luchan y, en particular, al ciclista paralímpico Gonzalo García Abella, presente en la primera fila del concierto.
Gus echó mano de un estrambótico efecto de micrófono para hablar con una inquietante distorsión al acometer la sureña “El diablo conmigo”, cuyo envolvente arranque fue interrumpido por un problema técnico solventado con un reinicio entre bromas, porque, ante todo, esto es directo y rock and roll. Un rock and roll que enganchó para no soltarnos jamás al son de “Al otro lado” y “Alfombra roja”, en la que el cantante demostró su plenitud vocal sin aparcar esa personalidad que confiere a Impostores una semblanza de honestidad, cercanía y entrega desbordante.
“La próxima seguro que os la sabéis”, proclamó el capitán de un barco que navegó viento en popa a toda vela de la mano de “Salir”, versión de Extremoduro muy apropiada para la riqueza instrumental de la banda y muy coreada por todos los tripulantes que vibraban en El Sol hasta subir la temperatura al punto de fusión. Su parte recitada, por cierto, fue calcada por el siempre sólido batería Rafa Aguado.
Todavía quedaba media hora larga de concierto, y era momento de fascinarse y estrujar a fondo nuestras emociones con la sentidísima y conmovedora “Verás”, una de sus obras cumbre, que nos puso la piel de gallina y el corazón en un puño. Juanfran aprovechó luego una pequeña pausa para agradecer a quienes estaban en el puesto del atractivo merchandising de la banda, y “Reinas” nos devolvió a esa magia que seguía sin decaer, que seguía haciendo de ese célebre sótano del corazón de Madrid el centro del mundo para todos los que ahí nos encontrábamos.
Hace dos años la banda llenó también la Sala El Sol, y en aquel entonces todavía militaba en la banda José Miguel “Txofas”, su antiguo batería, que recibió un cariñoso reconocimiento al ser invitado a tocar “Bonnie & Clyde”, con Rocío de nuevo en escena y con Rafa, el actual titular de las baquetas, adosando sus voces a la de Gus.
Recordando la estampa espectacular que lució el mismo local dos años atrás, el líder del grupo animó al personal a encender las linternas de sus móviles, lo cual obtuvo una masiva respuesta enfatizando la profundidad de otra de sus canciones más hondas, efectivas y sobrecogedoras, “Muerdes por dentro”, una joya absoluta que, personalmente, espero que jamás desplacen de sus repertorios.
Tampoco tiene pinta que vayan a aparcar nunca “Ley seca”, todo un himno en el que el estribillo nos dirige hacia la catarsis como un misil de precisión y en el que las guitarras de Juanfran y el siempre firme y entregadísimo Mate Cañizares, junto al solvente bajo de Javier Díaz y el omnipresente violín de Sergio, conforman un blindaje instrumental impenetrable.
El público tenía ganas de más, pero lo que no se esperaba la mayoría fue la curiosa y algo ralentizada versión del “Killing in the Name” de Rage Against the Machine, en la que sobresalió el solo de teclado con efecto Hammond emulando las oscilantes líneas de guitarra de Tom Morello.

Aquello estaba ya a punto de atravesar a toda velocidad la línea de meta, pero todavía quedaba la contagiosa “Sígueme”, cuyo coro fue ampliamente entonado por todos los presentes mientras Gus se paseaba por toda la sala micro en mano, y, tras un amago de despedida, la preciosa “Cada noche”, esbelta y embriagadora pieza que dio carpetazo a un show con el que quien firma estas líneas se llevó la misma impresión que todas las anteriores ocasiones que ha podido disfrutar del septeto capitalino en directo: se merecen triunfar en grandes aforos y tienen toneladas de argumentos para poner banda sonora a las vidas de decenas y decenas de miles de personas. Si la música es justa con ellos, lo lograrán en su segunda década de vida, que esperemos que sea sucedida por una tercera y hasta una cuarta. Talento hay para exprimirlo hasta la última exhalación.
Empecé a respirar rock desde niño, mi primer programa de radio lo hice con quince años y a los dieciséis monté una web. Comencé a escribir en MariskalRock, La Heavy y Kerrang en 2006, y en 2008 di el pistoletazo de salida a El Drakkar en MariskalRock Radio, que años después se transformaría en La Hora Argonauta. También presento festivales y pongo musiquita en sitios.
Mi vida está en Madrid, pero parte de mi corazón está en Castrocalbón (León) y en Oslo (Noruega).
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