Crónica de Azkena Rock Festival 2017: La resurrección de los muertos

26 junio, 2017 5:09 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Recinto Mendizabala, Vitoria

Nunca llueve a gusto de todos. Que si el cartel es demasiado blando, que si se escoran demasiado hacia el metal o que si este año no hay féminas entre su plantel estelar, menos mal que en otras ocasiones siempre ha estado repleto y por eso nadie se quejaba. El caso es buscar pegas porque sí, sin el menor atisbo crítico, y eso que un servidor abomina del fenómeno de fan alocado y suele agradecer las puntualizaciones debidamente argumentadas, con mayores razones de peso que las proporcionadas por la entrepierna, ya sea masculina o femenina.

Con la estéril polémica de la visibilidad de las mujeres suscitada por gente a la que nunca le ha interesado el rock nacía la decimosexta edición del Azkena Rock Festival, una cita en la que veríamos a grupos que considerábamos en franca decadencia levantarse de sus cenizas y demostrar que la redención es posible, ver la luz y seguir la senda marcada por los señores de las guitarras eléctricas. Un buen directo puede restablecer de un plumazo el prestigio perdido durante décadas.

Antes de ir al meollo, de justicia es mencionar la impecable organización de esta edición, con baños de sobresaliente, a años luz de los abrevaderos de otros lugares, y el espectacular tinglado montado con escenarios que homenajeaban a grandes como Chuck Berry, Greg Allman o el promotor Javi Ezquerro, una especie de carpa que evocaba por dentro un garito de Las Vegas en la que hacía un calor infernal y hasta una construcción similar a la cúpula del trueno de ‘Mad Max 3’ en la que había pases diarios de motos. El que se aburría, era porque quería.

Tal acumulación de infraestructuras a veces propiciaba perderse algo irremediablemente, por ejemplo, algunas actuaciones sorpresas no anunciadas como la del cantautor visceral Pablo Und Destruktion o los inevitables solapes. Fiel a nuestra tradición, tratamos de abarcar el máximo posible, de un lado para otro a la carrera. He aquí las impresiones.

La fundición del rock n’ roll

Con los cielos ahí amenazando con aguar la fiesta como en el 2016, la primera jornada con el indiscutible atractivo de John Fogerty atrajo a casi 20.000 personas, aunque apenas se notó sensación de agobio, salvo en momentos puntuales. Se cayeron a última hora por problemas logísticos The Meteors, por lo que se optó por abrir a la hora prevista y dejar que los vizcaínos Fetitxe ocuparan su lugar.

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King's X

Los psicodélicos locales The Soulbreaker Company tomaron el relevo antes de las leyendas de la NWOBHM Tygers of Pan Tang. De una trayectoria reseñable que se remonta a 1979 disponen también King’s X, históricos de la escena progresiva que en directo lógicamente se revelaron como unos auténticos tocones, uno de esos tríos capaces de llenar el sonido tanto como otras bandas con una orquesta entera. Su rollo mestizo que va desde el funk o soul hasta el metal o la British Invasion tampoco es que nos cautive, pero su nivel en las distancias cortas era descomunal, desde luego.

Curiosa se antojaba la propuesta en la carpa Videodrome de King Automatic, un tipo autosuficiente con poso decadente que tocaba la guitarra, el teclado y hasta soltaba gritos espasmódicos a lo Lux Interior. Recreó ambiente noctívago con cabarets fantasmagóricos y canallas que bebían de Nick Cave y habría que conceder bastante credibilidad a esas declaraciones de dominar el mundo que aparecen en su web. En la misma se define además como “una criatura desesperada que está en contra de la música de moda hoy en día”. Muy fan.

A Crank County Daredevils la crítica norteamericana los considera los nuevos Mötley Crüe y a menudo los comparan con los primeros Guns N’ Roses por su biografía proclive a los excesos. Toda esa parafernalia está muy bien si luego uno corresponde en los directos y ofrece algo más allá de la fachada y de resultones gestos como beber Jack Daniels a morro, echarse agua por encima como una bestia o sacar la lengua a las pibas. Piezas del estilo de “Broke and Shitty (In Detroit City)” abundan en tópicos por doquier y sus letras parecen de primaria y revelan cierto encefalograma plano. Unos macarras de postín más preocupados por la imagen que por la música que no se cortaron ni a la hora de hacerse selfies. Postureo elevado al cubo.

Robin Zander de Cheap Trick no suele escatimar tampoco al ponerse elegante con su habitual traje blanco por el que podría pasar por un miembro de la tripulación de ‘Vacaciones en el mar’, pero su solvencia en los bolos está fuera de toda duda, a pesar de que hayan sustituido vilmente al batería original Bun E. Carlos por el hijo de Rick Nielsen. La anterior vez que pasaron por ese mismo escenario dejaron muy gratas sensaciones, aunque esta vez su repertorio careció del dinamismo del que hicieron gala en el 2011. Y el sonido no acompañó lo que debería con una alarmante necesidad de vatios, cuando se escucha sin problemas a las cotorras circundantes, malo…

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Cheap Trick

Abrieron según la tradición con el trallazo “Hello There” y no tardaron en desempolvar viejos clásicos como “On Top Of The World”, “She’s Tight” o la versión de "California Man" de The Move. A pesar del volumen, el estado vocal de Zander brilló en las baladas “The Flame” o “If You Want My Love” y para cuando sacaron la artillería pesada con su inmortal “I Want You To Want Me” y “Surrender” el fiestón era tan considerable que hasta vimos por allí al mítico Suso, camarero del desaparecido garito Umore Ona, rompiéndose y dando vueltas de peonza. Enorme.

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Graveyard

Para muchos Graveyard dieron uno de los grandes recitales de la jornada y lo cierto es que gozaron de un sonido impresionante y de una clase por la sobresalen entre el maremágnum de bandas setenteras, pero preferimos experimentar y acercarnos al garito de madera de Videodrome para catar a The Cyborgs, un par de chalados que portaban máscaras de soldador y tenían allí montada una auténtica fundición del rock n’ roll. Con ritmos deudores de ZZ Top, sudor y suciedad a raudales montaron una orgía eléctrica con hembras contoneándose a sus punteos y un ambientazo que parecía aquello ‘La Teta Enroscada’ de ‘Abierto hasta el amanecer’. La peña aullaba de éxtasis y daba la impresión de que aquello se llenaría de un momento a otro de hombres lobo. Apelaron a las pulsiones primarias con “Spanish Is Sexy” y el cantante en ocasiones sacudía el mástil como si le diera calambre y no dudaron en evocar el “I Love To Boogie” de T-Rex mientras les aclamaban como a dioses, en esos momentos no habría un jolgorio ni parecido en ningún otro rincón del festival. Quedará para el recuerdo ese final impagable con convulsiones que simulaban el agotamiento de su batería y hasta convencieron al personal para que canturreara el robótico y ridículo estribillo de “Cyborgs Boogie”. De lo mejor del día, únicamente echamos en falta a Salma Hayek subida encima de una mesa con una serpiente y derramándose whisky. Inmenso.

Guitarrazos por la gracia de Dios

Mucha expectación se palpaba en el ambiente por ver al veterano John Fogerty en su primera visita a Euskadi, no es un artista que se suela prodigar demasiado a las tablas y a sus 72 palos quizás convenga apurar cada ocasión que se presente para no perderse a una de la figuras claves en la historia del rock. El legado contracultural de Creedence Clearwater Revival nunca ha dado síntomas de agotamiento por sus constantes revisiones, utilización para anuncios publicitarios o para bandas sonoras bien incrustadas en la memoria colectiva como la de ‘Apocalypse Now’ de Francis Ford Coppola y su “Susie Q”. Todavía sigue oliendo a napalm por la mañana.

Tras una intro con “Born On The Bayou”, primero a través de una pantalla y luego materializado con el mito Fogerty en carne y hueso, la primera impresión recaía sobre una voz con ligera afonía en la que se notaban los achaques de la edad, pero que tampoco llegaban al punto de deslucir ninguna interpretación. El pañuelo atado al cuello tal vez cumpliera alguna función, aparte de ser una pieza tan característica del atuendo del californiano como esas camisas a cuadros que podrían servir de mantel de cocina.

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John Fogerty

“Travelin’ Band” constataba que al anciano se le daban mejor los punteos que lo de cantar y que su hijo a la otra guitarra tampoco pintaba demasiado, si a uno le daba por compararlo con el resto de colosos que poblaban el escenario, entre ellos, el metrónomo humano Kenny Aronoff (The Rolling Stones, Bon Jovi, Alice Cooper y un larguísimo etcétera), que ha colaborado en más de 200 discos, o el bajista James Lomenzo, conocido principalmente por su trabajo en White Lion o Megadeth. Suponemos que el cariño abre muchas puertas.

La batería espídica de Aronoff engrandecía himnos como “Up Around The Bend” o “Who’ll Stop The Rain”, mientras que otros clásicos sufrían alguna mutación, caso del “Lookin’ Out My Back Door” precedido por un acordeón o ese “The Midnight Special”, que, según cuenta la leyenda, Fogerty aprendió de Pete Seeger. Sobraron por completo los intentos del abuelo por hacer tapping, una técnica completamente ajena a su estilo, y quizás alargaron demasiado “Keep On Chooglin’”.

A determinadas horas tal vez el público no esté para jueguecitos de repetir y tal en plan el “Land Of A 1000 Dances” de Wilson Pickett, aunque se agradeció el lavado de cara a “Lodi” hasta transformarse en un boogie bailongo a lo ZZ Top o el aire springsteeniano de “Hot Rod Heart”. Puede que nos hayamos vuelto demasiado punki, pero con eso de que se tengan que explayar a la fuerza teclado, bajo o batería ya nos entran ganas echar una cabezadita en la hierba.

“Down On The Corner” les quedó muy pachanguera antes de recuperar empaque con la contracultural “Fortunate Son” mientras se proyectaban por la pantalla imágenes de la bandera norteamericana y de protestas contra la guerra de Vietnam. Y ya en los bises, levantaron el guateque con el celebérrimo “Rockin’ All Over The World”, el country risueño de “Bad Moon Rising” o ese “Proud Mary” que asociamos a petardas que van de rockeras desde que escucháramos a Céline Dion o Beyoncé mancillar dicho clásico.

No cabe duda de que John Fogerty irradia una felicidad contagiosa y que a su edad no se le podría exigir lo mismo que a cualquier jovencito, pero por lo que nos comentaron los que ya lo habían visto en ocasiones anteriores parece que sí que se ha producido cierta merma en su voz. Un bolo correcto en el que sobraron las masturbaciones onanistas.

Menos mal que The Hellacopters no son de los que van por ahí cascándosela y prefieren ir directos al grano, a la esencia del rock n’ roll, no en vano fueron responsables de sacar el protopunk y el garaje de las catacumbas a finales de los noventa y dar lugar a una santísima trinidad junto a Turbonegro y Gluecifer cuyos ecos todavía siguen resonando a día de hoy. El volumen jugó una mala pasada en 2016 hasta el punto de echar a perder por completo un bolo que debería haber sido épico y resultó decepcionante por los problemas de sonido, pero esa noche nos sacaríamos la espina clavada a base de guitarrazo limpio.

En esta ocasión no se limitarían a repasar únicamente el debut ‘Supershitty To The Max!’, sino que ampliarían el abanico hasta su testamento ‘Rock & Roll Is Dead’ con un repertorio apabullante de pura electricidad que comenzaron con un impepinable “You Are Nothin’” o un “Born Broke” en el que ya presentaron las credenciales elevando mástiles. Nicke Andersson, ataviado con chupa de cuero y su característica gorra de oficial, conserva una química impresionante con Dregen, que con su capucha a veces parece el jorobado de Notre Dame y en piezas como “Like No Other Man” los punteos alcanzan tan intensidad que hasta vuelan zapatos, lo juro.

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Y llueve cerveza a mansalva en la punkarra “Random Riot” antes de que las masas se agiten cual corrientes marinas en “The Devil Stole The Beat From The Lord” y los humanos también empiecen a caer al foso de fotógrafos. Había ganas por pillarles en condiciones sonoras óptimas y por ahí algunos gritaban “Dregen, I Love You”. No era de extrañar, pues era algo profundamente emocionante para cualquier fan del rock con agallas y sin pasteleos virtuosos, soberbios esos solos al tuétano ideales para pillar una escoba o cualquier cosa alargada que uno tenga a mano.

Rompieron la dinámica del bolo al calzarse casi todos cigarros para el blues “My Mephistophelean Creed” y legar estampas impresionantes como la de Dregen marcándose un punteo mientras expulsaba humo cual dragón legendario antes de que la pareja de hachas sacudieran los instrumentos como si fueran Paul Stanley y Ace Frehley  en su época gloriosa. Enormes.

“Soulseller” fue otra de las de dejarse la garganta, al igual que “Toys and Flavours” o “I’m In The Band”, no erraron ni un tiro. Bueno, la psicodélica “Spock In My Rocket” tampoco merecía el lugar privilegiado antes de los bises, aunque no tardaron en regresar con galones con esos sacrosantos riffs en los que se te levanta el brazo solo de “By The Grace Of God”. Fue épico el final con la multitud alzando el puño y gritando “Hey”. Y la lluvia de líquidos alcohólicos y diversos objetos arreció de nuevo en “(Gotta Get Some Action) Now” en la que Nicke reprodujo su clásico molinillo a lo Pete Townshend. Para orar.

Si Jesucristo resucitó al tercer día, The Hellacopters certificaron su regreso a los escenarios ocho años después de desbandarse y desde entonces parece que tampoco tienen mucha prisa por marcharse de nuevo. Con directos de este calibre esperamos que no lo vuelvan a hacer nunca. El mundo necesita guitarrazos por la gracia de Dios.

Peligro, divorciados

La segunda jornada registró una cifra de asistentes ligeramente inferior a la del viernes y volvimos a librarnos del agua, pese a que los cielos no presagiaban nada bueno. Tuvieron la difícil papeleta de abrir el prometedor trío de stoner rock madrileño SCR y luego les tomaron el relevo Buck & Evans con la prodigiosa voz de Sally Ann elevándose en lontananza.

Pero la primera pica la clavó de largo el ex Gluecifer Captain Poon y sus Bloodlights que demostraron lo que debería ser un concierto de rock con todas las letras con agallas para regalar y temazos para levantarse del sitio del calibre de “Static Pulse”, “Kick It Up” o “Suicide Letter” de su muy encomiable esfuerzo reciente ‘Pulling No Punches’. Los guitarrazos escandinavos tendrían que recomendarse por prescripción médica en determinados momentos de la tarde, así como rescatar “New Rose” de The Damned, uno de los clásicos definitivos del punk. Basta mencionar que estaba presenciando el show en un lateral del escenario Nicke Andersson de The Hellacopters, gran apóstol de la electricidad y que seguro que no salió defraudado lo más mínimo. Captain Poon y los suyos saben lo que es el rock n’ roll de verdad. Que no falten nunca.

Los británicos Inglorious adquirieron cierta notoriedad al ser teloneros del supergrupo The Winery Dogs, aunque en realidad su palo no sea nada del otro mundo y abusen de casi todos los tópicos posibles en ese tan trillado territorio que va del hard rock al metal, así que tampoco les prestamos demasiada atención. De camino al escenario de la entrada nos encontramos con Mariskal, que confirmó nuestra opinión y destacó lo “nervioso” que estaba su vocalista. No pudimos disfrutar mucho de los neoyorquinos Psychotica, cuyo cóctel de industrial, rock alternativo y gothic rock prometía y no defraudó lo más mínimo, aparte de contar con una puesta en escena impactante con un cantante con corona y pintas a lo Marilyn Manson en su época salvaje o su guitarrista con sombrero a la antigua usanza. Dedicaron el bolo a Chris Cornell y nos dio pena tener que alejarnos, máxime cuando se trataba de uno de esos grupos que tampoco se prodiga demasiado por nuestro país.

Pero Loquillo es sagrado y a pesar de los detractores que protestaban por su inclusión en el cartel, legó un bolazo plagado de canciones indispensables en el panorama patrio, caso de “El Rompeolas”, el azote de musicólogas “La Mataré” o un “Carne para Linda” con Igor Paskual portando boa de plumas y precedida por el riff del “Get It On” de T-Rex. Hubo reivindicación por los cuatro costados en “Rock And Roll Actitud” y el Loco tampoco se cortó a la hora de defender el “rock and roll español” en la histórica “Ritmo del garaje”. El colectivo de morenas cualquier día podría sentirse agraviado por la letra de “Cadillac Solitario”, pero ahí resonaron los gritos de la multitud en sus desgarradores “nena”. Un personaje más que necesario.

De una voz inmensa hacía gala asimismo Michael Kiwanuka con su soul de quilates y poso lisérgico que en ocasiones bordeaba el trance, pura crema, pero en el escenario de al lado se subían Thunder, toda una institución del hard rock británico con capacidad todavía para epatar en las distancias cortas, pese a que físicamente se asemejaran más bien a una panda de divorciados de fiesta. Hay que mantener la dignidad, por mucho que uno se alimente a base de latas y platos precocinados, y jamás deberían soltarse a las tablas perlas de pobres hombres como “¿Cuánta gente nos conoce?”. Un poco de clase, por favor.

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Union Carbide Productions

A los fieles nos la sudaba su fama y disfrutamos de la lindo con su sonido rotundamente eléctrico con himnos del calibre de “Backstreet Symphony” o una exquisita y potente “Higher Ground”. Quizás se pasaran de frenada al pretender que la peña entonara “Low Life In High Places” y alguno del público le comentaba a su compañero “Quiere que cantemos, pero no nos sabemos la letra”, prueba inapelable de que nunca gozaron de excesivo predicamento por estos lares. Con todo, su recital fue muy respetable, a la altura de su leyenda y finiquitando con la macarra “Dirty Love”. Les faltó dejar la actitud de divorciados en casa.

A los reunificados Union Carbide Productions, presididos por el abad excéntrico Ebbot Lundberg, no les pudimos catar demasiado al coincidir con Thunder, pero vimos lo suficiente para certificar el potencial de su personal mezcla de rock psicodélico y protopunk visceral deudor de The Stooges. Con una trayectoria que se remonta a 1986, sentaron los cimientos para los guitarrazos escandinavos que explotarían una década más tarde, por lo que respeto infinito. La fotógrafa nos contó que su vocalista de cerca parecía que estaba llorando. ¿Sería de la emoción?

Un galán de dentífrico

La actuación de Chris Isaak en el Azkena de 2010 se recordó durante años por la peculiar atmósfera creada bajo una lluvia incesante, que más que molesta, revistió de cierta magia su concurso. Esta vez los cielos dieron tregua, pero la elegante figura de este heredero de Roy Orbison volvió a brillar por méritos propios, a pesar de que en ese escenario el volumen resultara de nuevo insuficiente para combatir a las cotorras.

El tipo es muy crack, con porte absoluto de galán de dentífrico a lo James Dean y una voz que estremece con solo escucharla. Su repertorio siempre ha estado muy vinculado al séptimo arte, por lo que no se olvidó de su himno noctívago para copular “Wicked Game”, inmortalizado con la ayuda de David Lynch en ‘Corazón Salvaje’, ni de “Two Hearts”, que algunos quizás recuerden de los créditos finales de la salvaje epopeya de carretera de Toni Scott ‘Amor a Quemarropa’. Y para estremecerse fue asimismo otro de sus grandes tributos a la noche, un “Blue Hotel” que reveló la solidez de esa banda que le acompaña desde hace ya tres décadas, según relató, y que ya son más como un grupo de colegas.

Picó en el cancionero ajeno con el “Ring Of Fire” del hombre de negro Johnny Cash y se marcó un “Oh, Pretty Woman” de su mentor Roy Orbison que puso a las hembras a contonearse. Tal vez se le fue demasiado la pinza en ese set acústico en el que hasta se atrevió a cantar en castellano rememorando a los mexicanos Los Invasores de Nuevo León, que provocó cierto éxodo entre el personal, aunque eso ya dependerá de los gustos de cada cual.

Nosotros nos quedaríamos con su rollo noctívago, con esas piezas sensuales para intimar, una de sus cimas sería “Baby Did A Bad Bad Thing”, que cualquier cinéfilo decente asociará de inmediato a Nicole Kidman y Tom Cruise frente al espejo en ‘Eyes Wide Shut’ de Stanley Kubrick. No sería de extrañar que aquella noche se produjera un incremento de concepciones entre las parejas. Tal era su capacidad hipnótica.

Debido al historial de The Cult en directo no albergábamos demasiadas esperanzas y ya dábamos por desahuciado a Ian Astbury, que la última vez se tiró todo el concierto diciendo “Señor Piso” en un evidente estado de embriaguez. Pero hay que dar nuevas oportunidades y dejar que los muertos resuciten de vez en cuando, que es lo que sucedió precisamente desde que descargaron ese riff rotundo e inapelable de “Wild Flower”, con unas guitarras tan potentes que daba gusto oírlas, no esperábamos eso ni de coña.

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The Cult

La piedra angular del gothic rock “Rain” sonó con bastantes más agallas que en estudio y casi había que pellizcarse para cerciorarse de que aquello estaba sucediendo en realidad. Sí, Duffy tocaba como un puto dios y Astbury mantenía el nivel, pese a que había tonos de antaño a los que no llegaba, pero dosificaba bien las fuerzas y las piezas no se deslucían ni por asomo. El himno de influencia hippie “Peace Dog” retumbó con la dignidad requerida y en “Sweet Soul Sister” pudimos alcanzar la estratosfera con ese estribillo épico entonado por la multitud a pleno pulmón.

El festín no paraba con un “She Sells Sanctuary” mucho más contundente de lo que se escucha en disco, cualquiera hubiera dicho que se trataba de otro corte más del ‘Electric’. Bajaron ligeramente el pistón al acordarse de su mediocre novedad ‘Hidden City’ con “Deeply Ordered Chaos”, los punteos de Duffy seguirían siendo una delicia incluso aunque se arrancaran con sardanas.

No tardaron en enderezar con una recta final de infarto con “Lil’ Devil”, un “Fire Woman” en el que Astbury no se atrevió a hacer los “shake it” del principio, pero continuaba siendo para soltar lágrimas de satisfacción, y un “Love Removal Machine” inmenso para poner un epílogo por todo lo alto y desear que vuelvan lo antes posible en estas condiciones.

Quién sabe si se habrán hecho una transfusión de sangre o quizás hayan encontrado el sentido de la vida gracias a la meditación trascendental, su renovación es un hecho y debería servir para convertirse por completo a su culto y creer en la resurrección de los muertos. Ya decía la Biblia que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno”. ¡Bendición perpetua para los artistas que se levantaron de sus tumbas!

Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan

Redacción
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