BIME: EL BAILE DE LAS MÁSCARAS

25 noviembre, 2013 8:29 pm Publicado por  5 Comentarios

BEC, Barakaldo

¿Quiénes somos realmente? Una pregunta metafísica que cualquiera con un mínimo de curiosidad se habrá hecho en algún momento de su vida. La gente puede llegar a dar una impresión muy diferente de lo que se esconde en lo más profundo de su ser. Algunos ofrecen un producto al gusto de las masas, no sea que uno se salga del rebaño y lo estigmaticen, y otros se muestran en todo su esplendor, sublimes sin interrupción, que diría el maestro Charles Baudelaire.

Pero en ocasiones las primeras impresiones engañan y luego en las distancias cortas uno debe tirar al vertedero las ideas preconcebidas. Eso fue precisamente lo que sucedió con unos cuantos artistas del apartado musical del BIME (Bizkaia International Music Experience), un festival que complementaba la feria de la música que se había ido celebrando a lo largo de casi toda la semana. Los promotores fueron optimistas y acertaron de pleno al anunciar en torno a las 8.000 personas por jornada, unas previsiones que se cumplieron por completo con pasmosa exactitud.

Y eso teniendo en cuenta que no existía en la plancha ningún grupo con destacado poder de convocatoria, puesto que ni los veteranos Manic Street Preachers ni los indies en boga Gossip eran a priori una garantía suficiente para salvar los muebles. Por lo menos, el recinto estaba muy bien montado, con tres escenarios comunicados entre sí y uno algo más alejado para formatos íntimos, con asientos y un ambiente un tanto repelente con peña gafapastoide que aplaudía literalmente hasta cuando cambiaban de instrumento.

INTACTOS LOS GALONES

Un aire gélido como del polo recibía a los valientes que se adentraban en los pabellones del BEC a primera hora. El calor humano no era todavía el suficiente para paliar el efecto de las frías temperaturas del interior, por lo que el abrigo se convirtió en una prenda indispensable para sobrevivir en tan extremo hábitat. Los post hardcoretas Inoren Ero Ni tampoco hicieron demasiado para dar algo de lumbre al ambiente y al de poco desertamos por su monotonía y excesiva parsimonia.

Otro que se tomaba las cosas con tranquilidad era el cantautor folk Passenger, que con solo su voz y su guitarra consiguió que el público comiera de su mano. Es que era un tipo muy simpático, como ese amigo que te encuentras en un bar y de inmediato te empieza a contar su vida sin siquiera pedírselo. No tardó en relatarnos todo aquello que odia como los baños de los festivales cuando te entra un apretón o esa hipocresía de las redes sociales que te lleva a tener en tu lista de contactos a gente con la que en la realidad no intercambiarías una palabra.

Pensábamos pasar por completo de su historia por considerarlo una de esas estrellitas encumbradas por los ‘hipsters’ de turno, pero descubrimos en las distancias cortas a un artista genuino que odia el programa X Factor’ por matar la música’ y que bebe de la mejor tradición folk de los sesenta, muy reseñable en ese sentido su soberbia versión del “The Sound of Silence” de Simon & Garfunkel. Un mérito enorme el de este hombre que con solo su voz, una guitarra y patadas al suelo a modo de percusión es capaz de encandilar a miles de personas. Un recital épico.

Conseguimos catar un par de temas de la cantautora vasca Anari, que seguían la línea doliente de Nacho Vegas o de Chelsea Wolfe, si nos da por mirar al panorama internacional. Daban ganas de quedarse, pero en el recinto intimista estaba el enigmático y andrógino Jay-Jay Johanson, que dejó aparcada su faceta más provocadora para convertirse en predicador de la decadencia, bebiendo algo que parecía whisky y acompañando su hipnotizante voz con un piano de cola. La verdad es que nos esperábamos otra cosa después de escuchar la electrónica alternativa a lo IAMX de “On The Radio”, aunque no nos desagradó su mutación en una suerte de crooner con toques cabareteros a lo Edith Piaf. Muy intensa resultó “Far Away”, con alguno cantando desde el asiento, o “Dilemma”, con unas cadencias que recordaban a ese archiconocido “Fever” de Eddie Cooley y Otis Blackwell versionado hasta la saciedad. Ambiente de tugurio total.

Y los cabezas de esa jornada, los galeses Manic Street Preachers mantuvieron intactos los galones desde su última visita al BBK Live hace unos cuantos años. Si bien en repertorio el recital fue infinitamente superior a la ocasión precedente, el sonido anduvo bastante enmarañado sin llegar a poderse calificar de óptimo en ningún momento del show. Una pena porque de lo contrario habría sido algo intachable.

Pocos fallos se podrían sacar cuando se empieza tocando la fibra sensible con “Motorcycle Emptiness” y ese impagable punteo a lo “Sweet Child O’ Mine”. Salieron con unas ganas tremendas de comerse las tablas, por lo que la comercial “Your Love Alone Is Not Enough” no era una apuesta descabellada antes de bajar el pistón con “Ocean Spray”, que contó con la ayuda de un trompetista.

No quisieron prescindir de los vientos tampoco en “Show Me The Wonder”, adelanto de su reciente ‘Rewind The Film’ y una de esas piezas nostálgicas a lo “Autumnsong” por las que siempre han demostrado una predilección especial. El poeta Rilke decía que la verdadera patria del hombre es la infancia, aunque en realidad la mayoría de las cosas importantes suceden en la adolescencia. Porque, ¿quién no recuerda el primer beso o ese instante en que cogió a alguien de la mano?

Experimentando un subidón similar les quedó niquelada “Anthem For A Lost Cause”, todo un acierto la inclusión de ese trompetista que otorgaba un sonido en plan E Street Band. Y fue un auténtico éxtasis también escuchar por fin el rasgar macarra de guitarras en “You Love Us” o la furia post punk de “Revol”. Alternaron con sapiencia momentos relajados tipo “Tsunami” con los glamourosos inicios de “Motown Junk” antes de finiquitar con el homenaje a las Brigadas Internacionales “If You Tolerate This, Your Children Will Be Next”. Para cuadrarse.

Por pura curiosidad, para acabar la jornada, nos acercamos a ver qué se traía entre manos Patrick Wolf, un artista que en estudio parecía seguir los preceptos de Depeche Mode. Lamentablemente se trataba de otro de los que en directo cambiaba totalmente hasta el punto de convertirse en un pedante insoportable, aunque nos proporcionó uno de los momentos más bizarros del festival cuando tuvo que interrumpir un tema por un acople y la peña gafapastil empezó a aplaudir a rabiar, gritando algunos incluso ‘es un genio’. Era un artista tan vanguardista que probablemente hasta fallaba a posta.

LOS BAILONGOS Y LOS TRISTES

El segundo día trajo una proporción de público muy similar a la del anterior, quizás algo superior en los picos de la noche, con los indies comerciales Gossip y las promesas del terruño Belako, entre otros. Abrió la terna la cantautora doliente Carla Morrison, con voz un tanto infantil y aporreando percusión. No se antojaba tan atormentada y experimental como en estudio, sino que se tornó más convencional, haciendo guiños a su patria México y en ocasiones añadiendo poso vaquero. No era lo que esperábamos.

Muy interesantes resultaron por el contrario los White Stripes vascos Bakelite, un dúo que seguía a rajatabla las pautas dictadas por Jack y Meg White con su rezumado clasicismo setentero, minimalismo rockero y hasta metieron slides y todo. Pero dentro de su palo eran variados a más no poder, ora fantasmagóricos a lo Nick Cave, ora grungeros acercándose a Pixies o a unos Nirvana contemporáneos. Para no perderles la pista.

Justo después teníamos en el reducido y selecto escenario gafapastil a otro triste, Lyenn, invitado en la gira europea de Mark Lanegan. Un doliente de los de verdad que cantaba cosas como “he derramado lágrimas” en “Forsaken Joy” o parecía despedirse para siempre de este mundo cruel. El ambiente era de tal respeto que incluso si te atrevías a cuchichear enseguida te miraban con gesto de reprobación y los más atrevidos no dudaban en levantarse para mandar callar a las cotorras. Un agradable remanso intimista.

Apenas un par de temas pudimos contemplar a los madrileños Jack Knife, pero nos causaron muy buena impresión con su hard rock a lo Jet trufado de garaje e incluso melodías a lo Beatles en “Far Away”. Y el personal respondió abarrotando el lugar, por lo que ese sentimiento de satisfacción debió ser compartido por una mayoría.

Duke Garwood era otro de los acompañantes de Lanegan en su periplo por el viejo continente, aunque no logró engatusar de la misma manera que su compi precedente Lyenn, por lo que en breve desertamos para encontrarnos con The Courteeners, banda de Manchester que ha recibido alabanzas del mismísimo Morrissey de The Smiths por sus pegadizas y enérgicas composiciones. Y en el tú a tú se mostraron un tanto irregulares, enganchando cuando metían zapatilla y su guitarra rememoraba al genial Johnny Marr o amuermando en los medios tiempos y baladas. Aceptables por momentos.

¡Quién nos iba a decir que casi al lado de casa, como quien dice, tendríamos a un grupazo de post punk llamado Belako deudores hasta las cachas de Joy Division! Líneas de bajo taladrantes, teclados hipnotizantes y la particular voz de Cris, que pasa de la languidez a la rabia en pocos segundos. Pero lo cierto es que no se trataba de convidados de piedra con puestos fijos, ya que iban rotando instrumentos y turnándose a las voces, en este sentido fue alucinante cuando la bajista comenzó entonando agónica a lo Ian Curtis antes de estallar en gritos punk. Mucha gente confunde las churras con merinas y a menudo encasilla a estas promesas de Mungia con la pedante etiqueta indie cuando lo suyo es puro post punk a la vieja usanza, o lo que es lo mismo, admiradores del ‘no future’ a los que se les va la olla con sintetizadores y atmosferas ensimismantes. Originales de verdad, fan absoluto.

El crooner de la decadencia Mark Lanegan abarrotó los asientos del reducido escenario de los sibaritas y un silencio sepulcral invadió el ambiente en cuanto irrumpió en escena con “When Your Number Isn’t Up”. Elegante hasta el extremo, con gafas oscuras a lo Nacho Vegas y apoyándose en el micro con pose atormentada, su voz con cuerpo raspó el alma como un vaso de aguardiente, incluso en la adaptación navideña tradicional “The Cherry Tree Carol”, y brilló a la altura de los grandes intérpretes en la versión de Frank Sinatra “Pretty Colours” o en la declaración de principios “Solitaire” de Neil Sedaka.

Con luces rojas de fondo y estética de garito de dudosa reputación, el otrora Screaming Trees se acompañó de chelo y violín que daban un aire fúnebre a muchas de sus composiciones, caso de “The Gravedigger’s Song” o “Phantasmagoria Blues”. El repertorio anduvo muy bien estructurado, dedicando la primera parte a su propia trayectoria y ya al final cediendo al cancionero ajeno que compone su reciente ‘Imitations’. Todo un detalle que se acordara del difunto Lou Reed condescendiendo con un “Satellite of Love” recibido con salvas de ovaciones y silbidos.

Habló de ese amor que destruye y consume hasta lo más profundo del ser en “Cold Molly”, por fortuna sin su pesaroso invitado Duke Garwood, y se despidió como un señor dejándose la garganta en “On Jesus’ Program”, igual que un predicador otorga a la congregación uno de esos sermones que resuena en la cabeza una y otra vez. Se hizo corto, pero fue de una belleza innegable, un despliegue de clase y autenticidad que pocos artistas pueden brindar a día de hoy.

Vaya contraste pasar de la desesperación vital de Lanegan al hedonismo sin cortapisas de los bailongos indies Gossip. Reconozco que quizás lo más sensato para cualquier periodista rockero hubiera sido ignorarles por su rollo excesivamente mainstream, pero a un servidor le convencieron esas guitarras nuevaoleras a lo INXS o Talking Heads y el hecho de que incluso se atrevieran a intercalar un fragmento del himno “Psycho Killer” de la imprescindible banda de David Byrne ya les ganaba el respeto por demostrar cultura musical.

Y siendo objetivos, también merecen la consideración por méritos propios, por contar con temazos tipo “Move In The Right Direction” o “Heavy Cross” capaces de poner a bailotear a ambos sexos, combinados con otros con más garra y guitarreo como “8th Wonder”. Su oronda y dicharachera vocalista Bett Ditto, activa militante por los derechos de las mujeres, derrochó un espectacular torrente de voz al nivel de las grandes divas del soul y el sonido en general fue de lo mejor del festi. Entretenidos y con solvencia indiscutible en directo.

Hasta aquí llegaron las propuestas interesantes de esta prometedora primera edición del BIME, un evento en el que los artistas no eran lo que parecían y que a veces se asemejaba a uno de esos bailes de máscaras donde uno jamás descubre la verdadera identidad de su acompañante. Dicen que los enamorados suelen ofrecer la mejor versión posible de sí mismos, tal vez esa actitud pudo estar representada en algunos de los artistas.

 Texto: Alfredo Villaescusa

Foto: Marina Ruano

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