¡Yo estuve allí y sobreviví! 10 consejos para irse de festival y no morir en el intento
10 junio, 2016 5:01 pm 1 ComentarioSe acerca el verano y llega la época en que proliferan por la península esa suerte de campamentos neohippies contemporáneos a los que acude la muchedumbre a escuchar sus grupos favoritos o bien a lucir palmito, que tiene que haber gente para todo. Nadie mejor que el veterano en estas lides Alfredo Villaescusa, que ha soportado tormentas de arena que ni en el desierto del Gobi y se ha batido el cobre entre guiris borrachos, para desgranar los puntos básicos para conservar la integridad. Y también la dignidad.
1. El atuendo adecuado.
Vamos a empezar por lo más básico: la vestimenta. Probablemente sea muy tentador pasearte por el recinto perdonando vidas con chupa de cuero, pantalón ceñido, cinturón de balas o cualquier otra macarrada, pero hay que ser realistas, las putas estrellas del rock deberían estar encima del escenario, no debajo, así que opta por la sencillez, calzado cómodo, etc. Sin pasarse, eso sí, que tampoco estás en el salón de tu casa. Y esto lo dice alguien que se pasó todo un Wacken con botas camperas y la dignidad por las nubes hasta que una agradable noche de verano se perdió y durante la caminata de vuelta de cuatro o cinco kilómetros estuvo barajando muy seriamente pedir ayuda a algún psychokiller para arrancarse los pies.
2. El horno crematorio más bien conocido como tienda de campaña.
Otra cuestión esencial: el hospedaje, por llamarlo de alguna manera. Acostumbrado el personal a estar más tieso que Carracuca, la mayoría opta por lo barato, adopta el uniforme perroflauta y se lleva la tienda de campaña con mayor o menor grado de sofisticación. Pero aunque aquello se trate de una especie de Palace de felpa o cualquier otro material sintético, hay verdades inmutables. El calor de dentro del chiringuito a nada que pegue el sol te hará rememorar de inmediato Auschwitz y demás campos de exterminio, y ya si encima tienes la gran suerte de que llueva, prepárate para esa modalidad de entretenimiento nocturno que consiste en chapotear al tiempo que intentas echar una cabezada. Loquillo decía que hay cosas que no debería hacer un hombre al llegar a cierta edad, una de ellas sería dormir en tienda de campaña, píllate un hotel, so rácano. Ganarás en calidad de vida.
3. “Yo tenía el pelo más largo que tú” y otras subespecies.
En los festivales suele haber bastantes especímenes ante los que conviene santiguarse, darse media vuelta y poner cuanto antes pies en polvorosa. Por ejemplo, esos clásicos que enseguida te sueltan eso de “yo tenía el pelo más largo que tú”, la carta de presentación de los auténticos plomos y preludio de una conversación insustancial acerca de lo efímero de la juventud, pero para eso ya estaban con bastante más nivel las ‘Coplas por la muerte de su padre’ de Jorge Manrique, ¿no?
4. Huye de los guiris borrachos.
Y de peligro extremo estarían considerados esos entes que únicamente beben y se aparean y que hubieran podido protagonizar algún documental sobre la vida animal del grandioso Félix Rodríguez de la Fuente o esos programas del siempre osado Frank de la Jungla. No en vano, provocar a estos especímenes podría convertirse en algo tan heroico como azuzar a una víbora con un palo, pues en cuanto prueban un par de gotas de alcohol ya no atienden a razones, verterán sus bebidas y diversos fluidos sin el más mínimo reparo, a la par que entonarán cánticos tan incomprensibles como la teoría del Bosón de Higgs. Hay incluso algunos ejemplares que con precisión de simios han aprendido a lanzar objetos a los fotógrafos, tal y como comprobamos en una de las ediciones del BBK Live. Vade retro.
5. El retozar se va a acabar.
No se trata de ningún consejo patrocinado por la Juventud Cristiana Anti-Sectas, sino de información práctica fruto de la experiencia. Seamos serios, ¿a qué se viene a un festival? ¿A pillar cacho o a escuchar música? Suponiendo que ningún insensato opte por lo primero, huelga decir que un concierto a tope de decibelios y abarrotado de gente no suele ser el lugar más adecuado para intimar o encontrar el amor verdadero y el que piense lo contrario necesita una buena colleja con urgencia. Todavía recordamos entrañablemente aquella ocasión con The Black Crowes ofreciendo uno de los recitales de su vida, envueltos en divagaciones que te llevaban hasta campos de algodón y al lado una parejita cargándose el encanto diciendo cada cinco minutos “¡Vaya rollazo!”. A cascarla.
6. La hora bruja
Y entre toda esta pléyade de sujetos a esquivar sin remisión, conviene destacar uno de los fenómenos únicos en los festivales, tan singular como la aurora boreal o alguna lluvia de estrellas de agosto. En efecto, hablamos de la llamada “hora bruja”, ese momento alrededor de las 2 o 3 de la mañana en el que el recinto sufre la invasión de criaturas bípedas que se mueven a bandazos y mascullan una jerga ininteligible para el resto de la humanidad, aunque eso tampoco les impide ni mucho menos explayarse. Y si encima tienes la suerte de ser tía y cometer la osadía de andar por ahí todo sola en plena madrugada, entonces un spray de pimienta podría ser un compañero inigualable.
7. No te me pongas exquisito.
Es otra obviedad como un templo, pero no está de más recordar que uno no acude a un festival a paladear las últimas novedades de la nouvelle cuisine, un gazpacho deconstruido con humus alcalino o cualquier otro innovador plato de Ferran Adrià. Deja a tus colegas veganos pastando en la hierba y vuelve a los orígenes de la civilización, cuando un taparrabos y un cuchillo de piedra eran lo único necesario para sobrevivir y un pedazo de carne ensangrentada era un auténtico manjar. Entrégate a las grasas saturadas, al pan blanco sin pienso para pájaros que comían nuestros abuelos y aprecia experiencias gastronómicas plenas como un contundente bocata de chorizo de madrugada. Un sonoro bofetón en la cara del gafapastismo.
8. Al que evacúa, Dios le ayuda.
Un clásico de las citas veraniegas, el problema de los urinarios. Nunca serán demasiados y la mayor parte de las veces escasearán, por lo que se vivirán situaciones tan dantescas como la vez aquella en el Azkena en que tocaban The Cult y una tropa de meones hacía sus necesidades a pocos metros del escenario ante la mofa incesante de Ian Astbury. En este contexto conviene aplicar el conocido dicho popular de que “en tiempo de guerra, todo agujero es trinchera” y extremar el ingenio para aliviarse. Las tías lo suelen tener más complicado que el futuro de Pedro Sánchez, por lo que no se libran ni por un casual de las largas esperas, aunque las hay que abogan tanto por la igualdad que hasta utilizan los urinarios masculinos. “Yo es que soy muy macho”, hemos llegado a oír.
9.Pasa desapercibido
¿Cómo era aquello que decían Kaka de Luxe de “si te sientes triste, silba y acudiré”? Pues bien, en casos extremos, siempre que uno se encuentre en un país extranjero, puede optar por la inefable táctica de mimetizarse con el entorno y hacerse el guiri, funciona de verdad, otro ejemplo probado con notable eficacia, mano de santo para desconectar. La verdad es que puede llegar a ser completamente liberador escuchar vociferar a grupúsculos de morenos con ese tono altavoz tan patrio y mirarles con cara de condescendencia nórdica, como pensando: “¡Pobres salvajes! ¿Dónde están las remesas de Napalm o Zyklon-B?”.
10. Ir donde la gente cante las canciones
Y por último, no hay que olvidar que nada une más a las personas que la música, una infalible red social que conecta gente de diverso pelaje de un plumazo. Al igual que uno puede acabar hablando con un garito entero a nada que suene tal o cual tema, la experiencia en un concierto cambia por completo si uno se sitúa en el lado de los muermos, las parejitas o los gatos de escayola que parece que están viendo los toros. Hay que buscar esos lugares en los que el personal se desata, plagados de cruzados de nuestra era que todavía compran discos y por supuesto se saben las canciones. No son leyenda urbana, de verdad existen. Podríamos ser tú y yo.
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1 comentario
no se que decir ante tal somanta de soberanas gilipolleces