Crónica de The Cure + The Twilight Sad: Luminosos y tenebrosos

23 noviembre, 2016 1:15 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Barclaycard Center, Madrid.

Me acuerdo que, cuando tenía 11 años, los periódicos griegos mostraban en su apartado de cultura la foto de un chico con el pelo cardado. Aquel chaval iba a tocar con su banda por primera vez en Atenas, en el primer festival de rock/pop que tenía lugar en el país heleno. Corría el último fin de semana de julio del año 1985, y tocaban bandas como The Clash, The Stranglers, Nina Hagen y Depeche Mode, entre otros, en el primer y último Rock In Athens.

Obviamente, a esa edad no tenía ni idea de música, pero sí que me quedó grabada en la memoria aquella imagen, casi onírica, de Robert Smith, ya que no había visto nada parecido hasta entonces. Pocos años después, estaba perdidamente enamorado de una compañera en el colegio y fue ella la que me hizo reencontrarme con Smith y compañía, ya que me pasó en cinta su disco ‘Disintegration’. Por aquel entonces, estaba en pleno descubrimiento del heavy metal, así que me parecía ridículo ese afán de aquellos góticos de cardarse el pelo mientras se revolcaban en su propia miseria. Sin embargo, según me fui haciendo mayor, me di cuenta que la vida es muy propicia a la tragedia y que la felicidad consiste en pequeños interludios entre largas temporadas de tensión, lucha e incertidumbre existencial; empecé a ver a The Cure y todo el movimiento gótico de otra manera, hasta que me entregué gustosamente a él, pero sin el pelo cardado. Dicho sea de paso, esa amiga ahora es una actriz y cantante famosa en su país natal… y yo sigo sin salir del maldito friendzone.

Por circunstancias de la vida, el domingo pasado fue mi primera oportunidad de verles en directo; un domingo lluvioso y gris, propicio para poder disfrutar de su música. Sin embargo, la nota discordante la puso un reducido grupo de adolescentes que llevaban unos cuantos días en un rincón del pabellón (que en breve pasará a ser llamado ‘WiZink Center’, por el cambio del patrocinador) aguardando para ver a un tal Justin Bieber. Cada loco con su tema, desde luego. Se podría reflexionar sobre el desorbitado precio de las entradas, el poder adquisitivo (y las pintas correspondientes) de los allí asistentes (la reventa llegó hasta los 600 euros) y el estado de grupo de masas que ha adquirido The Cure, pero esto dejaré que lo hagan otros expertos en la materia. Por mi parte, sigo pensando que las 16 mil almas que asistieron lo hicieron no por afán de tener protagonismo en las redes sociales, sino por amar su legado musical… ¿Seré ingenuo?

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Los escoceses The Twilight Sad resultaron ser unos teloneros de lo más apropiados, ya que su música es un compendio entre Joy Division, los propios Cure, Editors, Interpol, My Bloody Valentine… Es decir, post punk y shoegaze en un perfecto equilibrio con pequeñas dosis de folk y algo de electrónica. Elegancia, oscuridad épica y melancolía sirvieron como un buen preámbulo para lo que vendría después.

Smith sabe que ha alcanzado un estatus donde se puede permitir hacer lo que le da la gana. Sólo así explico el inicio de The Cure con un tema oscuro (y poco llamativo para mi gusto) como lo es “Open” y la posterior ejecución de otros cortes que, a mi parecer, no han contribuido mucho a la hora de agrandar el legado de la banda, como “The Hungry Ghost”, “From the Edge of the Deep Green Sea” o “Wrong Number”.

El líder de los británicos está arropado por unos músicos que son una excelente garantía a la hora de tocar en directo: el norteamericano Reeves Gabrels, quien ha tocado con David Bowie y Paul Rodgers entre muchos otros (su guitarra en el tema “A Night Like This” que reemplazó al saxófono de la versión de estudio o su estilo a lo Hendrix en “It’s Never Enough” dan buena fe de ello); el batería Jason Cooper (no perdió ni un compás en 3 horas de bolo), y el teclista Roger O’Donnell, que aparte de su larga carrera con The Cure, también ha tocado con Berlin y The Psychedelic Furs, entre otros. Esto derivó en que sus temas menores no produjeron grandes altibajos con respecto a la intensidad del concierto. Mención aparte merece el bajista Simon Gallup, vestido de blanco y el único con actitud y pinta rockera en el combo. Su instrumento casi se comió a todos los demás en la mezcla. Más bien parecía haber salido de una banda de garage, encargándose de animar el cotarro, ya que Smith no suele ser un torbellino sobre las tablas precisamente (como siempre lo que más mueve son sus brazos, cual un penitente que los alza al cielo buscando salvación). Como anécdota, delante de mí en la taquilla había un inglés que estaba en la lista de invitados del propio Gallup. ¿Quién sería?

reeves-gabrels-the-cure-madrid-2016Smith tiene un buen listado de himnos incontestables en la manga y, cada vez que sonaba uno, el pabellón estaba a punto de venirse abajo (el excelente sonido también ayudó). Los coros a pleno pulmón de las melodías de “Just Like Heaven”, “The Walk” o “Friday I’m In Love”, la interacción simpática entre las características notas del bajo de Gallup y las palmaditas del respetable al final de su clásico “A Forest” (según mi acompañante Juan Destroyer, hizo un guiño al “Phantom of the Opera” de Maiden);  y, cómo no, su respuesta entusiasta acorde al gesto de Smith de tocar “The Blood” con ese toque aflamencado, mostraron la entrega del respetable madrileño. “No sería apropiado no tocarlo”, dijo el voceras sobre este último tema en uno de sus escasos comentarios entre canción y canción a lo largo del bolo.

Personalmente, creo que el momento álgido fue la canción “One Hundred Years”, uno de los temas más asfixiantes y oscuros de su discografía, acompañado por imágenes sombrías y siniestras de la historia del siglo pasado, algo que acentuó más aún su ambiente ominoso. Fue una de las pocas islas de desasosiego y oscuridad, junto a “Burn”, “Fascination Street” o “Lullaby”, en un mar de felicidad. A propósito de las imágenes, la producción escénica se compuso de una gran pantalla LED al fondo que emitía proyecciones preparadas para la ocasión e imágenes de la banda en directo. Había otra pantalla más pequeña a cada lado, con plano fijo, y la nuestra a menuso solo captaba las piernas de Gallup y al teclista (¿humor británico?). Por otro lado hubiese preferido menos juegos de luces para acentuar la melancolía y la oscuridad de la banda, pero es lo que tiene cuando uno toca ante miles de personas en pabellones.

Dos horas y cincuenta minutos de concierto, y seguro que habrá gente que haya echado en falta sus temas favoritos (personalmente, “A Strange Day”, “Primary”, “10:15 Saturday Night”, “The Hanging Garden” u “Other Voices”). ¿Acaso hay algo más gótico que dejar a alguien con un sentimiento de anhelo y del deseo no cumplido? No obstante es más que loable que Smith obsequie a sus fans con la mayor cantidad de música posible. Puede que no esté en la misma forma física que un Bruce Springsteen, pero se agradece igualmente.

No sé si volverá a publicar nueva música, pero el tema inédito que tocó, “It Can Never Be the Same”, parece señalar que Robert vuelve a la melancolía de antaño. Es un grande y nos regaló una noche inolvidable.

Texto: Yorgos Goumas
Fotos: Jose G. Santana

Setlist: Open / High / A Night Like This / Push / In Between Days / Pictures of You / Kyoto Song / The Blood / The Caterpillar / Lovesong / Just Like Heaven / The Last Day of Summer / The Hungry Ghost / Edge of the Deep Green Sea / One Hundred Years / End
Primer Bis: It Can Never Be the Same / Burn / Play for Today / A Forest
Segundo Bis: Shake Dog Shake / Three Imaginary Boys / Fascination Street  / Never Enough / Wrong Number
 Lullaby / The Walk / Friday I’m in Love / Boys Don’t Cry  / Close to Me / Why Can’t I Be You?

Redacción
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