Crónicas

Earthless + The Shrine: La turra y el ímpetu

«Tuvimos la oportunidad de comprobar dos caras diferentes de la misma moneda: improvisación frente a inmediatez»

9 mayo 2019

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Que sobre gustos no hay nada escrito es algo que se conoce desde tiempos inmemoriales. Lo que a uno le puede parecer una auténtica maravilla a otro le puede resultar un peñazo insoportable. Y no pasa nada. No hace falta señalar al discrepante ni sacar la antorcha a pasear para darle su merecido en redes sociales. Llevamos muy mal lo de salirse del redil, por eso cada vez existen más personas a las que les da miedo pronunciarse en un sentido o en otro, no vaya a ser que enseguida les pongan la cruz. Y no hablemos ya de los que se piensan que escribir crónicas es poco menos que diseccionar ranas, como decía el gurú Kiko Amat, y hay que eliminar cualquier rasgo subjetivo de las mismas, no sea que los ofendiditos anden al acecho.

Valga este preámbulo antes de que nos señalen por no apreciar lo suficiente el arte en directo de los californianos Earthless, que se presentaron en la capital vizcaína un día antes de su actuación en el Kristonfest ante un nutrido respetable muy entusiasmado en el que había peña tan freak que mostraba su agradecimiento haciendo flexiones frente al escenario. Ya nos lo dijo un promotor, “o los amas o los odias”. Y aunque nuestra actitud hacia ellos no se englobe en ninguno de los dos supuestos, hemos de admitir que lo que presenciamos nos pareció una soberana turra, a pesar de que sí que nos tiren otro grupos actuales de su rollo como Radio Moscow, a los que les encontramos bastante más gracia.

Lo cierto es que acudíamos al Antzoki más por curiosidad que por ver a los también norteamericanos The Shrine, un hecho acrecentado además por la incorporación de la bajista original de Nashville Pussy, Corey Parks. Y no defraudaron en absoluto hasta el punto de convertirse en lo mejor de la noche, con la bajista que escupía al suelo como una macarra en el centro de atención y legando todo tipo de posturitas para deleite de fotógrafos. La chica imponía lo suyo ya solo por su altura, por algo es hermana del jugador de baloncesto Cherokee Parks, y cuando ofreció una botella al público, nadie se atrevió a acercarse y tuvo que bajar ella misma las escaleras. El miedo proverbial a las altas.

Sonaron como un tiro desde el inicio y aprovecharon bien su tiempo en escena repasando su reciente EP, ‘Cruel World’, con “Dance on a Razor’s Edge”, a la vez que la bajista realizaba frecuentes incursiones entre el respetable para desparramar como uno más, o incluso para dar de beber al personal. Consiguieron que piezas del calibre de la homónima “Cruel World” o “The Taste of Blood” fueran acogidas con cierto entusiasmo por la parroquia, antes de arremeter con uno de los picos de la velada, una potente versión del tema que da nombre a Motörhead, no en vano Corey era amiga personal de Lemmy Kilmister. Un homenaje que les venía como añillo al dedo, pues su estilo actual andaría a medio camino entre el heavy y el punk, con el aporte contundente de su característico stoner rock.

Después de semejante ímpetu, que te planten a un grupo eminentemente instrumental, pues se hace muy duro, no nos vamos a engañar. Y eso que la puesta en escena de Earthless no estaba mal, con cada uno de los miembros situado estratégicamente en el escenario y un juego de luces psicodélico para favorecer la paranoia colectiva. Los fieles demostraron su entusiasmo desde el comienzo, incluso aunque te casquen una desmedida interpretación de media hora de “Uluru Rock” que se tornó casi interminable. Que no hubiera apenas separación entre corte y corte propició que se incrementara esa sensación de burbujón similar a la que uno experimentaba cuando se ponía a fumar porros en una tienda de campaña.

Pero una de las principales señas de identidad de los californianos reside en la improvisación, algo que les sale de forma natural, y quizás también sin quererlo, aunque el líder Isaiah Mitchell ponía caras concentradas de estar gozándolo. Este afán por lo enrevesado por lo menos asegura que cada noche posee autonomía y personalidad para diferenciarse del resto de las demás, y otorgaría a sus bolos el calificativo de únicos en el pleno sentido de la palabra. Otra cosa es ya la capacidad de aguante de cada cual.

La nuestra ese día tal vez estaba bajo mínimos y no pillamos el punto a su montaña rusa de subidas y bajadas de intensidad. El compañero Yorgos Goumas, que también les vio en Madrid, coincidió en la apreciación, y además se quejó de que sus oídos habían salido perjudicados por los repetitivos tonos de la guitarra de Mitchell, lo cual podría transformarse en una tortura china si encima te toca al lado de un bafle, como le pasó a nuestro colaborador.

La peña seguía aquellos devaneos por las seis cuerdas con atención, como en una clase magistral, y cuando más delirante se ponía la cosa, algunos hasta movían la mano igual que en los toros se sacan pañuelos blancos. Menos mal que a nadie se le ocurrió pedirle una oreja a Isaiah.

Dentro del incesante bucle que montó el trío sobresalió “Electric Flame”, por la aportación vocal del amado líder que rompió la monotonía y nos alejó por unos momentos del irremediable sopor. Y rememoraron el legado de Cream o Hendrix en un “Gifted by the Wind” de un parecido asombroso al “Spanish Castle Magic”, al tiempo que también aparecieron voces por ahí. Sin duda, cuando se arrancan en este plan se tornan más soportables. Un tipo pasó saltando por el escenario como si aquello fuera lo más festivo del mundo. Música de verbena, vaya.

La lisérgica “Violence of the Red Sea” debió de suponer todo un festín para los gourmets de la psicodelia más desatada, pero para entonces unos cuantos ya habían desertado, pues había que tener cuerpo para aguantarles, y más con un intempestivo horario en el que se prolongó la actuación más allá de las doce, con gente currando al día siguiente. No podemos quejarnos porque tuvimos la oportunidad de comprobar dos caras diferentes de la misma moneda: improvisación frente a inmediatez, ritmos a la yugular frente a un colocón colectivo. La turra y el ímpetu.

Alfredo Villaescusa
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