Crónicas
Bull Music Festival
«El festival granadino volvió a batir récords de asistencia, y lo hizo con un cartel que aglutinó de nuevo a artistas de todo tipo y condición en el que el rock tuvo, una vez más, una representación generosa y aclamada»
Del 31 de mayo al 1 de junio
Cortijo del Conde, Granada
Texto: Jason Cenador. Fotos (cortesía del Bull Music Festival): JM Grimaldi y Javier Martín
Andalucía divierte, siempre lo hace, pero también enriquece como pocos lugares, contagiando al forastero de un espíritu y una hospitalidad que prácticamente le hacen sentirse como en casa, por septentrional que sea su origen. En el sur hay belleza, cultura, identidad, historia y sí, también mucha y muy buena música en directo.
El modus vivendi de tan fascinante tierra, injustamente envuelta en tópicos inconsecuentes a ojos de aquellos que jamás han penetrado en su aura ni han puesto un pie en su curtido suelo, es el caldo de cultivo ideal para un sinfín de festivales, algunos de los cuales atesoran ya una veteranía importante y otros, como el que nos ocupa, se abren decididamente un hueco cada vez más holgado en una escena que parece infinitamente permeable a celebraciones de este tipo. Arribando ya a su tercera edición, el Bull Music Festival volvió a batir récords de asistencia, y lo hizo con un cartel que aglutinó de nuevo a artistas de todo tipo y condición en el que el rock tuvo, una vez más, una representación generosa y aclamada por el igualmente heterogéneo respetable.
Por razones de contexto, serán el rock y sus circunvalaciones las calzadas sobre la que se conducirá esta crónica. Rock como el que sonó, en su vertiente más latina, cuando el pistoletazo de salida del festival retumbó bajo una tórrida solana y ante los primeros valientes que la desafiaban bajo las carpas acertadamente instaladas frente a los escenarios. En el central hicieron acto de presencia Maldito Megías y Los Decadentes, un diamante de la escena granadina que comenzaba a brillar ante el público con un primer EP, ‘Aprovecha la ocasión’, del que ejecutaron todas sus canciones, junto a otras muchas que están por ver la luz.
Con un saber estar y una presencia encomiables habida cuenta de las difíciles condiciones en las que se desenvolvió, el artista local esgrimió una sublime efectividad flanqueado de músicos de primerísimo nivel y muchísimas horas de directo a sus espaldas en diferentes proyectos. Por eso, sonaron irresistibles “Aprovecha la ocasión”, como animada inauguración del concierto; “Tango”, haciendo honor a su título; la más acompasada a la par de desparpajada “Cara a cara”, con la aportación de la también vocalista Nika Recio, o la sensacional “Billete de ida”, broche de oro a una actuación sobresaliente en la que también se coló una versión del “Come Together” de The Beatles más cercana a la que en su día registró Aerosmith y una colaboración de lujo sobre todo de cara al público local, la de Agustín Ampudia, alma máter de los pretéritos Los Ángeles.
Más tarde, nos sorprendía a contrapié otra formación local, Martina Karsch, que aunque empezó su show al compás de un indie rock más liviano aunque decididamente consistente, terminó desembocando en un rock alternativo de guitarras más corpulentas con el que el espíritu de bandas como Foo Fighters, Temple of the Dog o Pearl Jam sobrevoló un recinto que iba cogiendo colorido. Más concurrido estaba el show que empezó en el escenario aledaño, donde Maldito Megías había cortado la cinta inaugural, cuando la actuación iba por la mitad. Era el de Fuel Fandango, creativo y variopinto combo cuya fusión entre la electrónica, el funk y el rock cuenta con adeptos por doquier en esas latitudes. El entusiasmo iba in crescendo cuando aún eran muchas las horas que había por delante.
Las horas a veces se tornan en minutos cuando el júbilo se adueña de uno y lo separa de la realidad tangible, máxime cuando es al ritmo del rock and roll más adictivo y axiomático imaginable, el que los valencianos Los Zigarros descargan con el descaro de los más grandes cada vez que pisan un escenario. Su actuación fue una oda al desenfreno, al alto voltaje enclavado en canciones de inabarcable pegada y descomunal garra. Son el sinónimo de la actitud, del carpe diem, del disfrute y de la autenticidad. Sobre todo de la autenticidad.
De escándalo fue una actuación que no dio ni un segundo de tregua desde que arrancó con “Apaga la radio”, paradigma de su más reciente disco, y en la que cayeron para embriagarnos más que un tráiler repleto de cervezas himnos de la pegada de “Listos para el despegue”, “Hablar, hablar, hablar…”, “A todo que sí”, “Dispárame”, que hizo de aquello un hervidero con el público volcado, o la macarra y osada “Dentro de la ley”. Mención aparte merece “Mis amigos”, un tema original de los vizcaínos The Flying Rebollos en cuya original cantó nada menos que Roberto Iniesta (Extremoduro) y que le viene como anillo al dedo al repertorio de Los Zigarros.
Con espectáculos como el vivido, el conjunto liderado por los incombustibles hermanos Álvaro y Ovidi Tormo está claro que responden al primer tono de la llamada que el destino les hace para proponerles la grandeza, la inmortalidad. Se lo han currado como pocos, con años de dormir en garajes y furgonetas por hacer decenas de conciertos por toda la geografía ibérica, y permanecen fieles a su cometido, tomando como aliada la herencia incólume que AC/DC o Status Quo pusieron en sus oídos para regocijo de los que ahora gozamos de las consecuencias.
La noche había caído sobre nosotros, con su bienvenido fresquete a más de novecientos metros sobre el nivel del mar, cuando pasada la hora bruja los madrileños Sex Museum se mostraron bajo los focos. La experiencia es un grado, y este quinteto la emplea como viento que sopla a su favor. Por eso, temas de indisoluble aroma garajero, acreedores de un underground al que nunca han renunciado, como “I Enjoy the Forbidden”, “Dopamina” o “Two Sisters” resultan siempre tan amenos como vibrantes. No acostumbran a fallar, mucho menos a aburrir, y su enésima descarga entre las montañas béticas no iba a ser una excepción.
Tampoco aburren jamás – de hecho ese concepto difícilmente aparece en su diccionario – los barceloneses La Pegatina, garantía de una fiesta por todo lo alto, de un jolgorio desmedido, de un mar de sonrisas que volvió a azotar las preocupaciones cotidianas hasta derribarlas tan pronto como sus vivaces canciones salpicadas de ska, rumba y rock hicieron de aquello una jarana desbordante ideal para despejar a la prole estudiantil granadina en plena vorágine de exámenes y agobios varios.
No faltaron ninguna de las piezas imprescindibles de sus directos, desde “Y lloverá y yo veré”, que sigue resultándome irrebatible, sinónimo de la más pura y liberada diversión, de un optimismo contagioso; hasta la jocosa “Mari Carmen”, último cartucho para disfrute de tantos y tantas que la han coreado a viva voz en las fiestas de cualquier pueblo. Pero La Pegatina es mucho más. En sus conciertos hay momentos para la reivindicación sin ambages de la libertad de expresión hasta momentos más emocionales, pasando por colaboraciones inesperadas, como fue el caso de la de Rozalén en “Algo está pasando”, la cual ya registraron juntos para la posteridad.
Confeti, entrega mutua del público hacia la banda y viceversa, compadreo entre todos los músicos, alusiones furtivas a coreadas canciones populares y mucha alegría completaron otra cita más en el apretado calendario de un grupo que aquella noche tenía que dormir en Málaga, a un par de horas de la ciudad del Albaicín, para coger temprano un avión hasta Ourense, donde otro escenario les esperaba al día siguiente. ¿Qué desayunarán estos chicos?
La gala más potente de la velada era, sin lugar a dudas, la de Medina Azahara, eternos profetas en su tierra, perpetuo orgullo de la Andalucía más rockera y apegada a sus raíces. El buque insignia del rock andaluz, con permiso de Triana, claro, echó el ancla en el Bull Music Festival con sus camarotes llenos de canciones que jamás fallan en vivo, ejecutadas con la finura, la dedicación y el amor por la música que siempre ha caracterizado a su tripulación.
Los cordobeses empezaron con un valor seguro como es “Palabras de libertad”, tras la que fueron desgranando grandes composiciones acompañadas por miles de gargantas como “Aprendimos a vivir”, “Velocidad” o una más progresiva “Qué difícil es soñar”. Hicieron partícipe al público interactuando con sobrada química en “La tierra perdida” y reivindicaron la figura de “las que murieron buscando la paz y que la gente fuera más feliz” antes de “Trece rosas”, tema que presta su título a su último álbum y que relata la historia de las trece jóvenes vilmente asesinadas por el bando franquista el 5 de agosto de 1939. Cómo no, su bella ciudad tuvo su preciado tributo de la mano de “Córdoba”, tan hermosa como la susodicha.
“Hay que saber de dónde venimos y a dónde vamos”, proclamó Manuel Martínez antes de dar paso a un medley entre “El Lago” y “Abre la puerta”, de los mentados y siempre venerados Triana. Ya en la rampa de salida del concierto, himnos como “Necesito respirar”, “Todo tiene su fin”, original de Los Módulos, o “A toda esa gente”, tras la que se coló también un testimonial tributo a Europe y a Queen. Como se encargaron de poner de relieve, son 40 años de historia, cuatro décadas que no son, ni mucho menos, suficientes para saciar su voraz avidez de repartir magia y de mantener prendida la llama del rock andaluz como ningún otro combo lo hace hoy en día. Tan grandes como siempre.
No pesaron en el cuerpo de quien suscribe estas líneas las doce horas que llevaba disfrutando de buena música en el Cortijo del Conde, y a las 4:45 de la madrugada tuve el honor de formar parte de esta maravillosa celebración a modo de DJ con una sesión de rock y metal que puso la guinda a la jornada en el escenario principal. Aprovecho el altavoz para agradecer de corazón a todo el equipo del Bull Music Festival la posibilidad de haber representado a La Heavy y MariskalRock en escena y de haber participado a este nivel en el evento, particularmente a Fátima Rodríguez y Enka (Wild Punk). Y cómo no, reiterar el aplauso a todas aquellas y todos aquellos que ante el escenario coreaban a viva voz todas las canciones, haciendo de aquello un momento increíble. ¡Por muchas más!
Tras el obligatorio paseo por el Albaicín y la imperativa contemplación de la Alhambra entre otros tantos tesoros arquitectónicos y patrimoniales de una ciudad sin fin, previa degustación de las tan aclamadas tapas granadinas, tocaba volver a la carga el sábado, segundo día de festival en el que la afluencia de público fue aún mayor y que se saldó con un nuevo éxito de organización.
La actuación estrella en el ámbito estilístico que nos atañe fue, sin duda, la de Mägo de Oz, quienes supieron escoger quirúrgicamente las canciones del presente repertorio para exprimir al máximo su hora larga de actuación y, sobre todo, cumplir su eterno afán: hacer que todos los presentes se lo pasen de auténtico lujo. La misión fue cumplida con creces desde que “El libro de las sombras” escribió el primer capítulo de la actuación, en la que, esta vez sí, la representación del nuevo disco fue más comedida. De este ‘Ira dei’, se mostraron efectivas “El amor brujo”, con el micro de Patri por debajo de lo deseable; “Tequila tanto por vivir”, “Te traeré el horizonte”, con imágenes del videoclip proyectadas; y “Ciudad esmeralda”, en la que la vocalista dio un recital sublime. La también líder de Khy nos dejó, de hecho, boquiabiertos cuando se marcó la sobrecogedora “Opera Mortis” sobre el trasfondo de teclado, ¡qué garganta más privilegiada!
Pero se trataba de un concierto en el que, por las peculiaridades del festival, iban a funcionar fantásticamente bien los singles más accesibles y abrazados por el gran público. Por ello, “Hoy toca ser feliz”, “Hasta que el cuerpo aguante” o “El que quiera entender que entienda”, con beso entre el flautista Juanma y Zeta incluido para reivindicar la libertad sexual y el respeto por toda inclinación sexual, fueron recibidas muy calurosamente. También “La posada de los muertos” y la legendaria e inolvidable “Molinos de viento”, paso previo a unos bises que fueron inaugurados por “La cantiga de las brujas”, en la que fue el guitarrista Manuel Seoane quien se encargó de las voces guturales grabadas por Diva Satánica (Bloodhunter).
Introducida por Zeta, cuyos comedidos discursos no eran demasiado audibles frente al escenario. “La costa del silencio” puso aquello patas arriba para que “Fiesta pagana” terminase por meter al heterodoxo y variado público en un mismo bolsillo, el de una banda que tiene este año una agenda kilométrica y que no se cansa de llenar de vida cada lugar que visita. Se echaron en falta cortes de mayor complejidad y más incursiones en álbumes pretéritos – en Granada a uno le hubiera emocionado hasta cotas insospechadas escuchar “El paseo de los tristes” –, pero no es por esos derroteros por los que han conducido el presente tour y, para ser honestos, el escaparate se prestaba mucho más para un setlist como el que llevaron a cabo con solvencia, profesionalidad y altas dosis de disfrute colectivo.
El otro plato fuerte de la noche en terrenos del rock era Eskorzo, banda queridísima en su ciudad que combina el rock, el ska, el reggae y ¡la cumbia! como nunca antes se había hecho. También sientan cátedra en la no tan fácil asignatura de hacer que miles se lo pasen en grande, pero eso no eclipsa la ingente calidad musical y el tremendo talento creativo que atesoran, cuyo resultado es una fusión musical fabulosa para los oídos abiertos y exentos de prejuicios. “Déjame que te devore”, “Herida abierta o cicatriz”, “Cumbia caníbal” o “Suave” fueron algunos de los temas que desencadenaron reacciones de lo más diverso, en consonancia con el eclecticismo de su propuesta. Momentos de abstracción, bailoteos hedonistas, proclamas reivindicativas, apologías de la felicidad y pogos de los que levantan el polvo coexistieron en un concierto que culminó bien entrada la madrugada.
Aún quedaba noche, y fueron Zoo y, sobre todo, Green Valley, consagradísimo combo de reggae con pinceladas rockeras y un directo magnífico, capaz de levantar el espíritu a cualquiera, quienes amenizaron una fiesta que desafió la mañana del domingo prolongándose hasta que el sol llamaba a las puertas del cielo de Granada. De ese cielo despejado entre montañas que fue testigo mudo de un sensacional festival que, estoy convencido, seguirá creciendo en los próximos años. En Andalucía aún queda temporada de festivales para rato. ¿A quién se le verá el pelo en el Weekend Beach de Torre del Mar el primer fin de semana de julio? ¡Es la próxima parada y ahí estaremos!
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1 comentario
A pesar de los diferentes estilos musicales que se dieron cita en dicho festival por lo menos las verdaderas bandas rockeras cumplieron a la altura de las circunstancias ofreciendo su mejor directo ante un publico de lo mas variado.