Crónicas

BBK Music Legends: Vibraciones estratosféricas

«Una nueva edición del BBK Music Legends en la que vivimos momentos irrepetibles con The Beach Boys, Little Steven y Paul Collins.»

Del 14 al 15 de junio de 2019

Centro La Ola, Sondika (Bizkaia)

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

 El ambiente en un concierto es fundamental. Puede hacer que en un momento tus congéneres te parezcan lo más adorable sobre la faz de la tierra o que, por el contrario, desees que llueva napalm sobre sus cabezas sin compasión alguna. Pero conviene distinguir entre diferentes tipos de muchedumbres, los que van al concierto a disfrutar de la música, o los que se toman aquello como un acto social en el que hacerse fotos ridículas sin descanso, grabar vídeos con el móvil que luego no se van a ver jamás o hablar a un volumen de pescadería sobre asuntos por completo intrascendentes. En la época contemporánea el mal acecha en múltiples formas. Ninguna de estas incomodidades se sufre en el BBK Music Legends, un festival tranquilo, con aforo muy limitado, en plena naturaleza (para los que les emocionen esas cosas) y con una conexión en tren envidiable que te deja en el recinto en unos 10 minutos desde el centro de Bilbao. Un lujazo. Y lo mejor de todo, un público ejemplar en el que apenas sientes a esas molestas cotorras y en el que el personal no va a figurar. Un señor mayor lleva con el mayor orgullo del mundo una camiseta de Deep Purple que ha desempolvado del armario para la ocasión como si fuera un auténtico traje de gala. La etiqueta imprescindible en todo fan de la música.

Puede que en las primeras ediciones la predominante presencia de respetable envejecido fuera una de las señas de identidad del evento, y quizás hasta un inconveniente, pues un conocido de los bolos nos dijo recientemente que no le gustaba ir a sitios donde se sintiera “mayor”. Pero el rollo está cambiando, o eso nos dio la impresión por la de veinteañeros o treintañeros que encontramos por allí, algo impensable y casi testimonial antaño. O tal vez, como apuntaba el colega fotero Tom Hagen, el problema resida en que nosotros cada vez somos más viejos y por eso mismo observamos al paisanaje desde otra perspectiva.

Ambiente en el BBK Music Legends

Un orfebre de melodías

Ante un cielo que amenazaba con descargar agua en cualquier momento, los locales Amann & The Wayward Sons abrieron la jornada inaugural con una afluencia de peña considerable. El rock nacionalista de Anje Duhalde cosechó los primeros elogios al ofrecer un recital rockero de regusto americano y distanciarse de esta manera de la clásica estampa de cantautor vasco tipo Mikel Laboa que muchos teníamos en mente al pronunciar su nombre. Quizás eso también explicara la presencia por ahí de Andoni Ortuzar, presidente del PNV, partido enemigo declarado de la música por políticas totalitarias como su intención de limitar los conciertos en garitos. Nada como un sarao de este tipo para blanquear la imagen.

Suzanne Vega

Y superó bastante nuestras expectativas la californiana Suzanne Vega por su elegancia y una cristalina voz juvenil que no permite vislumbrar ni de coña sus casi 60 palos. Acompañada únicamente por un guitarrista, se presentó con chistera como si fuera a ejecutar un truco de ilusionismo, que en este caso era conseguir que un concierto folk no se tornara un peñazo de proporciones antológicas.Tiró pronto de su mayor clásico, “Luka”, recordada canción contra el maltrato infantil, y rememoró el primer amor con “Gipsy”, trufando cada introducción de anécdotas igual que un cuentacuentos a la luz de una hoguera. Hubo tiempo asimismo para recordar la turbulenta relación entre Frank Sinatra y Ava Gardner, que el negro es el mejor color en “Never Wear White” y finiquitar con esa suerte de cántico para sala de espera del dentista llamado “Tom’s Diner” y su hipnótico estribillo. Clase para regalar.

A veces para triunfar no hace falta ser especialmente guapo ni lucir una estética epatante; si uno sabe componer temazos como Paul Collins lo demás es puramente anecdótico. Con su pinta de oficinista o de jubilado británico en la Costa del Sol, arrancó un recital impecable de principio a fin con composiciones redondas del calibre de “Let Me into Your Life” o la cumbre del power pop “Rock N’ Roll Girl”, que si no fue en su día un éxito multitudinario fue por simple mala suerte.

Paul Collins

El líder de The Beat cantó a los currelas en “Work-A-Day World” y no se permitió ni un respiro encadenando himnos de su primera época ejecutados por músicos peninsulares de Salamanca y León, entre los que destacaba Juancho López, bajista en la banda de Kurt Baker, el príncipe del power pop actual. Emularon a los Beach Boys en “U.S.A.” y confesó el talentoso voceras que allá por 1984 ya se encontraba en España “cantando pueblo a pueblo “All Over The World””. Un recital colosal en el que no había piezas malas, sino canciones con mayúsculas que nada más escuchar el inicio sabías que se avecinaba algo grande de verdad, caso de “Different Kind of Girl” o ese enorme “Hanging on the Telephone” de The Nerves que luego popularizarían Blondie hasta el punto de que muchos piensan que es de Debbie Harry y compañía. Un orfebre de melodías.

 

El pleistoceno sin redes sociales

Mike Love (The Beach Boys)

Puede que algunos opinen que esta versión contemporánea de The Beach Boys capitaneada por el vocalista Mike Love y Bruce Johnston, el otro miembro original, es poco menos que una franquicia con vocación verbenera. Nada más lejos de la realidad, pues demostraron una vitalidad encomiable para los 78 palos que gasta, por ejemplo, el líder de esta facción de los chicos playeros. Hace no mucho tocó en el BBK Live Brian Wilson recreando el mítico ‘Pet Sounds’, y por los achaques propios de la avanzada edad el hombre daba más pena que otra cosa.

Pero ese no era el caso del antaño guaperas Mike Love, un señor que todavía conservaba gestos de galán y se emocionaba cuando veía a alguna muchacha por ahí subida a burros. Vistió aquellas míticas camisetas de rayas que utilizaban en los sesenta, y en concordancia con la pantalla que iba mostrando vídeos y fotos de la época gloriosa del grupo, hasta reprodujo vueltas de peonza como si fuera un chavalillo de veinte tacos. Esta gente se quitaría las groupies de encima casi como si fueran moscas.

Prendieron la mecha de la emoción con “Do It Again” y “Surfin’ Safari”, con las voces perfectamente empastadas y bordando lo que se puede escuchar en estudio, aunque a veces tirasen de alguna pista pregrabada, como es normal. “Catch a Wave” nos subió encima de un pedestal, en la cresta de la ola de la que habla la canción, y luego descendimos en barrena al ritmo de la inapelable “Surfin’ USA”, temazo que animaría hasta a un muerto.

Se lucieron también en baladas tipo “Surfer Girl”, de poner un nudo en la garganta, y fueron brillantes hasta los falsetes en “You’re So Good To Me”, ejecutados con mucha solvencia por la banda de escuderos en la que destacaba el propio hijo de Love, el guitarra Christian, que puso de manera muy decente la voz a “God Only Knows”. Otra tierna reposada en la que los cinéfilos recordarán la escena del aeropuerto de ‘Love Actually’.

Homenajearon a los grupos de chicas de los 60 con “Then I Kissed Her”, adaptación de The Crystals, y no dejaron de poner pelos de punta con el “Why Do Fools Fall in Love” de Frankie Lymon & The Teenagers. Aquello era un festival excelso, pues los cortes se sucedían a una velocidad endiablada, casi cuando terminaba uno, ya estaba empezando otro. Y sin charlas ni monsergas inútiles, salvo las necesarias para comprobar que eran en realidad seres humanos. Espíritu punk por los cuatro costados.De esta guisa caían que daba gloria viejos éxitos como “Don’t Worry Baby” o las odas a la velocidad automovilística de “Little Deuce Coupe” o “409”, reflejos de una sociedad capitalista en estado puro, pero a quién le importaba eso. Los coros de “I Get Around” retumbaron y fueron reproducidos a pulmón por la concurrencia, e incluso se atrevieron a ironizar con el tono sosegado de “In My Room”, “apropiada para una siesta”, según dijeron.

Mike Love (The Beach Boys)

Les perdonamos que en “Wouldn’t It Be Nice” llenaran la pantalla de corazones en pleno arrebato hippie, antes de que en “California Girls” se mostraran chicas en bikini por doquier. Los ofendiditos a otra parte. Echamos de menos más velocidad en el “Do You Wanna Dance?” de Bobby Freeman, porque teníamos muy presente la manera en que la tocaban los Ramones, y nuestra preferida, “Help Me Rhonda”, sonó impecable con sus coros multidireccionales.

No podría faltar ese “Barbara Ann” de The Regents que todo el mundo les atribuye, donde se regodearon en un punteo a lo Chuck Berry, y el único relax que nos proporcionaron llegó con la exótica “Kokomo”. Un descanso emocional antes de la cúspide de “Good Vibrations”, en la que gracias a la letra en la pantalla descubrimos que lo de las “buenas vibraciones” era una especie de eufemismo para referirse al acto carnal. Qué pájaros.

Habían cumplido más que de sobra, pero todavía nos obsequiaron con un par de bises, una sorprendente revisión muy a su estilo del “Rockaway Beach” ramoniano y la alegría desbordante de “Fun, Fun, Fun”, en la que emularon movimientos que hoy en día son casi vintage como colocarse todos en fila y mover hacia arriba y abajo guitarras y demás instrumentos. Esos gestos que ya no se estilan. Recuerdos desde el pleistoceno sin redes sociales.

 

La marca blanca de Springsteen

Watermelon Slim

Con un sol deslumbrante que alejaba por completo la amenaza de lluvia de la jornada anterior, el sábado invitaba desde luego a darse un garbeo por las campas de Sondika. Al igual que el viernes, se recurrió a un combo de las inmediaciones para calentar el ambiente, en este caso Mississippi Queen & The Wet Dogs, cuya vocalista hacía gala de un chorro de voz tan potente que se podía escuchar nada más salir del tren.

Le tomó el relevo el muy entretenido Watermelon Slim, un ortodoxo del blues que intercalaba con frecuencia palabras en castellano, cantaba a la bebida, cocaína y demás mandanga, y se quedó con la peña cuando bajó del escenario para soplar la armónica entre la multitud. Hubo un momento un tanto raro cuando se acordó de “los veteranos” e interpretó el grandilocuente himno americano ante el estupor de una parroquia que no ve tan normal como al otro lado del charco las odas a las Fuerzas Armadas. Un acto solemne para el que pidió “remover los capos”, su peculiar manera de solicitar quitarse sombreros y gorras. Muy decente este “sandía delgado”, como se llamó en una ocasión, que rendía pleitesía a Robert Johnson, Muddy Waters y otras luminarias del blues.

Un tanto frío nos dejaron por otra parte los hermanos británicos Kitty, Daisy and Lewis y su especie de compilado retro que incluía blues añejo, rock n’ roll primitivo o swing, entre otros estilos. Su costumbre de ir rotando los instrumentos, lejos de añadir dinamismo, más bien mareaba un poco, aunque llegamos a la conclusión de que la mejor formación la componían cuando el chavalín Lewis Durham tomaba la voz cantante. Invitaron a un trompetista jamaicano para que animara a las masas y lo consiguieron con el ska bailongo que incorporó a su sonido. Y no faltó tampoco la típica chorrada de mandar agacharse. Lo siento, no nos van ese tipo de verbenas para sacar la cabra.

Little Steven (Little Steven & The Disciples of Soul)

El otro gran cabeza de cartel por derecho propio, y no el oficial, era Little Steven & The Disciples of Soul, que ofreció un espectáculo colosal a la altura de su leyenda de excelso compositor, mano derecha de Springsteen en la E Street Band desde tiempos inmemoriales, actor en ‘Los Soprano’ y presentador del programa de radio ‘Little Steven’s Underground Garage’. Cualquiera que le haya visto en directo sabe de sobra que se rodea de una banda inmensa que no le hace nada de sombra a la del Boss, con sección de vientos y unas coristas de color, que además de cantar como diosas de ébano, movían todo lo que había que mover. Un despliegue impresionante.

Si ya solo la puesta en escena ganaba varios enteros, el repertorio tiró hacia el lado más festivo del asunto, con predominio de bongos y percusiones latinas (un poco excesivo tal vez) en “Party Mambo!” o soul glorioso con ecos de la Motown en “Love Again”, donde las coristas se desgañitaban y se movían frenéticamente. Y a ello unamos todo el enciclopédico saber de Steve Van Zandt, que iba sazonando a modo de introducción en cada tema sin llegar a resultar pesado en ningún momento. Muy conmovedor ese recuerdo a los combos femeninos de los sesenta como The Marvelettes, The Ronettes o The Shangri-Las antes de “A World of Our Own”. Emoción a raudales.

Little Steven (Little Steven & The Disciples of Soul)

Y el personal así pareció entenderlo, como un evento de alto copete, por eso eran frecuentes los grupos mixtos de colegas bailando alegremente, celebrando ese inminente verano, a pesar de la importante rasca nocturna que experimentaríamos en breve. “Los Desaparecidos” insufló aire épico a la velada y solo faltó cerrar los ojos para imaginarse que el bueno de Bruce andaba por ahí. No en vano no sería descabellado pensar en Little Steven como en una especie de marca blanca de Springsteen, sin que esto suponga menosprecio alguno, puesto que algunos productos de este género están muy conseguidos, sin nada que envidiar al original. Este es uno de esos casos.

Mira que habíamos acudido con espíritu positivo al bolo de Ben Harper, pensando que quizás nos sorprendería y no nos dormiríamos de pie como la última vez que coincidimos con el californiano en un BBK Live, apelamos entonces a esa revisión que suele hacer del “Heart of Gold” de Neil Young. Pero no defraudó en absoluto a lo que la mayoría barruntaba. Fue un peñazo de proporciones bíblicas que no había por dónde coger.

Ben Harper

Si ya de entrada un tipo que se sienta en un taburete a la segunda o tercera pieza a lo único que invita es a pirarse a casa corriendo, para empeorar la cosa y convertirla en una variante contemporánea de tortura no tardó en sumergirse en el más profundo de los onanismos alargando cada corte hasta la extenuación y poniendo a prueba la paciencia de los asistentes. Él mismo era consciente de que la posición de cabeza de cartel le sentaba demasiado grande, por lo que admitió que no se sentía “una leyenda” antes de arrancarse con un soporífero “Whipping Boy”. El regusto funk de “Fight for Your Mind” no mejoró demasiado, y el más leve interés que uno pudiera sentir en “Keep It Together” quedaba anulado por su empeño en machacar las seis cuerdas. Para morir de aburrimiento. Era impresionante, con un frío cada vez más intenso y al tío le daba por improvisar como si no hubiera un mañana. Dejemos los actos masturbatorios para la más absoluta intimidad.

Pues hasta aquí dio de sí una nueva edición del BBK Music Legends en la que vivimos momentos irrepetibles con The Beach Boys, Little Steven y Paul Collins. Vibraciones estratosféricas que nos acompañarán por lo menos una larga temporada. Una onda expansiva que lleva sintiéndose durante décadas como si fuera la réplica de un terremoto. Y la verdad es que algo sí que debió temblar. En el alma.

Alfredo Villaescusa
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