Solemne y épico. Así fue el ritual sonoro que Wardruna ofreció el pasado 3 de diciembre en la Music Station de la mano de Madness Live, en el primero de los dos conciertos que los noruegos celebraron en Madrid.
Era miércoles por la noche, pasadas las ocho, y la ciudad mantenía su pulso habitual: tráfico, ruido y un constante ir y venir de gente. En Príncipe Pío, sin embargo, la escena era otra. La cola para ver a Wardruna ya era considerable y en un momento dado hasta creí ver de reojo a Eivor Varinsdottir (Assassin’s Creed Valhalla), aunque los más realistas dirán que en realidad era el mismísimo vikingo de La Sexta Avenida, Moondog. Todos compartíamos la misma expectativa: presenciar un ritual atemporal capaz de abrir una puerta entre pasado y presente; entre la naturaleza primigenia y la ciudad que nunca cesa.
Tras una breve espera, los integrantes de Wardruna tomaron el escenario liderados con su frontman, el skald moderno Einar Selvik. Desde sus inicios como batería en Gorgoroth hasta la creación de Wardruna y la plataforma By Norse, escaparate de la música y cultura noruega, el camino recorrido ha sido largo, y la expectación por volver a verlos en España era máxima.
El escenario, sobrio y austero, incorporaba vegetación en primer plano y un fondo donde el gran símbolo de Birna presidía la sala. La osa: fuerza primigenia, protectora y creadora, nexo entre lo humano y lo salvaje; entre la hibernación, la muerte y el renacimiento. Un concepto que vertebra su último disco.
La sala quedó a oscuras y los primeros compases de “Kvitran” marcaron un inicio épico e inquietante. Por un instante, la imagen remitía al comienzo de ‘Gladiator’: la calma tensa antes de la batalla en los bosques de Germania. Los cantos chamánicos envolvieron la Music Station y abrieron un portal sonoro hacia ritos ancestrales, donde el tiempo parece detenerse y el ser humano se reconoce como parte de algo mayor.
El pulso ceremonial se mantenía vivo, mientras los temas mutaban con una puesta en escena contenida pero efectiva. Iluminación sobria, visuales mínimos y un sonido que enfatizaba lo indómito: percusión profunda, cantos guturales y texturas orgánicas que empujaban al trance. La sensación de pequeñez frente a la naturaleza sagrada, de pertenecer a un todo interconectado, como las raíces y el micelio que late como uno solo bajo el bosque, estuvo siempre presente.
Uno de los momentos más evocadores llegó con “Lyfjaberg”, “la montaña de la curación”. Una invocación sonora que podría encajar sin esfuerzo en algún ritual de los relatos de folk horror de Blackwood y Robert E. Howard. La voz de Lindy-Fay Hella, arropada por una percusión contenida, invitaba a bailar alrededor de un fuego sanador. Algunos asistentes se dejaron llevar, rompiendo el estatismo general con gritos tribales que recordaban al “irrintzi” vasco mientras arrancaban a danzar al ritmo de la cadencia hipnótica de Wardruna. Por desgracia, estos episodios fueron aislados y no llegaron a contagiar a toda la audiencia.
Con “Völuspá”, Selvik asumió plenamente el rol de skald. La interpretación, sencilla y sentida, del poema clásico de la ‘Edda Poética’ fue recibida con un respeto casi religioso. Lejos de enfriar el ambiente, el público permaneció absorto, transportado a paisajes antiguos de hielo y piedra. El impacto se intensificó con la aparición de dos lurs de bronce, grandes trompas de viento cuyo sonido recordaba al carnyx celta; rescatado del olvido por Abraham Cupeiro, parecía anunciar el fin de los tiempos. La atmósfera generada fue imponente, una mezcla de emoción y congoja antes del combate.
Tras “Isa” y “Grá”, llegaron dos de los temas más destacados de su nuevo trabajo: “Himinndotter” y “Birna”. Pese a su producción más melódica y moderna en el disco, en directo ganaron fuerza gracias a un sonido más crudo y honesto. Aun así, el tramo final afianzó el imaginario nórdico con “Rotlaust Tre Fell”, “Fehu” y “Helvegen”, piezas que conectan de forma directa con su colaboración en la serie ‘Vikings’.
Antes del comienzo de “Helvegen” con su tránsito al inframundo, Eilif Gundersen, pilar central a los instrumentos de viento, encendió progresivamente unas teas que envolvieron el escenario, aportando un peso místico al acompañamiento de ese viaje de despedida que auguraba el final.
Posteriormente, Selvik tomó la palabra para agradecer la presencia del público y recordar la importancia de la naturaleza, la música y la cultura como un todo interconectado del que todos formamos parte, muy en la línea del animismo moderno que él mismo practica, concebido de manera holística, donde cada elemento vive y respira en armonía con los demás.
El cierre llegó con “Hibjørnen”, interpretada en solitario por Selvik acompañado únicamente de su voz y una Kravik-lyra. Un final íntimo, casi confesional, que dejó clara la honestidad y los principios que guían el proyecto de Wardruna.
Gran noche, cargada de momentos memorables. Una propuesta que, pese a no ser para todos los públicos por su intento de rescatar la tradición oral, logró colgar el sold out y ampliar una comunidad de seguidores dispuestos a dejarse mecer por poesías épicas y por la defensa de la naturaleza como eje central de la existencia.
Como reflexión final, quizá intensificar la interacción con el público a pie de pista, compartiendo percusión con los danzantes, y contar con un espacio escénico más envolvente, potenciaría aún más la dimensión ceremonial de sus directos. En tiempos en que la música se funde con otras artes escénicas como la performance, Wardruna tiene el poder de transformar cada concierto en un verdadero acto iniciático.
En cualquier caso, y pese a las reticencias que pueda plantear a los rockeros más puristas, el neofolk de Wardruna es un directo que merece ser vivido. Hay que dejarse llevar y sentir el diálogo interior que despiertan la percusión, sus cantos y los instrumentos de viento: temores y pasiones ancestrales que siguen ahí, latentes, esperando ser convocados.
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