The Cure

Songs Of A Lost World

Polydor/Fiction (2024)

Por: Alfredo Villaescusa

10

Recuerdo que en el último concierto de The Cure en Barakaldo previamente a que sonara el clásico “Plainsong” del mítico álbum ‘Disintegration’ la chica con gafitas de al lado se llevó la mano al corazón y dijo: “Es que es mi tema favorito, no de ellos, sino de toda la música”. Aquel laberinto mental que sufría el vocalista Robert Smith arrastrado por la crisis de la treintena y la ingesta continuada de LSD acabó alumbrando quizás las canciones más redondas del grupo en su prolífica trayectoria y abrió la vía hacia el luminoso ‘Wish’, donde después de haber descendido a los infiernos el frontman pudo cantar que los viernes estaba enamorado.

Las circunstancias personales del líder Smith han vuelto a pesar bastante en ‘Songs Of A Lost World’, el primer disco de The Cure en dieciséis años y el mejor sin duda en varias décadas. Frente a aquel insulso sonido de rock alternativo de los últimos trabajos, ahora tenemos un regreso a las atmósferas recargadas deudoras de ‘Pornography’ y diría que también de ‘Bloodflowers’. Nada que ver tampoco con la dispersión creativa de ‘Wild Mood Swings’ a mediados de los noventa.

En el terreno personal, Robert Smith no lo ha pasado demasiado bien con pérdidas familiares tan relevantes como la de su propio hermano y eso ha posibilitado que su más reciente álbum sea una reflexión sobre la mortalidad del ser humano y a la vez la caducidad de The Cure como banda, una advertencia que nos coloca ya desde la primera canción en “Alone” con las palabras: “Este es el final de todas las canciones que cantamos”.

Que a Smith y compañía no les interesa en absoluto el cambio de tendencias en el mundo de la música que obliga a intentar atraer la atención en quince segundos lo constatamos además en ese flotante arranque instrumental que se prolonga hasta casi los cuatro minutos y desafía la paciencia de los oyentes más impulsivos. Para disfrutar esto hay que desconectarse de la inmediatez de las redes sociales y rememorar la época en la que había cosas que llevaban su tiempo.

Podríamos decir que el último disco de The Cure comienza por el final, pues el tema de apertura, inspirado por el poema ‘Dregs’ de Ernest Dowson, supuso la chispa creativa que desencadenó el resto del material. Es necesario ponerse en modo para rumiar miseria a paladas, pues poca luminosidad encontraremos en “And Nothing Is Forever”, con un piano ampuloso que se convierte en el perfecto acompañamiento al ambiente gélido retratado.

Podría escaparse alguna brizna de luz en “A Fragile Thing”, que contiene la melancolía de “Lovesong”, pero con la constatación de que “no puedes hacer nada para cambiar el final”. Ya os lo he advertido, la alegría de la huerta, si tienes día de bajón o pasas una mala racha, huye despavorido y no vuelvas hasta recargar fuerza espiritual.

“Warsong” posee un arranque estremecedor de poner pelos de punta que probablemente evoque grandes himnos de The Cure de los ochenta, con el hipnótico bajo de Simon Gallup asemejándose a las agujas del reloj que inexorablemente marca el devenir del tiempo. Y la voz de Robert Smith en esta pieza es pura emoción, de las interpretaciones más logradas del redondo. En directo se te deben caer hasta las canillas.

“Drone_Nodrone” es el corte más rockero del álbum, con el pulso contemporáneo y las guitarras de “Wrong Number”, pero también con la majestuosidad de “Burn”. Vuelvo a subrayar aquí la labor a las cuatro cuerdas del inmenso Gallup, menos mal que no se materializó su supuesta marcha, pues diría que es tan responsable del personal sonido de The Cure como el propio Smith.

“I Can Never Say Goodbye” nos lega uno de los momentos más inspirados del álbum, napalm emocional de los que te deja revolviéndote por dentro durante semanas. No extrañaría que en las distancias cortas se viera a un Robert Smith realmente estremecido, pues menciona en la letra la muerte de su hermano.

“All I Ever Am” posee el aire sentimental de “A Night Like This” antes del epílogo definitivo de “Endsong”, con sus más de diez minutos de épica que nos devuelven en cierta forma al punto del comienzo con Smith constatando la soledad y que cada vez quedan menos motivos por los que levantarse a la mañana.

Quizás asegurar que se trata de lo mejor que han sacado desde ‘Disintegration’ o ‘Wish’ sea un poco exageración, aunque lo aceptaría de inmediato si el referente es ‘Bloodflowers’. Se supone que existen otros dos álbumes que se editarán en algún momento, por lo que si siguen la línea de ‘Songs Of A Lost World’, podemos considerarnos afortunados. La desesperación suele recompensar con obras maestras y este es uno de esos casos.

Alfredo Villaescusa
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