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Reseña de la película de Bruce Springsteen Deliver Me from Nowhere: "Muestra como nunca su lado más humano y vulnerable"

El pasado 7 de octubre, los Cines Callao de Madrid acogieron la premiere europea de la película ‘Springsteen: Deliver Me From Nowhere’. Desde MariskalRock.com tuvimos el placer de asistir a una velada que contó con la presencia del director Scott Cooper y del protagonista Jeremy Allen White, quienes se mostraron cercanos, compartieron anécdotas tanto del rodaje como del proceso de construcción del personaje, y se mostraron orgullosos de presentar una historia que despoja a Bruce Springsteen de su mito para mostrarnos al hombre que habita detrás del escenario de una forma pocas veces vista.

Lejos de ser un biopic al uso, el filme dirigido por Scott Cooper y basado en el libro ‘Deliver Me From Nowhere’, de Warren Zanes, no busca glorificar la figura de Springsteen sino que se centra en un episodio muy concreto: la gestación de Nebraska (1982), ese álbum crudo y austero, grabado con una TEAC 144 (portaestudio de cuatro pistas) en su propia casa y que sacó a la luz su mirada más introspectiva como autor, con un tono íntimo y confesional que lo enfrentó a su propio silencio.

Más que ser un mero espectador, el propio Springsteen ha participado activamente en el proceso, asegurando así que la película sea un retrato honesto de aquella época oscura de depresión en los ochenta. El filme profundiza en los efectos de la fama y en la fragilidad mental que puede esconderse detrás del éxito que certificando que, aunque parezca que lo tienes todo, cuando te bajas del escenario, te encuentras solo.

En la piel del boss, Jeremy Allen White ofrece una interpretación soberbia y absorbente. Su Springsteen no busca imitar gestos ni copiar su voz; busca comprenderlo desde dentro para hacerlo suyo, algo que también nos comentó en la premiere de Madrid. He de destacar también la interpretación de Jeremy Strong, quien encarna con precisión a Jon Landau, el mánager y amigo que funciona como ancla emocional y brújula creativa, esa relación entre artista y mentor de la que Springsteen alguna vez ha reconocido que le salvó la vida al empujarle a buscar ayuda.

Centrándonos en la película, arranca con una secuencia ambientada en 1957, donde un joven Bruce experimenta los primeros conflictos con su padre, Douglas “Dutch” Springsteen, interpretado por un imponente Stephen Graham. Unas situaciones que funcionan como espejo a lo largo del metraje, a través de flashback y que muestran cómo aquellas heridas de la infancia acabaron filtrándose en las canciones de Nebraska. Springsteen venía de vivir el punto más alto de su carrera con la gira mundial de The River, y las discográficas presionaban para aprovechar el tirón con un nuevo álbum potente, algo que mantuviera el pulso comercial. Pero Springsteen, agotado física y emocionalmente, tomó el camino opuesto y se encerró solo en su casa de Colts Neck, Nueva Jersey, decidido a hacer un ejercicio de liberación en forma de canciones.

Lo que en principio iban a ser simples maquetas terminó convirtiéndose en el disco definitivo. Springsteen se había obsesionado con el sonido que le daba su portaestudio de cassette multipista: un tono crudo e imperfecto con ese pequeño eco que dotaba a las canciones de una textura áspera y real que ningún estudio ni la E Street Band podían reproducir. En esa decisión estaba su declaración artística: no quería ni salir en la portada, ni hacer promoción, ni publicar singles, ni salir de gira. Solo dejar que las canciones hablasen por sí mismas, una forma de sanarse a sí mismo.

El próximo 24 de octubre de 2025 llegará a los cines ‘Springsteen: Deliver Me from Nowhere’ y cada uno podrá juzgar esta película que promete mostrar, como nunca el lado más humano y vulnerable de Bruce Springsteen. Para mi humilde punto de vista: espectacular.

 

Alejandro Rico

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