Crónicas

Moikave: La fiebre del oro musical

«Solo espero que algún día, buena parte de aquellos que llenaron el Circo Price de Madrid en el último show de M Clan en Madrid antes de su despedida revienten el recinto donde Moikave luzca sus temas en un futuro»

2 junio 2018

Sala Juglar, Madrid

Texto y fotos: Jason Cenador

La riqueza en la música es infinita, y la suntuosidad de nuestra escena bien merece un aprecio mucho mayor que el que se exhibe en salas semivacías en ciudades de millones de habitantes. La poca costumbre de vivir en directo la cultura y de empaparse de la música elaborada ante nuestros ojos, una de las experiencias más puras y vibrantes que nos ofrece una vida plagada de aspiraciones vacuas, se manifiesta en paradojas como la que sucede cuando los altavoces de una sala semivacía emanan verdadero oro sonoro.

Una reflexión así me venía a la mente mientras contemplaba el estado de una sala modesta en tamaño pero eficaz y auténtica en todo lo demás como la afincada en el cosmopolita barrio de Lavapiés minutos antes de que una de las joyas que más resplandecen de la escena blues rock estatal apareciese bajo los focos. Venidos desde Cantabria y Bizkaia, Moikave son una mina de argumentos musicales para disfrutar de lo lindo; pero claro, hay que entrar en ella. Nosotros, ni lo dudamos.

Con suma clase y lucidez comenzaron a colorear en silencio con ‘Déjame entrar’, curiosamente de su primer álbum, ‘Hora magora’, aparecido en 2014. No tardarían en evocar su última creación discográfica, ‘La fiebre del oro negro’, de la mano de “Mal menor”, aunque el apego a su debut volvió a ponerse de manifiesto con “Quemando el amor”.

Llegó después uno de los momento más ovacionados de la velada, la ejecución del primer single del nuevo álbum, “Libre”, una exquisita pieza de blues rock a la que en directo solo le faltan los vientos que resplandecen en estudio para llegar a la matrícula de honor. Pronto los incorporarán, pero entre tanto, no hay problema: su resultado, con ese estribillo contagioso y ese riff sencillo pero irresistible, es de sobresaliente alto.

Como un “blues pornográfico” introdujo el cada vez más sembrado David Moikave, capitán de esta lujosa nave musical a cuyos pasajeros, afortunadamente más numeroso que al comienzo, les conminó a cantar con muy buena respuesta, “Luna amarilla”. Sobre “los caimanes de los pantanos de Bizkaia y Cantabria” comentó el frontman que versa “Pantano del olvido”, sucedida por un “Tajau Blues” inaugurado por un excitante arrebato instrumental de bajo y batería – excelente y tremendamente dinámica la labor rítmica desempeñada por Jon Goikouria e Ibai Velázquez – al que se unió David para exhibir la faceta más sureña de la banda recorriendo el mástil con su cejilla.

Mención aparte merece el desempeño de Nerea Arrieta al teclado, empapando de lucidez, elegancia y efervescencia bluesera cada compás, alumbrando las fisuras y enriqueciendo las canciones con solos llenos de clase y paroxismo.

“Miénteme” y “Media noche”, ambas presentadas como canciones de “aquel afamado séptimo álbum” que les llevó “a la cumbre” – nótese la fina ironía – cayeron después de un desenfadado reproche de David a sus paisanos del norte, a quienes les reprendió que no fueran tan ruidosos cuando tocan en Santander como cuando lo hacen en Madrid. La verdad, es que el show estaba justificando el jolgorio colectivo.

“¿Os gusta el funk?”, preguntó el vocalista antes de arrancar, entre bromas con Jon, “Sullivan”, una canción paradigmática de la versatilidad de una banda muy permeable a aquel género pero también incluso al soul.  “Todo el mundo duerme, pero hay alguien que no puede parar: ¡Sullivan está borracho de funk!”, exclamó el frontman, desatado también en la siguiente, “Yellow”, cuya eficacia bien justifica que sea el segundo single del más reciente elepé.

Pese a sus iniciales pintas de persona calmada y apacible, el in crescendo del entusiasmo de David, cuya garganta respondió a las mil maravillas durante toda la gala y demostró haber sido forjada para cantar exactamente el estilo clásico y auténtico que defiende Moikave, iba en aumento. Tanto es así, que en “Hombre mortal”, se descolgó la guitarra y acabó paseándose por toda la sala mientras cantaba sin micrófono ninguno. Y se le oía, vaya que se le oía. Menos mal que los locos somos los de Madrid, ciudad a la que dijo tener mucho cariño pero que comentó justo antes que es de locos, especialmente las carreteras. Bienvenida la locura, su locura.

El tema terminó en una catarsis colectiva con un coro exprimido hasta caer la última gota de sudor, y desembocó en “Sabes quién soy”, que sirvió de puente hacia un estimulante popurrí en el que se dieron cita clasicazos como el “Seven Nation Army” de White Stripes o el Whole Lotta Love y el “Black Dog” de Led Zeppelin. No sin antes pedir la hora y recibir la aprobación de los muy amables responsables de la sala – el trato fue fenomenal –, culminaron la hazaña con “Mi tribu”, último testimonio de la noche por parte de una banda que demanda un lugar destacado en la escena a través de su música. Solo espero que algún día, buena parte de aquellos que llenaron el Circo Price de Madrid en el último show de M Clan en Madrid antes de su despedida hasta 2020 revienten el recinto donde Moikave luzca sus temas en un futuro. Porque si hay una cosa segura, habida cuenta de lo disfrutado aquella noche, es que lucirse, sea cuando sea, se van a lucir.

Jason Cenador
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