Crónicas
Mad Cool 2018 (jueves 12 de julio): Adictos a la locura
«Al final todo se trata de sensaciones. Quizás uno de los aspectos más primitivos del ser humano, pero sin duda el que consigue que nos levantemos cada mañana y pensemos en otra cosa al margen de que llueva napalm sobre el universo»
12 julio 2018
Espacio Mad Cool, Madrid
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Alfonso Dávila
Al final todo se trata de sensaciones. Quizás uno de los aspectos más primitivos del ser humano, pero sin duda el que consigue que nos levantemos cada mañana y pensemos en otra cosa al margen de que llueva napalm sobre el universo. Y es que hay que buscar motivos por los que merezca estar vivo, ya sea en el alcohol, la gente guapa con vida interior o las canciones que consiguen que se te estremezca el alma. Las emociones serán lo único que permanecerá una vez que abandonemos la “carcasa mortal”, como decía Shakespeare.
Al margen de todo el entramado comercial que lo sustenta, algo de eso reside en el espíritu del Mad Cool, aunque uno tenga que escarbar bastante en la tierra. Quitemos las colas interminables en los accesos, esas peregrinaciones hasta el recinto que más bien parecen una prueba de fe o que comer o beber se convierta en tarea imposible debido a la desmedida masificación. No queda otra que la abstinencia forzosa de los placeres mundanos cual santo piadoso y aguantar lo imposible sin evacuar, varias proezas para entrar de un plumazo en el Reino de los Cielos.
La acreditación de prensa se convirtió en un salvoconducto fundamental para evitar derretirse por la solana y gracias a ello llegamos a tiempo para catar a los australianos Gang Of Youths, otro de esos nombres para recordar al hablar del rock de las antípodas y que podría codearse en pie de igualdad con los históricos Hoodoo Gurus o los siempre recordados The Dubrovniks. Y es que exhibieron guitarrazos enérgicos a medida que el personal se incorporaba a su espectáculo y acabaron montando un fiestón por todo lo alto entre guiris hembras con coronas de flores y orejitas de gato.
Con la épica de U2, Editors o Glasvegas, conectaron de inmediato con las ganas de mambo del respetable y no extrañó que ante semejante muestra de entusiasmo el vocalista se golpeara el pecho cual macho alfa. Las féminas bailaban al borde del éxtasis y por sus momentos tralleros conquistaron también a los más aguerridos. Agallas para regalar.
Todo lo contrario que el dúo británico Slaves, que venden como punk rock, aunque lo suyo sea más postureo macarril de tatuajes desmedidos y “fuck” a borbotones, que no tenemos quince años, por favor. Unos tipos a los que se les quedaba grande el escenario principal y aprovechaban la menor ocasión para hacer el chorra mandando a la parroquia mover los brazos de un lado para otro o cascándose parrafadas que duraban más que la canción en sí. Conectar eso con el espíritu del 77 constituiría una verdadera ignominia.
Los primeros momentos realmente álgidos quizás los consiguieron las luminarias patrias del post rock instrumental Toundra, pese a que en un inicio el sonido anduvo un tanto saturado de graves, por lo menos desde la parte en la que se encontraba un servidor. Pero cualquiera que los haya visto anteriormente debería conocer de sobra el grado de entrega que le echan los madrileños, suficiente para encandilar por igual a fieles y neófitos. Su culto sigue siendo incontestable y su capacidad para bordear el éter en ciertos fragmentos resulta apabullante, no era de extrañar que el guitarrista Maca hasta tuviera su propio club de acólitos que le gritaban cosas como “cachondo”.
Su espectáculo fue de menos a más una vez que fueron perfilando el sonido hasta lograr desatar esa magia siempre unida a las grandes ocasiones, un material de sueños que no pertenece a esta dimensión y que consigue elevarte unos centímetros del suelo. Sinceramente, dudo que alguna vez en su trayectoria hayan dado un concierto que no merezca el calificativo de sobresaliente. Otra demostración de sentar catedra con talento desmedido y actitud a raudales.
Picoteamos algo de los reputados Eels de Mark Oliver Everett, conocido en los últimos tiempos por su faceta de escritor con su obra autobiográfica ‘Cosas que los nietos deberían saber’ y nos moló su rollo garajero noctívago de alaridos espasmódicos antes de que se pusiera en plan sentimental. No apetecía aguantar a intensitos y gracias a eso nos volaron la peluca Fidlar, herederos de la rabia primigenia del punk californiano vía Adolescents, no en vano los hermanos Elvis y Max son hijos de Greg Kuhn, teclista del histórico combo T.S.O.L.
Apelaron de entrada en “Alcohol” a las cosas que de verdad importan y al llegar a “No Waves” el pogo montado ya era de proporciones considerables, con esos ridículos sombreros de publi volando y algunos minis, uno de ellos le pasó rozando al bajista, que lejos de molestarse, sonrió satisfecho. La cocaína era otro de los temas de inspiración, del mismo modo que las drogas en general, como se podría comprobar en las proyecciones que mostraban cogollos de marihuana formando el logo del grupo o peña dándole a los porros. Unos simpáticos colgaos con la pura irreverencia como bandera mucho más creíbles que el postureo de Slaves. Enormes. Para dejarte el culo torcido.
Aguantar sobrio, sin canutos y de solanas a los psicodélicos electrónicos Tame Impala podría tornarse un auténtico tormento de cal viva o de arrancar uñas de los pies, pero por suerte nos encontramos con Laura, la bruja guapa del noroeste de Madrid, a la que el bajo le recordó a “una melodía de Triana”. Y lo cierto es que no andaba desencaminada, porque el poso setentero marcaba muchas de las pautas de una de las bandas del momento en el mundillo hipster y no dudaron en lanzar confeti tanto al comienzo como al final del show en pleno arrebato místico.
Pese a que en el aspecto musical se mostraran duros de roer, a excepción de la tralla a lo Queens Of The Stone Age de “Elephant”, el espectáculo visual era una maravilla para ir de puestazo de MDMA, con imágenes difuminadas que evocaban el shoegaze de My Bloody Valentine y unos juegos de luces para alcanzar estados elevados de conciencia. Hubo además un detalle espontáneo que engrandeció su actuación y fue cuando una chica se subió a una torreta a bailar y su silueta a contraluz parecía parte del show con una coreografía muy currada, pero todo se fue vulgarizando y al final se apuntaron a la fiesta unas tres o cuatro chavalas y un chico, con lo que se difuminó el halo exclusivo inicial. Sin mandanga podrían matarte del sopor, pero con la compañía adecuada se aguanta el colocón.
Ver a una banda en repetidas ocasiones es como quemar diferentes etapas de la vida. La última vez que Pearl Jam recalaron en la península fue hace ocho años y más de una década larga han tardado en regresar a la capital. Si uno echa la vista atrás y comienza a recordar lo que andaba haciendo entonces, probablemente la estampa sería muy diferente a la actual. A nosotros, por ejemplo, nos pilló antes de que siguiéramos las enseñanzas del gurú Beigbeder y pensáramos que los 33 era una buena edad para resucitar. O para caer en el fondo del abismo. Viene a ser lo mismo.
El arranque sin demasiada pompa de “Release” sirvió para que unas 80.000 almas vibraran al unísono y ya podrían haber ofrecido el repertorio lo más mediocre posible que se hubiera acogido con idéntico entusiasmo. Lejos de levantar cismas entre los devotos, a nosotros el cancionero en la primera parte no nos pareció ni de lejos entretenido, pero el asunto despegó con “Animal” y “Evenflow”. Antes Eddie Vedder nos deleitó con un texto en castellano leído con acento de guiri borracho que tampoco aportaba demasiado, aparte de buenrollismo a machete.
Hubo una frase del vocalista empero que nos llamó la atención y que decía que “la gente en Madrid está loca y eso está bien, porque adoro la locura”. Todo un fiel reflejo de la pura emoción que desataban en sus fans. Un grupo que además ha sabido equilibrar con notable acierto su condición de estrellas absolutas con una cercanía en la que no tienen reparo en acercarse a las primeras filas y hasta ceder el micro a los que creen en ellos como si fueran parte de un religión revelada en los 90, donde las camisas de cuadros constituían el hábito fundamental para ingresar en la congregación.
La verdad es que aquello sonó impecable e incluso estuvieron medidos los momentos onanistas, como cuando al guitarra le dio por marcarse el “Eruption” de Van Halen. Y respecto al cuestionado estado vocal de Vedder que le ha llevado a suspender alguna actuación de la gira, tampoco se notó de ninguna manera, pues el carismático cantante brilló y hasta pegó saltos en las piezas más cañeras.
Mostraron su lado comprometido en contra del abuso sexual hacia las mujeres proyectando un vídeo protagonizado por los actores Javier Bardem y Luis Tosar antes de resurgir cual fénix con un inapelable “Do TheEvolution” y de que los buenos sentimientos brotaran por doquier con “BetterMan”, con parejitas ahí besándose apasionadamente. Sobredosis hippiosa, puagh.
No nos acostumbramos tampoco al mar de luciérnagas de móvil que se desató en los bises, aunque no tardaron en pillar carrerilla con el himno de grititos ululantes “Black”, la adrenalina de “State of Love And Trust”, con Vedder agazapado en el micro y balanceándose, y un colosal “Rearview Mirror” que devolvió los motivos para confiar en ellos a los aficionados al rock potente. Y por supuesto “Alive” desató el delirio y se tornó una auténtica celebración de la vida para las miles de almas que coreaban el estribillo a pulmón. Hasta Eddie aprovechó esa descomunal explosión de buen rollito para dar abrazos a las primeras filas. Es el yerno perfecto, el tipo formal e intachable al que cualquiera le gustaría ser su amigo.
La versión de Neil Young “Rockin’ In A Free World” finiquitó un recital irregular en un inicio, pero que supo despegar hasta alcanzar la estratosfera y proporcionar un recuerdo imborrable para muchos de sus asistentes. Echamos de menos la punkarra “Spin The Black Circle” o el “I Believe in Miracles” de Ramones que les hemos escuchado en otras ocasiones, pero para nosotros únicamente sobrepasaron la línea de la corrección. Sin demasiados aspavientos.
Después de tanto mensaje comeflores, agradecimos catar por unos instantes la rabia congénita y los cantos a los cuerpos de putrefacción de Biznaga, que siguieron su tradición de bolos enérgicos, espitosos y de echar hasta la bilis. Hubo un ambientazo tremendo con pogos descontrolados y lanzamiento de cerveza y diversos líquidos, lo bonito, vamos, e incluso se permitieron ironizar con la duración de sus canciones al afirmar que en diez minutos tocaban “cinco temas”.
Por problemas que tuvieron con la batería se les echó el tiempo encima y les obligaron a cortar una monumental descarga tras la visceral “Máquinas blandas”, una decisión inaceptable que provocó que los músicos abandonaran el escenario de mala gana y algunos gritaran “hijos de puta” a los responsables de la organización por tan poca manga ancha. A pesar de todo, su autenticidad punk sigue echando para atrás. ¡Muerte al porvenir!
La mezcla de indie rock y electrónica de Kasabian tuvo su interés y alcanzó su cenit con “You’re In LoveWith A Psycho” y se tornó un entretenido entremés antes de los combativos The Last Internationale, apadrinados en un inicio por Tom Morello de Rage Against The Machine, aunque ya han volado lo suficiente para despegar por su cuenta. Con su logo que emula la bandera anarquista al fondo, derrocharon electricidad a raudales con “Life, Liberty and the Pursuit of Indian Blood” y dedicaron unas palabras a Donald Trump en “Wanted Man” al considerarle “un criminal que debería estar en prisión”. Muy jefaza se reveló su vocalista al emular a Janis Joplin en “Fire” y mandó agarrar “un hombre, una mujer o una cerveza” antes de insuflar esperanza en los corazones con el “A ChangeIs Gonna Come” de Sam Cooke, tan relevante hoy en día como cuando se compuso en la lucha por los derechos civiles. Y desataron el fervor revolucionario recordando el espíritu del CBGB en “1968” y gritando “freedom” en pleno arrebato hippie mientras de las guitarras casi podrían salir chispas. Para levantar el puño. Y agitar la melena.
Pues hasta aquí llegó la primera jornada de un Mad Cool en el que a pesar de las múltiples deficiencias organizativas, hubo adictos a la locura orgullosos de su condición a los que no les importó compartir espacio con otras 80.000 almas y dar sentido a aquella frase de Bukowski que se acordaba de todos aquellos que no se vuelven locos y de las vidas “tan horribles” que deben llevar. Al manicomio con ellos.
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2 comentarios
Si, soy un fan devoto... los sigo y tengo suerte de poder seguirlos en esta gira a varios paises, pero esta critica no refleja lo que se sintio, y mas viendo la mierda de musica que nos rodea, una banda que lleva desde los 90 juntos tocando por el mundo no merece una critica tan mediocre, sobre gustos..... a mi entender me parecen increibles!!!!!!
No paseis de puntillas el tremendo KAOS, a sido una vergüenza