Crónicas
Dream Theater + Andy McKee + Reds'Cool
«Un majestuoso torrente de virtuosismo sin parangón, una delicia musical que nada ni nadie puede empañar»
17 junio 2019
Rockhal, Esch-sur-Alzette (Luxemburgo)
Texto: Jason Cenador. Fotos: Hughes Vanhoucke
Finiquitado su último periplo en su continente, las divinidades norteamericanas del metal progresivo volvieron a cruzar el océano para acometer una nueva gira bajo un formato diferente y con un repertorio más breve, pensado para los festivales veraniegos. Dream Fest es como han bautizado a esta serie de conciertos que echó el ancla en Esch-sur-Alzette, la segunda ciudad de Luxemburgo con una población de unos 30.000 habitantes, y que el próximo domingo 7 de julio recalará en la última jornada del Rock Fest Barcelona.
El emplazamiento para esta gran cita era una magnífica sala llamada Rockhal que se ha convertido en el centro neurálgico del rock y el metal en vivo en el diminuto país europeo, habiendo cobijado conciertos de un sinfín de bandas de primerísima línea internacional. A lo que parecían las afueras de la ciudad y con imponentes y viejas fábricas que daban a la zona, repleta de modernos comercios y oficinas, una estética de tremendos contrastes, arribamos tras unas cuantas horas de coche para llegar a tiempo al show de Reds’Cool, una banda de hard rock melódico procedente de San Petersburgo.
Los rusos ofrecieron un show muy correcto en el que cada una de sus canciones desprendía feeling y consistencia, arrastrándonos por una suerte de túnel del tiempo que desembocaba en los más puros años ochenta. Su calidad, la limpidez de su ejecución y la pegada de sus temas por separado están fuera de toda duda, aunque a la larga, su concierto se antojó algo plano por el excesivo paralelismo estilístico entre sus canciones, sin un dinamismo que fijase nuestros cinco sentidos al escenario. En cualquier caso, los amantes de la vertiente más genuina e inalterada del hard rock acuñado décadas atrás tienen en este pulido conjunto una referencia que chequear y, probablemente, disfrutar.
El solista norteamericano Andy McKee sería el siguiente en subir la escalinata hacia el escenario para interpretar un breve set con su guitarra acústica, dejando la impronta de su estilo personal e intimista y sin más acompañamiento que su instrumento, al que trata con mimo para explayamiento de quienes disfrutamos de su maravillosa habilidad y de la expresividad de sus desnudas pero virtuosas composiciones, repletas de asombrosas polifonías y muy evocadoras. Su elección como entremés antes de Dream Theater, más allá del denominador común de la destreza técnica, resultó curiosa a ojos del forastero, aunque el propio músico confesó que para él era todo un honor abrir para sus compatriotas, dado que los llevaba siguiendo desde los catorce años.
Con la parte habilitada del gigantesco local – que en su versión completa cuenta con un graderío inhabilitado en esta ocasión – luciendo una magnífica entrada teniendo en cuenta que se trataba de un lunes, Dream Theater hizo acto de presencia para sumergirnos en ese mundo irreal donde lo difícil parece fácil, donde lo imposible suena y es interpretado ante los ojos de uno, donde el esplendor musical conquista y gobierna cada uno de nuestros pensamientos.
Alguno tenía la esperanza de que, dado que se trataba de un concierto en sala, pudieran dilatar un poco más el repertorio que ya habían estrenado en el Download Festival de Londres apenas unas jornadas atrás, pero no fue el caso y una decena fueron las canciones que pudimos disfrutar. Eso sí, tratándose de temas de Dream Theater, la cosa se extiende lo suyo.
Abrieron fuego con “Untethered Angel”, canción que también inaugura su excelentemente acogido último trabajo de estudio, “Distance Over Time”, quizá el más elogiado desde que empuñase las baquetas de la banda Mike Mangini, cuya batería se parece más a una nave espacial. De hecho, sentimos cierta compasión por batería del combo ruso que había tocado con anterioridad con un instrumento más bien normal a la sombra del mastodóntico compendio de tambores, platos y demás.
Insolentemente desmpampanante, el primer corte del concierto nos sirvió para diagnosticar dos rasgos que iríamos convirtiendo en conclusiones sólidas a medida que iba avanzando. El primero, el soberbio, maravilloso y casi inverosímil estado de forma de todos y cada uno de los instrumentistas de la banda, que se compatibilizan como un reloj astronómico y cuyas cualidades, por todos de sobra conocidas, es difícil catalogar con palabras. Empero, el segundo no es tan agradable de comentar, y es que James LaBrie rindió una escalinata por debajo de lo que se espera de un cantante como él. Que el volumen del micrófono fuera muy deficiente durante toda la actuación da que pensar, puesto que no son los norteamericanos muy dados a dejar cabos por atar, y menos en un show de sala. Más bien parecía una argucia para maquillar que el bueno de LaBrie llegaba justito a la velada.
Con todo, el balance es de notable alto o incluso sobresaliente. Con el vocalista tornado en un personaje secundario en la actuación, cuando no casi un mero figurante, el foco de nuestra fascinación se trasladaba a un majestuoso torrente de virtuosismo sin parangón, una delicia musical que nada ni nadie puede empañar.
Los primeros acordes de “A Nightmare to Remember”, un monumento con mil y una variantes en cuyo espectacular fuego cruzado instrumental, el teclista Jordan Rudess echó mano de su keytar – para los profanos, teclado que se cuelga del pescuezo como una guitarra – y se postró frente a la audiencia mientras sus dedos se movían sideralmente sobre el moderno instrumento. Su diálogo con la guitarra de Petrucci, un extraterreste de las seis cuerdas a cuya habilidad la neurología pronto debería buscar explicación, fue antológico.
LaBrie preguntó a la audiencia, procedente en su mayoría tanto de Luxemburgo como de las fronterizas Francia, Bélgica y Alemania, si nos encontrábamos en el país más pequeño de Europa – no es así, puesto que Liechtenstein, Andorra, San Marino y la Ciudad del Vaticano son aún más pequeños –, antes de presentar “Fall Into the Light”, en cuyo expansivo solo la guitarra de Petrucci nos atrapó cual agujero negro a la materia que lo rodea.
Más acompasada arrancó “Pruvian Skies”, una de esas canciones que en directo embarcan al oyente desprevenido en un imprevisible recorrido en el que los acelerones no se ven venir. Ramificada en incontables movimientos y desarrollos, el tema nos adosó cual ventosa a un show en el que quien no tuviera los ojos como platos con aquello sucediendo en el escenario estaba, casi seguro, como una tapia. O era un espía encubierto de Daddy Yankee, vete a saber.
Tras “Barstool Warrior”, que cuenta con ese puntito emotivo y profundo al que saben sacarle partida pese a que las melodías vocales de LaBrie, que son fundamentales en esa aura emocional que rodea a la canción, fueran lamentablemente inapreciables, nos derritieron de gozo con la instrumental “In the Presente of Enemies. Part 1”, con todo el protagonismo para era panda de locos con instrumentos que nos tenían rendidos a sus pies.
Terminaron por matarnos por completo con la instrumental “Dance of Eternity”, inaugurada por un juego de luces que parecían describir un baile sobre el tablado. Uno, absolutamente estupefacto, volvía a preguntárselo: ¿son humanos? Empezaba a tener mis dudas. ¡Qué barbaridad! ¡Qué manera de tocar! Y como la potencia sin control no sirve de nada, que diría el anuncio, ¡qué forma de darle brillo, sentido y emoción a lo que sin un criterio de otro mundo podría ser simplemente ruido y caos!
Hasta 1994, cuando lanzaron su tercer disco, ‘Awake’, nos hicieron retroceder con la asombrosa “Lie”, sucedida por la que quizá sea la pieza más exuberante de su más reciente obra, “Pale Blue Dot”. Se trata, probablemente, de una de las composiciones más alucinantes del Teatro de los Sueños en los últimos años, y su resultado en directo no hizo sino confirmarlo. Probablemente, de hecho, permanezca muchos años en el repertorio, aunque quizá esto sea mucho aventurar con una banda poco amiga de lo previsible.
Abandonaron entonces el escenario, aunque los ahí presentes no nos íbamos a confirmar con tan pronta retirada. Por ello, atronaron cada vez más las voces de los enloquecidos por el concierto para que volvieran con un último pero resplandeciente artefacto sonoro, un “As I Am” imprescindible que fue coreada hasta la hipoxia por todos y que puso el punto y final a una actuación abrumadora sobre cuya riqueza musical, confieso, es complicado escribir para un mortal, para un profano de la musicología. Para un simple e inocente admirador de eso que suena, que maravilla y que va mucho más allá de la tinta sobre un pentagrama o de las letras sobre una hoja en blanco.
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1 comentario
Otro gran concierto de los históricos del Metal Progresivo como son DREAM THEATER presentando su nueva placa de estudio la cual ha calado bien y la verdad que por mi parte es todo un honor tener la mayoría de albumnes de los Neoyorkinos.