¿Me he sentido superado? Aun siendo complejo definir este preciso instante, tengo una certeza: hacía tiempo que no sentía que un concierto me hubiera pasado por encima. En este momento todavía trato de sacar conclusiones. Puedo confiar en que la escritura sirva como clarividencia, si acaso esta sea capaz de llegar desde un lugar sin verdades.
Radiohead, posiblemente una de las bandas más importantes en la evolución y el progreso de la música popular, regresa a los escenarios para ofrecer 20 conciertos en un puñado de ciudades europeas. Quién sabe si por la puja o por las preferencias de los británicos, la ciudad elegida para abrir esta hornada de conciertos ha sido Madrid. Afortunados nosotros. Además, nos regalan una gira de grandes éxitos, un motivo de bostezo para muchas bandas con una producción reseñable, pero una ocasión imperdible para una formación esquiva que disfruta de perderse en proyectos paralelos.
Lo que hemos presenciado en el Movistar Arena ha sido una reafirmación de identidad. Cuando lograron el reconocimiento popular por 'OK Computer', decidieron volcarse en una obra tan ambiental como fragmentada como 'Kid A'. Cuando Thom Yorke se cansó de coger frases aleatorias de un sombrero, llegaron dos obras magnas como 'Hail to the Thief' e 'In Rainbows', su cumbre. Y cuando volvieron a alcanzar, por segunda vez en su trayectoria, un reconocimiento total, se volcaron completamente en lo electrónico con 'The King of Limbs'. En su último LP hasta la fecha, 'A Moon Shaped Pool', retomaron la vertiente orgánica, recordándonos que siguen sabiendo lo que son las guitarras y cerrando una etapa al dar un cierre en formato estudio a esa joya llamada "True Love Waits".
Todo esto podría haberme preparado para lo que acontecería durante las dos horas y cuarto de su recital en Madrid: una reconstrucción de sus canciones, toda una readaptación musical para que estas representaran sus inquietudes actuales. No se trata de repetir una fórmula, sino de reinterpretar a Radiohead en 2025. Lo que no sé es si estábamos lo suficientemente preparados para enfrentarnos a esta aventura.
Tocando desde el centro del antiguo Palacio de los Deportes, y rodeados por paneles LED móviles traslúcidos que permitían descubrir a la banda según la suerte y la posición del espectador en el ruedo, asistimos a una magnífica selección de canciones que repasó toda la identidad de su trayectoria (salvo el desaparecido 'Pablo Honey') en 25 cortes. En ocasiones, este repaso parecía un ejercicio de remezclas, según los caprichos de Thom Yorke, Jonny Greenwood, Colin Greenwood, Phil Selway y Ed O’Brien durante los ensayos de la gira, en la que recorrieron toda su discografía hasta quedarse con un total de 65 temas que alternarán cada noche.
Abrieron con "Let Down", acompañada de un precioso juego de luces que distorsionaba los perfiles de los músicos, para después glitchear sus propias imágenes al más puro estilo NIN en "2+2=5". Los sonidos sintetizados ocuparon un primer plano en "Sit Down. Stand Down", hipnotizando y sorprendiendo entre texturas y planos sonoros, y en "Bloom", donde fuimos sobreestimulados visualmente por los movimientos espasmódicos de Yorke.
"Lucky" nos recordó el motivo de la existencia de Muse, mientras que "Ful Stop" nos sumergió en un entorno agobiante, con planos de percusión superpuestos y el apoyo de Chris Vatalaro como segundo batería. 'Hail to the Thief', uno de los grandes protagonistas del setlist, nos apabulló con los subgraves extremos de "The Gloaming", seguida de una "Myxomatosis" conducida por el bajo de Colin Greenwood, que no dejó de dirigirse al público con gestos ostensibles de agradecimiento.
A la orgía de móviles en alto de "No Surprises", una de las canciones mejor recibidas de la noche, le siguieron "Videotape" y "Weird Fishes/Arpeggi". Ambas fueron ejercicios de construcción de sensaciones y capas: mientras la primera nos sumergía en una triste desesperación con una caja de ritmos que casi tenía más importancia que el icónico teclado, los preciosos coros de la segunda nos transportaron a un momento de curiosa incertidumbre, lo que evidencia que etiquetas como “feliz” o “triste” resultan limitadas para Radiohead.
"Everything in Its Right Place", momento clave en su trayectoria y en muchos de sus cierres de concierto, fue destrozada en pedazos y reconstruida sobre la marcha. Su segunda mitad, más cercana a un remix, obtuvo el beneplácito de una audiencia respetuosa y curiosa. Le rompieron su juguete, se lo devolvieron atado con celo y el agradecimiento fue masivo; quizá con un poco de sadismo, quizá por admiración ante lo difícilmente esperable.
La maravillosa "15 Step" vino seguida de "The National Anthem", una de las líneas de bajo más icónicas que han dado las islas británicas. Antes de "Wolf at the Door", llegó una emocionantísima interpretación de "Daydreaming", con Colin al teclado y un uso de la retroalimentación que construyó la textura sonora que requería el tema. Los guitarrazos de "Bodysnatchers", más centrados en los acentos sonoros que en su riff, anticiparon una simplificación de "Idioteque", que fue de nuevo deconstruida para fomentar los espasmos del vocalista. Maniobras de autodestrucción y aclamación popular antes de los bises.
Inesperada "Fake Plastic Trees", pero más aún la no tan frecuente "Subterranean Homesick Alien": ambas deberían sonar al Radiohead de final de milenio, pero se materializaron en forma de shoegaze para tejer una maraña de sonido caótica y emocionante. El Movistar Arena no tuvo su mejor noche, y las decisiones desde la mesa de mezclas (plenamente conscientes, estoy convencido) tampoco ayudaron.
Tras el delirio de las primeras notas de "Paranoid Android", llegó una versión con gran protagonismo de la percusión y los juegos vocales de Thom, que no se preocupó en ningún momento de controlar sus ocurrencias. Inmediatamente después de mecernos en el emocionante bajo de "How to Disappear Completely", la pesadilla de la habitación roja de Twin Peaks se materializó en "You and Whose Army?", en la que la atenta mirada del vocalista acompañaba una imagen rota que contribuía al ambiente sórdido. "There There", desnudada al extremo para poner en primer plano la percusión, y "Karma Police", con el piano destacado y la entrega del público, cerraron la primera de las cuatro fechas de la banda en nuestro país.
Nada sonó como se esperaba que sonase. O quizá sonó precisamente de la manera que debía. Si las vidas cambian, y la producción artística con ellas, ¿deben las canciones sobrevivir como fotografías de su tiempo o adaptarse para encontrar nuevas formas de expresarse? Radiohead ha tomado posición en esta disyuntiva.
Al fin y al cabo, como aprendimos de 'Donnie Darko', la destrucción es una forma de creación.
