Desenterrar los sueños y tomar el control. Esa meta, a veces utópica, a veces alcanzable no sin esfuerzo, es la que ensalza la incipiente banda bilbaína en una de las canciones más aplaudidas de ‘Tóxico’, su recién alumbrado nuevo álbum. También es la que sus miembros ponen en práctica con una determinación a la altura de los que tienen hambre de sobra para devorar todos los platos hasta el postre más dulce, el de marcar la diferencia y trascender ante grandes aforos. Muchos de quienes nos citamos en la Sala El Sol de Madrid el pasado miércoles, con nuestro legítimo derecho a equivocarnos pero con argumentos de sobra para no dudarlo, salimos de ahí con una convicción: fuimos afortunados de ver a No Quiero en un local así antes de que peguen el pelotazo definitivo.
Bien entrada la noche en estos días que se van acortando a marchas forzadas y en el ecuador de la semana laborable, con todo lo que ello implica, No Quiero irrumpieron con oficio y entrega en el emblemático escenario madrileño ante una audiencia que daba al lugar un aspecto saludable aun sin multitudes para dar buena cuenta de las joyas en forma de canciones redondas, irresistibles y atrayentes a más no poder que atesoran sus dos trabajos, ‘Monterey’ (2023) y el mencionado ‘Tóxico’. Lo hicieron predicando con el ejemplo de la mano de “Toma de control”, que eclosionó guitarrera, eléctrica, impetuosa tras una intro a piano y orquestaciones con su misma melodía en formato sosegado.
Gaby Salaverry, vocalista principal y alma máter de una banda en meteórico ascenso, hacía aparición en escena con elegancia y casualmente trajeado, con un énfasis comedido que fue tornándose con el paso de los minutos en entusiasmo desbocado y energía incontenida conforme su camisa se empapaba en sudor y la americana quedaba en un vago recuerdo. Como quien llega como un pincel a una boda que acaba en despendole. La actitud, ese ingrediente esencial, se sirvió en generosas porciones gracias a él y al segundo vocalista y alma de la fiesta, el polifacético y entregadísimo Antón Uribe.
La cosa fue subiendo de temperatura al son de “Amarillo”, ese expeditivo cañonazo sobre la línea de flotación del amarillismo, el sensacionalismo y las fake news, y la surfera, divertida y desahogada “Monterey”, que dio paso a un afectuoso agradecimiento de Gaby a todos los presentes. Buena parte de ellos levantaron la mano cuando Antón preguntó quién trabajaba al día siguiente.
Afilaron mucho más las garras de su rock con la reivindicativa “Cuatro paredes”, una radiografía severa y acertada de la frustración de la generación a la que le están robando el presente y el futuro, seguida de la genial, entrañable y nostálgica “Buenos tiempos”, una de las canciones con las que cualquiera podría engancharse a su propuesta sin apenas pestañear. “Juntos siempre llegamos a más; solos, mal”, manifestó Gaby a su conclusión tras ese coreable “juntos” que puso a prueba nuestras gargantas.
“Si te vas”, penetrante y emotiva a más no poder, prosiguió con el festín de temazos inolvidables, y en su apoteósico solo de guitarra, el frontman se arrojó al piso, antes de levantarse de nuevo y presentar la apoteósica “Sexy Jane” como una canción de desamor, de ese que todos guardamos en nuestro historial. “¿A quién no le han roto el corazón?”, preguntó Antón antes de una canción irresistible, simpática y contagiosa hasta el extremo, que bien valió que Gaby se bajase a cantar junto al público. O esa era su intención, porque el micrófono fallo y tiró del que portaba el segundo vocalista, cantando ambos como buenos amigos, perfectamente coordinados, en una camaradería auténtica y motivadora. Por cierto, no te pierdas el videoclip del tema, uno de los más divertidos que se han publicado últimamente.
Entre bromas con el problema del micrófono nos condujeron a la evocadora, digerible y bonita “Seis y diez”, dedicada a aquellos que han tenido hijos o alguien al cuidado. Para entonces, la garganta de Gaby ya desbordaba, mucho más caliente que en las primeras acometidas, y hacía gala de una solvencia total, la que demandan canciones con una redondez que parece haber tenido en cuenta al número pi en su elaboración pero que parten de la sonrisa de unas musas que les son muy, muy generosas.
“Cuando hicimos esta canción pensábamos que era una mierda, pero se ha convertido en una de las importantes”, confesó Antón antes de la disfrutona y socarrona “Muérdeme”, cuyo saxo fue interpretado por una de las guitarras sirviéndose de la distorsión que su pedalera le proveía hasta el punto de prácticamente imitar su sonido.
“Esos años” inauguró una fase del concierto que se presumía algo más melancólica, pero se transformó en un barril de pólvora que estalló cuando Gaby correteó por toda la sala, micrófono en mano y totalmente poseído por la efervescencia del momento. Más acompasada es “Elisa”, presentada entre jadeos por el hiperactivo cantante, que reconoció que seguía echando de menos Madrid, donde varios de ellos vivieron algunos años.
Tras ese coqueteo con el hard rock inspirado en Boston y Journey pero adosado a sus formas, nos hicieron reír recordando la grabación del videoclip de zombis de “Ficción”, la primera canción que hicieron, en esa época pandémica que dio para más de una o dos anécdotas antes inconfesables y hoy desternillantes. Tras ella, cayó una canción dedicada a “una chica, chico o chique” que ha dejado escapar una persona importante en su vida, la pegadiza “Dime Sara”, con la que Gaby volvió a mezclarse entre el público, esta vez con un palo de micro que probó la resistencia de los materiales con los que fue fabricado. Gana en directo el tema, que sirvió también para que proliferaran los gestos, a cada cual más estrambótico, de unos cantantes totalmente volcados en disfrutar y hacernos disfrutar. A su final, por cierto, Gaby saltó desde el escenario cual león enjaulado. Está en forma.
Comentaron que defender estas canciones en Bilbao ante los amigos es muy fácil, pero que en Madrid es más difícil, agradeciéndonos nuestras sonrisas antes de “Déjate llevas (ío ío)”, que motivará su próximo videoclip a finales de este mismo mes. Es, de hecho, el apartado audiovisual uno de sus fuertes, pues la mayoría de sus canciones cuentan con vídeos elaboradísimos y cuya visualización aportan un verdadero valor añadido, algo que no es tan sencillo de lograr en esas lides. Su solo de guitarra final, con esos pedales que sacan punta al sonido hasta estirar la longitud de onda como un chicle, fue fenomenal.
Hubo más bromas con las mentiras y las amenazas del coco si se decían, afirmación que Gaby, con la experiencia de la madurez juzgó como equívoca, antes de “La verdad”, otra excusa para un derroche de intensidad que prosiguió con esa alegoría por alejarse de las personas tóxicas que es “Tóxico”, en la que Antón se enfundó una careta de un oso más bien tirando a feo. A su final, sonó un disparo y Gaby cayó fulminado al suelo, desde donde presentó el corte con el que culminarían, “Mentiras”, inaugurado tras los pertinentes agradecimientos y en el que hubo presentaciones de todos los implicados y el anuncio de que en marzo volverán a Madrid antes de dar carpetazo exprimiendo cada gramo de energía que les quedaba. Con los brazos abiertos los recibiremos a la próxima. Y a la siguiente.
Empecé a respirar rock desde niño, mi primer programa de radio lo hice con quince años y a los dieciséis monté una web. Comencé a escribir en MariskalRock, La Heavy y Kerrang en 2006, y en 2008 di el pistoletazo de salida a El Drakkar en MariskalRock Radio, que años después se transformaría en La Hora Argonauta. También presento festivales y pongo musiquita en sitios.
Mi vida está en Madrid, pero parte de mi corazón está en Castrocalbón (León) y en Oslo (Noruega).
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