Guns N’ Roses regresó a Argentina portando su mejor artillería, recargados de novedades y clásicos para su gira Because What You Want & What You Get Are Two Completely Different Things Tour. Desplegaron todo su potencial y fueron dioses durante dos noches en el estadio de Huracán Tomás Adolfo Ducó, en el barrio Parque Patricios, su hogar para esta octava visita al país. Empuñando una ametralladora de rock crudo, pesado y directo, reafirmaron su imperio y amor por el público argentino: invocaron al paraíso en Buenos Aires y lo pusieron en llamas.
Desde horas tempranas, miles de personas invadieron los alrededores del Ducó, en su mayoría vestidas de negro, luciendo remeras alusivas a los anfitriones de la fiesta, pantalones de cuero y coloridos parches. La bandana tan característica de Axl Rose también se mostraba atada en cabezas y puños. Parte de un público que oscilaba entre los 45 años y las nuevas generaciones ya se congregaba para asistir a la ceremonia, que abría sus puertas a las 16:00 horas. A pesar del amenazador cielo gris de aquel atardecer de viernes, nada impediría coleccionar recuerdos inolvidables con la familia Guns N’ Roses.
A las 20 horas salió a escena Catupecu Machu, la banda telonera que, con media hora de sus temas más reconocidos, como “Entero o a pedazos”, “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”, “Perfectos cromosomas” y “A veces vuelvo”, entre otros hits, animó a los presentes. Fernando Ruiz Díaz, su alma máter, derramó algunas lágrimas al recordar a su hermano Gabriel, cofundador y bajista del grupo, quien abandonó el plano terrenal en 2021 tras años de padecer las secuelas de un accidente automovilístico que lo mantuvo alejado de la música. Sonrió al mencionar a su hija Lila, pequeña fan de Guns N’ Roses, que tuvo el honor de ver a su padre compartir el mismo escenario y cerrar con “Dale”, sin dejar a nadie sin saltar. Así, la multitud se fue amontonando, llegada la hora tan ansiada.

El desembarco de los forajidos en tierras pampas
En las pantallas predominaba la inteligencia artificial: un mix entre lo vintage y lo más tecnológico de la agrupación. El diseño de la cruz celta característica del álbum ‘Appetite for Destruction’ destilaba ráfagas eléctricas centrándose en el logo de la bala sangrienta propio de los 90, mientras hombrecitos rojos, en referencia a la placa ‘Chinese Democracy’, bailaban sin detenerse. Sería una síntesis de lo que nos ofrecerían después.
Diez minutos antes de las 21 horas, Guns N’ Roses irrumpió en el escenario, activando su maquinaria de hard rock por excelencia. El súper tridente formado por Slash, Duff McKagan y Axl Rose ama volver a Sudamérica, y sin dudas su reinado está en Argentina. Con “Welcome to the Jungle” se rompió la tensión, lanzando un grito donde nacen todos los vientos. Con un campo dividido entre un amplio sector delantero y otro general, la euforia incontenible creó avalanchas y empujones. Axl, que nunca es ajeno a este tipo de situaciones, se dirigió al público con preocupación: “Hay personas enfrente siendo aplastadas. ¿Podrían correrse unos pasos hacia atrás?”. Su pedido fue una orden y continuaron sin pausas.
Cincuenta mil personas ya vivían una gala histórica. A pesar de que en momentos como “Mr. Brownstone” e “It’s So Easy” la voz de Rose sonaba más baja hasta lograr acomodarse y que el sonido comenzara a fluir sin dificultad, gracias, ‘Appetite for Destruction’, por tanta gloria.
La nueva incorporación, Isaac Carpenter, encargado de la batería, fue muy bien recibida por la audiencia. Lucía una camiseta de la selección nacional de fútbol con su nombre estampado en la espalda, cortesía de algún fan, ganándose simpatías a base de coordinación y sólidos golpes. Si bien aún necesita ir amoldándose y conocer mejor el repertorio, tuvo un desempeño digno, a la altura y magnitud del megaevento.
Había pasado apenas media hora del comienzo y llegaba un tributo al príncipe de la oscuridad, Ozzy Osbourne, voz de los padres del metal, Black Sabbath. A pocos meses de la desaparición física de “Ozz”, su inconfundible imagen en la pantalla central despertó ovación y merecidos aplausos, brindando una demoledora versión de “Sabbath Bloody Sabbath”. Con una voz más rasposa, un bajo más pesado y unas guitarras más rápidas, la volvieron una canción teñida de Guns N’ Roses.
La gran performance de Axl Rose en ambos conciertos merece párrafos aparte. Conserva su mística, magnético y con sus impresionantes cuerdas vocales, canta como un ángel o un demonio. Renacido, su cambio físico y energía son impecables, basándose en disciplina y entrenamiento. Realmente recuerda al inmenso Rose de los 90, con sus pasos de baile, recorriendo el escenario y cambiando constantemente de vestuario. En sus looks predominan las camperas de cuero, anillos y pulseras. Además de presentarse en forma, se le ve feliz y con buen semblante, recuperando su voz inigualable. Al parecer, cuanto más lo critican, emerge con mayor fuerza, sellando su mejor noche.
“Don’t Cry” y “Double Talkin’ Jive”, tracks del álbum doble ‘Use Your Illusion’, no solo contaron con la histriónica interpretación de su excéntrico frontman, sino también con un despliegue de Slash, que toca la guitarra de la misma forma en la que respira: natural y oxigenadamente. Despegó con “Civil War” y un outro con unos acordes de “Voodoo Child”, el clásico de Jimi Hendrix, haciendo aullar a su Les Paul en plena noche. “Sweet Child O’ Mine” y otra interpretación como “The Jack”, de AC/DC, concentraron su magia. Prácticamente todos sus riffs conllevan admiración y atraen millones de aplausos.
Dos joyas como “This I Love” y “Street of Dreams”, de las más sentidas de la jornada, crearon un clima más íntimo en un show de tres horas que no tuvo descanso. Llamó la atención que el bajista Duff McKagan, que hasta entonces había cantado durante toda la gira, ese viernes no lo hiciera. Más tarde confesaría en un vivo que un malestar causado por una inoportuna laringitis se lo impedía, valorando aún más haber dado su máximo esfuerzo al estar ahí de pie. “Pretty Tied Up”, “Bad Obsession” y “Human Being”, el cover de New York Dolls, fueron tres gemas que nunca antes habían sido tocadas en el país del fin del mundo y se escucharon de manera increíble.
El problema de retorno solo obstaculizó el inicio; luego, todo se trató de una clase de rock pesado. Aquellos que sugerían que Rose había perdido su brillo y que cantaría mal se equivocaron: es de otro planeta. En “Estranged” parecía haber invocado a la mismísima tormenta: mejoró sustancialmente la forma en la que cantó y cómo se desenvolvió. Con sus 63 años, demuestra que está en otro nivel. Si alguien seguía dudando, continúa dándolo todo en el escenario, sintiendo la música. Es capaz de llegar al más profundo y último subsuelo del infierno o cantar tan alto que solo los ángeles escuchen su voz.
En vivo suenan más duros, sostienen el ritmo y corrigen lo que haga falta con tal de ir mejorando con el correr del tiempo. “Nightrain” y “Paradise City” anunciaban que el final se iba acercando. Arrojando el silbato a esa galaxia de personas sin distinción, debajo de sus pies un souvenir se convertiría en una reliquia para alguien desconocido.
A pesar de no haber agotado la segunda fecha en su visita, aún faltaba un día más, pero Argentina ya les había demostrado que sabe cómo rockear en un Ducó a punto de ebullición y en una noche memorable.
Todo fue perfecto: una multitud increíble, ellos de buen humor, un Axl picante y prendido fuego, destacándose en los agudos; Slash, siendo el mejor guitarrista del mundo; y Duff, en su mejor versión posible. Isaac cumplió con su parte, respetando el legado y disfrutando todo el set. Melissa Reese, en la consola de sonido y teclados, alternándose con Dizzy Reed, junto al guitarrista rítmico Richard Fortus, aportaron lo suyo desde los coros, además del toque electrónico, efectos y distorsión. A pesar de un cierre repentino y sin encore, Guns N’ Roses nunca defrauda.
They won't catch him, he's f#ck#ng innocent
El sábado sería la última cita, y donde fijaras la vista estaba repleto de gente: unas cuarenta mil personas asistían a un show que, a diferencia del primer concierto, comenzó media hora más tarde de lo acordado. Luego de esta inusual demora, Guns N’ Roses sería una locomotora imparable, una edición limitada.
Lo peor que puede pasarte siendo un maniático perfeccionista es que, en la primera canción, empiece a fallarte el sonido, tal como ocurrió en “Welcome to the Jungle”, con un Axl on fire, estresado mentalmente y emitiendo un grito final lleno de frustración. Los problemas técnicos en una extensa gira hacen que su micrófono termine siendo arrojado contra la batería, inmerso en una furia demencial.
En la primera noche, algo similar había ocurrido en medio de “It’s So Easy”. Rose parecía haberse adelantado en la letra por culpa de su monitor. Un súper profesional como él se exige demasiado, viéndose obligado a explicarle al público lo sucedido: “No es mi culpa”. Y se explayó aún más: “This drum running over my head like a bulldozer” (“La batería está atravesándome la cabeza como una excavadora”). Si tienes un trabajo que hacer, debes hacerlo bien: esa es su consigna.
Ese es W. Axl Rose en toda su esencia, al que quieren ver siempre. Nunca conoceremos la insoportable presión que vive con tal de brindar una experiencia de rock entretenida durante tres horas y, simplemente, que parezca fácil. Nadie dijo que, luego del incidente, el sonido mejoró gracias a eso, pero lo cierto es que él es espontáneo, genuino, loco e impredecible. Los fans lo adoran e irían a la guerra por él porque lo encuentran honesto e hipersensible, y en su corazón sigue siendo el mismo.
Si bien mantuvieron la mayoría de los clásicos, presentaron una lista de temas que varió, incluyendo canciones potentes y más modernas como “Better”, de la pieza maestra ‘Chinese Democracy’. Una intro de Melissa Reese, con algunos retoques en vivo, logró una versión increíble desde el principio hasta el fin. Además, un Duff ya recuperado hizo brillar su instrumento al interpretar una bestial versión de “New Rose”, con la que imprimió su cuota punk y se tomó revancha del malestar que lo había aquejado la noche anterior.
Otro gran momento fue “Coma”, extensa, profunda y sin pausa, con un Axl a un nivel supremo, su voz al 100 %, llegando a todas las notas y altísimos tonos, tapando bocas con su talento y su sello personal en cada tema. El cover “Down on the Farm”, de UK Subs, reanimó el espectáculo. Canciones como “The General”, “Absurd” y “Hard Skool” tienen otra energía interpretadas en vivo y son recibidas con agradecimiento tras desempolvar composiciones originales que los fans más acérrimos esperaron durante años. Hoy en día, aún ansían obtener nuevo material pronto.
Slash, alternando su arsenal de guitarras una y otra vez (tuvo más de veinte cambios), dispuso una flecha dorada a la hora de “Knockin’ on Heaven’s Door” para otra master class del G.O.A.T. Un artista que quiere a su público, valora su admiración y lealtad, los hace parte de la fiesta, y mucho más conociendo la pasión que caracteriza a los argentinos. Axl manifestó: “Los conozco y son muy ruidosos, motherfuckers”, antes de los coros. Esa complicidad sigue intacta: se entrega por completo a su audiencia, y es algo evidentemente recíproco. Sentirse unidos, alentando y cantando. Si el viernes ya había sido una fecha épica, esta se volvía aún mejor.
Su impronta blusera impulsa al excelso guitarrista a recostar su Gibson Les Paul negra SG, desempeñando la técnica slide guitar; a utilizar una acústica en “Patience”, que apareció como un bálsamo que aquietó los cuerpos, pero no las almas; y en “Slither”, de su exbanda Velvet Revolver, simplemente giraba en su hermosa locura, guiado por la melodía, bailando con su compañera más fiel y sudando puro rock and roll.
“Paradise City” auguraba que pronto todo terminaría. Duff es un auténtico director de orquesta. Axl levantó sus brazos de un modo victorioso, mostrando moretones en su antebrazo y delineando aún más sus tatuajes, cicatrices acumuladas en el fragor de la batalla. Slash, recostado sobre el escenario, era suficiente para bajar el talón. Ya no hay fuego explotando en los costados, no hay grandes luces ni reflectores, no hay papelitos volando por el aire; tampoco el micrófono es arrojado a una palpitante masa caliente enfrente. Pero están ellos: verdaderas rock legends, más vigentes que nunca.
La banda estuvo realmente unida y coordinada, sonando afinadísima. Emocionan como la primera vez, sin importar cuántas veces los veas, siempre será así. En estas épocas en que grandes artistas dolorosamente nos abandonan de manera física, tenemos la fortuna de contar con estos mitos, presenciando lo mejor de la escena internacional. Pasan los años, pero Guns N’ Fucking Roses sigue transmitiendo rock y haciendo vibrar grandes estadios como nadie. Inoxidables, estuvieron al nivel del 92, sin exageraciones, haciendo vibrar a un barrio entero.
Sus admiradores le juran amor eterno a la agrupación que marcó sus vidas, cumpliendo el sueño de verlos. Ahí es donde todo vale totalmente la pena: esperando que regresen pronto otra vez, los llevan grabados en su corazón por siempre.
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