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Crónica de Fito & Fitipaldis en Santander: Se enciende el primer aullido

El Palacio de los Deportes de Santander levantó el telón del "Aullidos Tour" con un lleno absoluto y un ambiente que solo se vive en los inicios de gira: mezcla de expectación, caras conocidas y esa sensación de que algo empieza a rodar de verdad. La banda llevaba tiempo esperando este momento, y la ciudad respondió con una energía que se fue construyendo de manera natural a lo largo de la noche.

La banda llegó a Santander con su formación habitual, ese núcleo que desde hace años sostiene el sonido de los Fitipaldis y que aporta al directo una solidez reconocible. A ellos se sumarían, tal y como Fito había adelantado días antes, Diego Galaz y Jorge Arribas, de Fetén Fetén. Una alineación amplia y bien engrasada que, incluso antes de sonar el primer acorde, dejaba entrever que el "Aullidos Tour "volvería a apostar (como en giras anteriores) por un directo más elaborado y con mayor riqueza instrumental.

El concierto abrió con una imagen potente: “A contraluz” surgió con Fito, Carlos Raya y Javier Alzola recortados tras un toldo negro e iluminados desde atrás, un gesto visual que conectaba con el pulso introspectivo del nuevo disco. No hubo prisas. La banda escogió un arranque contenido, de esos que dejan respirar el escenario y marcan territorio sin necesidad de levantar la voz. Tras “Un buen castigo”, el segundo tema, Fito rompió el silencio inicial con una frase que encendió al recinto: “No os imagináis las ganas que teníamos de empezar la puta gira”. Desde ahí, la noche empezó a tomar temperatura. “Por la boca vive el pez” activó los primeros coros serios y “Me equivocaría otra vez” consolidó ese primer despegue emocional.

Este tramo inicial funcionó como una declaración de identidad: cinco canciones que mostraron la forma de la banda de construir un inicio sin atropellos, levantando la tensión paso a paso hasta que el concierto encontró su respiración natural.

La parte central tomó un rumbo más denso y narrativo. Canciones del anterior álbum se entrelazaron con los estrenos de ‘El monte de los aullidos’, formando un espacio de escucha más atenta. “Los cuervos se lo pasan bien”, “El monte de los aullidos” o “Volverá el espanto” dibujaron una zona de tempos más largos y atmósferas que pedían pausa. Santander respondió con respeto, sabiendo que estaban asistiendo al estreno real de este repertorio, la primera vez que sonaban fuera del estudio de grabación. La banda cuidó mucho las dinámicas: silencios bien colocados, respiros medidos y una ejecución precisa que permitió que estas canciones encontraran su lugar antes de la siguiente curva de intensidad.

El giro llegó con “A quemarropa”, que recuperó impulso rítmico, y con “Cada vez cadáver”, que funcionó como una bisagra hacia la parte más explosiva. Tras este tema, Fito pidió al público que enviara un saludo a quienes asistirían a la siguiente fecha, un gesto que ya forma parte de su manera de conectar ciudades y dejar un hilo conductor invisible entre concierto y concierto.

El ambiente terminó de soltarse con “Como un ataúd” y, sobre todo, con “Acabo de llegar”, cuando los canturreos ganaron volumen y el público se entregó con más decisión. Después, Fito presentó a los músicos, dejando espacio para que cada uno soltara alguna pincelada de su talento.

A lo largo de esta parte (y en varios otros momentos de la noche) vimos ese intercambio tan reconocible entre Javier Alzola y Carlos Raya, pequeños diálogos musicales que no necesitan coreografía para funcionar: basta con mirarse un segundo para entender quién empuja y quién sostiene. Esa complicidad es la que mantiene a los Fitipaldis con el motor bien alineado.

Llegó entonces el tramo más reconocible del repertorio. “La casa por el tejado” encendió al Palacio como si fuera la primera vez que sonaba, y “Soldadito marinero” lo remató con un coro unánime que ya forma parte del ADN emocional de los directos de Fito. Es una secuencia infalible, y la banda la ejecutó con ese equilibrio entre oficio y emoción que los caracteriza.

Los bises introdujeron un cambio total de atmósfera. “La noche más perfecta” apareció bajo una luz cenital que redujo el escenario a lo esencial, obligando al público a un silencio atento mientras Fito bajaba las pulsaciones con una interpretación casi desnuda. Después llegó el contraste: bandera pirata desplegada al fondo y una guitarra de estética retro-futurista para recibir “Entre dos mares”, un guiño a sus raíces que sirvió de puente hacia el final. “Antes de que cuente diez” cerró la noche con la fuerza de siempre: ascendente, contundente y perfecta para poner punto final a un concierto en el que los clásicos se impusieron sin eclipsar el presente.

Con “Ardi” sonando desde la mesa y la banda despidiéndose, quedó la sensación de un grupo que funciona como un engranaje afinado. Las interacciones entre sus miembros, la manera de sostener los silencios y de asumir las pequeñas incidencias del directo demostraron por qué este proyecto mantiene su solidez tras tantos años. Santander acompañó cada paso: atención en los estrenos, entrega en los clásicos y una evolución emocional que fue creciendo de forma orgánica. Un inicio de gira firme, honesto y contundente, con una banda que sabe quién es y qué busca transmitir cuando pisa un escenario.

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