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Crónica de El Verbo Odiado en Madrid: La música se hace ritual y catarsis

El pasado sábado 8 de noviembre, un sinfín de almas dispares nos rendimos como un culto ancestral en esas antiguas carboneras madrileñas convertidas hoy en salas con encanto, como Cadavra. Allí nos congregamos para adorar el conmovedor directo de El Verbo Odiado, que presentaban por segundo día consecutivo su nuevo disco 'E.G.O.', acrónimo de El Gran Odio.

Mientras pensaba en el ego, me asaltó el recuerdo de Frankenstein, el moderno Prometeo de Shelley, donde la criatura sufre las consecuencias del ego desbocado de Víctor, quien quiso jugar a ser dios. Shelley deja latente esa condena a la otredad monstruosa: la criatura abriéndose paso por la existencia, sola, confrontando su abandono y preguntándose en silencio, “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, cada vez que descubre que vivir duele.

Frente a ese ego creador, y ante la frase bíblica “Verbum caro factum est”, que une lo divino y lo humano, al descubrir a El Verbo Odiado pensé que su nombre condensaba ese sentimiento poético que tanto Frankenstein como otros monstruos sufren por el ego y abandono de su creador.

Por eso, cuando una noche de noviembre la banda oscense nos convocó en Cadavra Club como si fuéramos los fieles de un culto primitivo, y ya se sabe cómo diría Encarnita Rojas: “¿A quién no le va a gustar un baptisterio romano?”, no me lo pensé dos veces. Quería vivir su directo en primera persona. Era el segundo round de la presentación de su nuevo disco, repitiendo el sold out en la sala.

Este cuarto trabajo, grabado con mimo junto a Santi García en su estudio Ultramarinos La Costa Brava (La Habitación Roja, Standstill, etc.), fue defendido con una honestidad sin fisuras. Como todo culto que no solo atrae a sus adeptos sino que los enamora, muchos de los presentes repetían la experiencia del día anterior.

El concierto lo abrió Jorge Pérez, voz y guitarra, saliendo solo a escena para interpretar "El Río Nuevo", quizá uno de los temas más íntimos del disco. Esta canción que lo cierra es casi una elegía, con ecos de "Hurt" de Johnny Cash y vientos lejanos de "Suspicious Minds" de Elvis. Mientras Jorge cantaba, los demás miembros fueron apareciendo para sumarse a una pieza que, pese a su sabor de despedida, funcionó como preludio perfecto para el renacimiento que trae un nuevo álbum.

Pronto llegó "Canción Rota", que abre 'E.G.O.' y donde el intento de recomponer algo que se ha fracturado, una relación, nosotros mismos quizás. Su letra, tan directa, junto con las guitarras envolventes, difícilmente deja indiferente.

Uno de los momentos más entrañables llegó cuando la banda recordó que, ante todo, son cinco amigos de Huesca celebrando por segundo día consecutivo el nacimiento de su disco, arropados por sus incondicionales. Unos seguidores que, como bien sugiere la siguiente canción, funcionan como su "Centro de Gravedad", tema pegadizo, marcado por el sabor a final de relación y esa esperanza obstinada que sobrevive al olvido.

El viaje continuó con "Laberinto" y con himnos ya indispensables como "K2", "El Canto del Cisne" y "Metamorfosis". La audiencia se abandonó a una euforia contagiosa que desbordó la intimidad contenida de la sala. Cerraron la presentación del nuevo disco con la potente "El Gran Ego" y "El Verbo Odiado", defendiendo este trabajo como el mejor de su trayectoria, bromeando sobre la ausencia de egos en el proceso.

Pero no se retiraron todavía. Tras los diez temas que marcan este nuevo renacer, nos regalaron varias piezas ya consagradas: "Nada que Celebrar" ('Nada que Celebrar', 2020), "Fargo" ('El último homenaje', 2022) y "A Punto de Fuga" ('Tú Ganas', 2018). El clímax final llegó con "La Peor Deuda" y "El Odiado", dos temas que funcionan casi como una declaración de principios. En total, veintiún canciones que recorrieron gran parte de su trayectoria sin perderse en discursos, dejando que solo hablara aquello que importa: la música viva.

Canciones que hablan de heridas abiertas, del ego, del desamor; de todo aquello que nos hace humanos y, a veces, monstruosamente vulnerables, como la criatura de Frankenstein enfrentándose al abandono de su creador. Y, sin embargo, al igual que aquel ser que aprende a caminar, a mirar y a sentir, gracias a bandas como El Verbo Odiado descubrimos que, como una taza rota por contener tanta vida, se puede renacer como una pieza de kintsugi, donde cada grieta refleja luz y belleza.

Su música nos acompaña en ese proceso, nos invita a reconstruirnos, a abrazar nuestras cicatrices y a celebrarnos de nuevo, más fuertes, más vivos, danzando al ritmo de la vida.

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