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Crónica de Doro + Holy Mother en Berlín: Heavy metal sin maquillaje y sin filtros

Viajar a otro país solo para ver un concierto ya dice mucho del artista que te espera al final del trayecto. Pero hay noches que justifican cada kilómetro, cada hora de tren o avión, cada decisión impulsiva tomada por amor al metal. El 15 de diciembre, en el Huxleys Neue Welt de Berlín, Doro Pesch ofreció una de esas noches que no se explican del todo: se sienten, se viven y se guardan como un recuerdo al que volver cuando hace falta creer de nuevo en la música.

La velada arrancó con Holy Mother, encargados de calentar motores y preparar el terreno. Cumplieron con solvencia, pero era evidente que el público tenía la mirada puesta en otra cosa. Había una electricidad contenida en la sala, esa sensación previa a los conciertos especiales, cuando sabes que no estás ante una fecha más de una gira cualquiera. Berlín esperaba a su reina.

El Huxleys Neue Welt, con su carácter histórico y su cercanía entre escenario y público, resultó ser el marco perfecto para una noche así. No es un recinto frío ni distante: es una sala que respira conciertos, sudor y memoria. Desde las primeras filas hasta el fondo, se notaba que allí había seguidores de toda la vida mezclados con fans más jóvenes, todos unidos por la misma expectativa. Esa mezcla generacional es uno de los grandes logros de Doro: su música no pertenece a una época, pertenece a una actitud.

Holy Mother

Y cuando Doro pisó el escenario, todo encajó de inmediato. No hubo necesidad de una introducción larga ni de un arranque progresivo: desde el primer tema, la energía se desbordó. El público estaba completamente entregado, cantando, levantando el puño, respondiendo a cada gesto. No existía distancia entre escenario y platea. Doro no actúa para la gente, actúa con la gente. Esa conexión, tan real y tan difícil de fingir, fue el hilo conductor de toda la noche.

Bastaba observar su lenguaje corporal para entenderlo: cada sonrisa, cada mirada cómplice, cada gesto de agradecimiento parecía genuino. No había nada mecánico en su manera de moverse ni en su forma de presentar las canciones. Todo fluía con una naturalidad casi familiar, como si el concierto fuera una reunión entre viejos amigos que se reconocen sin necesidad de palabras.

Holy Mother

El setlist fluyó con una naturalidad envidiable, alternando clásicos, momentos de puro heavy metal y pasajes más emocionales sin que en ningún momento se perdiera el ritmo. No hubo relleno, no hubo tiempos muertos. Canción tras canción, el concierto avanzaba con la sensación constante de que el punto álgido ya había llegado… solo para volver a superarse minutos después. Himnos como "Raise Your Fist" o "All We Are" no sonaron como recuerdos del pasado, sino como declaraciones vigentes, coreadas con la misma fuerza por quienes llevan décadas siguiendo a Doro y por fans mucho más jóvenes que la descubrieron años después.

Uno de los grandes aciertos del concierto fue precisamente ese equilibrio entre celebración y contundencia. No se trató solo de cantar estribillos conocidos, sino de construir un viaje con sentido, donde cada tema tenía su lugar. El orden de las canciones ayudaba a mantener la tensión y la emoción, sin permitir que la energía decayera en ningún momento.

Doro Pesch

Lo más impactante es que, lejos de parecer un acto de nostalgia, el concierto transmitía urgencia, verdad y convicción. Doro no interpreta su legado: lo reafirma. Cuando el tono se volvió más pesado, con temas más duros y directos, el golpe fue real. Canciones como "Revenge" o "Hellbound" sonaron contundentes, con una banda sólida y un sonido que llenaba la sala sin artificios. Heavy metal sin maquillaje, sin filtros, sin necesidad de demostrar nada más que presencia.

La banda que la acompaña funcionó como un bloque compacto, preciso y poderoso, pero siempre dejando espacio para que la figura de Doro brillara sin eclipsar al conjunto. Se notaba la experiencia, el rodaje y la complicidad sobre el escenario. Cada músico sabía exactamente cuándo empujar y cuándo sostener, algo que solo se logra con años de carretera y entendimiento mutuo.

Y en medio de todo eso, la voz. Porque si hubo algo que sorprendió incluso a quienes ya sabían a lo que venían, fue el estado vocal de Doro. Firme, clara, potente. Sin grietas, sin atajos, sin esconderse detrás de trucos. Escucharla afrontar el repertorio con esa seguridad, después de más de cuarenta años de carrera, no solo impresiona: emociona. Su interpretación de "Ace of Spades", el homenaje a Motörhead, fue puro espíritu rock, actitud intacta y respeto absoluto por una canción que exige carácter.

También hubo espacio para bajar pulsaciones, para mirar hacia dentro. En esos momentos más pausados, la conexión con el público se volvió aún más evidente. Doro canta cada palabra como si fuera necesaria, como si todavía tuviera algo importante que decir. Y eso se nota. No hay poses, no hay dramatismo impostado. Hay verdad.

Doro Pesch

Incluso detalles como el solo de batería, lejos de romper el ritmo, mantuvieron a la sala completamente atenta. Nadie desconectó. Nadie miraba el móvil. Todo el mundo estaba ahí, presente, viviendo el momento. En una época marcada por la distracción constante, lograr ese nivel de atención colectiva es casi un acto revolucionario.

El cierre del concierto tuvo algo de regalo anticipado, casi como un obsequio de Navidad adelantado. Ver a fans de distintas generaciones compartiendo ese espacio, cantando las mismas canciones, abrazando la misma pasión, recordaba por qué el metal sigue vivo. No por modas ni por tendencias, sino por noches como esta, donde la música se convierte en un lenguaje común.

Doro pertenece a la era dorada del heavy metal, pero su directo no vive anclado en ella. Sigue siendo relevante porque sigue siendo honesta. Porque todavía cree en lo que canta y en la gente que la escucha. Y porque entiende el escenario como un lugar sagrado donde se celebra algo más grande que una simple colección de canciones.

Salir del Huxleys Neue Welt aquella noche fue hacerlo con la certeza de haber vivido algo especial. De esos conciertos que no se tachan de una lista, sino que se guardan. Porque artistas como Doro no estarán girando eternamente. Y este es el tipo de show del que uno no quiere decir nunca: “ya la veré la próxima vez”.

MariskalRock.com
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