Crónicas
Carolina Durante + Triángulo de Amor Bizarro: La oficina lo es todo
«Tocan mejor que ayer, conectan de una manera absurda y llevan la distorsión a toda una generación. Guitarras, pogos e himnos. Dos horas indelebles en la que la oficina ayuda a crear historia, pero la música hace que todo tenga sentido»
28 febrero 2025
Movistar Arena, Madrid
Texto: Patricia Cámara. Fotos: Sergio Julián (@sergio42)
¿De qué manera enfocamos esta crónica? Venga: vamos a valorar opciones. Está la vía de los diarios generalistas, obsesionados con la palabra joven como si no existiera el relevo generacional en recintos de todo tipo desde hace años. Es difícil ir un día a ver a Aitana y otro a ver a estos, les perdonamos.
Por otro lado, nos podemos ir a la bendita prensa especializada, que aporta un análisis más detallado del estado de forma del ahora sexteto y una crónica pormenorizada de sus desventuras, como la caída de la mesa de monitoreado. Mención aparte están las decenas de influencers que han hecho su particular TikTok, repleto de planos de ellos mismos “viviendo” la música y sentando cátedra con su apasionante ejercicio de inofensivo periodismo ciudadano. Qué guapos son, pero qué vacíos muchos de ellos. También les perdonamos, venga.
¡Hay más opciones! Podríamos centrarnos en destacar el valor de las canciones, que la tienen, ya que pocos nombres pueden mantener la tensión durante un set de 29 canciones; la capacidad de labrarse una personalidad sobre las tablas a golpe de espasmos de Diego Ibáñez; el crecimiento de la capacidad de congregación, arrimándose con acierto a artistazas como Rosalía o Amaia, o en el mérito de labrarse una sólida discografía en un mundo dominado por los singles. Pero son meras anécdotas, coetáneas con otras pocas bandas de su quinta, que nos impiden fijar la atención en lo realmente importante: la oficina. Y es que aquí, sí que sí, Carolina Durante ha hecho historia.
Con honrosas excepciones, desde la catedral de Mägo de Oz en la gira de ‘Gaia II: La voz dormida’, la odisea de Puchito en ‘Sin cantar ni afinar’ o el interesante juego de sombras de la última gira de Vetusta Morla, los grandes grupos de nuestro país no tienen el valor de conjugar un espectáculo completo que aúne escenografía, diseño de iluminación y música. Esto traspasa géneros, ojo: mientras que The 1975 nos traen el chalet de Matty Healy, Rammstein el apocalipsis industrial o David Byrne la elegancia de su distopía estadounidense, aquí tenemos que ver como los más grandes nombres de la música se conforman con el paquete de iluminación más básico de los proveedores audiovisuales de nuestro país. Las cámaras mejoran y las luces son, en ocasiones, muy chulas… ¡pero no existe una puesta en escena elaborada ni un diseño de producción que acompañe cada una de las canciones!
Carolina Durante ha querido derribar este concepto. Y ni están forrados (a ver, relativamente) ni tienen una multinacional detrás. Lo que tienen son empuje, ganas de hacer las cosas de forma diferente y valentía para ofrecer al público una propuesta que mire de cara a cara a los cientos de grupos que pasan año tras año por nuestras salas y festivales, demostrando que es posible hacer las cosas de otra manera. Solo por eso, ya han ganado.
Cafés, cuartetos de cuerda y ordenadores huecos
Diego Ibáñez (voz y espasmos), Martín Vallhonrat (bajo e imprescindibles coros), Juan Pedrayes (batería y metrónomo) y Mario del Valle (guitarra y muro de sonido) se acompañaron de Banin de Los Planetas (teclista) y Julen Alberdi de Vulk (guitarras) para desplegar un ejercicio de intensidad hímnica en una particular oficina de módulos amarillos, a medio camino entre el videojuego ‘Control’, ‘Separación’ de Disney Plus+ o la propia ‘The Office’. Precisamente, la intro de la serie fue la encargada de acompañar la llegada de la banda al escenario, precedida por una tensa cuenta atrás marcada por las luces de un ascensor del que saldrían los integrantes ante la ansiedad de los allí presentes.
Rodeándoles, ordenadores retro cuyo interior fueron reemplazados por fuentes de luz; archivadores, que servirían como asiento para que Diego se pusiera cómodo durante la emotiva “Colores”; un par de escritorios, en los que Banin escondió estratégicamente sus teclados, e incluso una cafetera que permitió a los cuatro chavales tomarse su dosis de cafeína antes de “TOMÉ CAFÉ”. Todo se construía al servicio de las canciones, con fluorescentes complementando la iluminación espectacular o el propio ascensor dando la bienvenida a invitados como Barry B para “Yo pensaba que me había tocado Dios”, Gara Durán para hacer de Amaia en su versión de “Perdona (Ahora sí que sí)” o una especie de ser construido de… ¿Post-it? (perdonad, la prensa estuvimos en el gallinero) para “Monstruo”.
En este marco, se sucedieron trallazos uno tras uno, ante la euforia colectiva de quien está superando expectativas a golpe de guitarras. “Joderse la vida” emocionó desde el minuto cero”, “Tempo 2” certificó su personalidad como hit improbable, “Niña de hielo” siguió arrastrando la tensión de sus primeros temas”, “San Juan” trajo unos emocionantes coros del público que se extendieron hasta un minuto después de que finalizara su interpretación y “Cayetano” me despertó tremenda carcajada por el uso lumínico de los colores de nuestra querida Españita.
Tras el fallo técnico de los monitores, que nos regaló de rebote una fantástica interpretación bajo demanda de un fan de “Necromántico”, un cuarteto de cuerdas y una trompeta ayudó a elevar “Elige tu propia aventura” y “La noche de los muertos vivientes”, ofreciendo un resultado que ojalá sigan explorando en sus próximos discos. Bellas coreografías aparte de “Probablemente tengas razón” o “Interludio”, la recta final trajo interpretaciones expansionistas y sentidas de la generacional “Hamburguesas”, “Normal” (sin la Motomami) y “Las canciones de Juanita”, que siempre se nos hace corta, pero no puede ser más perfecta. Pocos discursos entre medias, salvo un puñado de agradecimiento a madres, al público que los acompañaba desde la Wurli, sus amigos (cómo no) o la Rosalía, sin la que “muchos de vosotros no estaríais aquí”. Y nada de bises, en su línea.
Tocan mejor que ayer, conectan de una manera absurda y llevan la distorsión a toda una generación. Guitarras, pogos e himnos. Dos horas indelebles en la que la oficina ayuda a crear historia, pero la música hace que todo tenga sentido.
Setlist: Joderse la vida / Aaaaaa#$!& / Misil / Famoso en tres calles / Tempo 2 / Niña de hielo / El parque de las balas / TOMÉ CAFÉ / Dios Plan / Verdes, césped / Moreno de contrabando / Joder no sé / Granja escuela / Cayetano / Monstruo / Colores / Casa Kira / Necromántico / Elige tu propia aventura / La noche de los muertos vivientes / Probablemente tengas razón / Interludio / En verano / Yo pensaba que me había tocado Dios / Perdona (Ahora sí que sí) / Hamburguesas / Normal / Las canciones de Juanita
¿Y los Triángulo?
Pues una apisonadora, como siempre. No me convence que Triángulo de Amor Bizarro exploten los pregrabados: me encantaría ver tres guitarras sobre el escenario, cuatro sintetizadores y dos baterías a lo Thumper, pero no vamos a ponernos exquisitos. Sus razones tendrán para quedarse tranquilitos Isa, Rodrigo y Rafael tras el adiós de Zippo. Detalle un poquito regu, por cierto, el de la iluminación limitada y la falta de realización audiovisual. Estará cara la hora de trabajo de los cámaras y el realizador, porque lo de limitar a la banda telonera, aparte de ser muy setentero, ya no se lleva. ¿No creéis?
Dejando de lado su designación, más que válida por méritos, aunque quizá fuera de lugar vista la fría reacción del respetable, poquitos peros para su actuación. “Robo Tu Tiempo”, “Ruptura”, “El himno de la bala”, la coreadísima “Vigilantes del espejo” y el cierre con “De la monarquía a la criptocracia” sonaron brillantes, agresivas, emocionantes.
No son una banda de pabellones, ni nunca lo serán. Pero son imprescindibles para entender las guitarras en nuestro país desde hace casi dos décadas. Os queremos, de verdad.
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