Crónicas
Bryan Adams: Una deidad de carne, hueso y alma
«Una gala increíble concedida por esa deidad de carne y hueso, muy pero que muy humana, a la que ya estamos deseando tener de vuelta. Desde luego, hay carrete para rato»
18 noviembre 2024
WiZink Center, Madrid
Texto: Jason Cenador. Fotos: Iñigo Malvido (Bilbao)
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se vio abocado a temer a las deidades al tiempo que las veneraban. Dando un repaso somero a las religiones esparcidas por el mundo a lo largo de los siglos, la práctica totalidad tienen ese denominador común: obra como dicto y, si no, atente a las consecuencias. Por eso, compartir espacio, tiempo y emociones con un artista que se reivindica concierto a concierto como una suerte de semidiós de su música, y para el que la admiración desaforada y colectiva no trae consigo, al otro lado de la balanza, ninguna contrapartida negativa se torna en una experiencia que, para ser casi mística, resulta cuando menos placentera.
“Al principio Dios creó el cielo y la tierra”, arrancaba una locución reflejada en la gran pantalla que flanqueaba el escenario, en la que antes visualizábamos un código QR para pedir in situ canciones para ese mismo concierto y un coche que poco a poco acababa defenestrado, similar al que volaba pilotado por un dron sobre las cabezas de los asistentes. “Después creó al hombre”, continuaba la voz, “pero el hombre degeneró y descendió al agujero oscuro de hacer mala música”.
La locución vino a decir que, para remediar que faltaba el rock, Dios envió a un ángel, que no era otro que Bryan Adams, que salió a escena ante el delirio colectivo de un público muy diverso generacionalmente para encarar junto a su banda “Kick Ass”, ideal por su grosor e inmediatez para cortar la cinta inaugural del concierto. Enseguida pateó el canadiense las dos pelotas gigantes que fueron desplazándose sobre el personal y para cuya interceptación los responsables de seguridad del foso de fotógrafos hacían casi las veces de porteros de fútbol.
Un inquieto punteo melódico de guitarra dio paso luego a la efectiva, “Can’t Stop This Thing We Started”, en la que los engranajes de la pantalla parecían proyectar lo engrasados que llevan años y años los de esta banda capitaneada por un músico infalible cuya actitud parece no decrecer con los años. Su estribillo, claro, hizo saltar a los más devotos. En efecto y como reza el tema, no puede pararlo, igual que nosotros el torrente de felicidad, eso sí, del todo indolora, que seguía leyendo caudaloso con la aguerrida y siempre amena “Somebody”, pura fluidez eléctrica y accesible. No es extraño que todo el público cantase al son de un estribillo embriagador y bajo el auspicio de un Bryan Adams entregado que a su conclusión saludo en silenció desde el frontal de la escena.
La celebración, porque es lo que era, continuó con esa ferviente apología de la juventud eterna que es "18 til I Die", donde Adams cambió el bajo por la guitarra, quedándose llamativamente sin bajista el show, rol que posiblemente asumió el teclista, Gary Breit. Tras el chute de adrenalina, bien venía recordar que estábamos ante un verdadero maestro de la balada, y de eso se encargó "Please Forgive Me", deliciosa a cada compás. Bonito detalle, por cierto, cuando en plena canción vino a decir que estaba pasando el mejor momento junto a nosotros y que recuerda las noches de Madrid.
El clímax sosegado se quebró con el golpe de batería con el que acometieron “One Night Love Affair”. “Hola Madrid, mi nombre es Bryan”, se dirigió el alma máter de la velada al público. “Pienso que hoy es el mayor show que jamás hemos dado en Madrid, así que gracias por venir”, continuó, antes de poner de relieve que había en el recito personas procedentes de muy diversos países del mundo. “Vengáis de donde vengáis, bienvenidos”, dijo con cercanía, para después acordarse de su padre, fallecido hace cinco días, y hacemos encender una luz por la gente a la que queremos y de la que nos acordamos. “Puede ser tu papá, tu mamá o los niños de Palestina”, ejemplificó, desatando el aplauso sentido y solidario de muchos. Así dio paso a “Shine a Light”, con cientos de linternas de móvil iluminando una canción deslumbrante en su intención, una pieza ideal para iluminar el alma y dibujarnos una sonrisa.
El cantante y polifacético instrumentista fue animándose a charlar más y más, y comentó que tenía muchas canciones que tocar esta noche, presentando después una "de hace unos cuantos años", cuando tenía 23, que no era otra que "Take Me Back", donde Adams empuñó la batuta de la guitarra solista interactuando de paso con la audiencia.
En ese viaje de ida y vuelta entre la electricidad vibrante y el cálido sosiego, fue reseñable la parada intermedia que hicieron en una "Heaven" con un tempo sensiblemente más rápido del habitual que no me terminó de convencer tanto como la melosa original, a la que sucedió una hardrockera “Go Down Rockin’” a cuyo inicio nos hizo cantar ese contagioso "yujujú" y en la que sacó a relucir la armónica para hacerla desembocar en un clásico rock and roll de carretera polvorienta que se fue acelerando como si estuvieran pisando a fondo el acelerador.
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Arribamos entonces a uno de los momentos más memorables de la noche, en la que Bryan se acordó de Tina Turner, a quien todos los amantes de la música con mayúsculas perdimos el año pasado y que para él constituye una gran ausencia porque, como destacó, era su amiga. A ella le dedicó “It’s Only Love”, compuesta junto a ella, y en la que hubo un amplio espacio para que Keith Scott, su virtuoso guitarrista de toda la vida, se luciese en un solo magnífico que acabó desembocando en sendos fragmentos de “The Best” y “What’s Love Got to Do with It” antes del culminar el tema principal provocando los primeros oés de la noche.
La siguiente en liza fue presentada como una canción para bailar (lo dijo en español). Nos introdujo a su amigo cámara, que enfocaría al público durante el tema. A los chicos que no querían bailar, les ofreció la alternativa de quitarse la camiseta y ondearla, y así hicieron muchos al son de la irresistible “You Belong to Me”, que en un momento dado derivó hacia una versión del “Blue Suede Shues” de Elvis Presley. Le dio después por hacer twerking al ritmo de la batería entre risas antes de retomar un tema convertido ya en clásico ineludible de su discografía, perfecto para hacer de sus directos una auténtica parranda. La fiesta era absoluta y así lo refrendaba un público que alzó y agitó sus manos a instancias del propio Adams. A él se le veía feliz, muy feliz, y a nosotros también.
En una esfera de mayor sobriedad, “Cloud Number Nine” fue tocada y cantada en buena medida por Bryan en solitario en la pasarela central, y trajo consigo una atmósfera más profunda y penetrante, cortada por el rugoso bajo interpretado por el propio cantante que sentó con firmeza los cimientos de una sorprendente versión del “Rock and Roll Hell” de Kiss, recibida, no obstante, con cierta frialdad por el grueso de los asistentes.
“The Only Thing that Looks Good on Me Is You” fue el puente hacia un nuevo giro de tornas hacia lo baladesco. Bryan Adams empuñó su acústica y, junto a un intenso y frondoso piano cortesía de un Gary Breit impecable describió con finura y extraordinaria lucidez “Here I Am”, cuyo relevo tomó una “When You’re Gone” que construyó un éxtasis absoluto sin más ladrillos que esa voz prodigiosa, inimitable, aguerrida y aterciopelada del vocalista junto a su guitarra acústica. Volvió a escena la banda al completo para “Always Have, Always Will”, durante la que nos hizo gritar hasta quedarnos casi sin cuerdas vocales. Él no, claro; las suyas son irrompibles. Con ese don innato, así cualquiera.
De vuelta a la más acogedora mecedora musical, fue turno más tarde para la balada por excelencia de Bryan Adams, la inmensa e insuperable “Everything I Do (I Do ItforYou)”, momento perfecto para que el cantante se bajase a cantar frente al público de las primeras filas a ambos flancos de la pista. A un servidor todavía le resulta quimérico vivir una canción tan preciosa en vivo y que los ojos no se le empañen. O lo mismo es que había polvo en el ambiente y entró en contacto con los lagrimales.
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“Back to You” antecedió al tema que da título a su último álbum de estudio y esta presente gira, “So Happy It Hurts”, cuya traducción, tan feliz que duele, no puede ir más en sintonía con su onda desenfada y animadísima. Había que seguir pisando a fondo el acelerador, y por eso la adrenalínica “Run to You” llenó hasta los topes nuestros tanques de gasolina, que ardieron como la superficie del sol cuando nos elevaron hasta él con “Summer of 69”, clásico de clásicos archicoreado hasta la extenuación.
Todavía quedaban motivos para emocionarnos en forma de canción, y pocas se me ocurren más emotivas y conmovedoras como “HaveYou Really Loved a Woman?”, un tema maravilloso donde los haya que recortaron sin necesidad y que interpretaron tal vez más desnudo de la cuenta y, con la guitarra española de Bryan Adams apenas acompañada por unas tímidas palmas del batería, Mickey Curry. A su inicio, el frontman hizo una apología de la guitarra española, y terminó adulante con un “just tell me, have you ever really, really, really, ever loved a Spanish woman”, detalle afectuoso hacia el público local que resultó muy celebrado.
“Cuts Like a Knife” nos fue asomando a ese precipicio al que no queríamos mirar ni a las tres de la madrugada, por mucho que fuera lunes, al del final de un concierto que estaba siendo memorable, y nos estimuló de lo lindo con su muy cantado coro final, tras el que Bryan Adams, en un estado de forma más propio de alguien con veinte o treinta años menos, presentó con cariño y el debido protagonismo a todos los miembros de la banda. “Estos son mis chicos”, presumió con orgullo.
La estrella canadiense siguió derrochando una cercanía muy terrenal, dando las gracias en español y compartiendo que le tocaba el corazón la efusividad del personal. Recordó entonces que, cuando era niño, solía escuchar música todo el tiempo y no tenía ni idea de que él llegaría a ser lo que es hoy, si bien pensaba que era mágica porque tenía la cualidad de lograr transportarte a otro lugar. “Y hoy me habéis transportado a otro lugar”, agradeció tras comparar el ambiente con el de un partido de fútbol y con el corazón abierto en canal, el mismo con el que se acordó de su madre, de 96 años, que ese mismo día le había llamado por FaceTime pese a que solo le funciona, explicó, un brazo y una pierna.
De su madre comentó que, cuando tenía quince años y le dijo que se iba a unir a un grupo de rock and roll, solamente le dijo que más le valía hacer un buen trabajo. Y vaya si le hizo caso. Esas palabras resuenan aún en su mente y sigue predicando con ellas a cada paso.
Con la banda retirada de la escena, Bryan Adams nos derritió todavía un poquito más con “Straight From the Heart”, en la que tocó guitarra acústica y armónica, respondida nuevamente con oés generalizados. La química era absoluta y, entre bromas, volvió a esbozar, ahora en acústico, el “Shine a Light” antes de unirla con “Allfor Love”, cuya autoría comparte con Rod Stewart y Sting.
Algunos pensaban que el show terminaría así, con él como máximo protagonista y la desnudez de su talento sin más herramientas que su garganta y las seis cuerdas de su guitarra, pero la banda regresó para una traca final al ritmo de una disfrutada versión de “Can’tTake my Eyes Off You”, de Frankie Valli. Fue el broche de oro y diamantes a una gala increíble concedida por esa deidad de carne y hueso, muy pero que muy humana, a la que ya estamos deseando tener de vuelta. Desde luego, hay carrete para rato.
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1 comentario
Extenso resumen hacia el gran concierto que realizó todo un veterano como el canadiense BRYAN ADAMS y sus buenos músicos en el mitico Palacio De Los Deportes de Madrid a través de estos clásicos dentro de esta gira hispana.