Crónicas
Azkena Rock Festival: Reserva espiritual de Occidente
«El Azkena sigue siendo la reserva espiritual de Occidente en lo que respecta a la autenticidad, a esa gente que pasa de posturitas, borreguismos y demás males que atenazan a las sociedades contemporáneas»
22 y 23 de junio de 2018
Mendizabala, Vitoria.
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan
En tiempos en los que abunda el postureo indiscriminado en redes sociales y el hacerse la dichosa fotito que acredite que hemos estado en un lugar determinado, deberían conservarse en formol propuestas en las que primen el puro amor sincero por la música mucho más allá de lucir palmito y de esos escombros humanos que acuden a eventos únicamente porque allí se concentran muchedumbres, igual que las ovejas se juntan en un punto concreto sin cuestionarse lo más mínimo por qué están allí. Otros abogamos por las sensaciones, esas que no se pueden explicar con palabras y que ningún dispositivo electrónico ha logrado todavía capturar. Lo esencial es invisible para los ojos, ya lo dijo Saint-Exúpery.
Todo eso anda implícito en el ADN del Azkena desde tiempos ya casi inmemoriales, aunque en esta edición ha perdido una de sus señas de identidad más características: ha dejado de ser una granja de nabos. En efecto, de entre las más de 30.000 almas que se reunieron en las campas vitorianas en el 2018 habría una más que notable presencia femenina que dejaba inservible aquella afirmación que hizo un periodista hace unos años al asegurar que era el único festival al que no hay que ir a “meter tripa”. Y que siga así, con chicas guapísimas por doquier con camisetas de New York Dolls y de otros combos con solera.
Con un clima envidiable como pocas veces hemos disfrutado, los gallegos The Soul Jacket abrían la primera jornada con su rock n’ roll de regusto añejo antes de que les tomaran el relevo los siempre infalibles en las distancias cortas The Sheepdogs y los californianos en progresión ascendente Rival Sons, que este verano van a convertirse en un clásico en la península, pues también estarán en el Mad Cool madrileño. Entremeses de lujo para ir calentando.
El primer plato fuerte llegó con la leyenda Van Morrison, que ejecutó un bolo soberbio acompañado de una inmensa banda en la que destacaba una corista morena de poso racial con tonos que ponían pelos de punta y que desató aplausos en repetidas ocasiones. Había tantos bártulos en el escenario que apenas se veía al león de Belfast, pero a sus más de 70 palos su rugido sigue inmaculado y alcanzó picos memorables con “Wild Night” y ese peculiar sonido rhythm n’ blues que influenció hasta las cartolas a gente como Bruce Springsteen. Ni siquiera le hacía falta moverse al vetusto voceras ni tampoco hacerse el simpático con las habituales tonterías de circo infantil de qué tal están ustedes y demás. Temazos como “Jackie Wilson Said (I’m In Heaven When You Smile)”, “Brown Eyed Girl” o su fundamental “Gloria” son credenciales más que suficientes y que no necesitan mayor aval. Sigue en lo alto.
Mucha expectación se palpaba en el ambiente por catar al supergrupo Dead Cross, con Dave Lombardo (Slayer) a la batería y el sin par Mike Patton (Faith No More) en el micro, entre otras dos figuras condenadas a la irrelevancia absoluta. Y es que el fulgor que despedían ambos astros era tal que eclipsaba el resto de detalles, con constantes guiños a sus respectivas bandas de procedencia, aunque su tralla hardcoreta sin contemplaciones de regusto post punk poco tenía que ver con su trayectoria precedente.
Con guitarras chirriantes y una maraña de ruido que daba gusto oír, se convirtieron en toda una nota discordante dentro del cartel y aportaron de un plumazo la contundencia que se echaba de menos hasta entonces. “Seizure and Desist” desató la caja de los truenos y se montaron pogos mientras Patton exhibía su prodigioso rango vocal y hacía gestos de chalado, al tiempo que intercalaba expresiones en mexicano o aludía a los lamentables hechos de Pamplona diciendo “La Manada, los rapistas de mierda”.
Me sobró que Patton mirara en un atril las letras como un señor mayor, pero en cuanto arreaban zapatilla de la buena aquello se olvidaba. Y si encima efectuaban curiosas revisiones de algunas de nuestras bandas de cabecera como el “Dirt” de The Stooges o el “Bela Lugosi’s Dead” de Bauhaus, pues pelillos a la mar. Con sus agallas para regalar conquistaron al personal y legaron partes tan brutas que casi parecían black metal, aunque el bis fuera un tanto desconcertante al arrancarse con el inicio del “Raining Blood” de Slayer y luego intercalar algunos fragmentos que parecían del “Epic” de Faith No More, si no me equivoco. Enormes, para ponerles un piso.
Después de que nos volaran la cabeza con tanta caña, estuvimos muy tentados de desertar de los hippies Chris Robinson Brotherhood, habida cuenta de que casi nos cortamos las venas con el descomunal peñazo de tres horas que Robinson se marcó en el Kafe Antzoki unos meses atrás. Pero somos un tipo sufrido, ahí aguantamos. Por respeto a los lectores, oigan. Y no resultó tan duro como la otra vez. Pasaba igual que con los porros para estar de fiesta, unas caladas, bien, pero con mucha dosis ya te vas a dormir al sofá. Justo detrás un aficionado decía que no estaba mal, pero que sonaba “todo el tiempo igual”, algo que compartimos por completo, pese a destacar piezas como la versión hippiosa de The Coasters “I’m A Hog For You” o “Behold The Seer”, que casi podría ser de los Black Crowes. El tormento no alcanzó proporciones divinas.
De los pilares del protopunk MC5 esperamos quizás demasiado en esta nueva encarnación bajo el nombre de MC50 compuesta por el gurú guitarrístico Wayne Kramer, Kim Thayil, el mítico barbas de Soundgarden en los noventa, o el vocalista Marcus Durant (Zen Guerrilla), cuya descomunal maraña de pelo rizado emulaba un asombroso parecido con Rob Tyner, el cantante original de los de Detroit. El inicio fue apabullante con un “Ramblin’ Rose” cantado por Kramer y luego con el incendiario “Kick Out The Jams” en el que voló hasta un katxi, uno de esos detalles entrañables que convierten en especiales los conciertos punkis.
Con motivo del aniversario de su debut, interpretaron el disco por completo y lo cierto es que se hicieron un tanto pesados los pasajes más experimentales, como la final “Starship” en la que bordean el free jazz. Pero por fortuna lo arreglaron en los bises con los punteos de montaña rusa de “Looking At You” y un colosal “The American Ruse” en la que aludieron a “un hombre muy enfermo” que está ahora en la Casa Blanca. El espíritu de la contracultura sigue vigente.
Y para finalizar la primera jornada, nos sorprendió comprobar el pletórico estado de forma de las también veteranas Girlschool, sustitutas a última hora de Urge Overkill y que se marcaron otro de los bolazos del festival. Encueradas y aguerridas, patearon culos y agitaron melenas, ese gesto tan proscrito hoy en día que casi no se ve ni de casualidad, menos todavía en una fémina. Pero a ellas no les importaba despeinarse y así lo demostraron con su clásico “Hit and Run” y con piezas que rezumaban agallas por doquier como “Come The Revolution” o ese “Take It Like A Band” dedicada a su adorado Lemmy. En esta edición los sonidos cercanos al hard rock o heavy metal prácticamente brillaron por su ausencia, por lo que su aportación añadió variedad al panorama a la par que impidió que nos durmiéramos a eso de las 2 de la madrugada. Echamos en falta su celebérrima versión de T.Rex “20th Century Boy” o la rocanrolera “Please Don’t Touch” que interpretaban junto a Motörhead, pero resultaron muy decentes y entretenidas. Larga vida.
Macarras escandinavos y la chica salvaje
Dicen que pillar sol este verano en el País Vasco va a ser casi tan raro como ver a determinadas bandas sobre un escenario, pero en la segunda jornada, con un cierto incremento de asistencia, aguantamos un calor considerable a primera hora de la tarde. En un entorno tan idílico pegaba el country de poso folk de ese que está en boga últimamente de los bilbaínos Mamagigi’s, quizás les faltaba la garra y los torrentes de bourbon resbalando por la garganta de Dead Bronco, pero para ir entrando en faena, ni tan mal.
Ya nos despertarían de un plumazo Nuevo Catecismo Católico con su rock n’ roll punkarra de querencia nórdica. A toda pastilla enfilaron “Prefiero estar en el suelo” o “Incontrolable” mientras su vocalista Gonzalo se explotaba latas de cerveza en la cabeza o su guitarrista se subía a un bafle para puntear. Salieron con unas ganas descomunales y legaron himnos macarras para dejarse la garganta como “Sabes demasiado” o “Tú y yo podemos comprenderlo” y certificaron una vez más su poderío en las distancias cortas, pese a que la voz pudo estar más alta.
Y si encima te sacan al príncipe del power pop Kurt Baker para cascarse un impepinable “Sonic Reducer” de Dead Boys, pues entonces tocamos el cielo directamente. Había además un ambientazo tremendo, sin cotorras ni gentuza infecta, solo peña coreando a pleno pulmón bombas de relojería del calibre de “Odio la velocidad” o “Detrás de tu mirada”. Apabullantes. Que viva el puto rock n’ roll y la escena de Buenavista.
Todo un contraste pasar de piezas adrenalínicas al blues fantasmagórico, decadente y arrastrado de Hugo Race & Michelangelo Russo, dúo que actualizaba el legado de John Lee Hooker y a la vez aportaba matices vanguardistas en la onda de David Lynch cuando le da por hacer música. Muchas composiciones, caso de la inicial “Hobo Blues”, evocaban esa naturaleza onírica e hipnótica a la vez que invocaban a la irredenta nocturnidad y a las mujeres de rompe y rasga, esas que según Corcobado “ponen bombas en los coches después de conducirlos con ternura por las carreteras asfaltadas por los hombres débiles”.
Tal vez para cualquiera que no esté familiarizado con la obra de Nick Cave o con la de este antaño escudero suyo en los Bad Seeds este recital fuera un peñazo inmenso, como nuestra fotógrafa, que huyó a respirar aire puro incapaz de soportar tanta agonía. A nosotros nos resultó algo de una clase inmensa, engrandecido además por la carpa del escenario Trashville, que emulaba el canalleo y ambiente sórdido de un garito turbio.
Pelos de punta con la voz lúgubre de predicador del australiano que se clavaba en el alma y al que solo le faltaba poner los ojos en blanco como el reverendo Edwards de Woven Hand. “Serves You Right To Suffer” o “When My First Wife Left Me” ejemplificaban a la perfección la miseria con nombre femenino, acompañadas de una armónica desesperada como si procediera del fondo de un pozo negro. Con luces de neón y bailarinas de striptease habría ganado.
La luminosidad conquistó a las tinieblas de un plumazo con Mott The Hopple, con el insigne Ian Hunter alzando una copa de champán antes de arrancarse con unas estrofas del “American Pie” de Don McLean que devinieron en el elegante “The Golden Age Of Rock N’ Roll”. El vetusto cantante tenía a su vera a un tipo que había que verlo, un lechuguino vestido todo de verde a medio camino entre Peter Pan, un elfo de los bosques y un ratón de biblioteca decimonónico que además gastaba maneras de estrella de rock. Y el audaz estilismo del teclista con una chaqueta que emulaba las teclas de un piano, telita también.
Al margen de la moda glam, Hunter demostró el glorioso poder de sus cuerdas vocales a sus casi 80 palos en temazos de la altura de “All The Way From Memphis”, “Roll Away The Stone”, donde me faltaron más trompetas para adecuarse a la versión en estudio, y numerosas referencias a la historia del rock, caso de la revisión del “Sweet Jane” de The Velvet Underground. Y como no podía ser de otra manera, acabaron con el inmortal “All The Young Dudes”, en el que se tornaba imposible no acordarse de Bowie. Galones por las nubes.
La nueva reencarnación de Turbonegro con el voceras Duke of Nothing nunca nos terminó de convencer, por lo que tampoco andábamos con demasiadas expectativas. Y cuando contemplamos que aquello sonaba a rayos a un volumen insuficiente con un repertorio endeble que machacaba en exceso su último lanzamiento ‘Rock N’ Roll Machine’, pues estuvimos a punto de dormirnos de pie. No contribuyó que poco más tarde se confabularan los astros y el bajista Happy Tom, vestido de madero, se quedara sin sonido en el bajo durante un rato considerable antes de que luego más tarde prácticamente solo se escucharan las cuatro cuerdas.
Hubo mucho cachondeo en su show, como cuando glorificaron la cocaína al ritmo de “La cucaracha” y, de hecho, parecía que iban de speed al conseguir levantar el bolo en la recta final con un soberbio “Get It On” entre un mar de puños levantados gritando “like it”. El tema de la mandanga siguió presente y trataron de clasificar a la peña entre los que llevaban en los bolsillos anfetamina o los que portaban cocaína.
Dejaron el pabellón por las nubes con “I Got Erection”, otra de las problemáticas trascendentales de la humanidad, cuyo estribillo ya había sido repetido por el respetable en diversas ocasiones a lo largo del bolo. Nada mejor que finiquitar la coña marinera sonando por los altavoces el “Simply The Best” de Tina Turner a modo de despedida. La gesta épica de una remontada.
Según cuentan los antiguos del lugar, la última vez que Joan Jett & The Blackhearts estuvieron en la península fue allá por el 84 de teloneros de Scorpions, pero la ex The Runaways no llegó a tocar porque a la segunda canción la recibieron con tal lluvia de objetos que se vio forzada a suspender la actuación. Habida cuenta de que en el post franquismo proliferaban los simios a los que no les agradaba la idea de que una mujer pudiera patear culos y dejar en la lona a muchos machitos de tres al cuarto, no era de extrañar que la chica no se atreviera o no le apeteciera volver a un país tan subdesarrollado que en ese aspecto tampoco es que haya cambiado mucho.
Pero la espera mereció la pena cuando apareció la diosa del rock ataviada por completo de negro, con chupa de cuero, escote sugerente alejado de la vulgaridad y discreta pero aguerrida muñequera de pinchos. Le acompañaba una banda de marcada estética y actitud punk con un bajista altísimo de pelo en punta y un teclista entrado en años que de vez en cuando soltaba batallitas, como al contarnos que cuando se formaron los Blackhearts en su país a la peña le parecía “mal” y “raro” que una tía tocara la guitarra. No obstante, se ha ganado el derecho a hacerlo: este último señor es el mismísimo Kenny Laguna, co-productor de los clásicos de The Runaways 'Bad Reputation' (1980) y 'I Love Rock 'n' Roll' (1981).
Si ya nos entró de primeras por la vista el envidiable estado físico de Joan, no le iba a la zaga su potentísima voz, con cierta rugosidad a la de divas añejas del rock n’ roll tipo Wanda Jackson o Ronnie Spector. El himno de rebeldía juvenil “Victim of Circunstances” abrió un recital impecable que se convirtió en lo mejor del festival y que sirvió de sobra para congraciarse con el público peninsular.
No tardó en acordarse de The Runaways con la fundamental “Cherry Bomb” antes de “Do You Wanna Touch Me?”, otra pieza asociada siempre a su espigada figura. Pisó el acelerador a fondo con la punkarra “Bad Reputation” y rememoró el elegante sonido del glam setentero con “You Drive Me Wild”, otro recuerdo de la banda de Lita Ford y Cherie Currie.
Lanzaba escupitajos y hasta se colocaba las tetas sin pudor alguno, que a veces parecían querer abandonar su lugar natural, aunque si alguna se le hubiera escapado, tampoco habría sido una tragedia. Cantó sobre el postureo de la industria musical en “Fake Friends” y se tornó más reflexiva con “Make It Back”, sobre la capacidad de reponerse ante los envites adversos del destino, según relató.
“Love Is Pain” sobresalió por sus guitarrazos y en “I Love Rock N’ Roll” la mayoría lo dio todo en su corte más comercial, antes de tornarse más vulnerable con la exquisita “Crimson & Glover” de Tommy James & The Shondells. Bastaron unos golpes de batería para que el respetable reconociera de inmediato “I Hate Myself For Loving You” y se pusiera a dar palmas. La de veces que hemos podido escuchar esa canción en garitos, pero en directo con los gritos de Jett, que espolvoreaba en cada preciso instante, era otra experiencia completamente distinta.
En los bises con “Hard To Grow Up” se disculpó por no saber español, aunque con semejante conciertazo podría hasta hablar en arameo. Terminó de volarnos la peluca con el “Real Wild Child (Wild One)” de The Dee Jays a toda pastilla antes de otra revisión, el “Everyday People” de Sly & The Family Stone, que sirvió para presentar a la banda y dejarnos suspirando hasta su próxima visita por la península. Amor total.
Los australianos The Beasts of Bourbon nos permitieron tomarnos lo que quedaba con tranquilidad. Su poso decadente con voz a lo Tom Waits en ocasiones entretenía y otras veces a uno le hacía desconectar por completo y ponerse a pensar en sus cosas. Pero si había algún combo capaz de lograr que no decayera la fiesta, esos eran los macarras escandinavos reunificados recientemente de Gluecifer, que se cascaron otro de los bolazos del festival apelando a la pura electricidad y a las entrañas que despedían disparos a bocajarro del calibre de “I Got A War”, “Automatic Thrill” o “Take It”, un trío capaz de tumbar a cualquiera.
Recordaron al desaparecido Kike Turmix en “The Year of Manly Living” y la tralla burra a lo Motörhead de “Evil Matcher” pudo despeinar al más escéptico, esto sí que era rock n’ roll y lo demás son tonterías. “La siguiente os gustará todavía más”, advirtió el voceras. Y no mintió lo más mínimo cuando se arrancaron con un “Get The Horn” no menos contundente que engatusó a perpetuidad a la afición.
Coronaron semejante repaso en los bises con “Easy Living” y un “Rockthrone” cual elefante en cacharrería destinado a no dejar títere con cabeza ni dar pasos en falso. Gracias a recitales incendiarios como este contribuyeron a cambiar por completo la historia del rock de los noventa junto a otros como The Hellacopters o Turbonegro. La santa trinidad del rock con agallas.
Y así poníamos fin a un Azkena que sigue siendo la reserva espiritual de Occidente en lo que respecta a la autenticidad, a esa gente que pasa de posturitas, borreguismos y demás males que atenazan a las sociedades contemporáneas. Que no nos falte nunca.
La edición 2019 del Azkena Rock Festival se celebrará los próximos 21 y 22 de junio. La primera banda confirmada es Wilco en exclusiva española. Los primeros abonos ya están a la venta a 90€ más gastos de distribución.
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5 comentarios
Debo andar yo equivocado, pero lo de Van the Man no es de nota, sino de reprobación. Ruge una vez y rapea una hora. Sin animo de discutir pero si para dar otra opinión. Desde el Conde Duque del 1992 hasta hoy ha pasado mucho tiempo. Pero Van, ni arriesga ni te conmueve al cantar. Y cuando uno va a ver a Van Morrison, no le vale una faena de aliño. Uno espera al león de Belfast. Efectista pero ciertamente en franca decadencia. Cantar Brown Eyed Girl no es precisamente ensalzar el legado de Van Morrison, o Wild Night, o Jackie Wilson... Y ya se que la edad es la que es, pero es como ir a ver a un malabarista que en su día hacia volar 6 pelotas a la vez y ahora, como solo saca tres y no se le caen, nos damos por satisfechos.
Lords of Altamont y a Sol Largarto dieron caña de verdad, sin artificios.
Y como no, Berri Txarrak...
Machirulo
Qué vergüenza de reportaje... Negativo para Mariskal Rock por consentir el machismo entre sus líneas y repulsa a Alfredo por su repugnante argumentario machista y racista. Qué triste...
Ojala leais esto https://www.facebook.com/MetalheadsAgainstDiscrimination/posts/1877757142277243
Que tipo más gracioso. Denuncia el postureo en su artículo, para luego definirse como ecléctico siendo un espécimen más de machirulo. Una vergüenza de periodista: no queremos saber tus valoraciones estéticas, queremos saber cómo la petaron los grupos Y PUNTO. Estás trabajando para MariskalRock, no para Vogue. A ver si nos centramos