Bunbury

Cuentas pendientes

Warner Music (2025)

Por: Jorge Bobadilla

9

“Odio que te marches, pero me encanta ver cómo te vas”, con esta frase pronunciada por John Travolta en el blockbuster “Cara a cara (Face Off)” se puede resumir la sensación de los seguidores de Bunbury que siempre anhelamos el lado más rockero del aragonés, pero que disfrutamos y paladeamos cada demostración del camaleónico carácter que ha marcado la carrera del artista. Esta vez, el maestro en el arte de hacer canciones nos devuelve a las raíces de la música latina con una mirada que rápidamente trae olores de lugares conocidos como ‘Licenciado Cantinas’ o ‘Pequeño’, a los que se une la personalidad tan íntima como melancólica en ocasiones de ‘Las consecuencias’.

Bunbury cierra por dentro las puertas de su cantina particular tras dejar salir al último cliente junto a las notas finales de ‘Greta Garbo’ y nos permite quedarnos a esta sesión privada en la que la banda empieza a tocar por el propio placer de hacerlo, ya desordenada sobre el escenario, con las corbatas desanudadas, los cigarros encendidos y botellas y vasos pasando del optimismo al pesimismo de forma constante. Comienzan a sonar diez canciones en alrededor de cuarenta minutos en los que se va a parar el tiempo, desaparece internet y el móvil pierde la cobertura.

Hablamos de un disco para volver a escuchar sentados viendo cómo la aguja arranca del surco del vinilo mágicamente la música y la lanza hacia nuestros oídos (y si lo estás escuchando en Spotify, pues te lo imaginas).

Destaca desde el inicio una producción tan orgánica y con tanta calidad que hasta se pueden oler los instrumentos más tradicionales, entre los que se abren paso algunas intensas y crujientes guitarras que dan pellizcos al corazón más rockero, siendo estas símbolo y ejemplo de la capacidad de la que se hace gala para unir lo tradicional y lo contemporáneo con naturalidad.

El disco arranca con “Para llegar hasta aquí”, que fue también el primer adelanto de este nuevo trabajo, llevándonos de un plumazo con sus primeras notas a los citados discos de referencias más latinas de Bunbury. “Un nuevo amanecer” son las elocuentes palabras iniciales que pronuncia el anfitrión sobre un embriagador ritmo que nos mece sobre ese toque “davidlynchiano” tan enigmático como magnético que el artista sabe aportar a su música.

Probablemente somos muchos los que no nos acercaríamos de primeras a un disco de música de raíces si no fuera de Bunbury, pero, oh, estamos de suerte, es un disco de Bunbury y aquí también se viene a aprender un poco más con humildad y los oídos bien abiertos.

Mientras empezamos a disfrutar la maestría con la que se juega en este disco con las intensidades, se nos presenta el apartado más luminoso en lo que a ritmo se refiere con “Saliendo del Arrabal”, que ya lleva en el título la referencia conceptual para situar al oyente dentro de la experiencia del disco. A estas alturas ya estamos enganchados y el que no tenga alguna parte del cuerpo en movimiento debería comprobar sus constantes vitales.

La montaña rusa de sentimientos toma una nueva curva cerrada para anudarnos el estómago con “Las chingadas ganas de llorar”, una de esas canciones que calan en lo más hondo y consiguen hasta doler entre sus palabras y la combinación de elementos, desde los más tradicionales a las teclas que nos acompañan durante la canción. A lo largo de toda la escucha, acordeón, guitarras, instrumentos de cuerda y percusión, teclados y pianos aparecen tanto donde más se los requiere como donde menos te los esperas.

El cuerpo nos pide rumba y Bunbury nos empapa con “Serpiente”, uno de los cortes más destacados y accesibles del disco, con un estribillo y ese puente que desemboca en él abriendo las ventanas de la cantina para que los vecinos se enganchen a la fiesta, sin eludir incluso esa parte solo de voz y palmas antes del cierre instrumental de fogosa guitarra. Un corte irresistible de apariencia más liviana y letal veneno si te descuidas.

El camaleón torna en tonalidades de bolero y melancolía en “Loco”, en el que la atención se dispersa irremediablemente y es obligado destacar lo bien que se ha rodeado Bunbury para esta grabación, destacando, por ejemplo, la labor de un pianista que brilla en cada aparición a lo largo de toda la escucha. El sello más “bunburyesco” aparece como firma en forma de desgarradora guitarra mientras volvemos a ver detalles que recuerdan a aquellos primeros discos con los que Bunbury sorprendía con su mirada a las raíces de la música en nuestro idioma.

Tan saciado puede quedar el oyente a estas alturas del disco que “Cuentas pendientes” aparenta ser una despedida, y podría haber sido un perfecto cierre a modo de último vals, lo que me recuerda ese “Vals del adiós” que compartió con Rulo. “Nada me ha regalado la suerte”, canta con su inconfundible voz y personalidad un Bunbury que también parece hablar de sí mismo con frases como la “secreta” construcción de “he muerto y he resucitado” o la más callejera “ya bebí la última y nos vamos”. Pero no se vayan todavía, amiguitos, aún hay (mucho) más.

La segunda parte de esta delicatesen sonora comienza con “Te puedes a todo acostumbrar”, el que fue tercer adelanto del disco y, probablemente, el que más me convenció para volver a seguir los pasos de Bunbury en un disco más. Esa sublime combinación cumbia-western, o cumbia-Morricone, como se comentaba acertada y elocuentemente en la información de su estreno, no te deja escapar entre lo melódico y lo rítmico y menos aún con esa guitarra que emerge de las arenas del desierto. Un estribillo que merece ser gritado a coro completa la ecuación.

La primera vez que escuché “La hiedra” pensé que me lo creería si me dijeran que era otra versión como las de ‘Licenciado Cantinas’, ya que la letra se me hacía extraña para el aragonés. Claro, no conocía la original, con la que me encontré al, cargado de curiosidad, buscar una de sus frases en la red de redes. Bunbury rescata, desviste y provee de nuevas telas a otra joya (¿seré el único que la desconocía?), sumando a Pachi García Alís a esa lista en la que, desde la etapa con Héroes, hemos ido encontrando a Mauricio Aznar Müller (“Apuesta por el rock and roll”) o a José Alfredo Jiménez (“El jinete”) por citar un par de ejemplos.

La fiesta privada empieza a terminar y lo hace sin estridencias ni grandilocuencias innecesarias, como todo el disco, primero con una rotunda interpretación no exenta de delicadeza en “Como una sombra”, que hace pensar en esas canciones que Almodovar ha llevado a sus películas creando sus costumbristas contrastes. Una de esas composiciones que dan ganas de cantarlas acompañando los últimos tragos de una botella de tequila ya tumbada sin nada en su interior.

El cierre definitivo de “El baile de los disfraces y la tentación”, también de ritmo sosegado, deslumbra como la luz del amanecer cuando se abre la puerta de la cantina, sorprendiendo con Bunbury dando paso a Enrique (si se entiende la expresión) en las primeras líneas. Una inesperada interpretación más cercana que va creciendo a medida que entran más y más instrumentos, como si se tratara de ese final de la función en el que, poco a poco, van apareciendo todos los actores en escena para despedirse del público sin una traca final, simplemente derrochando magnetismo a raudales y marchándose con un beso que deja tanto vacío como esperanza de volver una noche más.

En resumen, ya con los detractores de serie alejados, Bunbury vuelve a ofrecer una demostración (la enésima) de que puede darse el gusto de visitar una y otra vez las raíces de lo nuestro, bañarlo de sabores contemporáneos o servirlo tan crudo como desee. Tras un regreso tan saciante como fue ‘Greta Garbo’ para todos sus públicos, tocaba que el camaleón se tiñera en tierra y cantina antes de volver al asfalto y los focos. Y eso siempre se agradece.

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