LA CARRERA DE HELLOWEEN - BAJO REVISIÓN SUBJETIVA

12 enero, 2012 12:26 am Publicado por  – 4 Comentarios

Por César Fuentes Rodríguez

Estas dos notas se escribieron para la desaparecida Revista Maelmstrom con diferencia de varios años; la segunda de hecho en 2007, pero de algún modo componen una unidad, de modo que aquí van juntas con algunas correcciones para dejar de lado los anacronismos y la consciencia de que guardan entre sí notorias redundancias. Por lo demás, espero que gusten, aunque sea por el clandestino sabor a nostalgia que traen prendido.

Nota I

Allá por el ’86 tenía yo una diminuta disquería especializada en el fondo de una galería ignota de la avenida Entre Ríos, en Buenos Aires. La clientela habitual o los que arribaban por primera vez bajo el influjo del boca en boca solían llegar ávidos de novedades y dispuestos a desafiar su capacidad de asombro. Piensen en la época: no estaban tan avanzados los ochentas como para acusar desgano alguno en el entusiasmo por el heavy metal que todavía entonces reinaba arrogante y saludable, pero al mismo tiempo había corrido ya mucha agua bajo el puente, y los más enterados se sabían de memoria el repertorio de Maiden, Judas o Queensrÿche, y estaban por lo menos al tanto de que existían Metallica, Megadeth, Slayer y ya había explotado el thrash como la gran cosa nueva.

En ese contexto, no era tan fácil sorprender a los parroquianos con algo fuera de lo común, y eso que todos los días llegaban discos alucinantes. Cierto que también estaban los que entonces apostaban a la carrera de “el más rápido, el más podrido, el más brutal”, pero esos encontraban inmediato consuelo en las primicias de Sodom, Death, Napalm Death, Morbid Angel y todos aquellos que perfilaban día a día el surgimiento del death metal. El resto comenzaba a lamentarse por no encontrar un sucedáneo de adrenalina y éxtasis como el que les habían proporcionado las bandas señeras de comienzo de década. Llámenlo orgullo de disquero, si quieren, pero yo siempre tenía a mano una carta ganadora, una maravilla tan categórica que prendía por sí sola ni bien apoyaba la púa en el surco.

Pues bien, durante casi todo el ’86, mi carta ganadora fue prácticamente la misma: “Walls Of Jericho”, de una oscura banda alemana llamada Helloween. No Halloween, sino Helloween, con “e”, para colmo. Situaba la tapa a mis espaldas y ofrecía la novedad batallando con el escepticismo inicial del cliente que observaba el casi tontuelo dibujo del Fangface derribando la muralla sobre mi hombro como si hubiese entrado a un video club para pedir una comedia y le entregaran una copia de “El Exorcista”. Pero entonces, luego de aquella introducción con la musiquita juguetona, capaz de confundir el juicio de cualquiera, irrumpían en el ambiente los vertiginosos acordes de “Ride The Sky”, la cabalgata furiosa y la voz chillona de Kai Hansen y uno comprobaba con placer cómo las facciones del circunstante se iban transfigurando de puro regocijo hasta certificar que se hallaba ante un auténtico descubrimiento.

Casi un año más tarde, Helloween ya no era un nombre desconocido en el circuito de las tiendas de discos especializadas y había expectativas encendidas por su próximo lanzamiento. Ya sabíamos entonces que se habían convertido en un quinteto incorporando un nuevo cantante. Calculamos que debían estar locos, porque Hansen no lo hacía mal y pocos son los que se animan a modificar una fórmula ganadora cuando acaba de dar resultados portentosos. Llegaron los primeros reportes de que la placa se llamaría “Keeper Of The Seven Keys”, aunque habría dos partes, muy espaciadas en el tiempo, con lo cual se convertirían en dos álbumes autónomos. El primero ya tenía fecha de salida. Por desgracia, la importación de discos en la Argentina se había vuelto por entonces un negocio bien complicado, y yo no había podido hacerme con un miserable ejemplar de la gran novedad. Un conocido, que a la sazón había experimentado el mismo entusiasmo inicial que otros en el local, consiguió un cassette en otra parte y develó la incógnita. Por cierto, allí estaban todos los elementos que nos habían seducido tan instantáneamente la vez pasada. Detrás de la nueva variante de la introducción, “I’m Alive” se desataba con un fervor imparable, y tuvimos que sacarnos el sombrero ante el flamante vocalista, el tal Michael Kiske, que ponía a prueba toda nuestra experiencia en gargantas. Tenía mucho de la presencia de Bruce Dickinson y un alcance inaudito en los agudos, como Geoff Tate, pero hasta las proezas más aventuradas parecían salirle sin el menor esfuerzo, con una comodidad que no hacía diferencias entre un susurro delicado y el alarido más intenso. La calidad de la grabación había progresado sensiblemente y era indudable que el grupo apuntaba nada menos que hacia la excelencia sin tapujos. Su visión contemplaba estribillos gancheros y un extraño toque de humor europeo que volvía digeribles aun aquellos pasajes más proclives a la ingenuidad, y a la postre permitió que “Future World” o “A Little Time” se convirtieran en clásicos del repertorio de los alemanes. También figuraba un tema de trece minutos, que en aquel entonces resultaba francamente infrecuente, pues más allá de alguna extravagancia aislada, como la de Iron Maiden en “Rime Of The Ancient Mariner”, nadie se aventuraba más allá de los siete minutos, a riesgo de ser considerado “progresivo”, un mote que en los ochentas no brillaba con el prestigio de hoy. Pero ya estaba visto que Helloween no se comportaba como un grupo corriente y estaba destinado a marcar tendencias antes que a seguirlas.

En 1988 yo me encontraba en un escenario muy distinto. Me había cumplido el sueño de viajar a Inglaterra para asistir al tradicional Monsters Of Rock en Castle Donington, cuya cartelera era en aquella edición para hacérsele a uno agua la boca. Estaban Guns N’Roses, Megadeth, Kiss, David Lee Roth, y cerraba Iron Maiden a pleno con dos horas y la presentación más fastuosa de su carrera. Por supuesto, abría Helloween. La segunda parte del “Keeper...” no había salido aún, pero estaba disponible un adelanto de “Dr. Stein”, un tema de difusión tan simpático que invitaba a renovar automáticamente la fe en el potencial de estos candidatos.

Y de pronto, ahí estaban, en el mediodía de Nottingham Forest, desconcertando al público inglés, que mantenía una tácita pica contra todo aquello que oliese a germano y comenzaba a prefigurar su catastrófica decadencia con respecto al Metal. Fue un set corto, pero me bastó para comprobar que Kiske llegaba a los mismos asombrosos lugares que en el disco, que eran capaces de mantener el humor y la presencia de ánimo en condiciones adversas y que las canciones que adelantaron anunciaban nada menos que un prodigio en ciernes.

Así fue. Con “Keeper Of The Seven Keys. Part II”, se treparon al cielo. Muchos perdieron el aliento en Donington cuando escucharon el breve solo de bajo que insertó Markus Grosskopf en el primer corte de “Eagle Fly Free”. Y no fue distinta la reacción al llegar al disco. Había para todos los gustos y todas las expectativas. Aquel universo musical sonaba más puro, más ingenioso, más singularmente perfecto, si cabía, que en el álbum anterior; y eso ya era demasiado decir. Varias de las creaciones de la primera parte tenían su contrapartida en la segunda, incluso otros trece minutos para el tema que daba título al álbum y mantenía el esquema de “Halloween”.

Ya por entonces se empezaba a hablar tímidamente de “power metal”, porque muchas bandas (aun anteriores a Weikath, Hansen y compañía) habían surgido, primordialmente de Alemania, y casi parecía obligatorio bautizar de alguna manera a aquella camada de iluminados que con Rage, Running Wild, Angel Dust, Deathrow, Vendetta y otros tantos ya poblaban el panorama renovando las promesas.

Tiempo después se hablaba de Rhapsody, Blind Guardian, Stratovarius, Edguy, Gamma Ray, Angra, Sonata Arctica y un subestilo muy desarrollado que acaso empezaba a lidiar con el fantasma del estancamiento y la repetición. Pero cualquiera fuese la banda mencionada, difícilmente podía eludir el referente a la hora de mencionar influencias. Los “Keeper Of The Seven Keys” todavía son el súmmum de aquella movida, y cuando uno vuelve a ellos (porque sí, tienen la característica de volverte a llamar una y otra vez a sus notas como un canto de sirena) no hace falta buscar más razones.

Aunque ¿cómo podíamos adivinar en aquel entonces una partida tan repentina por parte de Kai Hansen y que la continuidad de aquella excelencia alcanzada iba a ser puesta en duda con la evolución futura del grupo? No había manera de saberlo. La vida siempre es así de impredecible y nos obliga a gozar de los presentes antes de que se transformen en pasado. Mejor eso que resignarnos a extrañar aquello de lo que nunca hemos sido parte.

Nota II

No se trata sólo de una cuestión generacional. Cada uno llega a la historia de una banda en el momento en que le toca, ya sea apenas los primeros impactos están produciéndose o cuando la porción mayor de la historia está escrita. Con todo, el instante en que cierta banda entró en nuestras vidas (es decir, aquél en que nosotros tomamos contacto con ella) es siempre mágico e inolvidable, sobre todo si ha movido algo dentro de nosotros y con ello alterado la enorme cadena de gustos y preferencias que conforman nuestra modesta aunque preciada sensibilidad.

Helloween apareció de la nada. A menos que hubieras estado viviendo en Alemania durante el '85, no tuviste oportunidad de enterarte de la salida de su mini-LP autoproducido y titulado simplemente "Helloween" ni del revuelo que causó localmente su inesperado éxito de ventas en aquella época en la que las escenas de cada país europeo apenas soñaban con alguna intrépida penetración en el mercado norteamericano o británico a la manera de Accept o Krokus. No. Aunque quizás Helloween te llegó, al igual que a este cronista, con "Walls Of Jericho". Por aquel entonces yo estaba suscrito a una fabulosa revista inglesa llamada Metal Forces, que sin duda era la más progresista e informada que existía, y cada mes me ponía a rastrear las decenas de lanzamientos nuevos que anunciaban y comentaban desde una Argentina virtualmente aislada, donde no se editaba nada novedoso y, cuando se editaba, era para asco y vergüenza del consumidor (todavía habrá quien recuerde aquellos vinilos refritados con sobres de cartulina de 120 grs. y la contratapa en penoso blanco y negro). Para colmo, la importación se hallaba bloqueada salvo por métodos muy menudos, que iban desde las piruetas aduaneras de las encomiendas hasta los arreglos non sanctos con personal de compañías aéreas. Con suerte, conseguías el material grabado en casete, y a veces ni siquiera de primera mano. Como conté antes, yo tenía por entonces una pequeña disquería especializada en el fondo de una galería ignota de la avenida Entre Ríos, barrio de San Cristóbal, y pude agenciarme el vinilo original (todo un lujo) y ofrecer el material a otros que llegaban sedientos de novedades. Desde luego, valió la pena.

Justo cuando uno empezaba a creer que quedaba poco por inventar.

La fiebre de las grandes bandas de comienzos de los '80s cedía a la sazón unos grados (para lo nuevo de Maiden, Judas, Manowar o Queensrÿche había que esperar cada vez más, una eternidad), el hard rock californiano mostraba claros signos de agotamiento creativo, el thrash comenzaba a colarse en todos los frentes como la gran cosa nueva, pero aquel pintoresco disquito con el monstruo derribando la muralla parecía atreverse a explorar un territorio donde convivían todos los grises y nadie había notado hasta el momento. Algunos lo asimilaron con las bandas norteamericanas de speed metal a lo Over Kill, Nasty Savage o Agent Steel por el torrente frenético de los riffs, pero se percibía un toque épico en las melodías de "Ride The Sky" o "Guardians", una melancolía indescifrable en el estribillo de "How Many Tears", un tono inapropiado de desfachatez juguetona en "Heavy Metal (Is The Law)" o "Gorgar" que no terminaban de encajar en ninguna parte. Eventualmente se bautizó como "power metal" a esa zona indefinida que ya otras bandas como Running Wild o Rage se encontraban transitando. Sólo que "Walls Of Jericho" fue aclamado como el primer clásico reconocible del sub-estilo.

Una palabra sobre el Fangface, la mascota temprana de Helloween. Seguramente muchos interpretaron que se trataba de una creación expresa para la banda, como lo fue el Eddie de Maiden o Vic Rattlehead de Megadeth. Tengo una anécdota al respecto. En los '70s, cuando era todavía un chico, solía pasar por una casa de disfraces de la Avenida San José (más o menos a la altura del Congreso) porque me fascinaban las máscaras y ropajes que exhibían en la vidriera. Tenían máscaras de goma de Frankenstein, del Jorobado de Notre Dame, de marcianos y otras semejantes. Pero la más terrorífica era la de un monstruo anónimo de dientes cónicos, puntiagudos y separados que se completaba con un atuendo de capa negra con capucha. Me paraba a mirarla durante minutos enteros. Por algún tiempo, incluso, fantaseé con juntar la pasta y comprármela. Hete aquí que años más tarde, con total sorpresa, me encuentro al monstruo de la vidriera en la tapa de "Walls Of Jericho" (aunque en el dibujo ya no me parecía nada terrorífico). Pasa más tiempo; un día Gamma Ray visita la Argentina y tengo oportunidad de compartir unos momentos con Kai Hansen aparte de los reportajes, me acuerdo y se lo pregunto. Kai me confirma que vio la máscara del Fangface por primera vez en Hamburgo, ...en una casa de disfraces.

Para 1987, Helloween perfilaba uno de los álbumes independientes más esperados de la década. El mini-LP "Judas", con su punta de lanza homónima, sólo había servido para mantener caliente el terreno. Sin embargo, las expectativas no estarían libres de incertidumbre. El anuncio de que los alemanes pasaban a convertirse en quinteto al incorporar un cantante solista creó una pequeña tormenta allí donde hubiese un corrillo de fanáticos enterados. Michael Kiske, un total desconocido de 18 años, fue elegido en base a una aspiración utópica: los Helloween querían a alguien que sonara como Geoff Tate en la mítica "Queen Of The Reich", del EP debut de Queensrÿche. Las críticas arreciaron. En aquel entonces estaba de moda la carrera de “el más rápido, el más brutal, el más podrido”; se descontaba que la inclusión de un cantante con una voz tan aguda y melódica (en el caso de que efectivamente lo encontraran) sólo podría "ablandar" al grupo y volverlo más "comercial"; echarlo a perder, en resumidas cuentas. A algunos, la voz del propio Kai Hansen les sonaba ya bastante remilgada (!), así que... No obstante, el principal recelo era el inevitable cambio de estilo o de atmósfera que se avecinaba, por aquello de que "si algo funciona, no lo arregles". Y "Walls Of Jericho" parecía entonces un hito insuperable para cualquier banda; tratar de mejorarlo o "arreglarlo" equivalía a un intento de suicidio.

Cuando apareció "Keeper Of The Seven Keys. Part I", Helloween le dio a la escena metalera en su conjunto una lección formidable. Aspiraban a la excelencia, ¡y la alcanzaron! Hicieron todo aquello con lo que otras bandas se llenaban la boca y agotaban viñetas en los reportajes de las revistas: apostaron el capital al resultado artístico y basaron su integridad en inventar su propia fórmula, en la misma cara de los cientos de banditas que por entonces se proclamaban "no comerciales" pero no hacían otra cosa que correr carreras o seguir desvergonzadamente al rebaño. Allí estaban los fabulosos ritmos de relojería, los coros majestuosos, el ingenuo humor europeo en los estribillos, la profundidad cristalina en los solos, todo apoyado y cubierto por la producción insobornable de Tommy Newton y Tommy Hansen, resuelta a conseguir el lente más monumental, más límpido, más ambicioso, más nítido para aquel torrente eufórico de luz que, además, se atrevía a prometer una inmediata segunda parte.

En efecto, “Keeper Of The Seven Keys. Part II” estaría destinado a contradecir otros mitos, y para empezar el de que las segundas partes nunca fueron mejores. De hecho, el nuevo álbum recibió su ajuste de tuercas en todos los departamentos y en cada uno se procuró el toque de exquisitez que parecía imposible agregarle. Tomemos, por ejemplo, la peculiar "Rise And Fall", con su tratamiento distintivo para cada uno de los tres estribillos o el renovado desafío de "Keeper Of The Seven Keys", superando aun los trece minutos y pico de "Halloween" en una época en que casi nadie se aventuraba más allá de la barrera prohibida de los siete minutos a riesgo de ser considerado “progresivo”, una etiqueta que en los ochentas no brillaba con el prestigio que luego le recuperaría Dream Theater. Hasta los temas extra de los maxis y simples tenían un encanto sobrenatural, y casi parecía sacrílego que "Livin' Ain't No Crime" o "Save us" (en algunas versiones) hubiesen quedado fuera del álbum.

Por de pronto, en el verano europeo del '88 yo me encontraba en Inglaterra dando pábulo al sueño de ver uno de los festivales internacionales más grandes del mundo, nada menos que el Monsters Of Rock de Castle Donnington: Guns N’Roses, Megadeth, Kiss, David Lee Roth, y dos horas de Iron Maiden a pleno en la presentación más fastuosa de su carrera. Por supuesto, abría Helloween; alemanes en suelo inglés, no precisamente una faena sencilla. Un par de días antes había estado en la disquería Shades, que entonces era la más tradicional y selecta de las especializadas londinenses. Había un grupo de fans españoles enloquecidos por la salida de "Harvester Of Sorrow", el EP de Metallica, con los que estuve charlando un rato largo sobre la movida de allá y en qué andaban Barón Rojo, Ángeles Del Infierno y los demás. Pero entonces, aparecieron unos cuantos empleados con cajas, y adentro se apilaban nada menos que las copias fragantes de "Dr. Stein", el adelanto del disco de Helloween, así que los dejé un momento y procedía a abalanzarme sobre el mostrador. Al volver con mi ejemplar del vinilo con el dibujo del profesor loco, se quedaron atónitos, porque de ninguna manera les parecía para tanto, apenas conocían a los alemanes y no entendían mi entusiasmo. Hicimos una pequeña apuesta. Obviamente que el EP de Metallica iba a vender más (encima con la novedad de Jason Newsted y la espera), pero yo me jugué a que por cada cuatro de "Harvester Of Sorrow" se vendía uno de Helloween. En los primeros diez minutos, estaba claro que iba a perder por goleada: los empleados despachaban el negro de Metallica con la efigie de la calavera como si repartieran cartas de un mazo, mientras que el conteo del otro casi ni se movía. Pero entonces se produjo un incidente decisivo: a alguien del local se le ocurrió poner el disco de Helloween. En cuanto la gente asimiló la simpática atmósfera del estribillo de "Dr. Stein", todo el mundo empezó a preguntar qué estaba sonando, y a poco los pedidos arreciaron. En definitiva, creo que perdí la apuesta de todos modos, pero el caso fue que mis amigos españoles acabaron comprándose el disco.

Me los encontré de vuelta en el mediodía de Nottingham Forest, ya hechos unos conversos, admirándose de que Kiske llegase adonde llegaba y de que la banda mantuviese la frescura a pesar de la situación adversa, esquivando cómicamente los proyectiles que prodigaba el público inglés y defendiendo el crédito del cartel con la mera intrepidez de su música.

En aquellos días de ascenso meteórico no había manera de sospechar que el futuro creativo del grupo se hallaba en peligro por la inminente partida de Kai Hansen. ¡Cómo adivinarlo! "Pink Bubbles Go Ape", y sobre todo "Chameleon", representaron una decepción generalizada para los fans. Los músicos aducirían experimentación, pero ya se sabe que los experimentos son como los saltos mortales: sólo se aplauden cuando el candidato aterriza de pie. Y el candidato en este caso lucía confundido, desorientado y maltrecho después del porrazo.

Por supuesto, Helloween continuaría y tiempo después ya estábamos levantando apuestas por el nombre del próximo cantante. Cuando se confirmó el rumor de Andi Deris, mi reacción fue de total sorpresa, porque lo conocía de Pink Cream 69 y sabía no sólo que era un cantante de otro estilo, sino que estaba muy por debajo del listón. Asumámoslo, hay tres formas viables de reemplazar a un peso pesado: 1) con un imitador, como hizo Judas Priest cuando metió a "Ripper" Owens, 2) con un peso pesado de otra liga, como cuando Dio entró en Black Sabbath sustituyendo el carisma de Ozzy por calidad vocal sin precedentes, o 3) con un amigo o tipo que nos cae bien y no nos traerá demasiados problemas. Andi Deris encajaba de lleno dentro de esta última, y su papel siempre fue difícil, porque pasasen los años que pasaren y fuesen los logros cuales fueren, nunca iba a sacarse de encima el fantasma de las comparaciones. Se puede trazar un paralelo con lo de Blaze Bayley en Iron Maiden, pero no hace falta.

"Master Of The Rings" y "The Time Of The Oath" produjeron opiniones divididas, más que nada porque muchos fans querían creer a cualquier precio. Yo mismo hice lo imposible para que me convenciesen, pero al final la evidencia prevaleció y hasta hoy en día no puedo verlos más que como intentos tibios de una banda que en otros tiempos dinamitó los moldes de la gloria creativa. Incluso me cabe la sospecha de que lo más sabroso de aquella etapa pudieran ser los covers y bonuses de los simples, perlitas que iban desde "Cold Sweat" de Thin Lizzy hasta "Closer To Home" de Grand Funk Railroad pasando por el prácticamente obvio "Electric Eye" de Judas Priest. No obstante, fueron los álbumes que devolvieron a Helloween al terreno del metal luego de la catástrofe de "Chameleon" (sobre todo "The Time Of The Oath", que doblaba al anterior en potencia y credibilidad) y merecían la pena. Que no encontrase la misma majestad, exuberancia o fuerza de otrora juntas salvo en parciales excepciones como "Take Me Home" o "We Burn", bien podía ser un problema que me afectaba solamente a mí.

Claro que el escepticismo y el entusiasmo no son excluyentes, y para cuando el próximo disco de Helloween salió en Japón me apunté un ejemplar la semana de su salida. Para entonces, conseguir discos de importación en Argentina era mucho más fácil. Todavía estaba examinando el fresco y divertido arte de tapa de "Better Than Raw", que evocaba tiempos mejores, cuando "Push", el tema de apertura, me estampó contra la pared. Ahí decían presente la energía y la creatividad que tanto se extrañaban, aunque los ingredientes no fueran los mismos, y, para mí por lo menos, la banda renovaba su crédito.

A partir de entonces, Helloween nos sometió a una auténtica montaña rusa de expectativas, aciertos y decepciones. Y puede que incluso el conjunto de los fans no se ponga de acuerdo en determinar cuáles fueron unos y otros. Yo podría animarme y postular a "The Dark Ride" entre los altos y a "Rabbit Don't Come Easy" entre los bajos, pero en lo que a expectativas se refiere, seguramente ningún álbum superó el anuncio de "Keeper Of The Seven Keys. The Legacy". Algunos los acusaron de aprovecharse de la nostalgia, porque el título implicaba directamente una continuación de la leyenda. Sólo que a duras penas podría sugerirse que la entrega estuvo a la altura del desafío, mal que nos pese a todos.

Mientras examino la discografía de Helloween a través de sus compactos, me pongo a pensar en cuánto depende nuestra visión de la carrera de un grupo de su testimonio grabado, cómo tendemos a valorar cada etapa por lo que perdura y sigue gravitando y, sobre todo, qué difícil es separar nuestro juicio de la manera en que una canción, un sentimiento, una circunstancia particular, nos afectó la primera vez. Pobre sería aquella música que no se encontrase atada de ese modo a nuestro recuerdo. Como una partitura muda y ajena al templo de nuestra identidad.

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4 comentarios

  • Furia_Salvaje dice:

    Curiosa la percepción de cada uno en función del momento en el que se descubre a un grupo.

    El primer disco que escuché de Helloween fue el 'Master of the rings', y me pareció un disco soberbio. A día de hoy sigo pensando que es el mejor de la etapa Deris.

    Recuerdo, que tras escuchar este disco, el 'Better than raw' y 'Time of the Oath', un amigo me dijo que lo bueno de verdad era lo anterior con otro cantante, Michael Kiske. Escuché el 'Keeper I' -en el año 2000- y pensé, pues no para tanto, tenía la oreja hecha a otra voz y un sonido distinto. Dsepués, otro amigo me dejó el Keeper II, y me gustó más que el I, pero sentía más atracción con las etapa de Helloween a partir del 94...

    Tiempo después, un día me dio por ponerme el Keeper I, y me pareció un disco majestuoso y enorme. Adía de hoy es mi disco favorito de los alemanes, por encima del II, y soy un gran admirador de Kai Hansen -Gamma Ray es junto con Queen mi grupo favorito- y quizás algo detractor de Weikath; es mas, pienso que el mayor talento en la actualidad en Helloween es Deris, artífice de dos grandes discos como '7 sinners' y 'Gambling with de devil'.

    Una gran banda que de no haberse ido Kai Hansen podrían estar mucho más alto y haber entrado en ese selecto club de grupos de primerísimo nivel como Maiden, Judas, Metallica...

    Otro apunte mas, a mí el 'Chameleon' sí que me gusta, y mucho.

  • Dronkar dice:

    Boas!!
    A mi personalmente el disco que mas me gusta es el "Time of the Oath", tal vez porque le tengo mas aprecio ya que fue el primer disco suyo que escuche. A mi los ultimos discos que sacaron a pesar de parecerme realmente buenos, no me enganchan tanto. Creo que las afinaciones empleadas les saca brillo a los temas y tambien el trabajo de la produccion que en la mayoria de los casos tienden a envolverlas en un halo oscuro no ayuda mucho.
    A pesar de decir esto, creo que el "The Dark Ride" es un disco brillante y fresco.
    Supongo que sera cuestion de opiniones...... XD!!!!

  • Tomás dice:

    Los "Keeper..." son los mejores discos de power que se han hecho. "The dark Ride" me resultó pasable. Pero la verdad es que no me interesan nada sin Kiske y hansen. Mis esperanzas están puestas en Unisonic.

  • gerx dice:

    homenajen al flaco spinetta que murio hoy
    aguante pescado rabioso

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