Crónica de The Cure + The Twilight Sad en Barakaldo (Bizkaia): En combustión permanente
25 noviembre, 2016 1:27 pm 1 ComentarioBEC, Barakaldo (Bizkaia)
El mundo se divide en dos tipos de personas: los que adoran a Robert Smith y los que no. Los segundos se pueden ir tranquilamente a cascarla, dedicar su tiempo libre a coleccionar sellos o cualquier otra actividad edificante y llevar su tara emocional en silencio y sin molestar. En cuanto a los primeros, aunque se incorporen a última hora, bienvenidos al club, porque todos formamos parte de una hermandad secreta en la que priman las sensaciones a flor de piel, algo políticamente incorrecto hoy en día en el que hay que revestir todo de cierta bilis para ser tomado en serio.
Parecerá una chorrada, pero cuando una chica que nos mola postea The Cure o da un “Me gusta” a un vídeo suyo en redes sociales se nos derrite el alma y si fuéramos anglosajones soltaríamos algo del estilo de “You got me, baby” y quedaríamos prendados a perpetuidad. Lo cierto es que hemos coincidido con diversas féminas fans del grupo, desde una locuela que tenía el “Boys Don’t Cry” como tono de móvil hasta otra que nos dedicó en exclusiva un collage con la letra de “Bloodflowers”. Y eso por no hablar de que cuando comenzamos a frecuentar sesiones góticas sonaba el “The Walk” y aquello se nos antojaba lo más maravilloso del universo.
Querámoslo o no, The Cure han ingresado hace décadas en el acervo sentimental de varias generaciones y eso se reflejó en el paisanaje que poblaba el pabellón multiusos del BEC durante la parada de los británicos en el País Vasco. Encontrar góticos de pura cepa era tan complicado como buscar la dichosa aguja del pajar o tréboles de cuatro hojas, los treintañeros eran la especie dominante junto con los señores mayores, no se veía un chaval por ahí ni de casualidad. Había justo detrás un tipo con una camiseta de Aeon Sable y casi se nos saltaban las lágrimas, algo mucho más sincero que los patéticos que se pintaban la raya en el ojo para denotar fidelidad oscura, pero luego en los temas post punk se quedaban como gatos de escayola.
Una pena que la peña en general hiciera poco caso a los escoceses The Twilight Sad, un puente muy sólido entre el indie rock vía Editors, el shoegaze en la senda de My Bloody Valentine y la preceptiva influencia agónica de Joy Division. Suponemos que no jugó mucho a su favor que les dejaran una porción minúscula de escenario que más bien se asemejaba a un cuartucho, pero los tíos se lo curraron decentemente con sus composiciones para cortarse las venas tipo “Last January” o su inmensa “There’s A Girl In The Corner”, en la que en estudio colabora el propio Robert Smith, por cierto.
Nos encantaron los bailes de su cantante en plan chalado epiléptico a lo Ian Curtis y ese marcado acento escocés que les daba un aire exótico. Pero el personal andaba a otras cosas más trascendentales, como comer pizza o repasar las fotos familiares en el móvil, según observamos mientras se nos ponía mueca de asco. Lo primero es lo primero.
Siempre hemos deseado e incluso rezado a alguna deidad tenebrosa para que The Cure ofrecieran un repertorio raruno plagado de caras B y esos temas que provocan el rechazo de buenrollistas e ignorantes que no salen de los tres o cuatro éxitos que aparecen en el recopilatorio que compraron el último año bisiesto. Sentimos expulsar tanta bilis así de primeras, pero es que nos da mucha rabia que se toquen temazos y el vulgo se comporte como las vacas al pasar el tren. Luego encima tienes que escuchar comentarios de indocumentados del estilo de “A ver si viene ya la mítica”.
Pero el bueno de Robert Smith tiene para todos, para los trues y para los que acuden a un concierto de casi tres horas a escuchar solo una canción. Por eso no tardaron en desbordar un torrente emocional con la flotante “Plainsong”, que abre su álbum ‘Disintegration’, mientras se proyectaban por la enorme pantalla imágenes de gotas cayendo y la chica con gafitas de al lado se llevaba la mano al corazón. “Es que es mi tema favorito, no de ellos, sino de toda la música”, nos dijo entusiasmada y entonces empezamos a creer un poco en el porvenir de la humanidad.
La adorable muchacha entró en trance con “Pictures of You” y ya un servidor andaba por la estratosfera al comprobar que la voz de Robert Smith ha permanecido incorrupta al paso del tiempo. Muchos miserables critican su aspecto físico, que haya engordado y tal o que no tenga la misma pinta de hace 20 años. Faltaría más, en caso contrario, tendríamos que llevarlo al Vaticano para que certifiquen el milagro.
Lo que sí que es fuera de lo normal es que todavía hoy en día esos grititos sigan provocando un estremecimiento indescriptible, como cuando entona esos “oh oh oh” del estribillo de “A Night Like This”, una de nuestras piezas fetiche, aunque algunos la consideren de quinceañera gótica. De otra dimensión fue asimismo el solo de guitarra de Reeves Gabrels reproduciendo el saxofón de la versión original. Pelos de punta.
El deje aflamencado de “The Blood” no nos convenció demasiado y toda una sorpresa resultó “The Baby Screams”, con su rollo U2 y Robert agitándose mientras expelía sus característicos maullidos. Sin despegarse de ‘The Head On The Floor’, la muchedumbre despertó con el inicio preciosista de “Push” y algunos seres hasta movieron los brazos. Esos mismos seguramente también disfrutarían con la popera “In Between Days” y sus hologramas de fondo.
“If Only Tonight We Could Sleep” certificó que el repertorio de la velada no tendría mucho que ver con el de la capital del Estado unos días antes, una percepción incrementada por la inclusión de “Charlotte Sometimes”, actualizada y aproximada bastante al gothic rock de los primeros The Cult. A veces un toque de batería desencadenaba un himno mayúsculo como en “Lovesong”, emocionante a más no poder y casi de saltar lágrimas al escuchar la prodigiosa garganta de Robert.
Despreciamos hasta la náusea el tufo comercial de “Just Like Heaven”, que despertó a todas las momias inertes que no se habían manifestado con anterioridad, pero la alegría no les duró mucho porque volvieron a su letargo habitual con “Jupiter Crash”, ahí sí que se les fue un poco la pinza al rescatar esta inusual pieza de su disco maldito ‘Wild Mood Swings’. En esa tesitura hubieran triunfado con un “Want” o “This Is A Lie”, que habría provocado idéntica indiferencia en el personal de infantería, pero infinitos agradecimientos en los fans de verdad.
Un in crescendo emocional sobrevino con la intensa “From The Edge Of The Deep Green Sea”, con flashes y luces verdes mientras el vejete Reeves daba lustre en el punteo y Robert conquistaba espíritus puros y heridos con aquello de “never never never never let me go’ she says”. Sin una escenografía apabullante, únicamente se valen de canciones que más bien se asemejan a dardos que impactan en una diana imaginaria del alma. Puntos vitales que al igual que en la acupuntura desencadenan reacciones. Un poder absoluto al alcance de unos pocos elegidos.
“Prayers For Rain” pudo anunciar el fin del mundo por sus imágenes apocalípticas de fondo, pero cuando verdaderamente se le cae a uno el mundo encima es cuando se separa de una persona a la que quiere, de eso habla precisamente “Disintegration”, extenso corte homónimo del álbum protagonista de la noche facturado con la densidad y melancolía requerida y ganando corazones en la frase final “how the end always is…”. Enorme.
La primera tanda de bises fue todo un sueño para los auténticos del lugar al centrarse en su segundo trabajo ‘Seventeen Seconds’ y sorprender con “At Night” y “M”, no muy habituales en esta gira. Siguieron en la cresta de la ola con “Play For Today”, que muchos lo corearon sin saber exactamente lo que era. No falla, en cuanto comienzan los temas post punk, algunos huyen como alma que lleva el diablo y les entran unas ganas irrefrenables de comer, ir al baño o seguir la actualidad de sus redes sociales. Labores que no pueden esperar.
La angustia existencial de “A Forest” sirvió para que se luciera el bajista con camiseta de Iron Maiden Simon Gallup, el que más se mueve en el escenario y que en esta ocasión aporreó el instrumento como si le fuera la vida en ello. La de grupos que se habrán inspirado en ese envolvente y lúgubre sonido de sus primeros discos.
Retornaron por segunda vez con Robert soplando la flauta en el inicio de “Burn”, BSO de la peli ‘El Cuervo’ en la que enfatizaron el aspecto guitarrero y cierto punto tribal. No bajamos el subidón con el espectacular juego de luces de colores de “Fascination Street” y los punteos para echar chispas de Gabrels en “Never Enough”. Y adoramos asimismo cuando intentan emular a Bono, The Edge y compañía en “Wrong Number”, ralentizada respecto a la original y que sirve además para que Smith levante la mano y compruebe que los fieles siguen ahí y no se han muerto.
El tercer regreso comenzó triunfal con el aire oriental de “Lullaby” y luego con el animado rollito funky de “Hot Hot Hot!!!” que incita a bailar como James Brown. ¿Quién dijo que los góticos eran unos tristes? Muy adentro nos toca también la discotequera “The Walk” que nos evoca sesiones oscurillas con la peña dándolo todo y un servidor hasta tirando una copa por la emoción. Y con “Friday I’m In Love” el amor surgió a borbotones por el recinto, no era para menos con los inefables grititos felinos de Robert que deberían hasta patentarse.
Muy verbenera nos resultó “Boys Don’t Cry” y habríamos prescindido por completo de la popera “Close To Me”. Menos mal que levantaron el pabellón con un infalible “Why Can I Be You”, receta fundamental para cualquier fiestón en la que el vocalista nos dejó cantar el estribillo mientras el teclado reproducía las trompetas de la versión en estudio. Soberbio.
Quizás hubiéramos deseado otro repertorio para la primera parte, pero en el fondo eso da igual porque la esencia de The Cure apela a los amores platónicos imposibles, los de sufrir en silencio, regodearse en la miseria y encima disfrutarlo. Un estado de combustión permanente en los corazones.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan
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