Crónica de BBK Music Legends 2017: Sexo pletórico y onanismo indiscriminado

6 junio, 2017 10:09 am Publicado por  1 Comentario

Centro La Ola, Sondika (Bizkaia)

Lo de la interacción con el público hay algunos artistas a los que se la trae floja. Se plantan ahí en medio igual que si se encerrarán en el váter para entregarse en exclusiva a la consecución del placer propio, recorren el mástil con la misma intensidad con la que le dan al manubrio y una vez alcanzado el orgasmo, fuera, patada de la cama y adiós muy buenas. Otros, por el contrario, piensan que los actos íntimos deberían ser cosa de dos y buscan en todo momento la respuesta de la pareja, incluso aunque esta sea un puro témpano de hielo. No tendría sentido ni la literatura ni casi nada si no supiéramos que detrás de unas líneas siempre existirá la mirada cómplice de un lector que asiente con la cabeza, o quizás se caga en tus muertos, eso es lo de menos.

Un poco de ambas cosas hubo en la segunda edición del BBK Music Legends, que sin descuidar  el espíritu viejuno de la idea original amplió de forma considerable su campo de acción con figuras transversales del calibre de Van Morrison, Imelda May o Gov’t Mule, que pueden atraer tanto a maduritos como a jovencitos medianamente informados. A consecuencia de este tímido aperturismo, aquello ya no parecía la convención de puretas acabados del año pasado, aunque las sillas en las primeras filas seguían estando allí, así como los clásicos tics de subespecies que no aguantan una mínima perturbación en su campo visual o ese característico buen pimplar y yantar con charcutería alemana de calidad que debería extenderse a otros festivales.

La lluvia fue uno de los grandes inconvenientes en esta ocasión, sobre todo el sábado y que revelaron las carencias de la organización a la hora de adecentar los accesos, por lo menos con un poco de paja, para no acabar con los pies con barro para exportar. Y lo de no poder meter paraguas suponemos que sería debido a esa psicosis terrorista por la que hasta un cortaúñas va a convertirse en arma peligrosa. Todo un espectáculo abandonar el recinto y encontrarse ese mercadillo de mil y un colores y tamaños para protegerse de las inclemencias meteorológicas. Es que uno pasaba por ahí y casi le entraban irrefrenables ganas de gritar: “¡Me los quitan de las manos!”.

A pesar de las tormentas, el viernes se llegó a una cifra histórica de 3.500 almas, pero la sensación no era ni mucho menos de agobio, apenas colas, excepto al acercarse la hora de Van Morrison, momento también en el que el cielo dio un respiro sobre nuestras cabezas. Abrieron la jornada Motxila 21, combo compuesto por doce jóvenes con síndrome de Down apadrinados por ilustres como El Drogas o Kutxi Romero, vocalista de Marea, que habría estado en Sondika si no fuera porque ese mismo día el ayuntamiento de Berriozar dedicaba una plaza a su grupo.

A continuación, tomó el relevo el bardo euskaldún Ruper Ordorika y el histórico del rhythm and blues Georgie Fame sufrió las consecuencias de la tempestad eléctrica que descargó gran parte de su potencia durante su actuación. Hubo mención especial al reciente desaparecido Roger Moore y también se acordó de su mentor Mose Allison en “If You Live”. Y Sara Iñiguez, vocalista del grupo Rubia, haría gala de la peculiar amistad que le une con él pocas horas después.

Un poco raro

Van-Morrison-music-legendes-2017

Van Morrison

Contemplar al coloso Van Morrison a cielo abierto es todo un lujazo que difícilmente podrá repetirse, un placer añadido si justo en ese instante los dioses parecen dar una tregua en el apartado meteorológico. Es de sobra conocido el carácter huraño de este genio irlandés, por lo que los foteros se dedicaban a recordar anécdotas al respecto, como la vez aquella en que hizo una “cobra” para no tener que saludar al director de un evento. En esta ocasión se leyó un comunicado en el que se solicitaba al respetable abstenerse de hacer fotografías o grabar vídeos con el móvil ya que le “distraían muchísimo” y no podría de esta manera “dar lo mejor de sí”.

Una recomendación bastante sensata que debería extenderse a todos los conciertos y que muchos sin la más mínima educación se pasaron por el forro. Menos mal que los seguratas estuvieron bastante al loro en este asunto, máxime cuando Morrison es uno de esos tipos irascibles al extremo que te puede suspender un bolo por cualquier chorrada. “Es que es un poco raro”, decían a los interpelados, cuya cara de asombro era un poema al recriminarles esa repugnante costumbre que se ha vuelto de lo más cotidiana. El que quiera ver un vídeo, que se quede en su puta casa.

Nunca fuimos especialmente fans de Van The Man, aunque siempre le tuvimos en un cierto pedestal porque gente que admiramos como Bruce Springsteen, Nick Cave o Elton John, entre muchos otros, han reconocido su influencia en algún momento de su trayectoria. Escuchábamos la semana pasada sus discos, con su tono excesivamente puretil y acomodado, y uno ya empezaba a tener miedo y a albergar serias dudas de si no se dormiría de pie. Temores totalmente infundados desde que apareció por Sondika con cara de pocos amigos, abrió la boca y touché, por mucho que iniciara la velada con “Too Late” de su soporífero ‘Keep Me Singing’.

No demasiados artistas quedan que a sus 71 palos puedan presumir de un estado de forma tan pletórico, un atleta de la voz que corre los cien metros lisos con su himno noctívago “Moondance” y con el que tocas el cielo con su “Wild Night” cargada de atmósfera de garito hasta las entrañas, embrión absoluto del sonido New Jersey. Un señor con clase que tuvo en cuenta el sitio en el que se encontraba y por ello ofreció un repertorio bastante movido para su rollo con una banda impecable, con una corista negra espectacular, que se marcó algunos fragmentos memorables, e incluso la colaboración de la diva rockabilly Imelda May en un “Bring It On Home To Me” de Sam Cooke de poner pelos de punta. Sublime.

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La lluvia no dio descanso a los asistentes

Al igual que Dylan, este simpático gruñón acostumbra a darles vueltas a sus clásicos imperecederos, aunque por suerte tampoco se le va tanto la olla como al bardo de Minnesota. A veces le sale bien la jugada, como cuando transformó la pastelosa “Have I Told You Lately?” en un swing decadente o ese ritmo agente 007 que le insufló al “Baby Please Don’t Go” popularizado por Muddy Waters. Y “Precious Time” también se tornó muy elegante, casi para chasquear los dedos y poner cara de guay frente al espejo.

Le perdonamos incluso que tocara algún tema para parejitas tipo “Someone Like You” y que no renunciara a la excesivamente convencional “Brown Eyed Girl”, que no sonó tan pachanguera como la original al añadir cierto poso soul. Y cualquier agravio quedaría de inmediato olvidado con la monumental “Gloria”, con la peña desatada dando palmas, y un colofón devenido en jam session con los músicos enredándose pero sin resultar pesados, aquí no estaba permitido masturbarse. Las malas lenguas decían que mientras sus subalternos seguían todavía en el escenario, Van ya se encontraba fuera del recinto, a kilómetros de distancia, a salvo de pesados y otras criaturas detestables. Podrá parecer un rasgo de divismo, pero le entendemos perfectamente. El rugido del león no ha perdido un ápice de fuerza. Que todos los animales rindan pleitesía al rey de la sabana.

Como era de esperar, hubo un nutrido éxodo tras la actuación de Morrison y solo unos pocos fieles se animaron a aguantar la propuesta de Rubia, nombre tras el que se esconde una chica con una clase desbordante como Sara Iñiguez, acompañada de una superbanda con reputados músicos locales del calibre del bajista Jokin Salaverria. Lo suyo no deja de ser pop sesentero con sensibilidad soul y mucha influencia de The Beatles, música como de la serie ‘Aquellos maravillosos años’, algo que podría tener su punto en otro momento, pero no obviamente después del coloso Morrison. Admitimos su valía y su refinamiento, aunque en dosis moderadas. Sin pasarse. Hubiera ganado en otra franja horaria.

Pedazo mujer

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Wyoming y Los Insolventes

Si el viernes la lluvia fue lo suficiente incordio, lo del sábado superaba la paciencia por completo, sin dar respiro ni siquiera durante primera hora. Así se las apañaron los rockabillies Mud Candies y Wyoming y Los Insolventes, que bromearon acerca de este hecho al asegurar que ellos no se mojaban porque estaban en “la zona VIP”. Y es que había que tenerlos bien puestos para aguantar impertérrito con uno de esos ridículos chubasqueros que aniquilan cualquier rastro de dignidad humana, el fotero Dena Flows por lo menos encontró un atuendo de camuflaje adecuado para una campaña militar en Irak o Afganistán.

Volviendo al popular showman televisivo, mencionar que en las distancias cortas Wyo continúa epatando con su inagotable desparpajo y ese popurrí en el que lo mismo te caen clásicos del rock como “Back In The USSR” de The Beatles o el “Soy así” de Los Salvajes que el “Jesucristo García” de Extremoduro, con un puntillo bluesero que engrandeció la revisión. Recordó a Frank Zappa con “San Bernardino”, al que calificó como “el puto amo” y se marcó un “Bailaré sobre tu tumba” muy superior al de los Siniestro Total actuales. Son una pachanguilla, vale, pero muy bien hecha.

Los rockeros de inspiración sudista The Steepwater Band molan mucho en festivales o salas, ya lo hemos comprobado en ocasiones anteriores, y su bolo en el Music Legends no fue una excepción. Lo que sucede es que desafiar a los elementos, con el tremendo temporal que estaba cayendo, debería considerarse un plus añadido. Porque desde luego tocaron temazos como la homónima “Shake Your Faith” o “Come On Down”, ese pegadizo boogie rock en el que consiguieron que algunos dieran palmas bajo la lluvia, pero de vez en cuando se encierran demasiado en su mundo y parece que tocan para ellos mismos, no se salen de la norma. A falta de The Black Crowes, bueno es este sucedáneo.

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Imelda May

Desde que Imelda May se quitara ese horrendo mechón de pelo oxigenado copiado hasta la saciedad por miles de chonis rockabillies, está estupenda. No solo a nivel físico, como atestiguó ese “¡Pedazo mujer!” lanzado desde las primeras filas, sino también en el aspecto musical al conseguir ampliar su espectro de acción hasta incluir también en su habitual repertorio vintage rock crepuscular, swing o ínfulas ochenteras. Épico fue ese comienzo con “Call Me” con la espectacular morena de tez pálida sentaba con minifalda y seguramente provocando que varios varones contuvieran la respiración cuando echaba el pelazo hacia atrás o miraba al infinito. Y con las gotas de lluvia de fondo aquello pudo ser un musical tipo ‘Chicago’.

Los puristas dicen que desde que se divorció del marido está de capa caída, tal vez porque poco queda hoy en día del rockabilly de los inicios, pero lo cierto es que lo de Sondika nos pareció su mejor bolo hasta la fecha por lo versátil que resultó. Vino rodeada de una banda competente, aunque en piezas tipo “Should’ve Been You” se echó en falta la presencia de un coro poderoso, como el de Van Morrison el día anterior, por ejemplo.

Hubo temas para desgañitarse como “Leave Me Lonely”, en los que demostró un arrollador empuje vocal, y en otros incluso bordeó el hard rock con su guitarrista poniendo posturitas. La indómita irlandesa sacó el tambor para su clásico “Johnny’s Got A Boom Boom” y para cerrar la cuadratura del círculo se aproximó a un guateque a la antigua usanza en “Game Changer”, con coros de “uhhh uhhh” que partían el corazón, su mentado hacha tirando de wah-wah y la peña botando como con ningún otro grupo en el festival. Un recorrido desde ‘Abierto hasta el amanecer’ hasta ‘Studio 54’ sin despeinarse. Señora de los pies a la cabeza. A su disposición.

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Gov't Mule

El reggae buenrollista hasta la náusea de Alpha Blondy no nos sedujo en absoluto, por mucho que comenzaran con el riff de “Black Dog” de Led Zeppelin y hasta se atrevieran a destrozar con una versión verbenera el “Wish You Were Here” de Pink Floyd. Hay que admitir que había por ahí guitarras muy potentes para su estilo, pero es que nunca nos engatusaron los ritmos jamaicanos, ni esa entonación empalagosa, ni los movimientos de hippies revenidos, como mucho llegamos hasta el dub punki de The Ruts o The Members, aunque eso sea en realidad otra historia. Para gustos, los colores, a nosotros nos pareció una tortura comparable a la cal viva o el ahogamiento simulado.

La sombra de Gregg Allman, fallecido hace escasos días, planearía indudablemente sobre el bolo de Gov’t Mule, otros que, dicho con todo el respeto del mundo, se nos antojan una auténtica turrada en directo, aunque los fans del rock sureño más espeso y progresivo los consideren poco menos que una quinta maravilla. A diferencia de la insufrible actuación anterior, aquí por lo menos podemos hablar de ciertos parámetros rock y de que al margen de filias y fobias particulares el bueno de Warren Haynes le echa ganas al asunto y, de hecho, cuando no les daba por masturbar el mástil, se hacían hasta soportables y todo.

Pero lo que les pierde es el onanismo, si The Steepwater Band tenían cierto apego a proporcionarse más placer a sí mismos que al público, lo de este proyecto surgido al abrigo de los míticos The Allman Brothers es ya para encerrarse directamente en el váter, echar el pestillo y entregarse a la búsqueda del orgasmo autosuficiente, sin la ayuda de nadie. Los fans del legendario grupo de Jacksonville de Duane Allman disfrutarían hasta el éxtasis con “Soulshine” o “Dreams”, eso seguro, e incluso se veían a unas cuantas chicas en las primeras filas.

Como si de una danza india se tratara, lograron detener la molesta lluvia que arreciaba desde el principio de la jornada y eso ya les proporcionó cierto carácter chamánico que revistió de magia su oficio en escena. Pero había que estar colocado de peyote para disfrutar aquello. Para los muy cafeteros. O pajeros.

Y hasta aquí llegó ese festival para acomodados en el que para poco más de medianoche ya puedes estar tranquilo en cualquier garito tomando unos tragos. Hubo momentos de sexo pletórico, desbocado, en el que la comunión con los fieles fue total y a buen seguro pocos quedarían insatisfechos. Otros se entregaron al onanismo indiscriminado y así certificaron aquella frase de Oscar Wilde que decía que “amarse a uno mismo es el comienzo de un romance que dura toda la vida”. Pura devoción al ego. Que nunca viene mal, oigan.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

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