Crónica de Rulo y La Contrabanda: Un tirado entrañable

14 noviembre, 2016 4:09 pm Publicado por  Deja tus comentarios

Sala Santana 27, Bilbao. 

La pose del macarra sensible constituye uno de esos misterios insondables que conquista el alma femenina. Ese malote descarriado y errático al que todas buscan redimir, sacarlo del mal camino y que con ellas sea diferente, que vea la luz de una vez, que ya va siendo hora. Un estereotipo quizás a la larga tan dañino como el del príncipe azul de los cuentos románticos y que no deja de ser una puerta de entrada para decepciones, y en su caso extremo, incluso la violencia de género. Al margen de lo que nos guste o no la perpetuación de un determinado modelo social, lo cierto es que sigue triunfando el sinvergüenza con corazón, el tipo cuya conducta no es demasiado ejemplar, pero en el fondo persigue un fin elevado, o por el contrario, parece un completo desastre.

Algo de esto último refleja en sus canciones el ex líder de La Fuga Rulo, que explota como nadie esa vertiente del perdedor al que le propina continuamente pataditas el destino y no vislumbra propósito cercano de enmienda.

Como si aprovechara una vulnerabilidad en el sistema, el cántabro logró congregar una cantidad desbordante de féminas emocionadas en la bilbaína sala Santana, una marca impresionante para los que estamos acostumbrados a asistir a inmisericordes campos de nabos. Era impresionante escuchar cómo se elevaba el griterío femenino en los estribillos y a veces uno imaginaba que se encontraba en un bolo de alguna estrellita de OT. Una auténtica orgía de selfies.

Un corazón que se iluminaba a cada latido e incrementaba poco a poco su paso precedió a la irrupción en escena del carismático Rulo y la Contrabanda, que disparó certero al centro de las emociones con “Tu alambre” y casi en ese momento accionó la palanca de un griterío ensordecedor elevado al infinito en “Me gusta”, un temazo desde cualquier punto de vista. Daba la impresión de que las únicas que se desgañitaban eran las chicas, ellos eran más de sufrirlo en silencio y cantar por lo bajini, no era para menos, cualquiera decía algo ante semejante concentración de estrógenos. Hay que reivindicar al fan masculino de Rulo pero ya, los grandes olvidados.

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Sin desaprovechar el subidón, “Mi cenicienta” volvió a encender ánimos con una intensidad tal como en pocas ocasiones hemos contemplado. Tenemos que admitirlo, el tío se lo curra muy bien en directo y su banda para nada suena a pop, con hasta tres guitarras y una actitud humilde a años luz de tipos como Leiva y otras estrellas del rock patrias a los que nunca imaginaría tirados en un parque bebiendo kalimotxo o en un hotel de menos de cinco estrellas.

Tal vez para resaltar esta procedencia plebeya, no dudó en denunciar que “seguimos sin Ministerio de Cultura, con 21% de IVA, con Trump y sin Leonard Cohen”, en alusión al eterno bardo canadiense fallecido la pasada madrugada. Con un panorama tan negro en el horizonte, “solo nos puede salvar la música”, aseguró antes de arrancarse con “Objetos Perdidos”, otra de esas de su último disco que se te queda a la primera escucha y que contó, por supuesto, con gargantas elevadas a pleno pulmón.

Su repertorio posee una solidez envidiable, todo himnos, desde “Como Venecia sin agua” a “Me quedo contigo”, no sobra nada, pese a que a veces sea necesario relajar un poquito con “Buscando el mar”. Es totalmente comprensible, tampoco hay que saturar de frenesí a la peña, aunque los picos de su actuación sobresalgan más que los remansos de paz, escasos y pausas inevitables para coger aire. No esperábamos que se remontara a la época de La Fuga con “Majareta”, uno de los mejores cortes de su trayectoria, y en “Noviembre” confesó que esa era su preferida del reciente álbum, otro flechazo a las féminas, zas. En “Mi vida contigo era un blues” cedió el micro a Fito, convertido ya en inevitable escudero de su etapa en solitario, que se defendió con dignidad a la voz y legaron una estampa imborrable con los cuatro mástiles elevados al cielo.

Continuaba el festín con piezas ya clásicas como “La cabecita loca”, sin renunciar a adentrarse en otros terrenos próximos a Extremoduro en “La Flor II - 4 estaciones”, que enlazó con la primera parte de la canción y con Rulo regalando rosas cual mitin del PSOE, aunque puede que ahora regalen puñales tras la última sesión de investidura. Y agradó comprobar que se mantiene en el repertorio “Como lo hice yo”, con su toque Los Rodríguez que sigue despertando el entusiasmo de los fieles. Quizás si no tocaba “Por verte sonreír” se hubiera desatado un motín femenino de imprevisibles consecuencias y hubieran volado hasta sillas y mesas, las tías eran notable mayoría, para curarse en salud ahí estaba uno de los pocos nexos que mantiene con su anterior grupo. Un servidor la considera completamente prescindible, pero por lo menos la interpretaron en eléctrico, así que se digirió sin demasiada dificultad.

En la primera tanda de bises Rulo reincidió en la faceta acústica con “Por morder tus labios”, sin tener en cuenta que pudo provocar el síncope de varias seguidoras. Menos mal que no tardaron en enmendar la plana con “P’aquí P’allá”, epílogo perfecto para una noche de marcado sabor adolescente. ¿Quién no ha hecho litros o privado a la intemperie en su juventud?

Si hubiera terminado aquí, habría quedado como un señor, pero todavía tuvo ganas de regresar de nuevo con “No sé”, una especie de homenaje a los calaveras y perdedores que pueblan su cancionero, y “32 escaleras”, otro tema decente de su reciente álbum en el que explota los coros “ohh ohh” que tan agradecidos por la concurrencia se tornan en directo. Lo suyo hubiera sido recurrir a alguna pieza más mítica, aunque no nos quejamos.

Podrá resultar un poco baboso en las letras y tal vez a uno le entren ganas de tirarse por una ventana si se escucha su discografía en solitario del tirón, pero este tirado entrañable siempre cumple las expectativas en las distancias cortas. Un cualquiera, como dice en “Por morder tus labios”, que sería posible encontrarse deambulando por las calles o coincidir con él en Pensión Manoli. Un grande sin atisbos de grandeza.

Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Rouan

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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