Crónica de DeWolff: En otra dimensión

5 mayo, 2016 11:36 am Publicado por  Deja tus comentarios

Kafe Antzokia, Bilbao. 

Hay momentos que conviene vivirlos en primera persona. No desperdiciar ni un segundo y abrir bien los ojos porque puede que te despiertes a la mañana siguiente pensando si alguna vez realmente existieron o se trató de un simple desvarío etílico. Los espejismos en la vida cotidiana son bastante más frecuentes de lo que a priori pueda parecer y a veces se antoja necesario pellizcarse para comprobar que aquello que presenciamos es una realidad completamente tangible.

Entre la saturación actual de combos retro no resulta complicado desdeñar propuestas como la enésima copia a Black Sabbath o Led Zeppelin, mientras otros se limitan a saquear sin escrúpulos sin aportar nada nuevo, lo cual no deja de ser un poco paradoja en un género con tanta solera. Pero es posible cierta innovación, la devoción por los sonidos de los sesenta o setenta no debería entenderse como un compartimento estanco al margen de cualquier tipo de evolución destinado a repetir los acordes de siempre ad nauseam.

De eso no va la vaina. Eso lo saben de sobra los holandeses del sur profundo DeWolff, que pese a resaltar en sus inicios su fidelidad por los campos de algodón han ido incorporando una espectacular paleta cromática que va desde el rock con quilates al funk, soul o psicodelia, con ese punto sensual tipo The Black Keys o los Artic Monkeys de ‘AM’ que debería incitar a las hembras a moverse cual presa de un extraño ritual.

Ya habían pisado tierras vascas hace un año más o menos y debieron extender la palabra con una descomunal habilidad, pues el piso superior del Antzoki andaba abarrotado como pocas veces lo hemos visto, plagado de neohippies con cinta en el pelo y entusiastas joveznos con chamarras de piel de borreguito. Podría incluso decirse que están de moda en el rollo, lo cual explicaría la notable afluencia de chavalada, aunque el hecho de que tocaran ante 10.000 personas en el veterano festival europeo Pinkpop probablemente explique que no se trata de un fenómeno circunscrito a la península.

DeWolff-directoQuién les iba a decir a esos imberbes de 13,15 y 17 años que en 2007 publicaban un EP homónimo que en un plazo breve de tiempo recorrerían Europa agotando entradas y hasta pegarían el salto a Estados Unidos o Australia. Porque lo de DeWolff a estas alturas se ha convertido en un fenómeno similar al que supuso The Answer en su época. No les ha hecho falta invertir desorbitadas cantidades en publicidad ni arrimarse a estrellitas para que la gente repare en ellos, les ha sobrado con un directo impepinable capaz de sacudir los prejuicios de cualquiera con un mínimo juicio.

Y ya si encima vienen cargados con un pedazo álbum como ‘Roux-Ga-Roux’, el cóctel se hace complicado de superar. Un tentempié tan rotundo del calibre de “Black Cat Woman” podría ensanchar las cavidades del más reticente y “Sugar Moon” basta para ingresar en el culto con un ritmo similar al celebérrimo “Radar Love” de sus compatriotas Golden Earring.

En “Baby’s Got A Temper” brilla el Hammond del teclista Robin Piso, un auténtico virtuoso en la estela de Jon Lord que se complementa a la perfección con el otro par de colosos, los hermanos Pablo y Luka Van De Poel, que se encargan de guitarra, voz y batería. Un power trío en la tradición de Cream con un cantante con destellos místicos en plan Robert Plant y un aporreador con clase que contribuía bastante a los coros.

Uno de los instantes para conservar en la memoria fue el inmenso blues “Tired of Loving You”, que recuerda por su grandeza y su aire de copa y puro a otro inconmensurable tema “amoroso”, el inmortal “Since I’ve Been Loving You” de Led Zeppelin. Hubo solos de órdago, atmósferas impagables de Hammond y un frontman tocado casi por la gracia divina, puede que alguno piense que la comparación anterior sea una absoluta exageración de un redactor emocionado, pero para nada, era inevitable conmoverse ante tal insultante talento con cambios de tercio impresionantes y esa habilidad para alcanzar la fibra sensible de cada uno de los asistentes. La técnica se puede reproducir con práctica, la emoción no.


"Aquello fue un viaje con parada en otra dimensión; un grupo de los que hay que ver en la actualidad para saber lo que se cuece en el panorama y luego recordar en unos años que uno estuvo allí al pie del cañón, cuando empezaban a despuntar".


Aparte del sonidazo que disfrutamos durante el bolo, la peña aullaba después de cada solo o intervalo instrumental. Y es que incluso las digresiones se tornaban algo estupendo, un claro ejemplo fue “What’s The Measure Of A Man” con sus efluvios algodoneros y el batería otorgando solidez a los coros. Y en la cósmica “Love Dimension” los jovenzuelos de las primeras filas se abrazaron fraternalmente como si en realidad estuviéramos en pleno verano del amor. Y además olía un poco a porro. O a incienso. O a alguna otra sustancia embriagante. Vaya buen rollo.

Nadie quería que se largaran de allí, por lo que los gritos que reclamaban su presencia para los bises fueron abrumadores. Una intro de su ineludible Hammond certificó la vuelta al ruedo con Robin casi pegando la oreja a las teclas igual que hacían antaño los indios en las vías del tren. La comunión era total, con la sala sumergida en su paranoia particular, bordeando el éter y reacios a bajar de su nube psicodélica.

Finiquitaron el colocón con una peculiar adaptación del famoso “What’d I Say” de Ray Charles  en la que se liaron la manta a la cabeza sin resultar ombliguistas, con el batera tocando mientras sus compis bebían cerveza y épico resultó el duelo final de Hammond y guitarra que se dirimió con el cantante punteando encima del vetusto instrumento. Y abajo los mozos desatados se subían a borriquitos los unos a los otros. Qué tiernos.

En definitiva, aquello fue un viaje con parada en otra dimensión, un grupo de los que hay que ver en la actualidad para saber lo que se cuece en el panorama y luego recordar en unos años que uno estuvo allí al pie del cañón, cuando empezaban a despuntar. Deberían ser muy grandes, si es que no lo son ya. Inmensos.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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