Crónica de Imperial State Electric: ¡Oh capitán, mi capitán!

Kafe Antzokia, Bilbao

¿Quién no se acuerda de aquella famosa escena de ‘El club de los poetas muertos’ en la que se van levantando uno a uno los alumnos de un rigoroso internado para mostrar su apoyo a un profesor injustamente despedido? Un tipo con peculiares métodos de enseñanza que daba importancia al subversivo acto de pensar y decía que el arte no se podía medir como si fuera un kilo de pescado o cualquier otro objeto de vulgar consumo.

Si en el rock n’ roll hubiera que elegir a una persona que definiera la esencia del rollo, la actitud y lo que se debería poseer para consagrar ese acto también revolucionario de subirse al escenario nos acordaríamos de inmediato de Nicke Andersson. En concreto por su particular manera de entender el proceso creativo que desmitifica conceptos como la evolución y concede al binomio emoción-energía la capacidad plena para ascender en el Olimpo de la música. Una cuestión de agallas y principios.

Y de eso nunca le ha faltado a la mente pensante de los difuntos The Hellacopters, un ejemplo de seguir haciendo lo que te gusta sin que eso implique perder el norte. Aunque a decir verdad, su actual proyecto Imperial State Electric recoge por completo el legado de su antigua banda, y si uno desearía la vuelta, sería más que nada por motivos sentimentales. Tal vez la orientación contemporánea esté más cerca de The Beatles y la British Invasion que del protopunk de MC5 y derivados, pero la base continúa siendo la misma: oda a la electricidad y mástiles al cielo.

Se han recorrido la península infinidad de veces y sus visitas suelen tener periodicidad anual, algo que no provocó mella en la asistencia, puesto que la sala anduvo a rebosar, pese a que no demasiado personal cató a los locales Kilauea, muy apropiados para la velada con sus guitarrazos al estilo escandinavo en la línea de Backyard Babies o los propios The Hellacopters. Todo un puntazo además escuchar ese palo en euskera, una rara avis total en el panorama autóctono. Imperdonable habérselos perdido.

Y mira que son buenos, pero tal vez empecemos a sufrir ya sobredosis de Highlights, pues este año ya hemos coincidido con ellos unas tres o cuatro veces. Sus bolos mantienen siempre la categoría de impepinables, con temazos suyos como “Out of Mind” o las pedazo versiones que se marcan, caso de “Rock Bottom” de UFO, aunque corren el riesgo de acabar quemándose y quemando al personal demasiado pronto por sus reiteradas visitas a los escenarios vizcaínos. El peligro de arder por combustión espontánea.

“Córtate el pelo y cambia de vida”. ¡Cuántas veces habremos escuchado semejantes sandeces de ignorantes supinos que se quedaron en la época preconstitucional! Precisamente hablando de eso iniciaron su descarga antológica Imperial State Electric con “Let Me Throw My Life Away”, enérgico corte que abre su reciente ‘Honk Machine’ y que sirvió para que la muchedumbre se agolpara junto al escenario, casi a punto de invadirlo, como una presa a punto de desbordarse.

Había un grupillo de veinteañeros que parecía que estaban viendo a lo más grande del rock n’ roll, con entusiasmo de fans absolutos, cantando hasta los últimos temas y sin poder reprimir en ocasiones el impulso de pillar los micros o intentar hablar con los miembros del grupo. Algunas  chicas incluso agitaban la cabellera y no les importaba despeinarse. Una entrega descomunal.

Con pantalones campana y su clase habitual, Nicke blandió el mástil como si se tratara de un arma contundente, puso posturitas de estrella del rock y fue cediendo poco a poco el protagonismo a esos acompañantes de relumbrón que lleva del calibre de Dolph de Borst o Tobias Egge, capaces de asumir funciones vocales en el momento que ordene el comandante.

El carácter épico de composiciones de ‘Honk Machine’ tipo “Another Armageddon” o “Anywhere Loud” reforzaban esa sensación de estar presenciando un acontecimiento único. Eso unido al ya mencionado entusiasmo de la afición convirtió la cita en algo digno de enmarcar, con pogos en las primeras filas y una marea que a la mínima rompería contra las rocas del escenario.

A pesar del indiscutible tirón del ex The Hellacopters, tampoco se regodea con ello, pues delega el micro en sus compis en el emotivo “Just Let Me Know” o en el trallazo incendiario “Reptile Brain”, uno de los instantes gloriosos de la velada con Nicke comiéndose el mundo en los punteos mientras su guitarra bigotón animaba el garito. Y no menos para recordar fue “Throwing Stones”, en la que intercalaron el riff del “Day Tripper” de The Beatles, antes de que los fieles se arremolinaran en torno al sumo sacerdote de esa noche.

Volvieron para los bises impregnados del espíritu sesentero yé-yé de “All Over My Head” o “I’ll Let You Down”, donde una chica con camisa de leopardo y flequillo se llevó la mano al corazón. Y las referencias a clásicos del rock n’ roll se transformaron en una constante, con el riff de “Rock And Roll” de Led Zeppelin o el de “Get It On” de T Rex, antes de arrancarse con un alucinante “Sonic Reducer” de Dead Boys en el que voló peña por los aires mientras Nicke hacía el molinillo a lo Pete Townshend.

Las reivindicaciones no se acabaron ahí, todavía faltaba esa apisonadora llamada “This Is Rock N’ Roll” de The Kids y “It Ain’t What You Think (It’s What You Do)”, corte que cierra el disco y rememora en cierta manera los tiempos los que las guitarras escandinavas dominaban la tierra. Un recital de esos de sentar cátedra que devolverían a cualquier incrédulo la fe en la música en general y en el rock n’ roll en particular. Daban ganas de subirse a una mesa y gritar con el brazo en posición marcial: ¡Oh capitán, mi capitán!

TEXTO Y FOTO: ALFREDO VILLAESCUSA

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